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Ilustración: Laura Hoffmann

Karla Hernández

Deyanira R B

Tehuacán, Puebla, 1999

La primera vez que Lina Cortés tuvo esa clase de pensamientos, ella se hallaba en misa de siete, en plena fila para recibir al cuerpo de Cristo en su boca como cada domingo. Al principio, ella lo atribuyó al hecho de haber tenido que levantarse tan temprano, aunque mas tarde tendría que reconocer que innegablemente su cerebro había comenzado a maquinar la idea de satisfacer ese antojo desde hacía un buen tiempo.

Hasta ese instante, Lina Cortés, pese a su corta edad, había sido un pilar intachable de rectitud dentro de su comunidad. Había vivido una existencia pacífica, incluso podría decirse que había tenido una vida aburrida, carente de cualquier atisbo de la más mínima emoción en ella… hasta el día en que todo comenzó.

Lina lo sintió como un impulso que le nacía en la boca del estomago, una sensación que la empujaba constantemente de un lado a otro, impidiéndole oír la parte final de la misa, apenas se acordó de besar la mano del párroco antes de salir del recinto.

Cuando todo había terminado, en lugar de quedarse a conversar con el resto de los parroquianos como era su costumbre, decidió irse lo más rápido posible hasta su casa. La había asustado experimentar aquello de forma tan repentina, aquel impulso impropio de una chica piadosa como ella. Se quitó la mantilla y se metió al baño para refrescarse.

A pesar de haber hallado un consuelo pasajero en el agua cristalina de su bañera, la sensación no la abandonaba en absoluto. Miró la televisión con la esperanza de que se le pasara al mirar por un rato prolongado la pantalla, pero fue en vano. Ni siquiera pudo conciliar el sueño esa noche. Lina pasó una buena temporada con aquello que no la abandonaba, sin tener ni una pista sobre lo que la había llevado a ese estado.

Un día, mientras preparaba unas tortitas navideñas para la próxima quermés de su pueblo, por fin pudo encontrar lo que le estaba causando tantos malestares: tenía hambre.

Lo supo cuando se cortó el dedo y la sangre roja comenzó a derramarse. Al ver aquello, a Lina le entró un gran deseo por probar aquel líquido que se derramaba de forma tan tentadora. La boca se le hizo agua sólo con imaginar el sabor. Su lengua estaba a medio camino para lamer su herida.

Sin embargo, se abstuvo fuertemente de hacerlo. Se reprendió a sí misma con dureza por el simple hecho de pensar en hacer eso de forma tan descarada. Además, también pensó en las consecuencias legales de sus actos y lo que podría pasarle al intentar satisfacer su apetito.

Recientemente había leído en el periódico la historia de una mujer a la que le sucedió exactamente lo mismo en una de las colonias más populares de la capital. Antojos repentinos por un sabor desconocido que terminaron en múltiples homicidios para probar carne humana y una condena a muerte que se llevaría a cabo en abril de ese año.

Lina se asqueó ante la idea de terminar cometiendo antropofagia del mismo modo que aquella mujer que no había dudado en destazar a su marido para llevar a cabo su macabro banquete.

Desde niña, pensar en sangre, vísceras y carne cruda la horrorizaba. No obstante, conforme pasaban los días, la idea de probar al menos un bocado de carne se iba apoderando de su mente hasta ganar un lugar constante entre sus pensamientos. Recordó todos los domingos en los que devoraba sin prisa y sin arrepentimiento el cuerpo de Cristo, aquel que había muerto para expiar los pecados de personas como ella. Definitivamente, aquello la animó a saciar su hambre.

Se dirigió a la capital de su provincia, dispuesta a conseguir su alimento pues no quería que la gente en su pueblo comenzara a circular rumores extraños sobre ella.

Se preparó mentalmente para encarar su decisión e incluso mandó afilar el cuchillo alemán que su abuela le había regalado al morir para asegurar que los tajos fueran certeros.

