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Ilustración: Maricielo

Daniela Morales Soler

El libro es como la cuchara, las tijeras, el martillo, la rueda. Una vez inventado, no se puede mejorar. No se puede hacer una cuchara que sea mejor que una cuchara…

Umberto Eco

Todo esto surgió por mi madre, en pasados días de mi infancia, cuando nos leía poesía infantil a la hora de dormir y nos aprendíamos algunos versos o estrofas. Desde ese momento, los libros se convirtieron en una ventana a mil mundos y vidas que la mía poco podía conocer. Mi mente recorrió lugares tan cercanos y que nunca visitaré, como Narnia, y aprendí de vidas pasadas y futuras. He, también, huído de la literatura con miedo, a los 9 años leí un libro que me alejó por algún tiempo de otros: La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada, de Gabriel García Márquez. Volví con pasos cautelosos a libros menos crueles para mi corta edad y, desde entonces, mi camino no se ha desviado de nuevo.

Ahora, con una nostalgia algo extraña, recorro las páginas de mi memoria para contar un cuento que me emociona. El cuento que nos reúne hoy aquí, por fortuna: la historia del libro. Puede que demos por sentada la historia y nos quedemos con Gutenberg y la imprenta. Pero yo los quiero llevar un poco más atrás y hablar de las corrientes que nos han traído a esta orilla.

Esperen. Repasemos qué es el libro, no sobra saber que todos entendemos lo mismo. Primero tenemos el objeto físico, el compilado de páginas que forman un volumen y crean lo que conocemos como un libro, de acuerdo con la definición de la RAE. Ahora, no es el soporte lo que lo convierte en libro, pensemos en los libros en digital que tienen en sus celulares y computadores (diría que casi todos tenemos guardado un pdf). Claro, esto es un cambio de soporte o formato, lo que en esencia no cambia al producto. Pero, lo que sí es en esencia lo dijo Borges, en El libro: es una extensión de la memoria y de la imaginación.

Ahora, les voy a contar el cuento.

La historia se puede remontar a las tablillas de arcilla elaboradas en Mesopotamia cuatro milenios antes de Cristo. Estas permitían, brevemente y por medio de símbolos que representaban unidades fonéticas, conservar y transmitir información. En Egipto, la técnica varió: se comenzaron a usar las tintas y el papiro. Esto les permitió tener un formato flexible que se podía poner en rollos (los abuelos del libro) que tenían una mayor capacidad de absorber las tintas, ser conservados y transportados. Sin embargo, el difícil proceso de su elaboración lo hizo poco accesible. En Grecia y Roma luego utilizarían estos métodos que llegaron gracias al intercambio comercial. En Grecia, por la dificultad de producir papiro (hecho con plantas), comenzó a elaborarse el pergamino (hecho con pieles de animales) en el siglo VII antes de Cristo. Aunque fue en Roma donde tomó la forma que conocemos hoy en día y por esta razón no leemos rollos de papel.

Para agrupar varias tablillas que contenían información que debía leerse junta, los romanos hicieron dos huecos en las tablillas que luego ataron juntas con alambres. Estas tablillas se recubrían posteriormente con placas metálicas, y así se aseguraba la integridad del volumen. Nace el Códice, el padre del libro. Si cambiamos las tablillas por pedazos de pergamino tendremos al bebé: el libro en su formato primigenio, el “liber quadratus”. El siguiente paso fue coser las páginas, protegerlas con tapas de madera y atar todo con correas. Las ventajas de este formato lo hicieron sobreponerse a su antecesor y dominar la naciente cultura del libro.

A ver, no todo fue tan bonito. Obvio no faltó el debate y hubo quién no quiso que la escritura se impusiera sobre la oralidad. No podría llamar egoísta al gesto, porque eso solo demuestra que la historia se toma su tiempo en rebatir. Por ejemplo, Sócrates se opuso a escribir por considerarlo desalmado o que arruinaba la memoria. Sin embargo, esto lo sabemos gracias a la tradición escrita, gracias a Platón.

Pero siguiendo con el devenir de los hechos…

Los siglos fueron y vinieron. La única manera de expandir el conocimiento y las doctrinas (ya había entrado la religión a jugar sus fichas en la historia) era transcribiendo a mano cada libro. La transcripción era un trabajo tediosísimo y largo que se hacía principalmente en los monasterios, como podemos leer en El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Eso los hacía muy difíciles de conseguir y muy caros. Gracias a la religión tenemos gran variedad de autores que el tiempo habría destrozado. En estos claustros se conservaron y replicaron obras de filosofía y poesía que son consideradas obras maestras de la literatura universal. Por ejemplo, los discursos de Cicerón fueron rescatados de un monasterio por Petrarca.

