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Fotografía: Alejandra Villela

David Peralta

Una justificación para comenzar a hablar de filosofía de Kant es que fue él el primer filósofo en comprometerse con la idea de que cada quien tiene la capacidad de formular sus propios juicios respecto de lo que percibe y entiende de lo que percibe sin necesidad de depender de otra cosa más que de su propia inteligencia. Es él quien en su famoso texto de 1784 «¿Qué es la Ilustración?» responde diciendo que la ilustración consiste en la capacidad del ser humano de salir de su estado de culpable incapacidad proveyéndose cada quien de su propio entendimiento. Dice que es culpable porque proveerse de esta capacidad no es una cuestión de inteligencia sino de voluntad ya que todos contamos con esta capacidad. Esta capacidad es estudiada por el mismo filósofo en su proyecto de teoría del conocimiento, permeado por la noción de giro copernicano, la cual pretendo explicar brevemente en estas líneas.

Para empezar nuestro desarrollo, podemos dar una definición de la filosofía, entre otras, como arte creador de conceptos, pues necesita de ciertas prerrogativas y preguntas, que a su vez también son filosofía, para saber si en efecto los conceptos que provee contienen algún tipo de certeza para el mismo pensamiento y la acción. ¿Qué podemos conocer con certeza? Esta pregunta es la que atiende al problema del conocimiento. En filosofía un problema no quiere decir necesariamente algo que angustia o que molesta —claro que hay problemas tales como la lucha de clases de Marx que abiertamente le molestan a su autor—; sino que lo que se quiere expresar con ese término es que hay implicaciones que surgen lógicamente cuando emitimos algún juicio sobre algún objeto en específico. Importante saber y exponer qué tipo de implicaciones son las que estamos hablando y por ello mismo nuestra pregunta ahora se vuelve más compleja: ¿cuál sería el fondo de las implicaciones de lo que conozco con certeza? O dicho en otros términos: ¿Qué implica conocer algo? De modo que la respuesta nos daría tanto el fundamento del conocimiento como los tipos de explicaciones que se pueden seguir de este fundamento. Reinventar maneras de explicar y plantear problemas es a lo que aspira el quehacer filosófico en las diversas épocas. A esto se refiere la filosofía kantiana cuando postula que la filosofía es el arte de inventar o crear conceptos, es arte de explicar fenómenos que se explican por medio de nuestra capacidad de percibir como de pasar esa percepción por una criba que consiste en las categorías del entendimiento y el ordenamiento de estas categorías es lo que conforma nuestro concepto y por tanto nuestro conocimiento. Sobre qué sean las categorías del entendimiento pretende dar explicación este ensayo. Lo que queremos dejar en claro es que las maneras de justificar y explicar un concepto han cambiado en el desarrollo histórico del quehacer filosófico, a pesar de que los objetos de estudio último a explicar han sido los mismos tales como el cielo, la Luna, los planetas, Dios, la muerte, etc. Cabe precisar que también han habido «conceptos» que contienen un punto peculiar dependiendo del personaje del que se trate como de su época, como el cogito de Descartes, la condición de Kant, el superhombre de Nietzsche, entre otros. Es así como queremos plantear nuestro problema: ¿En qué consiste entonces el cambio que introduce Kant en la teoría del conocimiento? ¿Cuáles son las justificaciones que propone y su nueva manera de interpelar a la pregunta por el conocimiento?

Es muy cierto que el contexto histórico y la filosofía no se confunden, mas aquel tiene la tierra fértil que hace germinar a esta. Hay veces que la segunda está fuertemente influenciada por el primero, tanto que trata de explicarlo profundamente como si ella fuera su origen, tal la explicación de Aristóteles del creacionismo —todo siempre fue así—; hay otras ocasiones en lo que busca es, vamos a decirlo con Shakespeare, «liberar al tiempo de sus goznes», es decir, separarse de la concepción tradicional de un contexto e inaugurar algo nuevo, valga esta expresión. Tal es el caso de la filosofía de Kant, la cual está permeada por la prerrogativa epistemológica del giro copernicano, el cual es un intento por concentrar la teoría del conocimiento en las capacidades a priori en el sujeto y abandonar el paradigma antiguo que nos decía que los objetos determinan el sujeto. Cabe así preguntarnos: ¿Qué es un giro copernicano?

