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Imagen: Caro Poe

Lúth L. L. H.

“El sueño posee una maravillosa poesía, una exacta facultad alegórica, un humorismo incomparable y una deliciosa ironía”.

― Sigmund Freud

Estábamos en el trabajo cuando Daniela decidió que debería platicarme un poco sobre sus inquietudes a pesar de lo poco que nos conocíamos. El ambiente con los jefes era osco y, para aminorar tales condiciones estresantes, intentábamos llevarnos bien. Dani suspiraba y me veía, esperando a que yo prestara atención a lo que estaba a punto de contarme. Es verdad que la gente suele acercarse a mí para buscar consejos, sinceramente no entiendo el motivo y, aunque yo misma no me sentía muy receptiva, la escuché; después de todo, no teníamos clientes y estaba lloviendo afuera así que no podía simplemente dejarla sufrir en silencio e ignorarla.

Daniela estaba inquieta, su mirada se notaba triste y hablaba de su bebé que la esperaba en casa, lamentaba la situación sentimental con su marido que parecía que ya no estaba funcionando, ella era bastante joven y a veces su corazón la traicionaba. De día, lejos de él, lo extrañaba, pero de noche, cerca suyo, lo odiaba. No había paz para ella y su fuerza, que apenas le daba para trabajar, provenía de su hijo. Me decía que sus sueños eran un lugar poco seguro, una tortura mental que le repicoteaba la mente recordándole cada uno de sus errores y de esos problemas a los que tenía que enfrentarse cuando despertara.

Pero había un sueño en particular que no era igual a todos esos, era un sueño que al principio le daba miedo y, sin embargo, después traía un poco de paz. En este sueño Daniela llegaba su casa, entraba a su habitación por algunas cosas y entonces veía que algo movía la cortina de la ventana que daba al patio frontal, y caminaba para ver lo que era. Sentía cómo unos susurros se acercaban poco a poco a ella desde su espalda, casi inaudibles, y se acercaban a sus oídos. Primero, al izquierdo, luego al derecho cada vez con más fuerza, y su corazón se aceleraba, sus piernas temblaban, pero ella no podía moverse, entraba un viento quién sabe de dónde y todo se veía gris, algo rasguñaba el techo y se movía de un lado a otro mientras la ventana retumbaba débilmente y la cortina se movía con parsimonia bailando de tal modo que apaciguaba sus nervios. De pronto, todo volvía a su color y poco a poco, detrás de la cortina, se asomaba una pluma colorida en la que se notaban unas motitas como salpicadas de pintura amarronada. A lo lejos oía grillos cantando y una canción melodiosa cantada a coro por varias voces; le recordaban a un funeral o a música gregoriana. Y sin más, despertaba a tiempo antes de que el bebé empezara a llorar. Un poco desesperada por recordar la canción, se acercaba a la ventana, pero no había nada.

No sabe desde cuándo exactamente comenzó a tener ese sueño de manera frecuente, pero volvía siempre a sus anhelos cuando miraba al hombre que se tornaba cada vez más extraño, al que ella había unido su vida y de quien ahora arrullaba un niño, deseaba ese sueño cuando le dolía la incertidumbre de sus sentimientos para consigo misma, de las derrotas en cada intento de arreglar las cosas, el miedo de querer amar a alguien que no fuera su casi ex esposo, el miedo de no tener dinero suficiente para mantener sola a su hijo o de vivir su adolescencia con un bebé en brazos. Le llegaban las ganas de esconderse detrás de la cortina y sentirse ligera como esa pluma, colorida, danzante, al ritmo de la canción que no podía recordar, pero sentía la necesidad de volverlo a soñar.

Daniela lloró un poco, pero entonces los clientes llegaron y tuvimos trabajo en gran parte de la tarde. Después tuve que hacer pedidos y cuentas para cuando llegara el jefe, lo que me impidió consolarla, aunque fuera en lo más mínimo, pero al día siguiente volvió a mencionarme el tema y pude facilitarle algunos consejos. Nada le importaba más que contarme de nuevo sobre su sueño que volvió a ella esa noche, con un ligero cambio: esta vez los rasguños venían acompañados de gritos agónicos de algún animal y los aullidos de un perro, los susurros eran más tenebrosos y había algunas plumas tiradas en toda la habitación, la canción era más fuerte y, cuando despertó, el bebé la veía fijamente, sentado junto a ella jugando con sus cabellos y sonriendo, tranquilo como nunca lo había visto.

Los días pasaban y poco a poco el sueño se fue volviendo nuestra charla habitual. En cada oportunidad buscábamos alguna explicación al sueño, yo lo hacía por mero entretenimiento, pero para mi compañera todo esto era un acertijo que, de ser resuelto, mostraría las soluciones a sus problemas. Yo permitía que me hablara solo del sueño, alimenté con entusiasmo cada una de las teorías que pasaban por su cabeza, pensando que era un buen distractor para tanto mal que le rodeaba o una forma suya de hacer introspección.

