contacto@katabasisrevista.com

Ilustración: Lizeth Proaño

María Alejandra Luna

Todavía me acuerdo de cuando conocí a Mara. Está bien, no nos vimos en persona hasta bastantes años después, pero la estaba conociendo de todos modos. Las dos éramos activas en Ask.fm. El enlace fue Darío: a él le gustaban mis respuestas y las suyas. Entonces, me acerqué a ella. Me identificaba su forma de ver el mundo y me intrigaban los puntos en los cuales todavía no coincidíamos. Era otoño de 2013 y supe que ella escribía cuentos geniales. ¡Cómo me gustaba leerla! Ni siquiera me imaginaba que, desde ese momento, no iba a dejar de leerla. Por suerte. Y, por suerte, después se volcó a la poesía.

Cuando por fin la vi en persona, de hecho, ya se estaba dedicando increíblemente a la poesía. Tanto para leer como para escribir, es mi género favorito, es mi expresión preferida. Por eso, aproveché mi visita a su casa para que, entre mates y partidas de truco, me compartiera con su voz sus visiones sobre el arte y la realidad que a las dos, como escritoras y amantes de la belleza, nos circunda. Que una conversación trascendental se cuele en la mesa como una charla casual es fácil con ella. Fue muy natural soltar la pregunta:

—¿Cuál es tu búsqueda artística?

Y que simplemente respondiera, sin asombrarse por mi intromisión:

—Me cuesta un poco definir esta búsqueda… Sí puedo decir que cada vez que empiezo a escribir, sea lo que sea, me acerco un poco más a mí. Creo que mi búsqueda es esa, encontrarme conmigo, reconciliarme con la idea de estar viva en este mundo particular, convivir con la muerte (propia y ajena) y, mientras tanto, producir un arte que guíe a alguien más a lo mismo.

Estuve de acuerdo. Pienso el arte como una extensión de puentes y de abrazos, como un tránsito en compañía. Hago arte para no sentirme sola, para que no se sientan tan solos, solas y soles. Fue raro darme cuenta de que nunca había indagado sobre esas concepciones en una persona a la que quiero y admiro mucho. Tuve que explorar más hondo, aprovechando el ambiente en que nos envolví:

—¿Concebís intencionalmente el arte como activismo?

Ese interrogante la sorprendió todavía menos: siempre estamos preocupadas, implícitamente preocupadas por el rol social y militante del arte. Tarde o temprano, íbamos a tener que pronunciar esa preocupación.

—El arte es, primero que nada, arte. Lo concibo como una virtud transformadora, una pulsión de vida. Luego, sí, cada obra puede tener mayor o menor carga ideológica, ser más o menos explícito en su demanda, mostrar sin filtro las banderas que levanta o no… O sea, sin dudas, existe el arte definible como activista y muchos movimientos lo descubren y se sirven de este para “vivirse”. Sin embargo, pienso que, por ejemplo, un poema sobre amor heterosexual entre un varón y una mujer cis no es menos arte, aunque siempre lo disruptivo me resulte más fascinante.

Mara, además de una artista ideológica, es una artista completa. Se desenvuelve en la poesía, principalmente. Pero también escribe cuentos (ya lo había mencionado), dibuja y pinta. Transforma en mural mi inicio de Instagram. Su feed es un hermoso mural, el sueño de Alejandra Pizarnik cuando agrupaba versos, estrofas o palabras sueltas en papelitos sobre una pizarra.

Saber que inhala y exhala arte me hizo cuestionarme acerca de prejuicios. Este mundo tan materialista y utilitarista está lleno de ellos: el arte no te da de comer, el arte no sirve para nada. Así que quise saber si ella no tenía prejuicios o sí y, en tal caso, cuáles eran. Me dio una respuesta bastante inesperada y, por fortuna, alejada del prejuicio común:

—Pienso que el arte surca su propio camino adecuándose a las épocas, y que ahí caben y andan las obras que deben andar, fuera y dentro de lo reconocido, nos gusten o no. Igualmente creo que no se nos queda «pegada en el cerebro» cualquier obra. Podemos leer y linquear mil textos por día, pero no todos nos van a conmover de forma inolvidable, dejándonos, incluso, una sensación permanente, pero esto siempre será un suceso personal y subjetivo, punto. Me comprendo bastante pequeña para hacer juicios más grandes que este.

