René Solis Nevarez
(…) Aquél de vosotros que esté sin pecado, que lance la primera piedra (…) Ellos, al oír esto, se fueron uno tras otro. (…) Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús replicó: «Tampoco yo te condeno».
El sonido de un hacha al magullar un cráneo, el sudor en la frente tras exhaustivos días de fiebre, delirios, interrogatorios, el sabor a culpa arraigado en la conciencia y el perdón otorgado por una prostituta conforman una melodía precisa y severa, Crimen y castigo. Raskolnikof, personaje de la obra, hijo del sufrimiento y el dolor, se sumergió en un laberinto creado por el vicio de la razón cuyo único premio era convertirse en un «hombre extraordinario». Esta obra vio la luz en 1865 bajo el yugo del realismo ruso donde consagraron y enaltecieron el nombre de la madre Rusia escritores como Gógol, Tolstoi y Dostoievski.
Las ideas que signaron el rumbo de la conducta de Raskolnikof brotaron prominentes ante su agotada realidad. Para él existieron dos tipos de hombres: «ordinarios» y «extraordinarios». Los primeros deben vivir en la obediencia y no tienen derecho a transgredir las leyes, mientras que los segundos tienen derecho a cometer todos los crímenes y violar cualquier ley, precisamente porque son «hombres extraordinarios» (Dostoievski, 1982). Ante este pensamiento, Raskolnikof buscó dentro de sí mismo una motivación para saberse genio, una motivación que lo guiara a realizar proezas dignas de un hombre extraordinario. Sí y la encontró. ¿Dónde? Entonces me convencí […] de que el poder pertenece a quien se atreve a bajarse por obtenerlo. Basta con atreverse, eso es todo. El atrevimiento y la convicción por superar su conciencia lo llevaron a su musa inspiradora, Napoleón Bonaparte, el héroe de guerra, el personaje histórico que sobrepasó naciones enteras por un bien común, la conquista y unificación de Europa. Su grandeza es total. Fue enteramente perfecto y en esa perfección hallamos la explicación de su divinidad. Los hombres que estuvieron cerca de él fueron dominados y fascinados por su sagacidad (Dostoievski, 1980) Él pasó por encima de cualquier cadáver, charco de sangre, e incluso de su conciencia con el fin de realizar las hazañas que le convirtieron en un «hombre extraordinario», un Hombre-Dios (Milevcic, 2018). Este término surgió de la necesidad de creer en un ser superior tras la negación de Dios, lo cual llevó a los realistas a conceptualizar la idea de un hombre por encima del ser común, un ser capaz de cualquier cosa que no tuviera la necesidad de rendir cuentas a ningún tipo de moral o, incluso, ni a su conciencia. La modernidad fue la época perfecta para que este ser apareciera. Una severa crisis de fe era el marco ideal para este vocablo, pues «el hombre asumió el papel de Dios en el universo y la promesa de una nueva humanidad» (Beltrán, 2005); un advenimiento profético era inminente. La figura de Napoleón causó el estrépito necesario para tomarlo como su profeta esperado, la imagen del Hombre-Dios.
Entonces, eliminar a un piojo para compararse con Bonaparte no resultó tan descabellado, pues una usurera vieja no era más que la escoria de la sociedad y tarde o temprano moriría, por lo tanto debió ajusticiarle con su propia mano así como lo haría su musa. El plan maquiavélico llevado a cabo por el azar e instinto más que por sus maquinaciones dio como resultado un doble homicidio, Aliona, quien era su objetivo, y Lizaveta Ivanovna, la testigo del crimen que pagó con su vida. (…) era como si alguien lo hubiese tomado de la mano y lo hubiera obligado a seguirlo irrevocablemente, ciegamente, con una fuerza sobrenatural, y sin que él pudiera oponer la menor objeción (Dostoievski, 1982). Asesinó como si tuviera un eclipse del juicio*.
Tres personajes, joyas, un hacha, la desconfianza y adrenalina en su máximo esplendor fueron la escena fortuita para un crimen casi perfecto. Sin embargo, faltó algo, pues la obstinación de nuestro protagonista por cambiar su destino decayó en un momento imprescindible. Esto condenó a nuestro personaje volviéndolo esclavo de su voluntad. Pero, ¿cuál voluntad? Menciona Nietzsche: La «voluntad no libre» es mitología: en la vida real no hay más que voluntad fuerte y voluntad débil (Nietzsche, 2009). La gesta de Raskolnikof fue premeditada, era su destino. Sin embargo, su objetivo no se cumplió. ¿O sí? La meta de ser un hombre fuera del redil, un pastor, no parte del rebaño guiado por un ser con una voluntad fuerte que rayase en la esencia del Hombre-Dios no estaba a su alcance. Las voluntades débiles y fuertes se convirtieron en un hito en el relato de nuestro actor, pues no fue capaz de sostener el peso del crimen en su débil conciencia, cosa que lo aisló paulatinamente en un agujero profundo donde no vislumbraba salida alguna.
A fin de cuentas, las acciones sólo fueron resultado de los pensamientos de cada personaje. La causa y el efecto se hacen presentes, pues los crímenes de la usurera tuvieron su consecuencia. Su castigo fue necesario y ¿cuál fue éste? su muerte. Comprendí de pronto (…) que nadie había osado tomar simplemente a ese monstruo por la cola y arrojarlo al demonio. ¡Yo, yo lo haría! (Dostoievski, 1982). La decisión la tomó creyéndose capaz; no fue así. El verdugo no salió liberado de su ejecución, mucho menos de su conciencia, pues, cometió un crimen atroz, no contra la vieja, sino contra sí mismo. Se probaba, veía si era capaz de soportar el peso de un asesinato. Quería tener la sagacidad de sortearse la moral impuesta por su mundo, intentando escribir la del hombre extraordinario. Una moral que, más allá del bien y del mal, forjara la actitud de toda la humanidad, que produjera en una persona la capacidad de ser juez y ejecutor a la vez, la capacidad del Hombre-Dios. Pero no pudo con el peso de su conciencia, su razón lo castigó desatando en él un infierno que consumió sus ideales por completo.
