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Ilustración: Arturo Cervantes

Emiliano Trujillo González

Para llegar al cuento de Lezama Lima

Para llegar a José Lezama Lima siempre parece existir un tipo de obstáculo, un mito de dificultad que crea una distancia entre el lector y la obra del escritor cubano. Tal vez se trate de su lenguaje cargado, de su barroquismo recalcitrante; tal vez su complejidad lingüística o su vasto conocimiento cultural nos lo aíslan, nos lo alejan. Uno entonces, ante el deseo de acceder a su obra, se pregunta por dónde empezar. Muchos de los académicos especializados en Lezama Lima tratan de dar una respuesta; al hacerlo apuntan que, dado que la obra del habanero puede leerse como un todo coherente, como una obra total que gira alrededor de un mismo centro, no importa realmente el sendero elegido para comenzar a andar. Algunos de esos estudiosos (como José Ángel Valente) incluso hablan de la obra de Lezama como una suma de fragmentos en busca de su imán unificador. Definir a José Lezama Lima y a la suma de sus textos a través de una imagen o una figura constituye, si uno echa un breve y superficial vistazo a la crítica, una constante. Se asoman por ahí la imagen del pulpo, con su profundo conocimiento y su capacidad para sumirse a las oscuras profundidades con todo y sus presas; la de la paciente araña que teje expandiendo un centro unificador; y la ya mencionada imagen del atrayente imán. Todas estas imágenes y figuras son igualmente válidas, pienso, para darle una lectura al relato que ahora nos compete: Juego de las decapitaciones. Tenerlas en mente puede clarificar una literatura que se pretende oscura pero no lo es tanto. A ese conjunto de imágenes se le puede agregar una más: la del mago, que como se verá es una figura clave para el acercamiento al texto mencionado y a Lezama Lima mismo.

Asimismo, no se puede perder de vista que Juego de las decapitaciones es un cuento, un relato breve. A José Lezama Lima se le conoce más por sus ensayos iluminadores (como La expresión americana); sus abismales novelas (Paradiso, Oppiano Licario); y su irradiante poesía (Dador, Fragmentos a su imán). Sus cuentos, por el contrario, son comúnmente olvidados y marginados, en ocasiones hasta por su propio autor*. Cabe preguntarse, entonces, si el cuento Juego de las decapitaciones puede ser leído como un fragmento en busca de su imán, incluso cuando el autor no hizo gran cosa por incorporarlo a su obra completa. No es mi intención responder a esa interrogante, pero sí quería apuntar la situación un tanto marginal que tiene este género en la escritura de Lezama. Su ejecución, por cierto, altera o ignora algunos elementos que nos parecen más afines al género del cuento. El relato de Lezama, por ejemplo, parece olvidarse de la trama para dar cabida a la creación de imágenes que nos acercan más a la impresión de estar frente a un poema que frente a un cuento.

El mago Lezama desencadena la imagen

La historia es en apariencia sencilla: un mago, llamado Wang Lung, se fuga con la Emperatriz del imperio chino; el Emperador enfurece y los persigue. Los fugitivos, en su huida, traban amistad con un pretendiente al trono, a quien llaman El Real; sin embargo, el Emperador logra darles caza y los encierra. El Real, en sus avanzadas militares rumbo a la ciudad imperial, logra liberar tanto al Mago como a la Emperatriz, quienes mueren bajo extrañas circunstancias en el campamento del pretendiente al trono. El Emperador sucumbe ante los cadáveres de la pareja fugitiva, se adentra en la locura y muere; El Real toma entonces el poder y lo retiene durante cincuenta años, cuando finalmente fallece.

El verdadero acontecimiento del relato está, sin embargo, no en la historia (ni muchísimo menos en la anécdota), sino en la forma en la que la historia se desenvuelve a los ojos del lector. Cuando la pareja formada por el Mago y la Emperatriz huyen, por ejemplo, ocurre que el narrador (tal vez Lezama Lima), que se disponía a narrarnos una fuga, parece embelesarse con el paisaje que se despliega a sus ojos. Abundan entonces las descripciones físicas y naturales del entorno, la historia parece suspenderse, rendirse frente a lo sublime del paisaje natural que encubre una aldea china. En particular, ese embeleso parece ocurrirle al Mago, o al menos el narrador de ese pasaje nos hace saber que ese impacto frente a la imagen está siendo narrado desde la perspectiva del Mago. Un fragmento del cuento lo ilustra así:

Cuando el viento arreciaba y el farol chocaba con la pared, volvían a parecer pájaros que al volar se golpeasen el pecho con la medalla de las ánimas del purgatorio. Al divisar las luces, los fuegos fragmentados, Wang Lung se sintió apuñalado por deseos disímiles, sucesivos, de diversos tamaños. Las luces lo tentaban de lejos y se mostraban en innumerables rostros, en aclamaciones de fuego trastocado.

