contacto@katabasisrevista.com

Imagen: VonPeps

David Forigua

Vamos otra vez… Otra vez me siento frente al computador, algo trastornado, angustiado, pensativo y empiezo a escribir sin saber cuándo he de acabar (antes de superar por mucho la fecha de entrega, espero, si tengo algo de suerte) y como he de hacerlo (ojalá con algo coherente, interesante, TODO, menos aburrido).

Me siento y el tiempo pasa; TIC TOC, tic toc, TOC TIC. Hace años que no escucho un reloj producir ese ruido pero en mi mente suena exactamente eso cuando mi corazón (es tal vez mi corazón el que suena) se acelera angustiado, ya sea a la espera de algo… o de alguien, de una mujer, una fecha o un destello de inspiración, más que nada de una mujer. Aunque últimamente se acelera cuando el tiempo pasa y la página en blanco mantiene su naturaleza intacta, desafiante… acosadora y acusante.

El texto tiene -4 días de vida (ya debí haberlo entregado) y apenas voy en esto y es una carrera contra mí -¿contra el TIEMPO?-. Van las palabras de pronto rápidas, las piensa mi mente y tratan de alcanzarlas mis dedos; ellos, digitan con la esperanza de que en la pantalla aparezcan las letras, una a una, lo suficientemente rápido o lento para que no se golpeen en desorden con las que ya anticipan las yemas torpes que bailan un vals acelerado con sus 3 tiempos marcados: el de los ojos, la cabeza y la máquina. La clave es no parar de escribir, manteniendo el ritmo y la inspiración, con la fe del escritor que sabe que más tarde que temprano (mucho más tarde en mi caso) el lenguaje le ganará la batalla, pero nunca la guerra, al vacío y al tiempo, así sea, a fuerza de desenfreno, obstinación e irracionalidad. Me encuentro furtivo y veloz atrapando los pensamientos que van a mil ya casi desmembrados por la rapidez que los acosa, y que tengo que rescatar antes de que mueran y se pierdan para siempre. MALDITO TIEMPO.

El cadáver del minuto que pasó, me dice que voy tarde, que no me queda sino el segundo que se fue. Se me pasa la vida gastando el reloj, escribiendo de afán y es que: el presente es una atleta sin pies, porque como también dice aquella poesía: no hay reloj que dé vuelta hacia atrás… Y qué jodida lástima, porque acabo de perder su tiempo y el mío haciendo referencia a Arjona. No importa, yo solo quería enfatizar en esto del tiempo.

Buenas, si lo son, tardes, días, noches… que del afán me he olvidado de la cordialidad. Qué bonito es saludar y ser saludado; sobre todo, ustedes que me saludan al encontrarse (tan solo leyendo) conmigo en este lugar que nos conecta a través del espacio y el tiempo (que como ya se sabe son los mismos) y que les permite contar con la fortuna de ver mi futuro y mi pasado y saber si mi angustia fue resuelta; claro, si es que leen esto fue porque habré acabado lo que para mí ahora no existe y, además, lo habré acabado no tan tarde como para que haya sido posible su publicación (gracias por tanto, Daniela; perdón por tan poco).

En fin, el tiempo sin duda lo pone todo, todo, en perspectiva y es que cuando lean esto (si es que leen, insisto) estaré angustiado por el siguiente artículo o por cualquier otra cosa…o no estaré, uno bien no sabe para quién escribe ni cuándo será leído. Lo que es cierto es que el pasar de los segundos lo cambia todo y más cuando verdaderamente se presencian o (¿) se recuerdan (?), pues hay segundos que parecen no vividos, haciéndonos o bien conscientes del correr del tiempo, como yo, «ahora» viendo el reloj a cada rato, o completos olvidados del mismo, como cuando una conversación con la mujer que se esperaba pasa tan rápido que se vuelven una la noche y el día.

Con esto, la consciencia o no del tiempo, junto a las otras incoherentes, extrañas y largas introspecciones es que llegamos al centro de lo que acá nos trae y es que, más allá del afán, creo que no solo se vale sino que se necesita expresarse de esta forma para hablar de la que para mí es la obra maestra de Andrei Tarkovsky: El Espejo (1975). Que quede claro, Zérkalo (su nombre en ruso) más que una excusa para decir todo eso que digo es directa causante de toda esta cuasi-paranoica reflexión sobre el tiempo. Una reflexión en todos los sentidos, pues refleja lo que escribo, la angustia, las vueltas y la semi insensatez de lo que puso en pantalla el director, eso sí, sin un ápice de su brillantez.

Siento que han pasado años desde que la vi, y sobre todo, que me tomó aún más años verla, y esto no es cliché, lo que vi, veré, estoy viendo… no fue una película, fue toda una experiencia, un viaje, una deconstrucción de la realidad misma. Suena exagerado, prometo que no lo es. Es de las piezas de arte (esculturas, filmes, pinturas, fotos, etc.) que uno se sienta a ver (muchas veces por esnobismo) y piensa: «¿Qué carajos estoy viendo?» (de manera más honesta la oración se compone diferente es: ¿Qué p%t*s estoy viendo?). Pero es que «El Espejo», junto al resto de la corta obra de Tarkovsky -7 películas- deja tan atónito y confundido que las preguntas esas se quedan corta, pues, a pesar de lo perturbadora y casi completamente incomprensible (sobre todo desde la lógica del cine más “convencional” y su forma de contar historias a la que solemos estar acostumbrados) nunca deja de impactarme de una forma inigualablemente profunda, hipnotizante, poética, hermosa, confusa, compleja, mágica e inexplicable. No alcanzan los adjetivos y mucho menos el T I E M P O para plasmarlo fielmente. De hecho, siento que ni valdría el esfuerzo, pues si he de resumir este intento tan particular de texto, diría, usando un diálogo del mismo filme: «Una persona siente, las palabras son flácidas, no pueden expresar todo».