Lina había escuchado que la mujer de la capital, con todo y sus cincuenta años, había usado la seducción para atraer a sus víctimas, especialmente a su marido. Durante su estancia, ella intentó hacer lo mismo con los hombres que se encontraba en los largos paseos cerca de la Catedral y por las calles aledañas a la Plazuela de los Sapos. Aunque, en realidad, nunca se animó a degollarlos. No estaba segura de poder dominarlos de forma eficaz. Tampoco sirvió abordar borrachos ya que aquellos hombres le inspiraban asco debido a la gran cantidad de fluidos desagradables que normalmente los cubrían de pies a cabeza.

Lina se hallaba frustrada en medio de su cuarto de hotel. Se le estaban acabando sus ahorros así como las ideas para atraer víctimas que pudieran servirle de alimento, pero esa tarde su mente se iluminó con una idea que ella calificó como brillante.

Después de salir de bañarse con agua caliente, Lina se secó y notó que su piel era bastante suave, tersa, casi aterciopelada, especialmente aquella que se hallaba en sus muslos.

La boca de la chica empezó a salivar copiosamente ante la idea de probar aquello. ¿Cómo es que no se le había ocurrido eso desde el principio? Todo este tiempo siempre tuvo materia prima de excelente calidad, cuidada hasta el último detalle, disponible las veinticuatro horas del día y jamás se le ocurrió probarla. Llamó a la recepción del hotel y pidió que le subieran una botella de vino, una copa, algunos aperitivos salados y un juego completo de cubiertos.

Cuando tuvo todo el material, se dispuso a empezar. Tomando un buen trago, Lina Cortés realizó el primer corte en su muslo derecho con el cuchillo de su abuela.

A pesar del miedo que tenía, la adrenalina se encargó de que la operación se llevara a cabo de la forma más rápida posible. Se llevó el pedazo de piel a la boca con un trozo de queso. “Sublime”, eso fue lo que pensó la chica cuando probó su propia carne. Completamente jugoso y apetecible.

Estaba completamente extasiada, experimentando un placer que no había sentido jamás a sus casi treinta años en una vida de rectitud y moralidad intachable. Una vida aburrida.

Al primer bocado le siguieron muchos otros. La adrenalina servía de motor en aquel festín improvisado. Lina no podía parar, la adrenalina que llenaba su cuerpo la impulsaba a continuar y seguir consumiendo su carne. Ya no tenía queso u otros acompañamientos, pero le importaba muy poco.

Ella continuó desgarrando carne, venas y tendones, dejando un gran reguero de sangre a su paso. Parecía estar poseída por un placer que difícilmente se podría explicar.

Lina se acabó la carne de sus muslos. Ella no quería acabar con aquel placer y se dispuso a continuar con la carne de su vientre y estomago, sintiendo éxtasis con cada nuevo bocado.

Cuando el amanecer llegó a Lina no le quedaba mucho más que pudiera probar, el dolor comenzaba a hacer acto de presencia en los restos de sus extremidades.

Por primera vez en su vida, Lina Cortés no sabía qué hacer. Se debatía entre pedir ayuda para que rescataran sus restos de aquel cuarto o perecer allí. Estaba tan agotada que se decidió por lo último.

Cuando los empleados del hotel encontraron a Lina en medio de aquella escena, sintieron un terror profundo ante la truculencia con la que se habían encontrado. Era la primera vez que una cosa así ocurría en aquel establecimiento.

Pese a aquel horrible panorama, cuando los forenses llegaron para recoger el cadáver de Lina Cortés no pudieron dejar de notar el semblante de paz que tenía la difunta. Determinaron que la causa de muerte había sido la pérdida excesiva e inexplicable de tejidos y sangre.

Mucho después, pudieron llegar a esclarecer la verdad: para satisfacer sus deseos, Lina Cortés, una simple pueblerina, había recurrido a la autofagia. No había signos de arrepentimiento en ella cuando su cuerpo llegó a la sala de autopsias, solamente quedaban los restos de su determinación.

Para la gente de su pueblo, la señorita Lina Cortés simplemente había desaparecido, como si se la hubiera tragado la tierra donde en efecto era donde reposaba después de haber tenido una gran emoción en su vida.

Karla Hernández

Karla Hernández

Nacida en Veracruz, Ver, México. Próxima licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en fanzines, así como páginas especializadas como Íkaro, Casa Rosa, Penumbría, Monolito, Tlacuache, Teresa Magazin, Himen, Solar Flare y Página Salmón, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa.

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