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Ilustrado por: Arturo Cervantes

Alan Rolon

 

Colocas el lienzo en un marco que recién acabas de adquirir. Es sobrio, sin barroquismo, no deseas que los ornamentos distraigan la atención del óleo que quisiste colgar, que destaque solo en su belleza, por eso viene bien un marco sencillo, no hay ni deberá haber otra cosa en esa pared que demande ser vista, unos cuantos martillazos en la mampostería y ya puedes poner la pieza.

Bella pintura, excelentísima técnica de la artista, el lago de fondo rodeado de verdes colinas no transmite otra cosa que paz, armonía imperturbable, una sutileza en los ínfimos movimientos pincelados en la superficie, juego de reflejos, luces y sombras en el espejo de agua que por poco engañan a los ojos, el pasto, que no es más que trazos de cerdas gruesas y pintura seca, se mueve con el aire, incluso escuchas el vaivén de los helechos, una melodía que quisieras que te ocultara entre aquel follaje porque no soportas ver la figura en primer plano, a pesar de que es una oda a las musas: de rostro solemne, el retrato bien logrado de una muchachilla te sigue con la mirada, temes adivinarle su edad ya inamovible, ella sonríe, sonríe porque no hay otra cosa que pueda hacer y te observa con un gesto misterioso.

Sí, por supuesto que te mira a ti, ¿a quién más miraría? aunque desde cierto ángulo se podría jurar que ve al fondo de la habitación, a lo que hay detrás de quien la mira, como si quisiera sugerirle que se gire y así ambos ser testigos de lo mismo. Te convence, pues su semblante no inspira otra cosa que fragilidad, pero no ves nada y sientes sus ojos sobre ti, recorriendo tus hombros, cuando vuelves a mirarla intenta dibujar una sonrisa. Sabes que le cuesta, que es un esfuerzo que casi sientes que te desgarra la piel., el entramado de hilos y la pintura se dilatan hasta el punto que te horroriza pensar en un desgarro, lo único que haces (y lo único que sabes que ella necesita) es sonreírle, sus ojos de ópalo dicen todo.

Lentamente te volteas, te quitas el atuendo negro, ese que tenía horas sofocándote hasta el alma, y te metes a la cama. Al ver de nuevo el cuadro, te percatas de que la señorita se ha ido. Te levantas de un salto, pensando que no puede ser. Enciendes la luz y te acercas a la pintura, de modo que, buscando con rápido movimiento ocular, alcanzas a ver a la señorita de espaldas, caminando entre el pastizal hacia una arboleda. Te mortifica que se haya alejado sin decir una palabra como ahorita vengo o cualquier cosa, pero nada, quieres gritarle que regrese, pero todos en casa se despertarían a deshoras, te tranquilizas y confías en que mañana, con la luz del sol, la señorita estará suficientemente descansada para volver a su sitio.

Como es día de asueto, desayunas sin apuro, tu madre, de lúgubre figura, acaricia tu cabello mientras comes, no se hablan, no tienen nada que decir y saben que cualquier palabra sería insulsa. Tu padre, para matar el tiempo, se pone a lavar el carro, en algún momento de incertidumbre te sales a ayudarlo, dice que talles más fuerte las esquinas de los cristales, ahí se anidan más el polvo y la mugre. Lo haces, pero cuando llegas a la ventana trasera del conductor sientes náuseas y te vas, sin siquiera decirle nada, él te ve huyendo, pero no hace por detenerte.

Sientes que algo te corroe, te repta bajo la piel, como si tus huesos se llenaran de óxido y tu carne drenara aceite quemado, corres al baño pero no hay mucho que vomitar y haces gárgaras para matar la bilis. El malestar habita en la casa, todos cargan el mismo pesar, pero la única persona capaz de quebrarse eres tú, así que mejor te vas a tu cuarto, brincando y agitando la cabeza, buscando engañarte, rozas el picaporte de una puerta pero tiene seguro, y piensas que qué bueno que es así, mejor ir a ver el precioso óleo que cuelga de la pared.

En tu cuarto, tu cuerpo se llena de una enervante alegría al ver que la señorita del lienzo se ha acercado, la ves entre los carrizos del lago, como queriendo juntar, entre sus manos de tinte, algo del cristalino líquido que te hipnotiza con sus delicados trazos. Dudas sobre si, para poder verla mejor desde la lejanía, deberías usar la lupa que guardas en el buró, o el telescopio que apunta al cielo por la ventana.

Antes de que intentes cualquier cosa, la señorita abandona el ensueño en el que el agua del lago la sumerge, como si advirtiera tu mirada, tu lejana presencia, la ves levantarse y sacudirse el polvo de arcilla que le había ensuciado el vestido de blanco de zinc, los suaves pasos con los que avanza a través de los carrizos te ilusionan, te maravilla la parsimonia que emana de la paleta de colores y del rostro cálido. Por esa candidez quieres volver a verla.

Alguna brisa estival mueve su ropaje como estandarte de victoria mientras tus manos ondulan a su ritmo; para ti no es otra cosa que la gloria alada, una Niké que se aproxima y ante la cual sucumbes cuando alcanzas a distinguir la pincelada de su sonrisa de carmín —Sonríeme siempre— le dices y acaricias su mejilla sonrojada, con su mano de óleo abraza la tuya, como quien no quiere soltar algo. Tú tampoco quieres soltarla y la congoja te sobresalta al no poder controlar el irremediable abrazo que choca contra el lienzo y lo tumba de su soporte y cae contigo en un estruendo por el que tu madre viene corriendo consternada preguntando que qué pasa al ver cómo te derrumbas frente a la pared y abrazas, le sollozas y le gritas ¡vuelve! a la última pintura que realizó tu hermana antes de morir, esa donde sólo se ve un lago de carrizos bajo un cielo arrebolado.

Alan Rolon

Alan Rolon

Position

(1996)

Algo de su obra aparece en revistas literarias como Himen, Metáforas al aire, Áspera, Retruécano y El Axioma. Interesado en la literatura, el cine, la hermenéutica y el concepto de cultura.

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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