contacto@katabasisrevista.com

Ilustración: Arturo Cervantes

Catalina Fernández

1

-Señora, debe comprender: es muy arriesgado hacer una nueva cirugía. No digo que podría morir, pero podríamos traerle serias compilaciones a su cuerpo. No importa cuánto hagamos, no podemos iniciar de cero -le dijo el doctor Mejía a su paciente, Victoria Schell. Ella lo miraba sin comprender y el doctor, a su vez, observaba todos los cambios que le había hecho a su cuerpo durante todos estos años: los labios rellenados, los pechos con siliconas excesivamente grandes, los glúteos, las múltiples liposucciones, su nariz, los Botox por todo el cuerpo… Tanta cosa había hecho durante veinte años. Pero no tenía la misma conciencia que ahora.

Hace veinte años, él era un cirujano plástico con apenas cinco años de carrera y apenas tenía trabajo y ella era una chica que se odiaba con descaro: sus piernas regordetas, su vientre abultado, la papada predominante y los pechos pequeños. La conoció un martes a primera hora; Vicky (como él le decía de cariño) estaba sentada en una sala de espera, leyendo una revista de modelo esqueléticas con gran avidez. Se la veía deprimida, desarreglada, pero no dejaba de ser una chica bonita.

Le indicó que pasara. Se sentaron frente a frente y le hizo la gran interrogante:

-Muy bien, señorita Schell (perdone si lo pronuncio mal, los apellidos no son mi fuerte). ¿Qué la trae aquí?

-¿No es obvio? – respondió ella señalándose.

-Créame querida, soy un poco ciego para estas cosas –ella lo miraba extrañada, como si su presencia ya detonara algo.

-Quiero una liposucción.

-Ah… Me parece bien, si es lo que usted desea. Pero déjeme decirle (y créame que lo hago con sinceridad, porque una cirugía es con lo que como dos semanas), yo creo que su complexión no está mal, y si quisiera cambiarla, unas simples sesiones de gimnasio, junto a una buena dieta completa y salu-…

No logró terminar, puesto que Victoria se puso a llorar sin consuelo. Él no comprendía nada.

-¡Doctor! ¿Qué me está queriendo decir? -le dijo la Vicky del presente, sacándolo repentinamente de sus recuerdos. Otra vez estaba en el gran consultorio blanco y verde. El doctor, antes de contestar, se detuvo un momento a ver los diplomas colgados en su pared, junto a las fotos de sus pacientes más queridos.

-Lo que quiero decir es que ya no seguiré operándote. Me parece más un castigo que le haces a tu cuerpo que otra cosa.

-¡Doctor! Pero solo mire, MIRE- empezó a toquetearse por todos lados, sacudiendo su piel- ¿No ve la piel flácida? ¿O acaso la grasa que me rodea? Necesito otra intervención.

-Vicky…

-Señorita Schell, hasta que CAMBIE de ACTITUD.

-Muy bien, que sea señorita Schell- dijo cansinamente. Se estuvo preparando para esta conversación toda la mañana, pero simplemente era imposible charlar con esa mujer sobre lo que era bueno y razonable para ella. – Debes comprender, estás haciendo daño a tu cuerpo. Lo hemos obligado a cambiar de una forma poco saludable y yo… Yo me arrepiento. Eras una chica linda…

-No.

-… dulce y amoros-…

-NO -Victoria se paró de golpe y lo observó con una mirada fulminante. -Después de tantos años, después de haber escuchado mis penas… ¿Ahora quieres echar todo atrás?

Se observaron en silencio unos minutos. Él ya sabía que sus intentos de persuadirla habían sido en vano; ella, que a pesar de saber todo lo que había sufrido y luchado, no la ayudaría.

2

La clase del 3° “A” era muy ruidosa. Los niños se arrojaban gomas de borrar, comían pegamento y charlaban de lo que habían hecho en el verano con sus amigos. El primer día de clases, si bien a algunos les daba pereza volver a empezar sus rutinas durante 180 días, estaba lleno de voces muy entusiastas, chillonas y alegres que no paraban de cuchichear a la espera de la nueva maestra. Solo había una niña que no parecía estar contagiada de toda esa emoción que flotaba en el aire.

