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Imagen: Caro Poe

Paulo A. Cañón y Alejandro Zaga

No lo juzgues. Solo escríbelo. No lo juzgues. No es tu trabajo juzgarlo.

Philip Roth

—Hola, soy Troy McClure, quizá me recuerden por artículos como: «Ciencismo: un pensamiento unificador entre arte y ciencia» o «Lecciones después de leer 50 libros en un año»

—Señor McClure, quiero saber por qué en foros pretenciosos de literatura dicen que Philip Roth es insoportable, pero no quiero leerlo.

—Hey, Jimmy, es algo osado declarar eso… todo comienza en 1959 con un la publicación de una novela corta y cinco cuentos en un libro llamado Goodbye, Columbus qué no sólo le valió acusaciones de antisemitismo, sino también el prestigioso National Book Award al año siguiente… De ahí en adelante, el escritor se convirtió en una de las voces más reconocidas de su generación, publicando novelas increíbles como: Pastoral Americana (Premio Pulitzer de Ficción, 1998), El teatro de Sabbath (National Book Award, 1995), Operación Shylock (Premio PEN/Faulkner de Ficción, 1994), entre otras.

— Pero, señor McClure, ¿eso qué tiene que ver con que le dijeran obsceno?

—Bueno, Jimmy, todo tiene que ver con los temas que abordaba en sus libros, donde el erotismo, el placer y las escenas extrañas eran parte del paisaje cotidiano, tan comunes como ser deportado por hablar español en cierto país norteamericano.

Qué bueno que no soy yo

Para el lector de novelas, es normal encontrarse con protagonistas cuyos trayectos son loables y que llegan a mover algo dentro de uno, queriendo, de pronto, ser mejor; inspirando, quizá, ya sea convirtiéndose en héroes o llenando la expectativa. Bueno, la escritura de Philip Roth no es así, por el contrario, parece recolectar vicios e ideales retorcidos y arrojarlos en un bol, batiéndolos con la mano (que tampoco se ha molestado en lavar), creando con esa masa personajes de los cuáles seguramente querrías alejar a tus hijos. A veces sólo por mantener el statu quo (por persignado, diría mi mamá), pero otras por lo realmente retorcidos y perversos que pueden llegar a ser.

Y aún así… la narrativa de Roth, lleva al lector a sentir algo positivo por estos personajes, desde el compadecimiento, en caso de que esto se considere positivo, hasta la esperanza por su redención. Esta puede, o no, suceder, según el título, pero parece difícil que el lector se sienta cómodo encontrando paralelismos entre sí mismo y los personajes. De este modo, una novela de Philip Roth puede lograr, en quien la lee, un catártico y sorpresivo sentimiento de comodidad. El siempre genial autor no olvida demostrar esa otredad de la que no se habla a menudo (dado que se suele hablar de una otredad valiosa y que debemos reconocer para, al admirar sus efectos, imitarla y «mejorar»).

Un ejemplo contundente de estos personajes es El teatro de Sabbath, en el que Mickey Sabbath, un talentosísimo titiritero, venido a menos con la senectud, con las manos deformadas por una enfermedad y que engaña a su alcohólica esposa (otro personaje viciado) con todas las mujeres que pueda. Tú, lector ingenuo que se pregunta «¿cómo un hombre mayor y deforme puede conseguir chicas, si yo, que soy joven y tan culto que conozco a Roth e investigo sobre él en internet, no puedo?» Querido, yo te respondo que el día que seas tan manipulador, vil y mentiroso y que cuentes con un vastísimo conocimiento cultural, tal vez conquistes a algunas, pero si tienes algo de sentido común, no lo harás, porque las mujeres no son un objeto, como Sabbath ha pensado por sesenta años.

