contacto@katabasisrevista.com

Ilustrado por: Arturo Cervantes

Cynthia Burgos

 

«No hay nada más triste en este mundo que despertarse la mañana de navidad y no ser un niño».
Erma Bombeck

 

A veces tengo demasiado miedo de estar muerto, sobre todo cuando la duda me embarga en este cuerpo sudoroso que se esfuerza por seguir corriendo.

. . .

 

Mi padrastro dice que este es el mejor método para que aprenda a cuidar el dinero, no niego que es buen tipo, aunque al principio trató de enmendar «los errores» que cometió papá, ¿no les parece irónico? ¡Un adulto tratando de enmendar los errores de otro!

Pero hoy no puedo quejarme, de todos los días en los que salgo al jale hoy es el menos malo; la gente es un poco más amable o quizá un poco más hipócrita, de los veinte parabrisas que he limpiado, diecinueve sí me han dado que el pesito, que la de a diez, incluso una señora me dio un suéter y una bolsa un poco rota con un pinche reno de fieltro, pero eso sí, atascada de cacahuates y galletas de animalito; me hubiera gustado que trajera dulces, pero bueno, así es la raza, nomás lo ven a uno pobre y piensa que no tiene antojos más de lo que sobra.

Ah sí, les decía que no podía quejarme, con lo que gane hoy tendré una sorpresa debajo del árbol esta noche. Bueno, ni tan sorpresa, desde hace un par de meses que estoy ahorrando para el Ricochet, sus llantas super anchas se pueden meter al lodo, al asfalto, al pasto; puede seguir andando si se voltea, rebota y regresa a su posición original ¡y su doble motor da tracción independiente a cada línea de llantas!

Le doy a mi mamá doscientos pesos al mes para comprarlo, pero en diciembre, como es mes fuerte, le voy a dar cuatrocientos para acabarlo de pagar, ya sé que van a pensar que descubrí a mi madre guardando esa navesota de plástico, pero no, dice que hoy me la trae el niño Dios… saben algo, yo le creo.

Como sea, mañana veinticinco de diciembre voy a ser la envidia del pinche Mateo, pero no se confundan, ¡qué va a ser mi amigo ese wey! es un pinche vato, medio pendejón por tanto vicio que se ha metido, pero hasta eso es chido y no me ha hecho nada malo; no sé por qué mi jefa dice que no quiere verme con él, tampoco es que yo esté pendejo como para meterme las fregaderas que se mete ese wey. Como sea, mañana me va a ver con envidia con mi radiocontrol mamalón, ¡ya me vi!

                                                                           . . .

 

Ok, no estoy encabronado, mamá me dijo que primero debo pagar los cuatrocientos varos que me faltan, y que el Ricochet me los traerán los reyes. No hay pedo, tengo ciento ochenta en la casa, llevo treinta hoy, lo demás lo junto de aquí a año nuevo, sí sale. Y en día de reyes ¡Wuhu, este morro tiene Ricochet nuevo!

. . .

 

A veces tengo demasiado miedo de estar muerto, sobre todo cuando la duda me embarga en este cuerpo sudoroso que se esfuerza por seguir corriendo.

¿Que por qué estoy corriendo? ¿Si topan al wey de Mateo? Bueno, yo estaba limpiando los parabrisas hoy, veintiocho de diciembre, ya no más me faltaban como sesenta pesos para llegar a los cuatrocientos varos de diciembre, pero llega el Mateo a pedirme que le tire esquina: me da un paquete de no sé qué madre y que me eche a correr, que total estoy chaparro y no me voy a ver. La neta ya estaba cansado, eran como las cuatro de la tarde y a esa hora baja un resto el queso, le dije «cámara, pero te voy a cobrar, te va a salir en ciento veinte». (Obvio, no le iba a decir que sesenta, no estoy wey). «Sí, sí, sí, pero en corto, ¡muévete papi, te veo en veinte minutos otra vez aquí! ¡pero muévete cabrón!». Y pues así lo hice, crucé Quevedo, corrí como rayo y pues regresé por mi dinero. Todo relax, el pinche Mateo me dio mi varo y nomás por correr, o sea, sé que ese paquete tenía vicio, no estoy wey, pero sí me saca de onda haber hecho algo malo. Creo que por estas chingaderas es que a mamá no le gusta que me junte con ese wey, bueno, le voy a dar el dinero y no me vuelvo a juntar con el pinche Mateo.