Los sueños tenían siempre una variante: a veces escuchaba gritos; otras, risas de su bebé. Y cada día, cuando despertaba, el bebé hacía cosas diferentes: jugar con su propia sombra, gatear y gruñir, rasguñar o lamer sus bracitos, y empezó a tenerles miedo a las aves. Este hecho la hacía pensar que su hijo podía sentir la paz que su madre en los sueños y por eso debía concentrarse en ellos. Empecé a preocuparme.

Un día, ella había pedido un permiso para llegar dos horas tarde a trabajar, pero cuando yo llegué vi el auto de su esposo justo enfrente del local y Daniela no estaba con él. Su marido quería hablar conmigo, pedirme ayuda, yo no quería ponerme de consejera matrimonial, pero la insistencia me cansó. Me dijo que sabía que Daniela estaba platicando conmigo sobre sus sueños y que la situación familiar no pintaba bien, pero que lo que quería pedirme no era por eso, sino por ella, él trabajaba en el día y llegaba muy tarde a casa. Por lo tanto, ella pasaba más tiempo con su hijo, quien estaba muy pocas horas en la guardería. Había investigado de todo para descartar el maltrato al pequeño y ahora era su abuela quien cuidaba de él, a salvo de cualquier incidente que los hiciera dudar de que su hijo estaba en buenas manos, pues el niño se veía completamente alegre en casa de su abuela. No obstante, cuando lo regresaban a casa, el bebé tenía miedos y actitudes poco normales, tendía a mirar por ventana por horas sin moverse, casi parecía muerto y solía llorar noches enteras. Daniela dormía más de lo habitual y no parecía darle importancia al extraño comportamiento del niño. Su esposo hasta pensó que su mujer estaba consumiendo drogas, pero ahora su miedo se inclinaba por delirios o alguna enfermedad que hacía que ella evitara enfrentar estos comportamientos o los problemas de pareja. Sin embargo, ella lo negaba todo, no había forma humana de convencerla a asistir a un médico.

Su esposo me dijo que la noche previa a esta visita, mi compañera se había levantado en mitad de la noche y se había detenido frente a la ventana, moviendo la cortina, emitiendo sonidos guturales. Después, la arrancó y se quedó mirando el patio a través de la ventana, justo a la par de su bebé que se reía y trepaba de manera sobrenatural la espalda de su madre, entonces, ella se desvaneció casi al punto de caer, pero el llanto del bebé la hizo volver en sí, despertó solo con un pendiente: llevar al bebé con el doctor, razón por la cual él aprovechó para venir a pedirme que la convenciera de salir alguna vez, para que se despejara y olvidara sus pesadillas y así lo hice.

Al día siguiente me invitó a su casa para ver una película y acepté. Salimos a comprar botana, pero cuando regresamos la vi concentrada a cada momento en la ventana, me decía que había visto algo como un gato correteando a un ave colorida. Pensé entonces que era una sugestión alarmante e intenté convencerla de ir con un especialista, pero se negaba rotundamente, al punto de casi correrme del lugar. Pasaron semanas en las que ella pareció volver a la normalidad, incluso su relación de pareja había mejorado. No así las cosas en el trabajo, los jefes administraban muy mal los negocios y, al ser nosotras las que hacíamos prácticamente todo, sabíamos que estábamos al borde de la quiebra. Ella ya estaba considerando trabajos de medio tiempo para poder cuidar a su bebé y ya tenía varias opciones muy viables, yo tenía mi otro trabajo en la prensa local. Cuando veíamos cómo se derrumbaba el negocio, sabíamos que íbamos a ser despedidas. Incluso adivinamos el día que sucedió.

Al pasar de los meses, el negocio quebró totalmente y de vez en cuando recordaba a Daniela y su inusual forma de catarsis onírica. Con el tiempo se había convertido en otra anécdota extraña, hasta que un día me pidieron investigar datos para una nota: una mujer joven con aparentes problemas mentales había extraviado a su hijo y días más tarde desapareció, todo cerca de una antigua hacienda, justo en la zona donde vivíamos. Pensé instantáneamente en Daniela, en que ella podía darme detalles tal vez, pues era amiga de casi todo el pueblo. Cuando me preparaba para ir, sentí un escalofrío terrible, un malestar que no sé describir, mas al estar cerca encontré a su esposo, que sin siquiera esperar a que nos saludáramos me contó todo:

