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Ilustración: Maricielo

María Alejandra Luna

Hace unos años quiso mi amor hacia Latinoamérica que me sintiera irresistiblemente atraída por Eduardo Galeano. A pesar de lo popular que es, gracias a las imágenes bonitas que se comparten en Facebook (igual que el capítulo 7 de Rayuela, toco tu boca), no me había adentrado en su literatura. Lo conocía principalmente por haberle dado voz a esa justiciera introducción del tema «Nunca más a mi lado» de No te va gustar.

Comencé por Las venas abiertas de América latina y de inmediato supe que había un volumen que recogía todos sus textos sobre mujeres, textos que andaban desperdigados por sus libros. Lo compré y entonces me enteré de muchísimas personajes (me van a perdonar la falta de concordancia entre adjetivo y sustantivo) que habían sido olvidadas, silenciadas, anuladas o relegadas. Por supuesto, sabía que la historia del mundo era excluyente, pero a partir de esa lectura les estaba conociendo el nombre, el apellido, la cara y la obra a las excluidas.

Así supe que Francia había tenido la bendición de contar entre sus artistas a una muchacha llamada Camille Claudel. Es curioso, pero como carezco de talento para las artes plásticas me sentí muy rápidamente interesada en contemplar sus esculturas y en descubrir cuán diestra había sido ella en su tarea. No me decepcionó, sucedió lo contrario: me deslumbró. Sonará un poco atrevido de mi parte, pero esculpir aproxima a la divinidad: no en vano muchísimos mitos nos presentan a dioses que les sacaron forma a las piedras o al barro. Camille estaba personificando, animando elementos del reino mineral y, por supuesto, les daba también una historia.

Es curioso el ejercicio de admirar y pensar una escultura como un relato, como un poema o como una pieza teatral, pero hay y hubo artistas que, sin querer, han sido implícitamente capaces de dejarnos abierta esa puerta. Es curioso, asimismo, el ejercicio de prologar una escultura. Todo prólogo implica una lectura previa, muchas lecturas previas y una persona que gusta de leer y escribir juega con esas herramientas porque analizar «El gran vals» desde esa práctica es divertido y novedoso.

Voy a jugar entonces en los siguientes párrafos a que «El gran vals» es una pieza teatral. Hay dos protagonistas, un varón y una mujer, que bailan. Él quiere entablar un diálogo mientras baila con ella, ella, en cambio, no lo mira y emite solamente soliloquios en los cuales manifiesta abiertamente que le gustaría desprenderse de él. Me recuerdan a Paolo y Francesca: haber sido amantes los obliga a permanecer juntos, inmortalmente juntos. ¡Cuánta resignación hay en la mirada que huye! ¡Cuántos deseos de bailar sola! ¡Cuántos anhelos de que él deje de decirle que quiere seguir bailando con ella, cuando ya no es así!

Imagino que los protagonistas no tendrían nombre. Serían Bailarín y Bailarina. Bailarín haría muchas preguntas. Bailarina diría muchos lamentos que no responderían ni remotamente a esas preguntas. La interacción sería absurda, pero los parlamentos de Bailarina tendrían muchísimo sentido y otorgarían más ritmo a sus pies que el propio vals. Habría una danza contundente y estética, pero constantemente experimentaríamos la sensación de que ambos bailarían mejor o más a gusto por separado.

Bailarín: —¡Cuánto admiro el amor que me tienes! Cuánto me complace que bailes según mis compases… Otras bailarinas me acompañan, pero ninguna lo hace tan devotamente como vos.

Bailarina: —Estoy tan harta de que celebre un amor que ya no le profeso. No lo merece y no entiendo cómo no puede verlo. ¿Por qué me retiene? ¿Qué cincel misterioso me dio vida y condena a su lado? Me fatiga escuchar que un amor marchito pueda hacerme ver como su alfombra…

Bailarín: —De verdad, estoy agradecido de que me ames tanto como para bailar siempre conmigo. Tu libertad te permitiría saltar a otros brazos y sin embargo…

Bailarina: —¿Acaso se burla de mí? ¿No está viendo que me quedo porque no puedo irme y no porque quiera quedarme? Su ego baila más veces que él.

Y el vals no cesa. Y el bronce no se rompe. Bailarina está ineludiblemente unida a unos pasos que ya no quiere seguir. El triunfo del escape lo consigue su mirada. La mantiene a salvo de quedarse totalmente estancada en la situación. Esa mirada recorre kilómetros. ¿Cuántos? ¿Podrían sus piernas caminarlos? ¿O ya ha sido demasiada quietud y hasta seguir siendo piernas es un absurdo? Bailarín pregunta, dice y baila con naturalidad porque no se da cuenta de que esa presencia incondicional corresponde a una permanencia obligada y sufrida y no a una declaración loca de amor y sacrificios.

Es difícil anticiparle un final a la obra. Tal vez conforme una trilogía trágica y nos alivie con una sátira. Tal vez sea solamente esta pieza inconclusa o, mejor dicho, con final desesperante. Bailarina -lo sabemos-, si pudiera, sería una escultura aparte y esa consciencia de que constituye una ficción plástica y de que su destino se decidió entre 1892 y 1895 para siempre la transforman en una heroína mucho más paciente que Penélope y mucho más rencorosa que Medea. A su espera no le da sentido un Odiseo, a su rencor no le da sentido un Jasón. No, su libertad signa cada circunstancia, por ausente, por imposible.

No queda mucho por añadir a su estática (por escultural) y también dinámica (por la forma como está esculpida y dramatizada) historia. Solo queda invitarlos/as a ustedes para que sumemos más lecturas atípicas. Ojalá me ayuden a abrazar la esperanza de que es una trilogía incompleta o encuentren un no vals apócrifo, donde Bailarín esté solo y callado, donde Bailarina esté sola y bailando. Ojalá me ayuden a seguir leyendo y prologando esculturas o pinturas o grabados porque las artes son ramas y en el proceso de alcanzar la copa las vamos conectando despistadamente. Ojalá encontremos «El libre vals».

María Alejandra Luna

María Alejandra Luna

Subdirectora General / Directora de Redes Sociales

Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.

Maricielo

Maricielo

Ilustradora

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