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Ilustración: Bere

Paulo Augusto Cañón Clavijo

Sí, como dice el título, el año pasado leí alrededor de 50 libros. No se confundan, no lo estoy presumiendo. Todo lo contrario, estoy confesando que ése fue mi error. Desde enero, en un documento en mi computadora, iba anotando uno a uno los títulos que terminaba, para después poder llevar la cuenta de cuántos había leído. Mi plan, si eso llegó a ser, era conseguir leer 52 en todo el año —un libro por semana, más o menos—.

Al principio, las lecturas pasaban tranquilas, un libro iba tras otro al ritmo del tiempo libre que les dedicaba. Hasta ahí todo bien. Sin embargo, a mitad de febrero decidí comenzar Las olas de Virginia Woolf: una obra diferente, experimental y exigente.

Mi ritmo lector se perdió en el momento en el que me enrede en unas páginas que pedían atención, sosiego y paciencia. Estaba claro que la señora Woolf no iba a colaborar con mi meta de lectura, o quizás sí, tal como lo hice, pasando por alto fragmentos que suplicaban una relectura, omitiendo oraciones que parecían eternas y sepultando las reflexiones con mi ritmo de vuelapluma. Entender no importaba tanto como llegar al capítulo siguiente, alcanzar el final de la lectura que me frenaba para seguir con otro libro.

Bien o mal, terminé Las olas con un sinsabor, como quien saluda dando la mano pero queriendo dar un abrazo. Me marchaba de las páginas con una idea borrosa de lo que había leído, pero también con el éxito agridulce de haber acabado más a costa de mi aguante y esfuerzo que del placer y la felicidad generados por el texto.

Poco a poco me sorprendí buscando novelas ligeras que no llegaran a las 300 páginas, pues necesitaba cumplir mi meta, y entre la universidad y mi vida personal, estaba muy claro que el tiempo no daba para meterme en laberintos enormes como Guerra y paz o La broma infinita. Perdí el aguante y no supe corresponder al compromiso tácito con cada autor, donde se promete una gran historia a cambio de un poco de paciencia.

El asunto se repitió con otros libros, ni yo era capaz de frenar el afán, ni ellos eran suficientes para darme sosiego. Una y otra vez llegaba a las últimas páginas con prisa de terminar mi lectura, refundiendo esa bonita nostalgia que antes tenía, la de la aventura que acaba y los personajes carismáticos de los que debía despedirme. Así pasé el año, consumido por el ideal de la lectura a cambio del rendimiento.

No me malentiendan, tener metas lectoras no está mal. Las plataformas como Wattpad o Goodreads —o algo más rudimentario, como una hojita guardada en el escritorio— cumplen de maravilla la función de incentivar la lectura por medio de los retos a sus usuarios. Sin embargo, la literatura no constituye una competencia, su función es la de hacernos reflexionar mediante historias, presentarnos puntos de vistas alternativos, nuevas maneras de acercarnos al mundo que nos rodea. Eso, mis queridos lectores, es un acto que requiere paciencia, si acaso un bolígrafo o un lápiz, y tiempo —no mucho ni poco—, el necesario.

Luego de leer 50 libros en un año, mi reflexión es que no tengo ganas de volver a hacerlo, y no es que no haya disfrutado todo lo que leí, por fortuna, 2019 no me dejó intacto. Tuve momentos increíbles, vi la vida encaramándose sobre los hombros de autores increíbles como Javier Marías, Vladimir Nabokov, Mircea Cărtărescu o Julian Barnes. Bastaron unas páginas para ponerme a andar en el Santo Domingo de Junot Díaz y Huír del Fucú, y otras tantas para que el Madrid de Camilo José Cela se dibujara en mi imaginación. Aprendí, reí y lloré, anduve por todo el mundo, aún si estaba en una sala de espera o acostado en mi habitación. Fui uno y muchos, pero eso es una historia para otro momento.

Por ahora, mi propósito para 2020 no será leer más, sino mejor. Quiero regresar a la tranquilidad de poder dedicarle a cada lectura las noches que hagan falta, que las frases confusas sean batallas y diálogos con el autor, en lugar de obstáculos para una cifra. Que vengan Tolstoi, Dickens o Dostoievski, que saquen el filo de sus mejores páginas, que aquí los esperaré con un lápiz y todas las notas y referencias que sean necesarias. Las hojas del año se abren con la emoción de todas las lecturas que en él me esperan.

Paulo Augusto Cañón Clavijo

Paulo Augusto Cañón Clavijo

Redactor

Colombiano, periodista y lector de tiempo completo. Escribo para encontrarme. Apasionado del fútbol, la música, los elefantes, las mandarinas y los asados.

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