Daniela había estado trabajando en un restaurante. Todo estaba bien, el bebé no había mostrado ninguna enfermedad de ningún tipo, la única manera de tenerlo tranquilo era dejándolo mirar la ventana, pero antes de que el único local sobreviviente a la quiebra cerrara la jefa les había regalado una cortina hermosa que le daba una paz enorme a Dani y a su hijo y, además, tenía un tamaño tan exacto que solo le quedaba a la ventana que daba al patio frontal. La veían bailar lentamente por el viento y todo estaba tranquilo, ambos dormían y despertaban alegres, pero dos días atrás algo había cambiado. La madrugada había sido especialmente acalorada y dejaron la ventana abierta. Entonces se escuchaban rasguños en el techo y el viento aullaba de tal modo que parecía susurrar y, a veces, con la fricción de las ramas de los árboles, hasta podían parecer gritos lejanos y aterradores. Él se levantó para cerrar la ventana, pero vio algo que lo dejó paralizado: Había plumas coloridas tiradas por toda la casa y cuando alzó la cara pudo ver, al pie de la ventana, un enorme gato negro sentado como un humano y a su hijo en el regazo de animal, dormido, mientras el enorme gato le arrancaba la cabeza con ambas patas a una colorida ave, todo con movimientos completamente inusuales, como si de una persona se tratara. El gato alzó la mirada y le horrorizaron sus enormes ojos, unos ojos cafés y una sonrisa que un gato nunca podría hacer, la postura erguida del gato y los ojos, los malditos ojos, eran los ojos de Daniela. Cuando intentó acercarse para recuperar a su hijo, el espantoso animal arrancaba con su boca un ala del ave muerta y dejaba escapar una pluma, que bajaba bailando lentamente mientras esta extraña bestia huía con el bebé en brazos. El hombre perdió conciencia después de eso.

Me juró que todo esto era real, que sabía que estaba perdiendo la cabeza, pero que a la mañana siguiente Daniela estaba en la cama tan tranquila como nunca. Buscó al bebé como si de un juego se tratara, se subieron al carro para hacer un reporte por la desaparición del niño, buscaba cómo explicarlo de forma lógica, que algún extraño loco, disfrazado, había irrumpido en la casa para llevarse a su hijo. Y pensaba más y más cosas, pero, en algún momento en una discusión que nació por la seriedad que no había en ella, Daniela sonrió con un gesto tan robótico y forzado que le dio miedo, que le hizo revivir esa noche de pesadilla y hacerlo dudar de todo. Y fue ahí cuando Daniela abrió la puerta del auto, volvió la mirada a su marido y sonrió de nuevo, mostrando unos asombrosos colmillos entre los que se veían restos de plumas coloridas y manchas amarronadas. Luego, como si algo la hubiera asustado, corrió con una velocidad increíble, parecía que sus articulaciones fueran de cartón. Ese día dio detalles de la desaparición del niño, pero los vecinos lograron ver a Daniela paseando y trabajando como de costumbre, como si nada pasara. Sin embargo, tampoco volvió a casa.

Cuando escuché esta historia, estaba completamente confundida, quería pensar que era una estúpida broma muy bien elaborada. Incluso pensé que el tipo estaba drogado, pero no podía llegar con esa nota al trabajo, no me atrevería a hacer ninguna nota sobre Daniela y su esposo o su hijo, no iba a escribir una noticia sobre la desaparición de una ex compañera ni sobre los delirios contagiosos de sus sueños. No podía ni siquiera digerir todo esto, así que volví a las oficinas explicando que la mujer desaparecida había sido mi compañera y que no podía manejar tal información, que no sabía más que eso, que la buscaban junto con el bebé.

Poco tiempo pasó para que le dieran la nota a otro compañero, quien parecía estar muy interesado en el caso y más tarde me mostraría el titular del día: Se cierra investigación: el esposo era el culpable de la desaparición de su joven esposa y su hijo. Y el cuerpo añadía: «Ella era un gato negro que se llevó a nuestro hijo», gritaba el hombre al ser acusado como culpable, se estima que esta pareja tenía severos problemas maritales, lo que llevó al hombre a tomar medidas extremas e intentar llevar a su familia lejos de todo, se rehúsa a revelar el paradero de cualquiera de los dos desaparecidos bajo una historia sobrenatural, el hombre está siendo evaluado por un psiquiatra.

Me había quedado en shock. No supe cómo fue que llegué a casa, ni el momento en el que me quedé dormida, hasta que el timbre me despertó. Había llegado un paquete, yo no había encargado nada, aunque al ver el nombre del remitente, no dudé en aceptarlo. Era de la señora Paz, la ex jefa del local donde trabajaba con Dani. La tarjeta decía: Gracias por este tiempo de trabajo, es una lástima que no hayan podido salvar el negocio, una verdadera lástima.

Al fondo de la caja, había una tela muy fina al tacto, suave, era una tela hermosa y podría jurar que hasta valiosa. Cuando la desdoblé, me sentí petrificada: era una cortina larga, casi perfecta, de no ser porque en los bordes tenía algunas manchas amarronadas y putrefactas, también tenía pequeñas pelusas adheridas a ellas, como plumas de muchos colores.

Lúth L. L. H.

Lúth L. L. H.

Autora

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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