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Ilustración

Alejandro Zaga

La recomendación que estoy a punto de escribir es la segunda en la que no recomiendo un libro, sino a un autor y, por segunda vez también, se trata de un chileno (¿qué pasa con Chile que forma intelectuales con tanta fuerza?). A Pedro Lemebel lo conocí poco después de haber muerto, en una clase de mis primeros semestres de la carrera que abandoné; el profesor Ariel Contreras nos hizo leer «Loco afán» y quedé impresionado con el descaro sentimental con el que desvela, para muchos por primera vez, lo que sufre una otredad que, es verdad, cada vez tiene más apoyo, pero hace no mucho estaba más que invisibilizada.

Cuando pienso en él, siento el torbellino que su compromiso significó en su tiempo y en su geografía. Pues si bien durante el siglo XX no era aceptada la diversidad sexual (ni qué hablar de la identitaria) en prácticamente ningún sitio, en un régimen dictatorial y militar como el de Chile durante los 70 y 80, había una represión mucho más remarcada (también mencionar que no tan extrema como muchos otros regímenes). En ese ambiente social, Pedro no se calló ni un segundo.

En su manifiesto «Hablo por mi diferencia» arremete contra los machitos de izquierda, segregado por ellos en cuanto evento político, comunista o socialista, se aparecía. Por ello mismo repetía constantemente cómo gay no es una palabra que le ajuste, pues para él (y esta es una opinión que comparte una parte de la comunidad LGBTTTIQ+) está irremediablemente relacionada con una población blanca, privilegiada sociogeográficamente y que, si bien es marginal, no se compara con otras minorías. Lemebel buscó reivindicar a los que tienen una doble marginalidad, porque una cosa es ser homosexual y otra ser homosexual e indígena u homosexual y tercermundista, homosexual y pobre, etc.

Sin intentar ofenderlo a él ni a nadie más, me parece la loca más cabrona de la que haya tenido noticia, una persona tan equilibrada en cuanto a lo racional y lo pasional (con los bemoles y arrebatos que todos tenemos). Aunque tal equilibrio podría no ser tal, sino la apariencia que da la competencia tan pareja de ambas fuerzas jalando para su lado.

PERFORMANCE

Joanna Reposi Garibaldi realizó un (maravilloso) documental llamado Lemebel, que contiene amplio material de su quehacer plástico y performático en su colectivo Las yeguas del apocalipsis, conformado por él y Francisco «Pancho» Casas. Ahí relata cómo le pareció siempre potente lo corporal, lo que las palabras no alcanzan a decir o por lo menos las que uno conoce, porque hay muchas palabras que quieren decir lo que está dentro de nosotros, pero sucede que ignoramos dicha palabra, no tenemos esa categoría aún. La película la fui a ver con Julieta Luna y lloramos con la elección musical (mucho Jeannette) conjugada con su siempre abierto discurso, siempre honesto porque se notaba que estaba harto de que tantos callaran. Lloré especialmente cuando, en una entrevista añeja, junto a Pancho habla del intento de visibilización que su obra representaba, porque hay muchas locas adultas que se cuidan solas y en colectivo porque ya saben, pero ¿qué hay de los niños? Como un visionario e índico, señaló algo que apenas en esta tercera década del siglo XXI se plantea: las infancias queer, las no cisgénero, no binarixs, etc. Antes de continuar debo hacer una confesión: no intento ningún mansplaining con mis palabras y sé que el que un varón cis y, hasta donde tengo entendido, hétero, como yo, opinando de temas complejos desde una comodidad identitaria puede causar por lo menos una nariz arrugada, pero no pretendo saber mucho, sólo quiero compartir lo que comprendo y lo que he creído aprender de la mano letrada de un luchador como Pedro.

