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Ilustración: Caro Poe

Odilón

Elisa mira con atención por la ventanilla del microbús, le pide al chofer que la baje en el siguiente puente. Se le ha hecho tan tarde que apenas si llegará para comer. «Me va a regañar mi mamá», piensa mientras el camión arranca. «Y todo porque la Marcela me entretuvo con su chavo en la secu».

Elisa toma la decisión de irse por «el sendero», como lo llama su madre; llegará más rápido, aunque es ruta solitaria. Tampoco es la primera vez que lo que la usa, aunque cuando camina ahí se siente intranquila: la maleza es alta y casi no pasan peatones, las casas son silenciosas, pero solo serían quince minutos a paso rápido y al fin, casita.

Cruza el puente y empieza a caminar cuesta abajo por el camino. Un automóvil pasa a su lado, pero ella no le presta atención, no hay nadie más cerca. La muchacha prefiere detenerse fuera de una casa y simular que busca sus llaves hasta que el vehículo desaparezca, tal y como le enseñó su madre. El automóvil apenas se alcanza a ver a lo lejos. Elisa retoma su marcha.

Una cuadra más adelante el auto está detenido, la muchacha se inquieta, duda si vuelve a esperar o debe seguir caminando. Quizá todo es paranoia, tan solo exageraciones de su imaginación y el caos que de vez en cuando ve en las noticias, o lo que le cuentan sus amigas: a la Marcela, una vez le agarraron una nalga en el pesero. El tiempo sigue corriendo y Elisa piensa en cuánto le gustaría estar ya en casa, aunque su mamá la regañe, pero sentada, a fin de cuentas, a la mesa.

Se arma de valor, la chiquilla aprieta el paso, casi corriendo cruza frente al vehículo… No pasa nada…

La chica sonríe y continúa caminando, mira de reojo a los alrededores como todos los días, la ropa en los tendederos y los perros atados en los patios en una la calle desierta. A unos cien metros se alcanza a ver el techo de su casa, ya puede aligerar el paso.

—¡Oye! —alcanza a oír una voz, es una voz de hombre, es suave, casi agradable. El cuerpo de Elisa se paraliza, aunque quiere alejarse, sus piernas no se mueven. ¿Y si el tipo la persigue? No tiene idea de qué tan lejos o cerca esté de él. ¿Y si lo ignora y éste furioso la golpea y sube a su auto? ¿Y si jamás vuelve a ver a su familia? La mente le dice que no haga caso, su voz es incapaz de salir, su cuerpo al fin se mueve, ella voltea, quizá es otra cosa, tal vez al sujeto se le cayó algo, tal vez le van a pedir ayuda con alguna dirección, la paranoia.

Un hombre joven está masturbándose a diez metros de ella. Elisa se había puesto en bandeja de oro: un sendero solitario con una estudiante indefensa, temblorosa, incapaz siquiera de gritar. El tipo sonríe mientras gime, eyaculando a la tierra. Elisa voltea en automático y sus piernas al fin le permiten correr en silencio, conteniéndose las lágrimas de coraje e impotencia; el remordimiento de no gritar ni de atreverse a tomar una piedra del suelo y a arrojársela con todas sus fuerzas a ese bastardo.

Llega a casa, se asegura que nadie la siguió. El corazón le late desesperadamente y sus piernas apenas la sostienen. Su mamá la recibe, le dice que se cambie de ropa para comer. Se nota que está de buen humor mientras tararea una canción. Elisa continúa en silencio.

—¿Cómo te fue, mi amor? ¿Por qué te tardaste tanto? —la muchacha abre los labios, mira a su madre sonriente. Los cierra de nuevo, esboza una débil sonrisa.

—Bien, mami… me quedé con la Marcela y se me fue el tiempo…

—Cámbiate para que te sirva.

Aún con las manos temblando, Elisa va a su cuarto y se encierra en el baño, se recarga en la pared mientras va deslizándose hasta llegar al suelo. Abraza sus rodillas y empieza a llorar en silencio, prometiéndose no contar a nadie lo sucedido.

Se sienta a la mesa y su mamá le nota los ojos enrojecidos, le pregunta si lloraba. Elisa le responde… que fue por un chavo. Su madre le da una palmadita en el hombro y le dice, tratando de consolarla, que apenas es una niña y tiene toda una vida por delante, y que se acostumbre a que eso le pasará tantas veces que en algún momento dejará de dolerle. Le da un abrazo. Elisa asimila las palabras de su madre, y entiende que no es más que la verdad.

Toma la servilleta de la mesa y se seca las lágrimas que no paran de salir.

Autora

Odilon

Odilon

Estudiante de Lengua y literaturas hispánicas. Estudiante de Creación literaria UACM. Loca de los gatos, vegana, feminista, ratona de biblioteca.

Ilustradora

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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