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Imagen: VonPeps

Emiliano Trujillo González

La muerte y la doncella (1990), del chileno Ariel Dorfman, plantea múltiples conflictos en su trama y en el desarrollo de sus tres personajes: Paulina Salas (la víctima), Gerardo Escobar (su esposo) y Roberto Miranda (el presunto victimario). Tal vez el conflicto principal, pero sin duda no el único, trata el complicado tema de la convivencia de víctimas y victimarios en una sociedad que comienza a salir de la sombra de una dictadura, en un país que empieza una transición hacia la democracia y que se debate sobre las formas de lidiar con lo sucedido.

El texto teatral y la necesidad del diálogo

Antes de adentrarnos en las ideas puestas en juego a través de los diálogos de los protagonistas, creo conveniente detenernos en las posibles razones que llevaron al autor a decidir exponer la historia de La muerte y la doncella en un texto teatral. El mismo Dorfman, en el posfacio de la edición de 1992, explica que para él fue muy claro que el tratamiento que su historia requería no encontraba su expresión más acabada en la forma narrativa del cuento o la novela; que su historia (el encuentro fortuito de una mujer dañada por la dictadura que reconoce la voz de su torturador, en un periodo donde se quiere olvidar las atrocidades de la dictadura) exigía entrar en diálogo directo con la sociedad a la que le hablaba, necesitaba urgentemente cobrar vida escénica ante la inmediatez indesmentible de un público.*

La explicación de Dorfman nos habla de la urgencia de llevar a la discusión pública un tema incómodo pero necesario (los horrores de la dictadura en Chile discutida en tiempos de transición democrática). Nos habla también del texto teatral y su posterior escenificación como uno de los espacios idóneos para despertar esa discusión. No es casual que el texto original de La muerte y la doncella termine con un espejo que le devuelve su imagen al público, que lo introduce a la obra y a lo que ahí se representa y discute.

Aunque el autor no lo menciona en el prefacio citado, me parece que la elección del medio teatral para que La muerte y la doncella llegara al público (o a los lectores) también responde a otras cuestiones. En los textos teatrales el peso de la historia recae en los diálogos, en lo que los personajes dicen o no dicen. Parte de lo que la obra llega a señalar en el momento de su publicación (1990) es precisamente que hay cosas que no se están ni discutiendo ni dialogando. Que La muerte y la doncella sea un texto teatral podría ser una sugerencia casi explícita sobre la necesidad de entablar un diálogo en una sociedad que tiene miedo de decir.

La trama de la obra imagina, por su parte, una situación donde esos temas salen a flote por medio de los diálogos, donde el miedo a decir es vencido por una circunstancia particular. En toda la obra se percibe que hay un silencio que entrecorta las conversaciones, que hay cosas que se callan por pudor o por vergüenza. También hay como una necesidad de hablar, de confesar. En algún punto de la obra, cuando Paulina Salas (la víctima) ya tiene amordazado a quién reconoce como su torturador, ella le dice que por el momento su conversación será un monólogo. El deseo latente en esta escena por parte de Paulina de tomar la palabra, de ser escuchada por el torturador y por el público, es un elemento que, aunque sí pudo estar desarrollado en una novela o un cuento, encuentra su representación más poderosa en la obra teatral, donde la imposición de la voz se vuelve algo hasta tangible.

En otro momento de la obra, Gerardo le dice a Miranda: [Refiriéndose a Paulina] «Yo creo que entiendo esa necesidad suya porque es una necesidad que tiene el país entero. De eso hablábamos anoche. La necesidad de poner en palabras lo que nos pasó.»

Los personajes y la historia

Cada personaje de La muerte y la doncella está ahí para representar una situación particular en el escenario general que plantea un periodo de posdictadura. Paulina Salas es la víctima, la herida andante que logra sobrevivir a la dictadura pero no sin haber padecido un sinnúmero de vejaciones que aún se encarnan en el presente: la histeria y el recuerdo se filtran en su sonrisa suave y aparentemente normal. Ella representa a esa parte de la población que vive sin vivir del todo, con una parte de sí arrancada por la tortura y su recuerdo constante. La Comisión que se formó en Chile para investigar los crímenes efectuados en la dictadura no atendía los casos de personas que, como Paulina, lograron sobrevivir a pesar del encierro y la tortura. La voz de Paulina, su testimonio, no encuentra eco en las instituciones oficiales para determinar culpables.