En el documental de Reposi podemos ver su asistencia a un desfile del orgullo en USA, con un performance en el que marchaba con una corona de jeringas (prohibidísimas, como sabrán, allá) que le abrían la piel, haciéndolo sangrar y la leyenda «Chile returns AIDS» una traducción deliberadamente errónea de «Chile regresa el SIDA», alegando con esto que su país estaba limpio de esa enfermedad y que su introducción es otra forma de colonialismo. [adjuntar imagen]

Y, como ese, otros fuertes. Como en el que, sobre una gran imagen blanca de Latinoamérica, se pusieron él y Pancho a bailar descalzos sobre cristales, manchando con su sangre la imagen. Esto, en una sede de Derechos Humanos en Chile. También aquél en que, en un hospital que no concluyó su construcción (comenzado por Allende y abandonado tras el golpe de Estado), se cubrió de rocas y sobre ellas, se prendió fuego con ayuda de neoprene en forma de cruz.

Hay más, todos con un discurso que me parece celebrable. Es importante recordar que su etapa performática es anterior a la escritural, o, mejor dicho, a su publicación, puesto que escribía desde antes, aunque fuera en su cabeza, aunque fueran las justificaciones de los performances, como si se estuviera preparando.

ESCRITURA

«Tengo miedo torero», es una adaptación cinematográfica de la novela del mismo nombre, escrita por el autor que nos trae aquí. Se trata de una historia de amor confuso, y me atrevería a decir imposible (palabra que se usa muy laxamente desde hace tiempo) pero veamos, imposible en el sentido de no tener las condiciones propicias, a la manera que el propio Pedro se concebía, como dijo en una entrevista televisiva en algún momento:

El amor, a lo mejor, en esta vida me está negado; a lo mejor mi misión es reinventar el amor para los otros

Con este statement no sólo ejemplifica que el amor como lo tienen los heterosexuales, los socialmente bienvenidos, no puede llegar a él porque hay muchos factores sociales arraigados que se lo impedirían, sino que también se erige como estandarte. Pedro se reconocía líder, nunca ocultó que sabía, que sentía, nunca calló su denuncia porque se tentaba que tenía más huevos que la mayoría de los hombres, cis o no.

Bueno, volviendo a la película, la protagonista no tiene un nombre, ejemplificando que las locas tienen muchos apodos, pero no todas tienen un nombre, en los créditos aparece como La loca de enfrente (igual que en la novela). La película es buena, tiene corazón las actuaciones son bastante buenas en su mayoría, pero tengo un comentario rápido sobre Leonardo Ortizgris y es que su personaje de mexicano se ve bastante diluido para alguien que de verdad es mexicano, a partir de la segunda mitad se le siente mucho más natural, pero muy contenido al inicio. Este comentario viene a colación porque es un actor de gran capacidad que ha trabajado dos veces con Alonso Ruizpalacios, ganando en una de ellas el Ariel a mejor actor de reparto.

La loca de enfrente dice, cuando conoce a Carlos (Ortizgris):

A mí la realidad no me gusta, me da miedo, lo mío es la noche, el show, el teatro

Y vive encerrada en su caserón terremoteado, ajena a lo que pasa, ignorando deliberadamente el clima político de Chile bordando para las esposas de altos mandos militares. La loca de enfrente comienza a ver la realidad a la que tiene miedo cuando comienza a ayudarle a Carlos, ayudarle activamente, pues antes sólo había guardado cajas con libros prohibidos en su casa, pero al hacer un recado con alguien de la «operación», ver por primera vez el brío de la gente furiosa en la calle; hay, incluso, una escena muy surreal en la que todos los que protestaban en una calle atascada de almas, quedan tirados en el piso frente a unos militares que cierran el paso mientras ella sigue caminando y tiene que escabullirse mientras los inmóviles militares miran hacia los cuerpos amontonados. Léanlo, vean la película, no se pierdan esto.

La loca de enfrente no es alguien comprometida con la causa revolucionaria porque, al igual que Pedro, no parece tener cabida, en diferentes partes de la película lo denuncia como cuando menciona que dicen que no hay socialistas maricones y también:

Si algún día hacen una revolución que incluya a las locas, avísame, ahí voy a estar yo en 1° fila

Comentemos ahora un muy controvertido episodio, aquél en que le plantó un beso a Joan Manuel Serrat cuando acudió a la Universidad de Arte y Ciencias Sociales ARCIS en octubre del ‘94. Este evento se plasma hecho crónica en «Loco afán» y he de confesar que cuando lo leí por primera vez me pareció un acto casi admirable pero hoy tengo sentimientos encontrados.

