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Imagen: Sofía Olago

José Adair Prado Zacarías

Siempre fuiste de esos que se pasan el tiempo entre nefelibatas, como en nubes, caminando sobre esa cotidianidad. Perdías el tiempo imaginando, mamá decía que eso lo tenías desde nacimiento pues hasta los doctores pensaron que no naciste con vida a causa de que no lloraste, siempre impávido. Desde ahí mamá no sabía si realmente sentías apatía por todo o simplemente estabas constantemente detenido entre tus abstracciones, como a medias entre la realidad y lo imperceptible. En la escuela nunca tuviste amigos, eres ese cualquiera que se encuentra al final de la banca despegado de los demás del grupo. En aquel lejano año del 94, año de tu nacimiento, se levantó en armas el EZLN, apenitas entrando el año, a lo mejor eso marcó tu rebeldía, a lo mejor no, pero es que yo pienso ¿de dónde sacaste tanta cosa? Pensando en la inmortalidad del tiempo, entre lo tangible y lo intangible, entre lo material y el pensamiento. Cuando eras pequeño no podíamos entender tu desprecio por la política, tus ideas sobre las fronteras; le preguntabas a papá – ¿Por qué tenemos que cantar el himno, que tiene de especial ese trapo? Y Papá te pegaba por decir esas cosas y en la escuela en reiteradas ocasiones llamaron a tus papás por no saludar a la bandera. Siempre fuiste ese nihilista que más tarde te proclamaste ser –¡Soy como Bazárov, un nihilista! Toda regla me tiene en descontento, toda regla que no se adapte al método científico, no creo en la patria, ni en los dioses. Y te posabas como un grandilocuente hombre porque lo eres. Luego te la pasarías balbuceando que todo eso era una etapa: – «Ya superé a mi yo nihilista, al existencialista, al Freudiano y al Lacaniano. Ahora soy un hombre que se vale de sí para decir lo que piensa».

¿Recuerdas la casa de papá? Rodeada de un jardín a solas en un pueblo olvidado, era una casa heredada por nuestro tío. Fanático también de las locuras, antes de morir te dijo que te regalaba sus 4 libreros llenos de libros, desde entonces tú también fuiste como un Quijote perdido sin su Sancho en las andanzas del delirio. Luego fuiste infeliz por mucho tiempo, nunca supimos por qué. Mamá decía que era una muchachita la que te había partido el corazón –una mujer puede llevar a un hombre al delirio o a la tumba, al delirio y a la tumba, al delirio primero y después a la tumba. Y tú, afligido, un día le dijiste a mamá «Yo solamente creo que el filósofo debe pensar siempre en la muerte, es la tarea más indolente, dar de vueltas al mundo y saber que no existe ningún sentido». Y te quedabas callado otras cuatro o cinco horas, y mamá lloraba. Siempre pensaron que algo habían hecho mal, quizá fuera el trato, o tal vez algo que una vez hubieras visto y terminaste por quedar marcado sin ellos saberlo. Entonces discutían, mamá decía que era culpa de papá por su pasado que te había alcanzado a golpear «– ¡Pero yo qué!– decía –Deje de beber antes de que naciera». Y mamá te contaba que papá se tomaba hasta los perfumes, que orinado y cagado se quedaba medio muerto de etílico que estaba. Pero todo eso te tenía sin cuidado. Llegaste a la preparatoria y tu vida se descarriló, como sin aviso. Llegabas borracho, o a veces ni llegabas pues estabas olvidado de ti en el suelo, luego salía yo a medio recogerte cuando estabas inconsciente, despertabas tirado afuera de tu casa sin saber de dónde venías, ni que había pasado el día anterior, mamá salía a tirarte una cubetada de agua fría, papá te metía de los cabellos a la casa. La última vez que te permitieron llegar así fue en la universidad. ¿Te acuerdas cómo les decías a mis papás que ibas a la universidad? Te quedaste en la mejor escuela, en la facultad de sicología y papá y mamá volvieron a creer en ti, pero al final se enteraron que nunca entraste, era acostumbrado verte en el campus pidiendo dinero para comprarte otra charanda. Los otros alumnos te decían que eras como un teporocho de la calle que se había metido de improvisto a la escuela; un día efectivamente olvidaste tu credencial y seguridad te sacó pues pensó que habías ido a vender drogas. ¿Recuerdas que sin embargo pasabas los extras sin necesidad de estudiar? Nadie sabía cómo le hacías, pero en realidad te desgastabas la vista estudiando rudimentariamente, era como un desafío para ti, retarte al juego de «a ver cuánto aprendo antes de embriagarme» y así lo hacías dos botellas de vino, dos de cerveza, un libro y a aprender, dormir, despertar con tu cruda quitártela leyendo y bebiendo hasta la inconciencia otra vez. Esa era tu rutina, a veces pensaba que eras como Áyax, condenado y vilipendiado por los dioses. También me acuerdo que papá y mamá pensaron que te habían perdido como hijo cuando pasabas tres días a la semana entre barrotes pues la policía te había encontrado drogándote o borracho por las calles, llegabas golpeado, sin agujetas. Una de esas ocasiones, al llegar papá te dio una cachetada tan fuerte que te volteó la cara y tú te fuiste contra él a los golpes. Mamá te detuvo dándote de golpes en la espalda. Te levantaste y mamá tenía un cuchillo, no sabías bien lo que había pasado; perdiste la razón. Esa fue la primera vez de tantas, ese día te corrieron de la casa, sacaste una cajetilla de tabacos y otra de marihuana, te llevaste únicamente unos pantalones rotos, una playera vieja que te habías comprado, y unos tenis que te aventó a la cara papá, no te dejaron llevarte nada de lo que ellos te compraron. A veces después, veías a gente pasar frente a donde dormías con ropas que te recordaban a las que otrora fueron tuyas, y pensabas en que tus padres ya habían vendido todo lo que estaba en tu cuarto. Vivías en Bellas Artes, con otros jóvenes sin techo, tú ya no lo eras tanto, pero sabemos que eras un olvidado de ti mismo, te tirabas disfrutando ver pasar los días, a veces en la realidad a veces entre tus delirios. Una tarde te encontrabas platicando con los comerciantes, otros los perdías de vista y la gente te contaba entonces que era lo que hacías, hablabas con árboles, te peleabas con el aire. Te pasabas todo el día con el trapo en la boca. A veces simplemente despertabas en los separos, golpeado y rodeado de un montón de desconocidos, pero ahí había comida; entonces estaba bien.