Me cebó un mate amargo. Me quedé saboreando su parlamento y el agua caliente con sabor a yerba. De verdad, no esperaba que la mención de los prejuicios nos llevara a la gran cuestión de la subjetividad y de la diversidad de los gustos. Me satisfizo escucharla y que mi curiosidad la remitiera a ello, pero insistí con mi intriga inicial. Ya estaba abierta la puerta y había que espiar todas las habitaciones.

—¿Tuviste vos misma prejuicios sobre la utilidad del arte?

Sonrió. De inmediato captó mi tiránico intento de retomar el curso que era preexistente en mi cabeza, a pesar de que ella lo hubiera magníficamente torcido (sin saber al principio mis intenciones verdaderas). Se dejó llevar y contestó:

—No. Dudé de muchas cosas, jamás de la utilidad del arte. Para mí, que no cambie al mundo entero de un soplido, no significa que no modifique sus partes. O sea, que no comprenda la utilidad definitiva de volvernos un paraíso eterno, no significa que no tenga una muy trascendental en absoluto. Claro que la tiene, no imagino habitable a este mundo sin ningún tipo de arte.

—¿El arte es inherente al mundo y a sus desgracias o existiría en un contexto ideal?

—El arte es una virtud transformadora, por ende, primero, es inherente al mundo. Luego no creo que también lo sea a sus desgracias, creo que la palabra es más bien «incomodidad», a eso que nos saca de los sitios cómodos. El dolor nos saca de lo cómodo y también el amor. Así que pienso que el arte es inherente al mundo y a su incomodidad. Dudo de su existencia en un contexto ideal, que defino como un contexto sin movimiento.

No, un mundo sin arte no es habitable. Mejor dicho, el arte (en muchas ocasiones) no es sin un mundo no habitable. La ganancia de que el mundo y la experiencia humana sean incómodos en bastantes instancias es la aparición del arte. No reduzco su existencia a un simple bálsamo de placer para la mía, pero sí que se erige como alivio cuando tenemos presente nuestra sensibilidad artística.

—¿Creés que todas las personas tienen sensibilidad artística?

—Voy a dibujar un poco acá. Creo que todes contamos con sensibilidad artística, supongo que no todes la tenemos desarrollada en la misma medida y, por esto, no la manifestamos de la misma forma. Eso explicaría por qué algunes producen obras más sentimentales que otres, otres las hacen más intelectuales y otres no hacen ninguna obra.

Se cebó un mate y me quedé masticando su última frase. Obras de todo tipo. Si bien la sigo en todas sus redes sociales, en ese instante me percaté de que no estaba al tanto de una cuestión muy importante, una cuestión que no dejaría de interpelarme desde que se estrenó «La obra de mi vida», serie web protagonizada por Natalia Maldini.

—¿Cuál sería la obra de tu vida? ¿Está hecha o es un proyecto?

—Creo que la obra de mi vida sería una que me represente en muchos aspectos, que aborde diferentes inquietudes y las resuelva como mi forma de transitar el mundo me permite resolverlas: resignando y tratando de hallar consuelo en lo amable, que aún queda, y el humor. Es un proyecto.

La partida de truco se había suspendido entre signos interrogativos y afirmaciones serenas y seguras. Reanudarla habría implicado asesinar esa corriente, interponer un dique entre mis inquietudes de amiga que, de repente, luego de 7 años, tiene en frente a una de sus referentes (la admiración y la amistad van por senderos separados, pero pueden coexistir sanamente) y la buena predisposición de Mara. En vez de cantar el tremendo envido que me había tocado, canté:

—¿Qué tenés en mente para el futuro más próximo?

—Un poemario, uno que pueda llevar a todas partes diciendo: este libro representa mi convivencia con el mundo y las concepciones que me llevan a sobrellevarlo de la mejor manera.

—¿Qué te ha faltado explorar?

—Exploré muchas áreas (incluso, la novela, la música y la producción audiovisual) pero me siento en falta con la pintura creativa. Mis obras con pincel son todas un ícono lo más fotográfico posible de cosas preexistentes, y tengo ganas de crear símbolos nuevos.

Levantó el termo y, sin querer, chocó el mazo de cartas. La gran pausa de nuestra partida terminó. No decidimos finalizar el diálogo, sino que el juego recuperó su sitio en nuestras manos y se apoderó de nuestras voces para que ya solamente gritáramos las expresiones correspondientes a cada acción truquera. Y el sueño y el último mate fueron final del juego.

María Alejandra Luna

María Alejandra Luna

Subdirectora General / Directora de Redes Sociales

Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.

Lizeth Proaño

Lizeth Proaño

Ilustradora

Total Page Visits: 2991 - Today Page Visits: 3
Share This