En fin, tuvimos que esperar la larga travesía de un hombre que arriesgó su vida y sus finanzas para iluminar la humanidad. Es la historia de Gutenberg, quien murió sin dinero ni reconocimiento por su invención: la imprenta. Esta permitió hacer libros más rápido y más barato. Como consecuencia la cultura fue abierta de repente. Puede que aún fuera muy limitada su consecución, pero definitivamente era mucho más accesible que antes.

La imprenta jugó un papel tan importante que se la considera uno de los puntos finales de la Edad Media. Su invención obligó a buscar un proceso más eficiente, aunque solo hasta el siglo XIX se industrializó. Nuevamente, fue el comercio el que logró que Occidente conociera de la técnica que permitió que la imprenta tuviera un impacto aún mayor. Veamos.

Para hacer libros ser requería papel, porque la fabricación de materiales como el pergamino o el papiro era mucho más compleja y cara. En China ya se había iniciado la escritura y la fabricación de materiales de bambú para este proceso cerca del año 500 a. C. Sin embargo, a inicios del segundo siglo de esta era se comenzó a perfeccionar el método para fabricar un soporte para escritura. Este proceso conllevaba hacer una masilla con fibras de bambú y agua de arroz lo cual que se prensaba para obtener una lámina que luego era secada. Es, en resumidas cuentas, lo que se hace ahora para fabricar papel.

Una vez comenzó, no ha parado. La industria del libro floreció. La literatura dejó de ser escasa y ha permitido agrietar la pared que separa el conocimiento de acuerdo con la capacidad adquisitiva.

Lo que yo he resumido en unas páginas ha tomado milenios de evolución y avances tecnológicos revolucionarios, como la escritura. Este es el paso primordial que desencadenó todo. Luego vino el papiro, el pergamino, la tinta, el papel, la imprenta y por último los computadores y el internet. Esto sin contar las historias de por medio que hay, desde China, hasta Alemania, pasando por Grecia y Roma.

Con la llegada del internet y las redes sociales se habla ahora de la desaparición del libro. Algunos pesimistas ven un desinterés generalizado por la literatura. Pero esta revista y muchas otras iniciativas demuestran que se invierten esfuerzos en acercarla a las redes y a los consumidores habituales de estos espacios. Cito de nuevo a Borges (que nos ilumine de nuevo) que dice “se habla de la desaparición del libro; yo creo que es imposible. Se dirá qué diferencia puede haber entre un libro y un periódico o un disco. La diferencia es que un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y por lo tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria”.

Una herramienta de la memoria no ha de ser olvidada. Por ello almacenamos memoria en estantes, para encontrar allí recuerdos de tiempos que nunca hemos de vivir, pero que siempre podemos recordar.

Espero que estas líneas digitales destinadas a no ser un libro sino las páginas sueltas de este relato puedan dar luz a nuestra historia. La de los que nos hemos condenado a esta misión: vivir para los libros, una dulce misión en este mundo dominado por el desorden y la decadencia, como nos dijo Umberto Eco.

Hablando de memoria, les dejo unos pedazos de ella para que luchen contra el tiempo y el olvido:

  • El nombre de la rosa, Umberto Eco
  • La sangre de los libros, Santiago Posteguillo
  • El libro, Jorge Luis Borges
  • Sobre literatura, Umberto Eco

Siendo esto todo, me despido por ahora.

Referencias:

Una breve historia del libro, la Fábrica del Libro, tomado de http://lafabricadelibros.com/pdf/Historia.pdf

El libro, Jorge Luis Borges, tomado de http://www.laserpblanca.com/borges-el-libro

La sangre de los libros, Santiago Posteguillo, Editorial Planeta.

Daniela Morales Soler

Daniela Morales Soler

Directora de Redacción

Nací en Bogotá, Colombia, en día que muy posiblemente fue caluroso, pues desde el inicio de mis días he añorado el calor. Me crié entre montañas y el trinar de los pájaros hasta que la ciudad me reclamó de vuelta. Periodista apasionada por la música, la literatura y el arte. El primer libro que leí lo he odiado desde entonces.

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