Y claro que las palabras no lo pueden expresar todo y lo digo totalmente convencido, a pesar de que dedico los segundos perdidos y casi inalcanzables de mi vida a robarle al futuro, con el desasosiego que he descrito, el orden de las letras que dan forma a estos textos incoherentes míos. Eso sí, creo también, como diría un político de mi país “Cuando las palabras se agotan queda el arte”… también queda cuando se agotan los minutos de la existencia y con eso vuelvo al director ruso: «El cine usa tu vida, no al revés».

El problema (Que no es problema, volviendo a Arjona) para hablar de OJEPSE LE no es con las palabras es de nuevo sobre el TI E MP O y el arte, siendo que, este último es “intraducible” e insisto no soy yo, es Andrei hablando y diciendo también: “Nunca intentes transmitir tu idea a la audiencia — es una tarea desagradecida y sin sentido. Muéstrales la vida, y ellos encontrarán dentro de ellos los medios para evaluar y apreciarla”.

Sin parar de ser referencial, recuerdo lo dicho por un profesor mío alguna vez “La historia bien contada de un ser humano es la historia de la humanidad”. Aquello sería de lo poco que podría decir sobre la película de la que vengo a hablar y no he hablado, por tanto, termino por hacer explotar los recorridos de mi mente retorcida en el papel (que no es papel) en vez de hacer un estéril resumen de la película (que no podría llegar a ser ni un pálido reflejo de la misma), buscando que juntos en una nota más personal, tú y yo, lector, sintamos el peso agobiante de los segundos tan imparables como inexistentes, ya sea porque el aburrimiento acumulado de hace párrafos te desespere y te haga pensar que llevas leyendo más tiempo de lo que en verdad ha pasado o que empatices con ese afán desesperante de la vida que, por más que queramos, no para… Tal vez las dos.

En fin, también me gustaría hacernos pensar, como me hizo pensar la película, en la identidad que nos hace nosotros y que está construida y a la vez desdibujada por el tiempo. Pues, así como somos «hoy» sino el resultado de nuestras experiencias pasadas por lo mismo nunca terminamos por ser quienes éramos después del pasar de un día o de un segundo. Nunca somos ni seremos el infante de hace unos años que tenía nuestros “mismos” padres y el mismo nombre, por mi parte ni siquiera soy el mismo angustiado que empezó el escrito y que ahora no encuentra cómo acabarlo y tú tampoco, el mismo lector que entró a la página y que es otro después de haber llegado hasta acá (una persona más confundida ella, sin duda).

1

2

3

4

5

Vamos otra vez… Otra vez me siento frente al computador, algo trastornado, angustiado, pensativo y empiezo a escribir sabiendo que nunca he de acabar (pues más que un fin real, se alcanza, con suerte, un final impuesto y artificial) y que siempre, es esencia será tarde, sobre todo con un artículo como este, en todas dimensiones, eterno (retorno).

Debo aclarar, 30 días pasaron desde que escribí lo que acaban de leer (no que se note o importe, aparentemente) y el artículo tiene menos vida… O no, tal vez y nunca la tuvo porque a pesar de ser constantemente diferente cada día, ninguna de las personas que fui dejó de lado el miedo y la pereza para decidir acabarlo, por lo tanto las letras estaban destinada al fracaso, aunque es posible que para este momento (¿se entiende lo absurdo del tiempo?) sus ojos lo lean ya para siempre inmortal.

Para terminar, como recomendación, si después de esto, querido lector (me gusta la cercanía), por alguna razón decides ver la película diría que, como para disfrutar este texto, abandonaras la noción de lo correcto, lo normal, lo claro. Y es que estamos tan diseñados (parece ser parte de nuestra biología) y sobre todo, acostumbrados a experimentar la vida de una cierta forma; buscando siempre patrones, tratando de absorber todo a nuestro alrededor y darle una forma coherente, plácida, «lógica» a la existencia efímera y absurda, que olvidamos que detrás del sinsentido lo que renunciamos a reconocer «real» no es sino una de muchas formas de experimentar el mundo.

«El Espacio y el Tiempo son modos mediante los que pensamos, no condiciones bajo las que existimos. El Tiempo que percibimos a través de los relojes y los calendarios es una invención que solo concierne al hombre y a su interpretación del mundo». Creo que aquello lo resume mejor… Si no, no sé qué otra oración podría hacerlo. Einstein lo dijo (sí, aquel que revolucionó nuestra idea misma de TIEMPO) y tal vez Tarkovsky, con intención o no -no me podría importar menos-, hizo de la idea arte.

David Forigua

David Forigua

Redactor

Ladronista de corazones.
Bachiller y estudiante de Comunicación Social y Periodismo,
ha pasado sus 21 años procrastinando. Es un Activista de la tibieza como ideología, pacifista por temor. Dedica su tiempo libre al esnobismo, a ver películas, escuchar música y a escribir como un acto de abrazar el absurdo. Sus aspiraciones son las de convertirse en parresiastés y contarle al mundo sus desgracias, logros y penas a través de la delicia literaria/periodística de la crónica.

VonPeps

VonPeps

Ilustrador

Soy Alejandro, 24 años, colesterol bajo, estudiante de psicología y fotógrafo habitual, guionista cuando hay leche y galletas. Me gusta bailar solo, decir groserías y escuchar a Iggy Pop. A veces, creo que sería más feliz viviendo en el campo con un buen poemario, luego me llega una notificación a mi smartphone y me olvido de todo. Soy un pésimo pintor, por eso me hice fotógrafo.

Total Page Visits: 1105 - Today Page Visits: 1
Share This