Esa niña estaba sentada al fondo, en una esquina junto a la ventana, intentando no llamar la atención (por lo menos inmediata) de los niños. El uniforme le quedaba algo ajustado, dejando marcados pequeños pliegues y rollitos que ocultaba con un suéter bochornosamente, a pesar del calor que hacía en esos últimos días de estío. Sus piernas, sin embargo, quedaban expuestas debido a la pollera no tan larga que debía usar. Sentía tanta vergüenza al verse al espejo y no reconocer a las escuálidas mujeres de las revistas francesas de moda, con cintura tan pequeña y piernas tan largas. Su madre, sus amigos del otro colegio, las personas que conocía en general, le decían que era una niña muy bonita, muy “guapa”; pero ella no se sentía así. Se sentía como… Una pequeña cosa fea.

Las voces callaron repentinamente: la maestra, la Seño Lara, acababa de entrar en el aula, y con su imponente presencia atrajo la atención de todos los chicos. Era alta, delgada y de cara angulosa. Su pelo suelto le caía por los hombros al igual que una cascada de agua negra. Sus labios carnosos eran de color carmesí. Su rostro, ya entrado en años y con unas arrugas detonaban miles de sentimientos y momentos vividos, era de una singular belleza. Los chicos la observaban atentamente, algunos con temor y otros con una singular curiosidad por conocer a la persona que probablemente se ganaría su afecto en esa aula de grandes ventanas y paredes de madera blancas, frente al gran pizarrón verde a punto de ser ensuciado por la tiza de largas clases de gramática y matemática.

-Buenos días niños- saludó ella con voz melosa- Soy su nueva profesora, la Seño Lara- anotó su nombre en el pizarrón. – Quiero que cada uno se presente con su nombre y me diga algo que le guste mucho. Empecemos desde acá- dijo señalando al niño de rulos rojizos de al frente de la primera fila junto la puerta.

-Mi nombre es Pedro y lo que…

La niña no escuchaba, estaba buscando la manera ideal para pasar por desapercibido. Pero no había ninguna opción buena: si pedía ir al baño o se escondía bajo el banco llamaría aún más la atención. Miraba fijamente el banco vacío junto a ella pensando que tal vez en el momento en que la maestra fijara su atención en otr-…

– ¿Linda? Sigues tú.

“Oh, no”, pensó ella. No había forma de zafar de esta. Miró fijamente a la maestra como buscando apoyo, comprensión o ambas y que la salteara sin ningún comentario. Pero en cambio:

-Adelante, ponte de pie y habla. Sin miedo, sé que puedes.

Lentamente se paró sabiendo que todas las miradas estaban fijas en ella. Respiró hondo y con una voz anodina enunció:

-Me llamó Victoria y lo que más me gusta es cocinar.

3

Victoria cortaba con una rapidez sorprendente unas zanahorias y las colocaba rápidamente en el agua hirviente en la cacerola detrás suyo. Preparaba un puré de estos junto un pedazo bastante chico de merluza. Intentaba no pensar en lo ocurrido hoy. Le prohibían hacerse más cirugías, pero ¿por qué? Es verdad que se había hecho unas cuantas (demasiadas) desde que tenía veinticinco y el dinero necesario. Pero en aquellos tiempos no se podía mirar al espejo por miedo a que se rompiera. Y ahora se encontraba en una situación similar: no podía verse sin sentir una repulsión proveniente de lo más profundo de su ser. Las arrugas, el pellejo colgante y las canas… ¡Cómo desearía poder tener la belleza que tanto tiempo estuvo buscando a través de un bisturí!

Pero los años pasaban y cada vez era más difícil “renacer”. Pensaba en esto mientras masticaba con dificultad debido a sus labios rellenos y las pequeñas cantidades de Botox. Estaba convencida de que algo tenía que poder hacer; los recursos debían de aparecer de algún lado.

Sopesaba las ideas mientras masticaba sin saborear cuando de repente paró: el anunció de internet.

Atropelladamente apartó las cosas de la mesa y colocó en su lugar la notebook. La prendió y fue directo a su correo. Buscó entre todo el spam; ella sabía que debía de estar por ahí… ¡Y bingo! Ahí estaba, con letras y florituras coloridas que anunciaban desvergonzadamente:

¿Busca un cambio de cuerpo?

¿El suyo no le satisface?

Nosotros lo podemos solucionar.

Estética del Sol

11 4455-8157

Sin importar la hora, llamó. No esperaba que contestara alguien, eran casi las diez de la noche y sería muy raro encontrar alguien trabajando en un consultorio a esa hora; ella era consciente de eso, pero sus impulsos fueron más fuertes que su razón. En contra todos los pronósticos y pruebas empíricas, una enérgica voz masculina la saludó:

-Buenas noches, Estética del Sol ¿En qué puedo servirle? –Victoria no supo qué contestar, en primera instancia no esperaba una respuesta (salvo la de un contestador). – ¿Hola? Escucho una respiración, ¿hay alguien? -insistió el secretario.

