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Ilustrado por: Berenice Tapia

María Alejandra Luna

 

«Bicicleta» es la sexta canción del disco Post mortem del artista argentino Dillom. Siete temas más pasan y aparece «220». Si bien toda la obra es un sistema y el concepto (que para mí se cristaliza en «Demian») hace de hilo conductor, me gustaría analizar ese par como una posible unidad de sentido. Son mis favoritas, además, pero justamente por la forma como las pienso: la precuela y la secuela, la progresión temática.

Te propongo, lectore, que escuches ambas y vayas haciéndote preguntas: ¿acaso estas melodías nos ubican en el mismo contexto?, ¿acaso nos localizamos antes y después de una experiencia transformadora?, ¿cuál es esa experiencia, en todo caso? Me gustaría descubrirlo verso a verso, tomando las breves y repetitivas estrofas que considero más importantes e interesantes. ¿Qué más escuchás, lectore? ¿Una letra que se canta apenas comienza el tema y otra que permite una introducción?

Irrumpamos en «Bicicleta». ¿Dónde estamos? Estamos en la soledad. Las ciudades de edificios y peatones anónimos se apoyan y construyen sobre andamios de soledad. En una época pensaba que era difícil enamorarse en Buenos Aires: hay mucha gente, pero no hay manera de conocerse y conectarse sostenidamente en un primer encuentro y la gente que ya conocés está cumpliendo su rol; hay que saber buscar y a veces tampoco alcanza. ¿Por qué no alcanza? La voluntad no es el único factor considerable en la ecuación del amor.

«Yo sé que nosotro’ no servimo’ para esto/ Pero quiero intentarlo igual, romper con la línea del tiempo/ Hay vece’ que me siento tan afuera de mi cuerpo/ No me reconozco cuando me miro al espejo// Y estoy solo en esta ciudad/ No te encuentro en ningún lugar/ Y estoy solo en esta ciudad/ Y estoy solo, solo». Suenan las primeras estrofas. El tiempo es un factor tirano: el contexto te pide que corras y te pierdas todos los detalles hasta sentirte a solas; si corrés y ves sin mirar, estás solx. ¿Qué te rodea? Un paisaje urbano y caras sin rasgos ni nombres.

La ciudad resta singularidad. Es común sentirse fuera del cuerpo donde hay masas de gente de la cual no nos distinguimos completamente. O, mejor dicho, nos distinguimos, pero esa diferencia no tiene efecto alguno para singularizarnos. Nadie nos mira y a nadie miramos. En el mejor de los casos, lo hacemos y lo recibimos parcialmente. Esa experiencia se cuela hasta en la intimidad de une ante sí misme en el espejo. Si no te reconocés es porque dejaste de saber cuáles son tus notas personales, distintivas, singulares.

«Llamé un par de veces y nadie contesta/ Y nadie contesta, oh-oh-oh-oh-oh/ Te busco en to’s lados, no paro ‘e dar vueltas/ En mi bicicleta, oh-oh-oh-oh-oh/ Llamé un par de veces y no hay respuesta/ Y no hay respuesta, oh-oh-oh-oh/ Te busco en to’s lados y no aparecés». La narración avanza. ¿A quién busca el protagonista?, ¿a alguien indefinido o a alguien que ya «fichó» y con quien se desencuentra a cada rato?, ¿a alguien que vio en similares circunstancias y que perdió de vista (en un colectivo o en la calle)?, ¿a alguien que vio una sola vez y eso bastó para querer volver a ver (en un recital)?

La bicicleta es un vehículo que por muchas razones (es amigable con el medio ambiente, es simpática con el bolsillo, es conveniente para la salud física y hasta mental) está tomando un grado interesante de popularidad. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires existen las bicisendas, incluso. El caso es que el protagonista se transporta en una bicicleta y en la soledad de las ciudades es lógica, cómoda y beneficiosa esta elección: te ven y ves porque no hay carrocería que lo impida. Lo impide el desencuentro.

En esta bilogía interpreto que se produce el encuentro contra toda desanimada expectativa inicial. El «no aparecés» se trastoca en una secuencia donde la bicicleta frenó en la esquina que ella eligió para esperar que el semáforo y/o los autos le dieran paso, tal vez. No importa tanto el cómo, vos y yo podemos reponerlo, incluso otras canciones pueden insinuarlo. La cuestión es que sucedió, a pesar de los obstáculos planteados por la ciudad. El deseo triunfa y eso le abre la puerta a «220».

En «220», como había anticipado, sí hay introducción musical: la pausa entre un capítulo y el siguiente, el punto y aparte. Es breve, pero efectiva. Y no es el único rasgo efectivo. La figura que me parece interesante explorar en esta parte es la repetición porque funciona simultáneamente como omisión ambigua y como referencia deíctica.