Por mucho tiempo, desde la filosofía antigua pasando por la Edad Media hasta Descartes, se tenía la creencia de que a la pregunta de ¿qué podemos conocer? Se respondía que los objetos son los únicos elementos cognoscibles. Se tenía la convicción de que los objetos existían independientemente de los seres humanos y que conocerlos consistía en aprehenderlos tal como son. Bastaba con unir conocimiento y objeto para obtener la verdad. En otras palabras, se creía que el objeto a estudiar determinaba el conocimiento. Expliquémoslo por medio de un conocido acertijo: a la pregunta de si un árbol que cae en un bosque hace ruido incluso si nadie está presente en dicho bosque el paradigma antiguo de la teoría del conocimiento respondería que efectivamente, que el bosque existe independientemente de nuestra percepción y que la segunda depende del primero. De la existencia de las formas independientes de la percepción se encarga el racionalismo; de cómo la percepción recibe las impresiones del árbol se encarga el empirismo. Gravitar entre la preponderancia de un elemento o de otro —la existencia de las formas independientes frente a las impresiones de los objetos sobre la sensibilidad— consistía en el tan mencionado debate del racionalismo frente al empirismo. Este «debate» es el epicentro de la irrupción de nuestro filósofo.

Kant no solamente invirtió el orden de la estructura del conocimiento del canon a su tiempo, al decir que es el objeto el que está contenido en el sujeto, sino que agregó una tesis que cambiaría la teoría del conocimiento después de su irrupción y es la del psicologismo: en nosotros se encuentran las facultades independientes de cualquier contexto —a priori— y necesarias para llevar a cabo el proceso del conocimiento. El objeto ya no es el centro del universo; sino que el sujeto, más precisamente, el proceso de conocimiento que lleva a cabo el sujeto, es el centro del sistema solar del proceso cognitivo. Kant se va a comprometer con esta tesis: el conocimiento comienza por la experiencia, mas la experiencia sola no es suficiente para comportar conocimiento, debe ir acompañada de nuestras facultades para emitir juicios, lo cual bien analizado es una síntesis de las dos posturas en el debate del problema del conocimiento.

Por una parte, lo que supone esto es que no hay tipos de conocimiento, sino tipos de juicio: juicios respecto a la experiencia —sintéticos— por ejemplo «el libro es rojo» o «la cachorra es pequeña»; y juicios respecto a lo que se conoce a priori del objeto debido a las facultades a priori del sujeto —analíticos— por ejemplo «un cuadrado por definición tiene cuatro lados» o «los números primos son aquellos que pueden dividirse solamente entre uno o entre ellos mismos y ya»; así como una tercera clase de juicios que son los sintéticos a priori —juicios de la experiencia cuya corrección paradójicamente depende de un principio a priori— por ejemplo «el camino más corto entre dos puntos es una línea recta» debido a que «el camino más corto» no está contenido en la definición de un punto, sin embargo, esto es una regla que se puede verificar en todos los casos que pongamos en relación dos puntos. Estos son los tipos de juicios cognitivos que podemos emitir, según Kant. Por otra, lo que supone es algo nuevo para la teoría del conocimiento: hay actos receptivos pero también actos espontáneos y que en el proceso de conocimiento se llevan a cabo ambos procesos, si falta uno, no hay conocimiento. Los actos receptivos son la percepción y la intuición; los actos espontáneos es la creación de un concepto a partir del acto receptivo. De manera que nuestro conocimiento se funda en lo que percibimos y el proceso mediante el cual analizamos lo que percibimos. Conocer es emitir un juicio de lo que se percibe conforme a las estructuras a priori de nuestro entendimiento. Este reajuste en la noción de tipos de conocimiento hacia tipos de juicio disuelve el debate de racionalistas en oposición a empiristas, ya que no se trata de especificar qué tipo de conocimiento nos da más certeza, si el que es independiente del contexto y que se enfoca en la universalidad de la forma —racionalistas— o si el que es producto de nuestras percepciones —empiristas— y lo vuelve, al modo arquimediano, un análisis de comparación de elementos opuestos: la capacidad de emitir juicios de un sujeto tiene como pasos necesarios tanto la percepción como la tendencia hacia la universalidad de la forma.