-SÍ -respondió Victoria con avidez. -Sí, emmmm… Soy Victoria Schell y llamo por su anuncio.

-¿Cuál de todos, si me pude ser más específica? Tenemos infinidad de ellos: depilación, cambio de color de iris, liposucción…

-Creo que tal vez me vaya a expresar mal, pero ¿puede ser sobre un cambio de cuerpo? -del otro lado de la línea se escuchaban pequeños murmullos. Victoria no pudo captar sobre qué hablaban, así que decidió reprimir su curiosidad y ser paciente.

-¿Por qué? -se enervó el secretario. De fondo se oía hablar a una mujer que tenía cierto dejo de pánico. -¿Qué es lo que quiere? Para que sepa este es un establecimiento honesto y no vamos a perm-…

-Alto –le interrumpió la otra secretaria. -Pásame el teléfono a mí -el teléfono pasó de mano no sin ninguna réplica por parte de su compañero. –Buenas noches, disculpe a mi compañero. Estas situaciones nos ponen a todos los pelos de punta. Sea amable de decirme el interés de su llamada -sonaba muy efusiva en contraposición con la mujer que había escuchado antes. ¿Sería la misma?

-Emmm, obvio. Perdone tanto alboroto.

-No es problema, señora.

-Llamaba para saber si podían darme algún turno.

-Sin ningún problema -le replicó ella con total normalidad, como si fueran muy comunes llamadas a esa hora para un turno con el médico. -¿Sería tan amable de decirme con quién?

-No sabría qué decirle… Supongo que con la persona que haga las cirugías plásticas.

-Aquí contamos con diecinueve cirujanos expertos en ese ámbito, cada uno con su propio campo de especialización. Dígame, ¿qué busca específicamente? -Victoria se detuvo a pensar unos segundos hasta que se le vino a la cabeza la imagen de una mariposa.

-Una metamorfosis. Lo que quiero decir es… Ya sabe. Un cambio drástico de imagen.

-Entonces, ¿le parece un turno para mañana a las dos y cuarto con el doctor Sallow?

4

Lentamente la niña se paró sabiendo que todas las miradas estaban fijas en ella. Respiró hondo y con una voz anodina enunció:

-Me llamo Victoria y lo que más me gusta es cocinar.

Victoria se sintió algo cohibida frente tantas miradas curiosas.

-Entonces, Victoria… -le inquirió la maestra -¿Eres nueva en la escuela?

-S-sí.

-¡Qué interesante! ¿Alguno tiene preguntas para Victoria? -preguntó voluptuosamente. Un niño levantó la mano y entusiasmadamente lo dejó hablar.

-¿Por qué tiene piernas tan grandes? –la sonrisa de la Seño Lara desapareció y le lanzó una mirada fulminante.

-Gabriel, esas cosas no se preguntan. Todos nuestros cuerpos son distintos y eso es muy bueno. Como uno puede tener ojos muy pequeños, yo puedo tener brazos muy largos.

-Profesora… -dijo una niña rubia con la mano muy levantada -Creo que él se refiere a la razón de que esté tan gorda -Victoria se estremeció al oír otra vez esa palabra. Fuera donde fuera todas las personas la encasillaban en esa categoría. No les importaba conocerla un poco, saber si era buena arquera o muy floja. Sólo se fijaban en eso…

-Tal vez se comió muchos pasteles -dijo otra chica pelirroja y pecosa.

El comentario provocó muchas risas y un sinfín de pequeños murmullos. “¿Se someterá a dieta?”, “su mamá le dará de comer mucho, eso se nota?”, “Mírale la panza, ¡es muy grande!”, “¿Habrá considerado hacerse cirugía para esa nariz?”, “Sus cachetes se asemejan a los de un chancho”, “casi no tiene cuello”, “sus ojos son muuuuyyy pequeños, parecen nueces, ¿así será también su cerebro?”, …

-TODOS CÁLLENSE AHORA -gritó la maestra. -No voy a tolerar esta clase de maltrato hacia su compañera. Ella es igual de inteligente y capaz que TODOS ustedes. ¿Entendido?

Todos callaron, no sin un dejo de picardía brillando en sus ojos.

Lee la segunda parte

Autora

Catalina Fernández

Catalina Fernández

Ilustrador

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

Total Page Visits: 1054 - Today Page Visits: 1
Share This