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Ilustración: Lizeth Proaño

María Alejandra Luna

Mi tercera y cuarta lectura de 2022 fueron dos textos de José Sbarra. Primero, su novela Plástico cruel. Luego, su libro Marc, la sucia rata. Por supuesto, no hace falta que fuerce ninguna relación: pertenecen al mismo estilo, forman parte de la misma obra. De todos modos, me gustaría explorar uno de sus motivos comunes porque me parece peculiar la forma de abordarlo y, además, establece un contrapunto muy interesante si lo planteamos como el factor que rige ambas narraciones y que les da su gran tema.

Así es, me refiero a la mugre, a la suciedad, a la basura. Etimológicamente, esa palabra se familiariza con el campo semántico y morfológico de moho, hongo y moco. Puede sonar asqueroso, pero no hay nada más inevitable que el encuentro con esas podredumbres o esos fluidos. Casi podría decir que no hay vida donde no haya habido «micosidad» o mucosidad. Los seres humanos suelen contar de sí mismes lo que es estético, lo que es bello, pero solo cuando se envalentonan llegan a mostrar lo mohoso, lo mugriento.

Cuando se envalentonan o cuando se restringen a la suciedad del alma, a la suciedad metafísica. Es más fácil expresarse acerca de una mugre metafórica, intangible, que no se pueda percibir con los sentidos. Una mugre sin hedor, sin sabor, sin imagen es menos incómoda, es más decible. Una mugre verde, marrón o gris cuyo aroma provoque náuseas y cuyo sabor no queramos ni siquiera conocer es inefable, es aparentemente opuesta a los tópicos del arte porque suscita sensaciones indeseables. Indeseables, pero humanas y necesarias.

Amor u otredad

Introducido lo anterior, estoy en condiciones de ir al hueso. Cuando alguien te ofrece su mugre, la literal, la que está en la superficie de la piel o en los diversos orificios del cuerpo, hay dos grandes actitudes que podés tomar. La primera opción es terriblemente lógica: el asco, la ajenidad, la exclusión, la otredad. Te posicionás como una entidad higiénica ante otre que te entrega lo más insoportable de sí y te causa rechazo. La segunda opción es tiernamente natural: la tolerancia, la aceptación, el abrazo, el amor. Te parás como una entidad higiénica ante otre que te entrega lo más insoportable de sí y te causa dulzura.

Delante de la mugre ajena disponés de esas dos respuestas. Y sí, son disyuntivas, pero eso no significa que se repelan para siempre. A veces lográs las condiciones para pasar de la otredad al amor y viceversa. A veces te surge espontáneamente una o la otra sin que elijas a conciencia, a voluntad. Racionalmente podés reconciliarte con la suciedad de tu prójimo. Irracionalmente podés enamorarte de la suciedad de tu prójimo o hasta que la suciedad de tu prójimo sea imperceptible para vos.

En Plástico cruel, se desarrolla la actitud amorosa ante la mugre de Axel el Cerdo. Linda Morris o Plástico cruel tiene un encuentro inicial con la suciedad de Axel: sus palabras groseras e irrespetuosas. Eso la asquea y, sin embargo, le da curiosidad y la fascina. Él no le miente, no le esconde su basura, sino que la expone abiertamente y pretende ser amado desde esos lugares: desde la lluvia dorada, el sexo pronunciado en voz alta y con los términos más horrendos, la habitación en el sótano, la convivencia con ratas, la resistencia a bañarse y ponerse desodorante.

Axel el Cerdo no trabaja y se mantiene al margen de la sociedad. Sociedad o mugre. Se relaciona solamente con parias, con gente que por diferentes motivos es marginada de la norma. Su único contacto normal e incluso privilegiado es Linda Morris. Ella se enamora a pesar de su mugre, al principio, y de su mugre, después y hasta abandona sus comodidades y caprichos para seguir acostándose con él. Su amor también es mugriento, está plagado de celos, inseguridades y violencias. No obstante, como caldo de cultivo para tanta podredumbre, es un signo de vida, es un signo de sobrevivencia.

En Marc, la sucia rata se cuenta la antítesis. Marc interactúa todo el tiempo con un policía. Tiene consigo las mugres que, desde el punto de vista de la institución, son las más detestables y desechables: la locura, la drogadicción, la delincuencia, la pobreza. El libro que Marc está escribiendo, Los pros y los contra de hacer dedo, profundiza esa marginación: coquetea con el incesto, romantiza la dependencia emocional, sin tapujos describe la prostitución y no juzga ninguna de las situaciones que atentan contra la decencia o, mejor dicho, contra la hipocresía de quienes anteponen las apariencias.

El oficial odia la mugre de Marc, que se retroalimenta con su soledad. El policía está idénticamente solo, tal vez, pero la hipocresía le permite abrazar una ficción donde perseguirlo y hacer cumplir la ley rigurosamente lo hermana con las personas de bien. A Marc no le interesa disipar su soledad negociando sus ideales. Selecciona la mugre como su estilo de existencia que lo aparta de la que entiende como la verdadera mugre: sobredosis de uniforme, sobredosis de engaños, sobredosis de sociedad.

Amar como Linda Morris u «otrorizar» como el policía, esa es la cuestión. Los títulos hacen su aporte. Plástico cruel lleva el apodo de Linda como nombre, pero leemos primordialmente la perspectiva de Axel. Ella es una «otra» en esa galaxia desordenada y hedionda donde no se cuela ni siquiera el sol, aunque fuera de ese sótano sea la más normal de todes. Marc, la sucia rata comparte asimismo la visión del marginado, pero en este caso no hay nadie que lo ame y que abrace tanto su suciedad como para insinuar su protagonismo. Es curioso, entonces, que los textos tengan finales similares.

O quizá no. El amor y la otredad son las caras de una misma moneda. La otredad se suspende cuando aparece el amor. En el medio, están las instancias tibias que ya mencioné: la tolerancia y la aceptación. El amor se suspende cuando aparece la otredad y así el sujeto de deseo vuelve a verse sucio y desagradable, vuelve a apestar y provocar rechazo. La respuesta oscila especialmente cuando ese alguien se presenta únicamente con su mugre y no va a dar más porque nada más de sí le parece tan importante. ¿Hay tanto amor para tanta mugre, acaso? Yo espero que sí.

María Alejandra Luna

María Alejandra Luna

Subdirectora General / Directora de Redes Sociales

Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.

Lizeth Proaño

Lizeth Proaño

Ilustradora

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