La facultad a priori encargada de llevar a cabo este proceso cognitivo es el entendimiento. Debido a que, una vez que adoptamos esta manera de explicar, lo que nos resulta es que lo que percibimos no es sino aquello que nosotros ponemos en el objeto, y no lo que el objeto sea en sí mismo, en su autoaplicación, en su «yo interno» y oculto por expresarlo de alguna manera, a lo cual llamamos noumeno, aquello que queda al margen de nuestra percepción; sino más bien, lo que nosotros ponemos en el objeto que es lo que de él entendemos y no otra cosa. De modo que decimos que lo único que percibimos no son sino fenómenos, que no son meras apariencias, sino aquello que aparece en nuestra receptividad y sensibilidad pero pasado por nuestra criba. Kant funda la fenomenología como indagación filosófica que estudia los objetos que aparecen ante nuestra sensibilidad conforme a lo que puede predicarse de cualquier objeto. El aspecto fenomenológico de nuestra indagación pone énfasis en que no podemos echar a andar nuestra maquinaria cognitiva sobre algo que no sea aquello que proviene de la experiencia.

Retornando a nuestro acertijo del árbol, la fenomenología reajusta nuestra respuesta ante dicho acertijo: no puedo juzgar acerca de lo que no aparece ante mi representación, ante mis facultades aquí y ahora. Sólo ante lo que aparece frente a mí en mi aquí y ahora puedo emitir juicios. Y decimos ante porque curiosamente hablamos de lo que percibimos utilizando algo diferente de lo que percibimos. En otros términos, las representaciones no son lo mismo que los objetos y nosotros sólo podemos conocer las primeras, dice el filósofo ilustrado. La fenomenología pone a las facultades del sujeto en el centro del proceso pero, paradójicamente, supone que el sujeto sólo puede conocer sobre lo que se le aparece en su campo visual.

Estas apariciones — que no apariencias— son formas que aparecen en un momento dado en nuestro campo visual cuyas características más fundamentales, es decir, aquellas características sin las cuales no podría haber percepción, son el espacio y el tiempo. El espacio y el tiempo son las formas básicas de la presentación, de la aparición de los objetos como fenómenos. Todo fenómeno se presenta en un espacio como en un tiempo determinados. Decimos que todo espacio es un aquí posible y que todo tiempo es un ahora posible. El poder percibir este espacio-tiempo es la actividad receptiva y lo que percibe son fenómenos, la forma de las apariciones, no más que eso. Kant entiende por forma la distribución de los elementos de nuestra percepción como su relación entre ellos mismos.

Para el filósofo de Königsberg la percepción no implica el pensamiento, nos diría que lo único que hemos hecho es percibir un fenómeno cuyas formas básicas de presentación son creada por nuestra actividad receptiva pero que esto es el aspecto pasivo del proceso cognitivo, falta el aspecto espontáneo e inventivo. La actividad espontánea tiene que ver con qué se hace una vez que se tiene una intuición, es decir, poner en relación lo que se ve con lo que se conoce a priori. Esta actividad espontánea es llevada a cabo por lo que Kant llama las categorías del entendimiento, que son predicables que se pueden realizar de cualquier objeto y son la cantidad, una cualidad, una relación y síntesis o modalidad. Aquello que se nos presenta es algo que tiene una cantidad —un kilo manzanas, cinco libros, dos ojos—. Tiene una cualidad —es líquido, es sólido, es gaseoso—. Se relaciona con un fenómeno anterior el cual decimos que es su causa —este texto que leo fue escrito antes por alguien— y de igual manera se relaciona con algo posterior lo cual decimos que es su efecto —este texto puede complacerme o puede causarme náuseas—. La categoría de síntesis o modalidad nos referimos a aquello que es posible de imaginar en términos de fenomenología respecto a nuestro objeto: por ejemplo, es imaginable de una manzana que pueda tener gusanos, que presente una tonalidad roja, amarilla o verde; pero es muy difícil imaginar una manzana con cáscara no comestible, o con sabor a plátano. Esta última categoría no es muy cerrada como las otras, ya que pueden aparecer objetos que reten a nuestra imaginación. Si yo puedo predicar de un fenómeno una cantidad, una cualidad, una relación y una síntesis; entonces puedo hablar en efecto de un objeto y emitir un juicio. Este juicio es una representación, una actividad mediata en oposición al acto receptivo, el cual es una actividad inmediata acerca de una presentación. Lo curioso es que Kant nos dice que no es sino hasta que yo emito un juicio del tipo “esto es esto por esto” que yo tengo una intuición. No pongo relación objetos con mi sentido interno sino hasta que en efecto yo he emitido un juicio proveniente de mi capacidad a priori de conocer objetos, esto tiene el giro copernicano en todas partes. Esta actividad espontánea es lo que llama Kant conceptualizar y no va a decir que pensamos sino hasta que hemos hecho esta operación.

