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Ilustrado por: Caro Poe

Leopoldo Tillería

9 de abril de 1865. 05:45. Las tropas confederadas, al mando del general Robert E. Lee, están acampadas desde hace dos días en el caserío de Appomattox Court House. La suerte de la Guerra Civil de los Estados Unidos está por decidirse, luego de que el ejército unionista, bajo las órdenes del general Philip Sheridan, ha perseguido y acorralado a los secesionistas tras una arremetida brutal del ejército azul en el territorio de Virginia, uno de los bastiones de las fuerzas de la Confederación.

Estados Unidos se debate, luego de casi cuatro años de guerra civil, entre una nación unificada o un nuevo país al sur de Indiana y Pensilvania. Son demasiadas las diferencias —políticas, económicas, sociales, sin contar las influencias internacionales que cada bando ha explotado a su mejor conveniencia— que separan a los abolicionistas y a los esclavistas. Lincoln hace lo que puede desde su sillón de presidente republicano. Es la manufactura versus el algodón, el comercio versus las plantaciones de azúcar, la república burguesa versus la esclavitud negra. En fin, el azul contra el gris.

06:50. El ataque de Lee es incesante. Sus fuerzas de infantería chocan una y otra vez contras las defensas del norte. Las cargas de los soldados de uniforme gris causan cientos de bajas en el bando contrario, pero también caen muchos confederados heridos o muertos. Infantes cortados prácticamente en dos por los cañonazos enemigos, brazos cercenados por los afilados sables del ejército unionista y un lago de sangre sudista, van quedando como testimonio no sólo del valor de los soldados de Lee, sino especialmente del carácter material de la guerra, que ya va mostrando cuál será su resultado definitivo.

08:05. Los tambores sudistas se oyen a lo lejos, cada vez más debilitados por los cañones de las divisiones unionistas. Los alaridos de los soldados, de uno y otro bando, van urdiendo una serenata demencial de dolor y agonía indescifrables. Las órdenes son —sumándose al pandemónium azul y gris— confusas y hasta contradictorias, en medio de un hedor a pólvora y a tripas desparramadas.

09:35. El subteniente Joe F. Wade, miembro del cuerpo de artillería sudista, pese al terror que lo envuelve, resiste el asedio con la bandera de la Confederación en lo más alto del terreno. La tiene tomada con ambas manos, como si se tratara de una gigantesca bayoneta, que terminara en su punta con el pabellón rojo con la cruz azul atravesándolo y las trece estrellas blancas de los estados del sur. El granizo de hierro proveniente de los más de 200 cañones del norte, hace estragos sobre las líneas confederadas. Nadie en ese momento pone en duda la desproporción de las fuerzas y, por qué no decirlo, la de las capacidades de los comandantes enfrentados. El general Robert E. Lee está desesperado, pero no sólo eso, está también devastado. Varios de sus generales han muerto en la batalla. La idea de derrota se ha apoderado de la mente del experimentado militar.

11:17. Intempestivamente, una arremetida irracional de la caballería confederada hace replegar el flanco oeste de las tropas abolicionistas. Contra todo lo esperado, el general Philip Sheridan se ve sobrepasado por el asalto casi antinatural de los del sur. En una mirada sobre una faceta curiosa de la batalla, no deja de sorprenderlo la desprolijidad de la indumentaria del enemigo. Aguzando la vista unos minutos, le fue imposible ver un mismo uniforme en dos soldados sudistas. El gris, el nogal y el Butternut, en distintos tonos, predominaban en los también distintos diseños de las tropas de la Confederación. La pobreza del proyecto pre-industrial del sur, se reflejaba también en el teñido artesanal —en el último tramo de la guerra, incluso utilizando óxido de hierro y algunas tintas vegetales— del uniforme del ejército que pretendía ganar la guerra.

11:50. Los cañones del sur, en medio de un griterío infernal de su infantería, disparan sus balas con una puntería sobrehumana. En un santiamén, el infierno se desata en las líneas del ejército unionista. La retaguardia de los de azul está paralizada ante la embestida desesperada de los soldados grises y nogales, pero sobre todo ante la carga combinada de cañones, fusiles y rifles. El 4° Regimiento de Caballería de Georgia, que había estado a la espera de las órdenes para entrar en batalla, arremete —cruzando un bosquecillo de arbustos y un pantano tras los que se había parapetado una división de la artillería unionista— asestando sablazos a diestra y siniestra: cabezas, miembros y trozos de vísceras saltan por doquier, provocando el estupor y, casi de manera instantánea, el repliegue y posterior desbande de las tropas del norte. El desastre del ejército azul es completo.

12:44. Los cuerpos de caballería y de infantería confederados recuperan el centro de la explanada. El terreno, en medio de charcos teñidos de escarlata, parece una colección insana de cuerpos masacrados y agonizantes, vestidos con levitas grises y elegantes uniformes azules. Aún se oyen algunas escaramuzas en los faldeos de una colina al oeste del poblado. El general Lee, con su estado mayor a un metro detrás suyo y montado en un corcel que no para de rezongar, levanta su espada perentoriamente en dirección a la escarpada donde se escuchan las últimas descargas de la jornada. Su orden de parar la masacre no admite confusión ni una doble interpretación.

15:30. Después de haber instalado un hospital de campaña en el mismo Appomattox, donde los sanitarios atienden por igual a los heridos confederados y unionistas, el general Robert E. Lee se acerca solemnemente al general Philip Sheridan y le ofrece la rendición.

El derrotado general nordista, habiendo capitulado y aceptado el triunfo confederado, el que a todas luces parece definitivo, no puede hacer —ya desarmado— más que mirar cómo flamea al viento, en medio de cenizas y restos de humo, la futura bandera de los Estados Confederados de América, con su fondo rojo y la cruz azul estrellada con bordes blancos.

 

 

Leopoldo Tillería Aqueveque.

Leopoldo Tillería Aqueveque.

Autor

Docente e investigador de la Universidad Tecnológica de Chile INACAP. Es árbitro de las revistas Ideas y Valores, Praxis Filosófica, Protrepsis y Revista de Filosofía (UCM). En 2021, obtiene el primer premio en el concurso Relatos Contra La No Violencia de Género del Ministerio de Educación y la Universidad Santo Tomás con la obra «Pabellón».

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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