«Les puedo contar mi vida si les gustan las historia’ de terror/ Yo no sé mucho de amar, pero sí sé del dolor/ La gente me mira, dice, “Dillom, sos el mejor”/ Yo no sé si eso e’ verdad, pero sí sé que// Cuando tomo alcohol siento que lo que hago no está tan mal/ Pero a lo mejor es mi estado real/ Y siento que no debería pasar/ Pero a lo mejor lo que siento es verdad». Frases llenas de encabalgamientos pronuncia la voz lírica explícita, que es Dillom, y nos arroja las primeras omisiones. «Lo que hago», antecedido por la admiración y la duda, es un sintagma que habla de… ¿Su carrera musical?, ¿sus acciones en general?, ¿lo que hace como amante? Recuerdo que, en el presente análisis, seguimos en una historia de amor y soledad.

En otra canción del disco, que tiene un artículo casi exclusivo, también se usa «Lo que hago». El verso completo revela «Parece caro estar encerrado entre lo que quiero y lo que hago» y entonces me surgen preguntas: ¿son los mismos haceres?, ¿siguen oponiéndose esos haceres y esos quereres?, ¿o ya hay una reconciliación?, ¿cómo afecta esa dicotomía al amor que encontró en su bicicleta y que ahora está asentado?

El verbo que más se repite es sentir. ¿«Lo que siento» es la sensación de que no está tan mal lo que hace cuando toma alcohol y eso es la verdad?, ¿o hay una verdad más esperando a ser cantada? ¿Qué siente que no debería pasar: alcanzar verdades cuando se alcoholiza o algo más?, ¿por qué no debería pasar?, ¿cuál es el estado real, el alcoholizado o el que reconoce su propio talento?, ¿o los dos?, ¿o ninguno e insiste cantando sobre un estado real que pudo averiguar arriba de su bicicleta?

«Shorty, voy a dejar todo lo demás pa’ después/ Para verte, yeah, para verte/ Siento que nosotro’ estamos conectado’, bebé/ A 220, yeah, a 220// Hay algo que me tiene enganchado y no sé qué hacer/ Es muy fuerte, yeah, es muy fuerte/ Siento que nosotro’ estamos conectado’, bebé/ A 220, yeah, a 220». En el estribillo «Lo que hago» parece ser «todo lo demás». No se contradice estrictamente con «lo que quiero», pero sí hay que dejarlo para después porque lo que Dillom quiere es verla (el pronombre ella aparece en otras estrofas). Hay un cortocircuito entre dos mandatos del ser interno, dictados quizá por la misma zona orgánica y que, sin embargo, producen una disyuntiva puesto que priorizar un objetivo supone posponer o anular los restantes.

Desde luego, resolver esa disyuntiva no es fácil. Como dije, hay dos mandatos dictados por la misma zona orgánica, la de las pasiones y el amor. Renunciar a cualquiera de ellos o relegarlo implica una decisión dolorosa e infeliz. Es muy sencillo sentenciar que es más importante gestionar una carrera profesional (incluso en una de las ramas del arte) que constituir una relación sexoafectiva y, no obstante, concretarlo es sumamente terrible, dificultoso y angustiante. Por eso, una de las últimas estrofas suena degradada.

«Y a veces siento que esto ya no es lo mismo, pero/ Es que no quiero que esto llegue a su fin/ Y ni yo sé cómo llegamo’ tan lejos, pero/ Quisiera volver a cuando te conocí». Mejor dicho, suena a que ese amor está degradándose porque tal vez fue elegido como prioridad y no pudo sostenerse esa decisión con la misma vehemencia durante todo el tiempo que abarcó, que sigue abarcando. ¿Los dos «esto» aluden a idénticas circunstancias?, ¿ambos son el vínculo?, ¿ambos son la carrera?, ¿el primero es la relación y el segundo es la carrera? De cualquier modo, la conclusión es tajante: «quisiera volver a cuando te conocí», es decir, a cuando las decisiones todavía no estaban tomadas y tampoco afectaban tanto a nadie o a nada».

Se repite de nuevo el verbo sentir conjugado en primera persona singular. En todos los casos, funciona como antesala de una estructura que se reitera, pero que, en vez de reforzar, encubre. Ausenta, disfraza esa ausencia y encubre. Mejor dicho, además de intensificar una idea, potencia la omisión de elementos y la polisemia consecuente. Así, percibir que estamos conectados a 220 es también asumir las posibilidades del cortocircuito y/o de que una mano propia, o ajena, o un accidente desenchufen el cable del tomacorrientes.

 

 

María Alejandra Luna

María Alejandra Luna

Subdirectora General / Directora de Redes Sociales

Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.

Berenice Tapia

Berenice Tapia

Ilustradora

Demasiado perezosa para pensar en algo decente. Me gusta dormir y mi sueño más grande es poder vivir de hacer monitos. Las dos cosas más importantes que me ha enseñado la vida, son:
1) Estudiar arquitectura no vuelve rica a la gente.
2) El mundo no se detiene nunca, ni aunque estés llorando hecha bolita porque borraste accidentalmente un capítulo de tu tesis.

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