Este tipo estará siempre en contra de lo que el no neoyorquino considere incoherente. No es porque prefiera lo citadino, es mucho más sencillo que eso: se siente afín al que comete crímenes y espera ser rastreado, cercano a crear memorias en lugares que huelan mal, potentemente mal. Está desquiciado pero actúa con más confianza que la mayoría, porque sabe justo qué quiere y qué no.[1]

Ese hombre culto al frente de la novela también caracteriza a los protagonistas de Roth (posiblemente un halago a sí mismo). Ya sea con jazz, literatura, política, etc…, Roth no pierde oportunidad de colocar en los diálogos cuánto conoce alguno de los personajes, a fin de darle tridimensionalidad, ahondado en —o más bien sugiriendo— su formación.

Otra característica recurrente entre los protagonistas, que marca gran parte de su psique, es la condición del judío semi-renegado, cuestionador de su cultura y tradiciones… pero ya llegaremos a eso.

Una sinfonía de orgullo y vergüenza

Usted me entiende, es la dualidad. El hombre que se sabe un genio, pero que también se siente desnudo frente al mundo exterior. Es frágil, trémulo. Vive dividido entre dos sentimientos aparentemente opuestos. Por un lado, puede saber que es especial, que quienes lo rodean están constantemente medidos, evaluados por su mirada, y todos resultan menores a él. Y por el otro, gracias a su procedencia, a su cultura y tradiciones, la extrañeza de su comparación se va al otro extremo, indicando que él, quien antes se llenaba el pecho de alabanzas a sus semejantes y a sí mismo, resulta cómico y exagerado; un extranjero en el lugar en el que nació.[2]

Dentro de los personajes que construye Roth, algunos de los más destacados como Nathan Zuckerman (Sale el espectro, La visita al maestro, entre otros…) o Alexander Portnoy (El lamento de Portnoy) parecen flexiones de esta idea; giran en una tuerca de posibilidades que, de un modo u otro, muestra una parte de la comunidad Judía norteamericana durante la segunda mitad del siglo XX. Debido a la contradicción constante respecto a su identidad, sus sentimientos como judíos en un país que atraviesa transiciones políticas y que se debate entre la indiferencia, el antisemitismo o la laicidad moderna, se convierten en críticas a su cultura y a su entorno familiar.

En Roth, cuando el protagonista es judío, este se cuestiona constantemente: no entiende su religión como un dogma sino como el resultado de una educación. Lo es porque está orgulloso de serlo, porque así se lo inculca su familia, especialmente su padre, figura que en Roth toma un cariz de autoritarismo, lo que refleja un ligero tinte de similitud con la que realizaba Franz Kafka en su Carta al padre.

Así las cosas, el pensamiento de estos héroes de su propia realidad, venidos a más después de la Segunda Guerra Mundial, es una dicotomía constante entre el orgullo y la vergüenza. Ser judío, a ojos de Roth, es una celebración, pero también es una circunstancia que debe pensarse a partir de sus valores, e inclusive —y quizá este sea uno de los mayores encantos de la narrativa de este escritor norteamericano— debe ser ponderada en contraste con la realidad de los goyim, los no-judíos.

Muchas veces se acusó a Roth de odiarse a sí mismo, tomando como parapeto las constantes posturas críticas que sus obras podían tomar respecto a la tradición judía, y por los personajes que iban en contra de las decisiones de sus familias o de los rabinos de sus comunidades. Realmente, no hay tal cosa. El escritor amaba su cultura, o al menos se sentía afortunado de hacer parte de ella. Sin embargo, sus construcciones literarias permiten abordar todo su ecosistema de creencias —tanto religiosas como éticas y sociales— a partir de una expansión de la conciencia moral, generada por personajes que, loables o no, deciden actuar de formas extrañas. Roth nos muestra que el orgullo y la vergüenza, lo impío y lo sacramentado, le suceden a los judíos de la misma forma en que le pueden suceder a cualquier persona del mundo. He ahí su logro más condenado: revelar la problemática mundanidad judía.

La vida de un titiritero con artritis

—Andrew… ¿Cuánto tiempo seguiremos engañándonos?

—¿Por qué? ¿Vas a marcarlo en el calendario de la cocina?