. . .

 

Ayer, después de dejarle su encargo a Mateo, pasé por una Mercería del Refugio, y ahí estaba el Ricochet, pero ¡vale madre, estaba sobre los mil quinientos! cometí la burrada de decirle a mi jefa, me dijo que estaba muy cara esa madre, que a duras penas había juntado poco menos de la mitad y que no creía que me lo trajeran los reyes. El ojete de mi padrastro dijo que ni que fuera su hijo para completar lo que falta, ¡pendejo, sus verdaderos hijos ni los ve! Pero como sea, no sé si esperarme otros seis meses para juntar lo que falta ¿Y si después de eso se acaban los ricochet?

. . .

 

¿Qué me estás proponiendo, cabrón?

No seas pendejo Mateo, tú pones la mitad y yo la otra mitad y nos rolamos el Ricochet

¿Y yo pa`que quiero esa madre?

Ah pues asi no te arriesgas, le amarras tus bultos y con el control remoto los mueves

Ja, ja, ja te mamaste

No, piénsalo bien. No tardo en dar el estirón y será más difícil mover tu merca.

No, pues eso sí. A ver, dame tu moche y hoy voy.

Nah que, vamos los dos mañana.

Oh, ¿tanta desconfianza?

No papi, ¡te conozco mosco!

. . .

 

—¿Qué pasó mi Chuy, trajiste tu parte?

—Pues sí, wey, ¡ooots!

—Pues va, en la tarde vamos

¡No puedo creerlo, esta tarde voy a tener mi Ricochet! Luego le digo a este wey que se me descompuso o lo perdì o algo, y le voy dando mes con mes, y así le pago ¡Soy un genio, chingá!

—Va, en la tarde vamos

—Pero aguanta, me tienes que hacer un encarguito antes, como la otra vez. No màs me mueves otro paquete, te veo en veinte minutos y pues nos vamos por tu carro ¿Qué tranza, te animas por segunda y última vez?

—¿Seguro que es la última?

—Simón mi Chuy, ¿no dijiste que hoy por la tarde vamos a ser los dueños del flamante Ricochet? No te vuelvo a chingar, ya a partir de mañana amarro mis encargos y ni te molesto. Es más, ¡pa´que veas que soy buen pedo! el Ricochet te lo regresas tú todos los días pa´ que juegues en tu cantón, no más te lo traes cuando vengas a trabajar.

Ay, no quería fallarle a mamá, pero pues, ya era la última vez que le iba a hacer un encargo a este cabrón.

—Va, pues

—No más hoy te voy a dar una ruta diferente, será como a unos cinco o diez minutos más, pero corres muy rápido ¿sí o no? En el segundo semáforo de Quevedo te esperas y ahí voy por mi encargo ¡No me vayas a fallar, wey!

. . .

Me cae que, si no hubiera estado tan emocionado por el chingado Ricochet, hubiera sido más lógico. Corrí como alma que lleva el diablo, llegué al segundo semáforo de Quevedo, el hijo de puta de Mateo llegó con dos policías; intenté moverme, pero estaba tan cansado de lavar parabrisas que las piernas no me funcionaron. «Es él, ese es el cabrón que se chingó el Ricochet de la tienda y me asaltó con ochocientos pesos, yo lo vi. Pásele báscula, jefe».

Por mera curiosidad abrí el envoltorio, era mi flamante Ricochet rojo, tan bonito, mamalón, con sus llantas de tracción independiente y lo tuve por única vez entre mis manos.

Cynthia Burgos

Cynthia Burgos

Autora

Nacida a fines de 1991. Escribió su biografía no autorizada y se demandó, perdió el litigio y se puso a escribir. Es copywriter por dinero, y ha publicado en al menos 12 antologías de Eterno Femenino Ediciones, ha sido traducida al inglés y bengalí. Trabajó como promotora cultural y editora en Vuelo de Jaguar. Es miembro de organizaciones y talleres como Poéticas de la Inteligencia, Taller Alicia Reyes, Tzompantli Artes Visuales y Círculo del Viento.

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

Total Page Visits: 693 - Today Page Visits: 1
Share This