La cosa estuvo así: Durante la ronda de preguntas y respuestas alguien cuestionó que dónde quedaban los homosexuales en sus canciones, a lo que él contestó llanamente que nunca ha tenido la necesidad de expresarse y que exigía tan solo el respeto que él otorga a quienes practican el amor y el sexo de una manera distinta a él. Pedro no había llegado cuando esta pregunta se hizo y, mientras Serrat se despedía entre una multitud de jóvenes sedientos, le alcanzó de espaldas y al voltear le dio un beso. Lemebel lo relata así:

Entonces se detuvo el tiempo y un gran silencio congeló ese instante. «Veinte años no es nada», me dijo, y mi boca se despegó de mí como un pájaro sediento que se posó en sus labios. Sólo un momento la homosexualidad lo tocó con la sed carmesí de una boca chupona. Un instante que lo llevó a su primer beso adolescente, y turbado de emoción lo sentí temblar en la tibieza de esa primera vez, cuando otra boca extraña le arrancó de cuajo su inocencia. «Veinte años no es nada», me dije, dejándolo ir llevado por la multitud que se lo tragó entre los insultos y agresiones que me gritaban los estudiantes del Arcis, por haberles roto su mito macho y cancionero.

Pedro perteneció (y lideró de cierta forma) a una comunidad siempre segregada, relegada a vivir su sexualidad en la clandestinidad, pero a nadie se excusa el introducirse en la de otro cuando éste no la permite. Él era alguien altamente estratégico, como he mencionado ya, pero en este caso me parece que le ganó la naturaleza; a pesar de ser un acto valiente, no fue afortunado, pero… tampoco condenable y yo lo sigo aplaudiendo con las manos, pero sabiendo que estoy haciendo la vista gorda con algo que hoy entiendo (y por fortuna muchos más) que es incorrecto.

Así como estratega, fue político, en el manifiesto que mencioné antes, «Hablo por mi diferencia», critica duramente la hipocresía de los supuestos progresistas:

[…]
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
[…]

¿MÁRTIR? LÍDER

No fue alguien que usara la otredad en la que se encontró toda la vida como excusa para exagerarse e histrionizarse de manera que llame la atención fársicamente, sino que muy concienzudamente analizó desde ese «afuera» que era su naturaleza el «adentro» en el que vivió.

Gracias a ello tuvo comprensión plena de su papel como agente de una lucha inicial, de la que no vería victoria.

Cambié mucho, creí que alguien me iba a amar y me hice viejo y nadie me amó.

Yo te amo, Pedro. Si sirve de algo, yo te amo, Pedro. Si sirven unas palabras a un revolucionario muerto, a través de un artículo, yo te amo. Amo tu frenesí calculado y tu imparable lucha, tu silencio con esa mirada que dejaba ver que maquinabas algo todo el tiempo y amo que hiciste lo que pudiste para que otrxs amaran. Después de este desahogo, lectores, sepan que también amo la estética de su apellido escrito en letras mayúsculas: LEMEBEL.

El documental de que hablé (no se queden sin velo) fue lo que me hizo tomar la decisión de escribir sobre él, era el último día para entregar un borrador y no tenía ningún tema y verlo hablar de sus padres, principalmente de su madre, de su problema con el alcohol y de las cosas por las que luchaba con un agradable fondo de Jeanette, me rescató. Cuando salimos del cine, Julieta me comentó cuán ligado estaría de ahora en adelante cuando escuchara a Jeanette, pienso lo mismo y, aún cuando no fue prominentemente un escritor de poesía, su prosa tiene unos recursos fantásticos que hacen volar la imaginación por la exquisitez contrastada por la marginalidad de sus personajes, visibles por primera vez para muchos lectores. Claro que tuviste un corazón de poeta y claro que fuiste rebelde porque el mundo te hizo así.

Alejandro Zaga

Alejandro Zaga

Director Jurídico

Nacido en 1995 en Distrito Federal (hoy CDMX). Estudió teatro y la licenciatura de Estudios Latinoamericanos, en la UNAM. Ambas truncas. Permanente estudiante/escrutiñador de la comedia, pues la risa es la prioridad. La ironía lo llevó a inscribirse en Derecho, también en la UNAM.

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