La creación de imágenes en ese pasaje sorprende al lector porque parecen, en un primer momento, imágenes un tanto fortuitas, que irrumpen en el relato obedeciendo más a una razón poética que argumentativa. Esa irrupción, como decía, recuerda más al hallazgo de imágenes en un poema, al sentimiento creador del poeta que se asombra frente al paisaje. La plasticidad de las imágenes, su movimiento y su belleza estética acaparan la atención no sólo del mago al interior del relato, sino también la del lector, que se deja seducir por una narración poética que sin embargo parece no aportar mucho en términos argumentativos. Wang Lung es atraído por esas imágenes a tal grado que abandona el trineo con el que huía para perderse en ellas. El lector parece accionar de una manera similar, pues abandona la huida, que parecía ser esencial para el relato; se sustrae de la historia para adentrarse en la belleza de las imágenes. Pasajes y momentos como los referidos abundan en el relato Juego de las decapitaciones. La narración se desenvuelve no tanto en función de la historia como en función del deslumbre poético, en la capacidad creadora del lenguaje.

Se puede trazar, como vimos, un símil entre el lector y el mago por medio del pasaje antes referido. Existe otro símil interesante: entre el escritor José Lezama Lima y el Mago. El paralelismo se nota no sólo por el mutuo deslumbramiento de los paisajes y de la naturaleza, sino a través de la pasión creadora, del deseo irrefrenable de asombrar: por medio de la escritura uno; usando la magia, el otro. Escritura y magia parecen encarnar pues dos manifestaciones distintas de un mismo fenómeno estético: el deslumbramiento del público por el talento mostrado en giros y artefactos (da igual si son lingüísticos o mágicos). Siguiendo este símil, surge una interrogante que conviene contextualizar: ya se dijo que el cubano guardaba una actitud distante con su breve obra cuentística, rozando incluso el rechazo. Para el mago Wang Lung, el juego de la decapitación es uno de sus actos de magia más vulgares, que menos le agradan; él prefiere otros actos, otros artificios de mayores riesgos y piruetas. Podríamos, pues, ¿pensar lo mismo del mago Lezama Lima? ¿Consideraba el escritor cubano al acto del cuento como el más vulgar de su vasto repertorio de innovaciones estilísticas y piruetas lingüísticas? Es probable, dado que las restricciones genéricas del cuento limitaban el desborde del lenguaje lezamiano, un poco como esa escena de Juego de las decapitaciones en las que Wang Lung está encerrado en prisión. Vemos pues que el Mago sí puede ser pensado como una suerte de Lezama (o viceversa), en el que su principal labor es deleitarnos con el arte de la magia, de la ficción. Si cuenta una historia o no en ese trayecto, no es lo esencial.

La magia-ficción como un juego de la decapitación

Borges postula en su ensayo El arte narrativo y la magia la idea de la autonomía de la ficción frente a la realidad. Propone, asimismo, que el denominado mundo real se rige por un orden casual y el de la ficción por un orden causal, en el que, al interior de los relatos, se construye “un juego preciso de vigilancias, ecos y afinidades”, como una suerte de magia donde los pormenores, los símbolos son los que profetizan el desarrollo ulterior de los relatos. En Juego de las decapitaciones, aparece ese juego de ecos y afinidades en lo que lo real y lo irreal (al interior del relato) parecen espejearse y confundirse; un juego en el que las correspondencias entre la simulación de la magia y la realidad ulterior encuentran su paroxismo en el momento en el que Wang Lung decapita a la Emperatriz, luego de sucesivos momentos previos en los que el Mago simuló, a través de un espejo, tal decapitación. Ese acto de magia-ficción, repetido en varias ocasiones en el relato de Lezama, termina por profetizar el acto real de la decapitación de la Emperatriz. Es decir, lo irreal, lo mágico, nos conduce finalmente a la realidad. No intento decir que el propósito del mago Lezama fue el de tejer un relato para comunicarnos la idea de la capacidad de la magia-ficción para profetizar la realidad, pero sí constatar que ese tema es una de las tensiones constantes que recorren todo el cuento.

El final del cuento también ilustra (también es imagen) lo dicho anteriormente. El final es un gesto irónico, una fina mueca de Lezama que contrapone a su final épico y solemne, a la muerte del Emperador El Real, la magia sucesiva de los múltiples actos de magia que se presentan para llenar el vacío de espectáculo dejado por la ausencia de Wang Lung y de El Real mismo. ¿Nos está diciendo Lezama que aunque lo real muera (no perdamos de vista que El Real muere al final del cuento) la magia y su artificio espectacular continua? Así lo dejan entrever las últimas líneas del relato, donde una vez más lo imposible maravilloso irrumpe en la historia para deleite del espectador-lector.

*El ensayo de Eugenio Suárez-Galbán Guerra, Una obra ignorada: los cuentos de Lezama, recorre el misterio de esa marginación y nos brinda algunas pistas para descifrarlo.

Emiliano Trujillo

Emiliano Trujillo

Autor

Aficionado a la brevedad, imagino cuentos; a veces, incluso, los escribo
Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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