—Ya son muchos años los que dejaremos sin reparar. Digo que no serán reparados porque aunque implore desgarrando mi rostro con las uñas no te apiadarías.

—No exageres… Claro que haría algo si te clavas las uñas en la cara. Soy un monstruo, pero sigues siendo muy bonita para dejarte sin algo que te dé de comer.[3]

El lector podría imaginarse a los protagonistas navegando por situaciones que los obliguen a enfrentarse a un puñado de otros personajes, quienes, con sus vicios, mantienen sus pies en la tierra, adhiriéndose a una suerte de normalidad. Esto parecen advertirlo los protagonistas pero no tienen una intención sincera de cambio, pues no es a ellos a quienes afecta, sino a quienes les rodean… por un tiempo, al menos.

Usualmente los nudos que sus novelas presentan se basan en la persecución de los actos del pasado, no porque pertenezcan a una venganza kármica, sino como consecuencia natural de sus actos, indiferencias y violencias. El choque de deseo-valor que en la persona promedio con sentido común se inclina casi siempre a la defensa de los valores (aunque estos sean comunitarios y no individuales) repercute en el futuro en personajes como Mickey Sabbath, Alexander Portnoy, David Kepesh o Nathan Zuckerman. El valor de sus historias podría recaer en la panoramización de la consecuencia del cumplimiento del deseo sin medida, como si de nuevos y más descarados Dorian Grays se tratase, los cuales son ciegos de las deformaciones (físicas y psíquicas) que sus vicios han producido.

Así, por ejemplo, encontramos a un Mickey Sabbath que pudo ser exitoso aliándose en su juventud con Jim Henson (creador de Muppets y Sesame St.) pero consideraba su trabajo como prostitución de un género que él cultivaba con mucha más seriedad, pues los títeres son para adultos, por la necesidad de apreciación requerida. Esta misma razón lo hizo abandonar la dirección de teatro convencional, pues le avergonzaba qué los actores no pudieran dar lo que una marioneta, no hicieran sentir, porque no podía manejarlos a su gusto (vaya manipulador, ¿eh?). Con el tiempo, tras negarse a todo, pues para él su genio era mayor, y huyendo de NY, termina artrítico, sin poder ejercer lo único con lo que parece haber tenido un vínculo.

Es posible que Roth haga un análisis crítico a las personas que justifican su actuación tras el hedonismo sin que realmente exista una reflexión en él, encontrándose vacíos e impotentes al final, por la propia desmesura en esa perenne batalla deseo-valor.

El caso de Alexander Portnoy es especial pues su pasado es siempre reciente y recurrente, la actividad sexual lo acosa por el miedo a la insatisfacción propia, lo cual lo lleva a aventurarse en creativas maneras de liberarse. De este modo, su vergüenza recae en su búsqueda de satisfacción, lo que lo lleva a chocar constantemente con sus parejas, y a sentir que ha perdido la capacidad para establecer un hogar.

Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones

¿Sabe qué pienso acerca del deseo? Es inútil controlarlo, su naturaleza es voluble. Fluye como un torrente que va irrigando todos los músculos del cuerpo y se bombea a partir de un pensamiento o una sensación. La imagen de una silueta desnuda, el tacto con un trozo de tela mal doblado, el sonido de las sábanas siendo abandonadas, en donde se guardará la memoria de quien se acaba de levantar. Cualquier cosa, por muy santa o retorcida, puede derivar en el deseo. Pensamos el sexo como un acto a doble vía, cuando en realidad lo hemos convertido en un soliloquio insistente, elaborado con nuestras obsesiones. Extrapolamos el egoísmo a un acto de pura entrega.[4]

Otro de los pilares fundamentales de la obra de Roth es el sexo, y, más aún, el deseo. El acto meditativo del pensamiento guiado al erotismo, al placer, se convierte en un horizonte donde se enmarcan varias de sus novelas más representativas. Sin embargo, la forma en la que el autor norteamericano entiende esto, dista de perspectivas puramente eróticas, para atreverse a ahondar más en la forma en la que el placer se convierte en un engranaje fundamental en el mecanismo humano moderno.

