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Ilustrado por: Deivy

Eduardo Omar Honey Escandón

 

Tenemos algo más de dos horas para tomar una decisión.

Margely sigue en el comando intentando enlazar con alguna de las estaciones de radio o de apoyo. Por su parte, Hayami y Antoine continúan con los preparativos en el Skylark IV. Es un trabajo que implica largas horas de verificación, no importa que ya estén bastante automatizadas las cápsulas.

En la enfermería Timothy está sólo y bien sedado. No creo que recupere la vista en el tiempo que nos queda. Aún no tengo claro si es asunto fisiológico o psiquiátrico. A esta altitud no debe llegar suficiente radiación para quemarte la retina. Menos con los filtros que hay en todas las ventanas diseñadas para contener la radiación solar.

Ya decidimos cómo resolver este asunto. Tras una breve reunión, Margely aceptó que no tendrá la última palabra: somos cinco y habrá espacio sólo para que tres regresen. El azar dirá, no ella. El sentimiento de todos era el mismo, no fue agradable que esto empezara un día antes de que pudieran relevarnos.

Mientras tanto sigo operando los EVAs restantes para que nos mantengan en posición. En cuanto se les agote el combustible empezaremos a caer. Tardaríamos dos semanas en quemarnos lo que da tiempo para pensar en otras opciones. Pero sólo tenemos esta órbita para tener un reingreso seguro al área que Hayami determinó. A cientos de kilómetros del estallido más cercano hay un lago con profundidad suficiente y costa cercana para llegar nadando o en la balsa auxiliar.

¡Me lleva! Perdí el último de los microEVAs. Era de esperarse, tienen poco combustible aunque es buena noticia: requieren mucha supervisión manual. Empecé con siete microEVAs y llevo así casi 18 horas sin parar cuidándolos como un grupo de perritos. Reajusto un poco la posición del EVA-3 para mantener el empuje suficiente. Analizo la situación. En los siguientes 100 minutos se irán apagando el EVA-2, EVA-5, EVA-3 y EVA-1. Uno casi cada 25 minutos. Simulo por última vez la trayectoria de la estación. No hay mucho más por hacer.

Salgo de ingeniería y me lanzo por el túnel rumbo a la Grand Promenade para llegar al comando.

—Aquí Libertad IV, ¿me escuchan? ¿Alguien me escucha? —Margely repite de nuevo. No ha dormido y no lo hará mientras haya algo por hacer. Por algo es la comandante.

—¿Cómo te ayudo? ¿Te falta alguna frecuencia? —ofrezco ayudarla.

Niega con la cabeza mientras repite el mensaje. Sabemos que difícilmente alguien puede apoyarnos en tierra. Hemos escuchado emisiones en diversas lenguas por onda corta. Una que otra nos mandaba llamar preguntando si seguíamos en el cielo. Señala mi lugar. Entiendo. Floto hacia él, me siento y conecto la segunda antena. Abro el máximo número de canales que me permite el sistema para emisión simultánea. Inicio también la grabadora. Margely sabe que debemos hacer esto mientras haya tiempo.

—Libertad IV a quienes nos puedan escuchar. Soy Orlov Traschikoff, subcomandante de la estación espacial. La tripulación se encuentra en perfectas condiciones fuera de Timothy Clark. Él estaba de guardia en el módulo de comando cuando todo empezó. En apariencia su retina fue afectada por las explosiones y ha perdido la vista. Lo hemos atendido con los recursos que tenemos disponibles, pero necesitamos otras pruebas con las que no contamos para un mejor diagnóstico. Desde el incidente —fue el nombre que le pusimos— hemos estado trabajando con la única cápsula de retorno que disponemos, la Skylark IV. Tiene la capacidad de transportar a tres de los cinco tripulantes que estamos aquí. Confiábamos poder retornar a alguno de los puntos de reingreso usados anteriormente o los que están planeados en caso de emergencia. Desafortunadamente no recibimos respuesta en las primeras 24 horas. Hayami Tanake halló un punto al que puede descender la cápsula sin necesidad de asistencia marítima mayor, así que cambiamos la trayectoria de la estación. Las coordenadas de dicho punto son las siguientes…

Tecleo las coordenadas para que una voz automatizada las emita junto con un stream de datos en canales digitales. Paro la grabadora, la conecto a la radio, programo que esté en loop y dejo que transmita de nuevo.

—En cuanto se determine quiénes retornarán a tierra, daremos los nombres esperando contar con ayuda de alguno de ustedes en ese lugar. Por el momento es todo, gracias.

Marjorie no ha cejado en intentar contactar a las estaciones. Su voz estuvo de fondo mientras enviaba mi mensaje. Me levanto de mi lugar y floto hacia ella.

—Es hora, ¿vamos? —le digo suavemente. No tenemos más tiempo, queda una órbita de 90 minutos, si es que debemos hacerlo.

Asiente, finaliza su último llamado y se quita los audífonos con el micro integrado. Suspira y me sigue. La cita final será en el centro de la Grand Promenade. Cuando llegamos ya están esperándonos Hayami y Antoine. Por la ventana superior vemos que estamos entrando al lado nocturno de la Tierra. Saco los cinco papelitos que hice. Tres están marcados con una palomita y hay dos que tienen un tache. Se los enseño a todos. El acuerdo es que los doblaría en cuatro y cada uno tomará el suyo. De los dos que queden, uno lo seleccionará Hayami en nombre de Timothy. Después, si así decide, quien tenga la palomita puede intercambiar lugar con alguien con el tache.

Procedemos. Todos tienen un papelito doblado y estamos listos para verlo. Entonces nos llama la atención un nuevo resplandor en la oscuridad del planeta. No podemos evitar mirar por la ventana.

—¡Mon Dieu! Otra atómica más. ¿A cuál energúmeno le quedan aún? —grita Antoine con enojo.

A esta altitud es irreal ver la detonación de un arma nuclear: es como mirar un video. Después del destello de luz sigue una redonda y brillante mancha amarillo-naranja con trazos negros. Se expande primero rápido y, conforme gana tamaño, disminuye su velocidad. Fuegos artificiales del infierno.

—No termina de crecer. Muchos megatones para un bombazo final —comenta Marjorie.

Ayer, en un inútil ejercicio corrimos un conteo guiado por la computadora. Algo más de 35000 estallidos por toda la superficie terrestre. Desde algunos kilotones hasta unos quince bombazos de 100 megatones sobre grandes ciudades de EUA y Europa.

Dejo de ver el espectáculo de allá bajo, quiero observar las reacciones de mis compañeros. Hayami no está. Antoine y Marjorie se dan cuenta también. Estamos mirando a todos lados pero la comandante es rápida en reaccionar. Toma el túnel que va hacia el comando. La seguimos de inmediato. Hayami está sentada en el lugar de Marjorie. Sigue tecleando sin dejar de ver las pantallas que la rodean. Mapas geográficos de la superficie que muestran nuestra trayectoria a 340 kilómetros de altura, una línea punteada que sería el retorno del Skylark IV que termina de un círculo naranja parpadeante que se expande.

Antoine suelta un puñetazo contra el techo. Nadie más hace gesto alguno, todos estamos observando la pantalla por largo rato. Lágrimas flotan en mi derredor. Desdoblo mi papel: tiene una palomita. A diferencia de los de allá abajo al menos tengo la oportunidad de decidir cómo morir: en llamas al reentrar o por radiación si regresamos.

Eduardo Omar Honey Escandón

Eduardo Omar Honey Escandón

Autor

(México, 1969) Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer lugar o finalistas. Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de CF de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente.
Deivy

Deivy

Ilustrador

Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.

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