Su esposo, el abogado Gerardo Escobar, acaba de ser nombrado como el encargado de dirigir esa Comisión, la que investigará los crímenes de la dictadura siempre y cuando estos se traten de casos «irreparables». Ariel Dorfman cuenta, en el ya citado prefacio a su obra, el contexto en el que surgió la iniciativa de formar esa Comisión. Refiriéndose al dilema que entrañaba la coexistencia en la sociedad y en el sistema político entre Pinochet (y sus allegados) y los del nuevo gobierno democrático, Dorfman apunta:

El recientemente elegido presidente Patricio Aylwin respondió a este dilema nombrando una Comisión -llamada Rettig, por el respetado octogenario que la encabezó- que tendría por misión investigar los crímenes de la dictadura, siempre que éstos hubiesen terminado en la muerte o en su presunción. El informe final, sin embargo, no identificaría a los culpables ni los juzgaría. Tal Comisión constituyó, sin lugar a dudas, un importante hito en el proceso de cicatrizar las profundas heridas del pasado. […] El precio de tal estrategia se pagaba, sin embargo, con la impunidad para los victimarios, la falta de justicia para el país y la angustia de centenares de miles de víctimas, aquellos sobrevivientes cuya experiencia traumática sería relegada al olvido. La iniciativa de Aylwin era valiente en cuanto enfrentaba a los militares y prudente en cuanto no los provocaba en exceso. Fue criticada por quienes esperaban que el terror pretérito fuera absolutamente enterrado y también por quienes exigían con igual tenacidad su revelación total.**

En la obra, Escobar juega el papel de quien confía en que las instituciones se harán cargo de la justicia y del restablecimiento de la normalidad. No sufrió la tortura en carne propia. Cree en la democracia y en que vale la pena confiar en ella; en que Miranda debe ser enjuiciado por la Comisión que encabeza, no por su esposa: que Paulina haga justicia por mano propia le parece repetir lo que la dictadura hizo, responder a la violencia con más violencia.

Paulina, en cambio, pertenece a aquel grupo de personas cuya experiencia traumática sería relegada al olvido, al no ser considerado su caso como «irreparable». Aquí se abre una pregunta interesante que valdría la pena discutir: ¿Qué establece la frontera entre lo irreparable y lo salvable?

La incapacidad de hacer válido su testimonio lleva a Paulina a experimentar la angustia y el deseo de justicia de la que habla Dorfman en el texto citado. Cuando se encuentra con Miranda, su torturador, y logra someterlo, las ansias de justicia parecen encontrar por fin su desembocadura. ¿Pero qué significa la justicia? ¿Matar a Miranda? ¿Lograr su confesión, su arrepentimiento?

Roberto Miranda representa a los que participaron en las atrocidades de la dictadura, cometiéndolas. El momento de su confesión expone la forma en el que el ser humano comienza a deshumanizarse, a brutalizarse, al torturar al otro. Para él, la posibilidad del olvido es la opción idónea: seguir como si nada hubiera pasado, convencerse de su inocencia así como intenta convencer a Paulina y a Gerardo.

La muerte y la doncella, de Schubert

El final de la obra muestra a los tres personajes sentados en la misma fila de una sala de conciertos, como si estuvieran condenados a convivir en el mismo sitio, a escuchar la misma música. El final es un tanto ambiguo: no es un hecho claro si Paulina asesina a Miranda; si la aparición de Miranda en la sala de conciertos es una aparición fantasmagórica o un acontecimiento real. La pieza musical que escuchan es «La muerte y la doncella», de Schubert, que Paulina amaba y que Miranda ponía mientras violaba y torturaba.

«La muerte y la doncella», la pieza musical de Schubert, es el punto articulador de uno de los temas esenciales de la obra teatral de Dorfman: el deseo de los torturados de recuperar la normalidad y el sosiego perdido, arrancados por la irrupción de la violencia y la tortura; las ansias de Paulina de escuchar de nuevo a Schubert, su Schubert, sin que éste le remita a la crueldad del momento donde mucho se perdió.

*Dorfman, Ariel, La muerte y la doncella, Siete Cuentos Editorial, 1992. Pág. 89

**Ibíd., Pág. 87-88

Emiliano Trujillo González

Emiliano Trujillo González

Autor

VonPeps

VonPeps

Ilustrador

Soy Alejandro, 24 años, colesterol bajo, estudiante de psicología y fotógrafo habitual, guionista cuando hay leche y galletas. Me gusta bailar solo, decir groserías y escuchar a Iggy Pop. A veces, creo que sería más feliz viviendo en el campo con un buen poemario, luego me llega una notificación a mi smartphone y me olvido de todo. Soy un pésimo pintor, por eso me hice fotógrafo.

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