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Ilustración: Berenice Tapia

Eréndira Cuevas

Los proyectos que uno suele trazar para su propia vida pocas veces salen bien y todavía menos frecuente es que en la infancia uno sepa claramente qué quiere hacer con todos los años se vienen por delante, aunque parezcan lejanos e infinitos. Pero, ocasionalmente ambas posibilidades se juntan y nos hacen creer que somos dueños de nuestra existencia y que no hay nada en el mundo que pueda contravenir nuestros perfectos planes.

Y así pueden pasar muchos años mientras creemos que hemos descubierto el secreto para salirnos con la nuestra en este juego. Hasta que de pronto la vida se fastidia de darnos ventajas y nos recuerda quienes somos realmente, haciéndonos perder cada una de las apuestas que hemos hecho.

Si uno ha sido medianamente inteligente seguramente se habrá encargado de hacer más de una apuesta y quizá tenga la suerte de seguir ganando en alguna de ellas. Pero, como dice el personaje de cierta película: lo cierto, es que yo nunca he sido una mujer muy inteligente.

Cuando era niña enmudecía cuando me preguntaban qué quería ser de grande, a diferencia de muchos niños que sueñan con toda clase de profesiones durante la infancia. Y es que me parecía demasiado extraño que desde entonces tuviera que saberlo, así que me limitaba a copiar al resto de los niños o a decir simplemente que no tenía idea de ello.

Así sucedió hasta los 12 años, cuando francamente empezaba a preocuparme de no tener vocación para nada, Un día, mientras veía las noticias con mi abuelo supe que yo quería hacer eso toda la vida: ser periodista. Parecía el empleo perfecto: estar presente y enterarse de todo antes que los demás, contarle cosas importantes a la gente, poder hablar como veía que esa gente lo hacía y muchísimas cosas más que a partir de entonces imaginé que sería el periodismo.

Después de ese día no hubo nada que lograra disuadirme y cada vez que alguien me decía que sería un error porque jamás podría ejercer esa profesión, yo solo pensaba: ya veremos. Entonces, toda mi concentración se enfocó en lograr mi meta, dejando de lado cualquier otro ámbito, lo académico y profesional se convirtió en el centro y único propósito de mi vida.

No fue sencillo, pero logré estudiar la carrera que quise y donde quise: Comunicación y Periodismo, en la UNAM. Conseguir empleo fue menos sencillo aún, pero también logré trabajar en una de las tres cadenas de medios de México y que publicaran mi trabajo en uno de los dos diarios más antiguos del país.

Quizá parezca inverosímil, pero un día cuando tenía entre 14 y 15 años pasé por delante del lugar donde habría de trabajar casi diez años y mientras mi abuelo me contaba porqué ese periódico era tan importante pensé: un día mi nombre tiene que estar en esas páginas. Unos 12 años más tarde se publicó una reseña mía en ese periódico y mientras la leía recordé ese pensamiento que permaneció olvidado hasta entonces y no pude evitar llorar al pensar en que mi abuelo, quien nunca había contradicho mi vocación e incluso parecía orgulloso de ello, no había podía ver mi nombre en el periódico que leía todos los días porque tenía poco más de un año de haber cerrado los ojos por última vez.

A lo único que quiero llegar con todo esto es a tratar de explicar lo importante que llegó a ser para mí mi carrera y la posibilidad que tuve de ejercerla durante diez años en los que aprendí y me divertí demasiado.

Un día dejé de trabajar en medios y encontrar un lugar en ellos de nueva cuenta empezó a parecer imposible. Para entonces ya estaba dedicándome a algo más, pero lo cierto es que estaba profundamente deprimida porque no concebía otra manera de pasar mis días pues había sido lo suficientemente necia como para dejar de lado todos los demás aspectos de mi vida, con tal de conseguir mi propósito de vivir por, para y del periodismo. Así que sentía que había perdido el rumbo y sentido de mi vida.

Hasta que un día de insomnio apareció una publicación de Facebook preguntando quién quería colaborar en una revista literaria. La verdad yo sólo quería hacer, aunque fuera, un poco de eso que tanto amo y por eso decidí responder. Mientras escribo esto me estoy dando cuenta que desde entonces han pasado diez meses y debo admitir que no me imagine que este proyecto fuera a tomar la seriedad que tiene ahora.

Katabasis llegó cuando pensaba que mi vida había estaba en un punto muerto y en el plano profesional, me sentía completamente derrotada. Gracias a este proyecto he conocido personas maravillosas a quienes hoy tengo el privilegio de contar entre mis amigos, pero también me recordó de qué soy capaz y me regresó la confianza en mis capacidades y experiencia profesional. Ojalá que sigamos conmemorando todavía muchos aniversarios juntos.

Autora

Eréndira Cuevas

Eréndira Cuevas

Directora de Investigación Cultural

Originaria de la tierra madre del caos y la inseguridad, mejor conocida como Ciudad de México. Cursó la carrera de Comunicación y Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón, de la UNAM. Es periodista por vocación, y también por necedad, y está convencida de que el arte es una herramienta poderosa contra muchos de los males del hombre.

Ilustradora

Berenice Tapia

Berenice Tapia

Ilustradora

Demasiado perezosa para pensar en algo decente. Me gusta dormir y mi sueño más grande es poder vivir de hacer monitos. Las dos cosas más importantes que me ha enseñado la vida, son:
1) Estudiar arquitectura no vuelve rica a la gente.
2) El mundo no se detiene nunca, ni aunque estés llorando hecha bolita porque borraste accidentalmente un capítulo de tu tesis.

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