Sonia, hija de un ebrio crónico y de la miseria, persistió en un mundo donde su vida no valía más que unos cuántos rublos y el placer de algunos hombres. Una actitud maternal hacia sus hermanos, templanza para tomar decisiones y una voluntad de hierro para ayudar a sus seres amados fueron las características de esta joven que influyó no sólo en la mente de Raskolnikof sino también en sus acciones. A pesar de su desventurada vida se mostró siempre positiva y piadosa. Al ver la situación de su familia sin un centavo se inmoló para llevar a casa un poco de pan, a pesar de que eso le haya costado vivir cual dama de las camelias.
Dostoievski une en un mismo cuadro a ambos personajes, a ambas culpas: La vela se estaba consumiendo, alumbrando vagamente en aquella mísera habitación al asesino y a la prostituta que habían estado leyendo juntos el libro eterno (Dostoievski, 1982) Raskolnikof, asesino de una vieja usurera; y Sonia, una prostituta. La escoria de la sociedad unida en una misma habitación. ¿Qué los unía, la culpa, la miseria? No, algo más que eso. Su unión, más allá de ser un crimen, fue un objeto, el libro eterno.
Sonia adentró a Raskolnikof al Nuevo Testamento, le mostró su redención, la redención del Dios cristiano. En toda la novela se expone un halo de moral cristiana y no era para menos, la Rusia salvaje tiene un contraste, su piedad religiosa. Ese libro santo da consolación a esta febril unión. Entonces Jesús dijo: «¡Lázaro, sal afuera!» Y el muerto salió de la tumba con las manos y pies envueltos con vendas de entierro y la cabeza enrollada en un lienzo (Dostoievski, 1982), cita leída por el asesino y la prostituta que les marcó para definir el rumbo de la historia ya no de uno ni de otro, sino de ambos, unidos por la pasión de un mismo credo.
Como Lázaro, Raskolnikof resucitó cegado y atado de manos, no física, sino espiritualmente, por la pesadez de sus escrúpulos. Al confesarse con Sonia experimentó el mismo sufrimiento y gozo de ella. Gracias a ello, estaba dispuesto a proclamarse autor del crimen ante la justicia. La culpa compartida pesaba menos, y la verdad proclamada al viento: ¡Soy un asesino! (Dostoievski, 1982) comenzaba a purificar su mente (Beltrán, 2005). La verdad reside en el dolor y el corazón del hombre sólo puede medirse por su capacidad para el dolor. Esto, para ambos personajes, fue clave para entenderse mutuamente. La verdad de cada uno mostró lo que sus corazones tenían, el amor del uno por el otro.
Este amor semejante al que Jesús tenía por Lázaro y por toda la humanidad, según la religión cristiana, era el que vivía en Sonia. Lázaro es perdonado de la muerte, Raskolnikof de su crimen, todo por una persona que se inmoló por el bien de los otros, Jesús por sus amigos, Sonia por su familia y por él. Sin embargo, ¿se puede poner en el mismo nivel a un asesino con una mujer que se ha ofrecido por su familia? A la prostituta ya se le ha perdonado desde hace veinte siglos por el Dios cristiano, pero al asesino no.
Quizá lo que los unió no sólo fue la sensación de un Lázaro en un libro santo, sino la desgracia mutua. Un resucitado expresó en esta relación lo sagrado de la vida. Sonia se sacrificó por ambos. Gracias a ella Raskolnikof vio el final y el inicio de su vida. Una cruz y una declaración de amor fueron su único amuleto: Te seguiré a donde vayas (Dostoievski, 1982). La aceptación de Sonia lo perfeccionó. Venció el peso de su conciencia viviendo en la cárcel de Siberia. La atadura que le impedía caminar se esfumó, ahora ya no estaba cegado por ninguna venda.
La prostituta fue el talante para que Raskolnikof cumpliera su objetivo: convertirse en un hombre extraordinario. Probablemente no a la imagen y semejanza de Napoleón, pero, sí a los ojos piadosos de Sonia. La resurrección de Lázaro ya fue contada, y con ella la resurrección del nuevo Raskolnikof. Siberia y Sonia fueron para él lo que Jesús para Lázaro, una nueva fuente de vida. En el asesino y la prostituta existió una misma culpa, pero no un mismo castigo.
Bibliografía
Beltrán, L. (2005) El pensamiento de Dostoievski.
Dostoievski, F. (1982) Crimen y Castigo. (8va edición). Porrúa.
Dostoiewski, F. Tolstoy, L. (1980). Los clásicos. (15va edición). Cumbre, S.A.
Milevcic, N. (2018). Segunda Jornada Nacional de Estudios Eslavos. La idea: un absoluto en la obra Dostoievski. Sociedad argentina Dostoievski.
Nietzsche, F. (2009). Más allá del bien y del mal. Casa Editorial Boek México.
Slonim, M. (2014) La literatura rusa. (3ra reimpresión). Fondo de Cultura Económica.
*Término acuñado por Nadia Milevcic en la idea: un absoluto en la obra de Dostoievski al referirse a que el acto lo cometió como si fuese privado de su voluntad y llevado por una fuerza sobrenatural a cometer el crimen.
René Solis Nevarez
Autor
Deivy
Ilustrador
Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.