La gente que ya te conocía te estiraba un pan de cuando en cuando, ellos sabían, una vez uno de ellos te dijo «Eres un diamante en bruto» y tú sonreíste, pero esas palabras eran como el viento que pasa y se va pues para perderse en el pasado sin consecuencia en el futuro, sin subvertir en el presente. La calle es muy difícil, lo sabemos, dormiste incomodo cuantas veces, abrazado a tus pocas pertenencias, con un ojo al sueño y el otro sujeto a la realidad para no perder lo poco que tenías, pero nada te importaba cuando el delirio volvía y otra vez caías en esa vorágine luego amanecías otra vez sin nada. La última vez que te sentí cuerdo, bien me acuerdo, fue apenas unos meses atrás. De un de pronto, un día, que no sabemos cuál es, perdiste el camino a la realidad como José Arcadio Buendía, de tanto viajar en realidades te perdiste en otra pensando que era la tuya. No era más que un espejismo de lo que antaño fue el mundo real y ahí te quedaste. Ya no existía color y esto no es una figura retórica, para nada, realmente dejaste de ver, pero no totalmente, veías las casas y todo lo demás era como una sombra, el cielo lo veías obscuro, las personas eran como unas sombras que se te acercaban por eso tú les tenías miedo, todo lo demás de pronto se formaba en figuras humanas, a veces tú realmente tenías que atacar. Las sombras eran tu mundo, a partir de ahí no descansaron hasta sumergirte.

Hoy lo lograron.

Estas tirado frente al Palacio de Bellas Artes y la gente te rodea, me duele verte así, yo que fui tú, estas ahí tirado, con espuma en la boca y los ojos perdidos. Pero tú te perdiste hace tiempo, yo me abandone de ti hace años, cuanto tiempo trataste de evitar la realidad, un día lo lograste y supiste que todos, todo son tormentas, obscurecidas sombras sin sentido. Un día te abandoné, te abandonaste, y quedo solo tu cuerpo, andando sin vida, al menos hoy por fin se libera. Finalmente, si fuiste como Bazárov, una promesa que se perdió en el tiempo.

Autor

José Adair Prado Zacarías

José Adair Prado Zacarías

Me llamo José Adair Prado Zacarías, tengo 21 años y curso la carrera de creación literaria en la UACM y tengo un cuento publicado en “Relatos de la cuarentena” por parte de la UANL y tres nubes, y tengo un blog en Medium desde donde publico algunos de mis textos también.

Ilustradora

Sofía Olago

Sofía Olago

Ilustradora

Mi nombre es Diana Sofía Olago Vera, para abreviar prefiero ser llamada Sofía Olago. Tengo 19 años y nací en Lebrija, un pequeño municipio del autoproclamado país del Sagrado Corazón de Jesús: Colombia. Sin embargo, desde pequeña he vivido dentro del área metropolitana de Bucaramanga, capital del departamento de las hormigas culonas.

Soy una aficionada del diseño que nutre su estilo y conocimientos a base de tutoriales y cacharrear softwares de edición. Actualmente, soy estudiante de Comunicación Organizacional, carrera que me dio la mano para mejorar mi autoconfianza y mis habilidades comunicativas.

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