Las escenas de sexo son recurrentes, extrañas y, la mayoría de las veces, explícitas. Sin embargo, lo valioso de su perspectiva radica en el potencial liberador que les concede. Las relaciones entre dos individuos se convierten en espacios adicionales a su interacción, fundamentales en la narrativa, pues a partir de ellas se pueden entender las frustraciones, los miedos y las inseguridades de sus protagonistas, quienes se tornan sinceros en la fragilidad del dormitorio.

Alexander Portnoy contempla su relación con el mundo a partir de sus concupiscencias, de su deseo exacerbado por las voluptuosas shiksas — las mujeres no judías— y de cómo esto contrasta con su educación religiosa y las tradiciones que emanan de esta. David Kepesh (El animal moribundo) logra percibir su vejez a partir de su amante, la joven Consuelo Castillo, y se sabe mortal al creer que ella lo sobrevivirá. Ambos personajes, a su vez, perciben sus identidades y las construyen en torno a una perspectiva del mundo donde el sexo se convierte en un medio para abordar temas paralelos a sus vidas: en el caso de Kepesh la senilidad y, en el de Portnoy, sus conflictos para establecer un hogar y su relación con su familia. De este modo, Roth elabora un mapa de conciencia en sus personajes, a partir del roce de los cuerpos, las perversiones, el onanismo y las habitaciones compartidas.

Coda: La censura de la censura

Finalmente, si de hablar de Roth se trata, su grandeza puede entenderse desde el valor que tenía a la hora de consagrar sus palabras. Su perspectiva de la literatura estaba guiada por un compromiso con la ficción y el entendimiento que esta podría permitir a la condición humana. Su tratamiento respecto al sexo, la vergüenza, las situaciones extrañas y las perversiones eran una muestra de eso. Lo fácil —y el error de un gran parte de sus detractores— radicaría en rotularlo como un escritor obsceno. Sin embargo, es necesario entender que, al igual que la juventud, el hambre o el tedio, estos temas son fundamentales para pensar a la humanidad a partir de la literatura.

La importancia de sus narraciones radica, posiblemente, en afrontar con naturalidad tabúes como la sexualidad de los ancianos o las problemáticas de la educación judía, dotándolos de humor, miradas críticas e introspección.

Roth era un escritor implacable: su única censura era en contra de la censura misma. Escribía con libertad verdadera, para brindarle a quienes lo leen una perspectiva del mundo despojada de eufemismos y repleta de una sinceridad abrumadora. Denunciaba la opresión de la naturalidad, la naturalidad con que la vida va ocurriendo, con sus partes sombrías que no deben ocultarse. Su trabajo rehuía de los juicios y se aposentaba, como no podía ser de otra forma, en los hechos. El pasado 22 de mayo se cumplieron dos años de su muerte y a sus lectores nos queda el consuelo de poder reírnos junto a él, contemplando este extraño y retorcido mundo desde una ventana en Newark, Nueva Jersey.

  1. Roth, visto por Alejandro 
  2. Roth, visto por Paulo 
  3. Roth, visto por Alejandro 
  4. Roth, visto por Paulo 

Autores

Paulo Augusto Cañón Clavijo

Paulo Augusto Cañón Clavijo

Redactor

Colombiano, periodista y lector de tiempo completo. Escribo para encontrarme. Apasionado del fútbol, la música, los elefantes, las mandarinas y los asados.

Alejandro Zaga

Alejandro Zaga

Director Jurídico

Nacido en 1995 en Distrito Federal (hoy CDMX). Estudió teatro y la licenciatura de Estudios Latinoamericanos, en la UNAM. Ambas truncas. Permanente estudiante/escrutiñador de la comedia, pues la risa es la prioridad. La ironía lo llevó a inscribirse en Derecho, también en la UNAM.

Ilustradora

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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