Con lo expuesto hasta ahora tenemos suficiente para realizar nuestra conclusión: la condición de todo conocimiento posible se apoya por una parte en la presencia del sujeto frente al fenómeno en el aquí y ahora y por otra en la actividad del entendimiento del sujeto que es ella y no otra facultad la que ordena las percepciones conforme a sus mismas categorías para formar un concepto para el propio sujeto. En esto consiste el juicio copernicano.

Podríamos continuar con la epistemología de Kant en lo que respecta a la analítica trascendental de las categorías del entendimiento, así como preguntas que pueden surgir como ¿Es suficiente un concepto del entendimiento para un pleno conocimiento del objeto? ¿Qué pasa si una experiencia sublime echa abajo mi conceptualización? ¿Esto nos dice algo sobre la realidad de los objetos? ¿Acaso Kant inventó el sujeto trascendental? Sin embargo y respecto a la capacidad receptiva de fenómenos como la capacidad activa del sujeto para conceptualizar los fenómenos es suficiente lo que hemos explicado. Kant está influenciado por la historia del pensamiento alemán. Desde la Reforma y Martín Lutero se tiene el paradigma que el origen de nuestro saber de Dios como de nuestros males se encuentra en el interior. A partir de esta noción, Kant quería buscar una manera de dar certeza a los postulados y teorías científicas que pudiera comprobarse a priori que a su vez pudiera ella misma delimitar los límites propios de su certeza. Como conclusiones podemos decir que el elemento a priori que él descubrió se encuentra en la subjetividad, pero cabe decir que la subjetividad no es una forma enteramente receptiva sino que tiene una parte creativa. La ciencia que se encarga de llevar a cabo estos límites es la crítica de la razón pura. La crítica es así un desarrollo filosófico autónomo que permite a quien la realice un conocimiento de lo exterior percibido por su propia capacidad de crear conceptos a partir de las categorías del entendimiento que hemos expuesto más arriba. Este proceso crítico es la capacidad autónoma de los sujetos para darse su propio entendimiento de los objetos del mundo, siendo esta una capacidad general que todas y todos compartimos pues todos contamos con estas formas de la intuición como con estas categorías del entendimiento, según Kant. Esto no es necesariamente un argumento a favor del conocimiento innato —es decir que poseamos conocimiento desde el momento que nacemos— pues el que nosotros tengamos esta capacidad general no quiere decir que en efecto la echemos a andar sino que depende, como hemos dicho, tanto del proceso crítico espontáneo de las categorías del entendimiento como de los fenómenos que vayan apareciendo ante nuestra sensibilidad a lo largo de nuestras vidas. No nos vaya a espiar el gobierno y quitar este regalo anarquista que nos dice que podemos ser críticos y no depender de nadie más que de nosotros mismos para hacer nuestros propios juicios y que estos juicios se dirigen siempre a la realidad que aparece ante nosotros.

Fuentes bibliográficas:

DELEUZE, Gilles, Kant y el Tiempo, tr, Equipo Editorial Cactus, Cactus, Buenos Aires, 2008, 107 pp.

KANT, Immanuel, Crítica de la Razón Pura, tr. Pedro Ribas, Madrid, Editorial Gredos, 2010.

KANT, Immanuel, Filosofía de la Historia, tr. Eugenio Ímaz, México, Fondo de Cultura Económica, 3ª edición, 2015. 118. Pp.

Autor

David Peralta

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Ilustradora

Alejandra Villela

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