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Ilustración: Arturo Cervantes

María Alejandra Luna

¿Qué nos altera de la vida extraterrestre? ¿Te habías puesto a pensar en eso? Soy una persona muy creyente en situaciones que no puede negar. Para mí es obvio que existen entidades vivientes en otros planetas, en otras galaxias… Claro, no hay rastros de elles ni de que sean inteligentes. Pero tampoco podemos desmentir su vida. De hecho, mucha gente hizo lo opuesto: imaginar excesivamente quiénes y cómo son, inventarles un pasado y unas actitudes consecuentes, enemistarles con la humanidad, exotizarles, sobrevalorar su capacidad mental. Por supuesto, tanta ficción se creó con base en el único modelo conocido y válido para el hombre: el hombre.

Toda ciencia ficción es geocentrista y antropocentrista. Su verosímil se construye por oposición a lo conocido. Lo conocido es el hábitat humano a lo largo de la historia. Su verosímil es un mundo familiar, pero extraño. En muchas ocasiones, se trata de una versión futurística de una ciudad reconocible o un resabio posapocalíptico de Estados Unidos. Si no, se recurre a un prospecto de planeta exterior que, a pesar de que sea improbable, tiene similitudes muy específicas con las metrópolis humanas, como la organización política. No voy a adentrarme en la pieza icónica de la ciencia ficción cinematográfica, pero basta con consultar memes de las precuelas para saber que Palpatine se percibe el Senado. No se puede percibir Senado sin Senado, categoría que responde a la experiencia ciudadana.

Los sujetos son monstruosos y para construir esa monstruosidad pueden elegirse dos caminos, a grandes rasgos: que sean totalmente irreconocibles por los esquemas que como humanidad social acordamos o que, por el contrario, compartan características con nosotres y tengan en común lo esencial a la hora de desarrollar una historia, como el lenguaje. Pero no en todas las narraciones cientificticias aparecen entidades preexistentes a les seres humanes. Por suerte hay premisas que enriquecen todavía más el análisis. Te estarás preguntando de qué hablo y sí, me refiero a los sujetos que son creados por los hombres. Isaac Asimov quizá sea el nombre más vinculable a tal fenómeno con sus leyes de la robótica y sus cuentos protagonizados por el gran conflicto.

¿Qué gran conflicto? El que se discute en la mayoría de las obras de ciencia ficción: ¿cuáles es el alcance de la humanidad como especie? ¿Qué la jerarquiza con respecto a las otras? ¿Por qué imagina que las sociedades extraterrestres entablarían la dinámica humana de conquistar y tiranizar diversos pueblos? ¿Qué pasa cuando un grupo de gente crea una forma de vida que pone en jaque la esencia del hombre y, por ende, su señorío o sus derechos en relación a la superioridad existencial? Qué potente, ¿no? Y es un género que hubo sido bastante bastardeado por el aparato crítico, que asumía la ausencia o, peor, la liviandad de contenido.

Poco se difunde la dramaturgia de ciencia ficción y eso me disgusta mucho porque hay un texto que dispara las preguntas que ya volqué en este artículo y que me sirve bien para reflexionar más profundamente. Se titula Robots Universales Rossum y se publicó en 1920. Te aviso ahora que vas a encontrarte con spoilers. Para mí, un spoiler no frustra la vivencia artística de leer algo ya que las técnicas empleadas, los juegos con los formatos e incluso los giros del argumento hacen que valga la pena igual. Pero la decisión y el sentimiento los tomás vos, así que te aviso. Soy una redactora con responsabilidad afectiva.

Robots Universales Rossum, de Karel Capek, nos presenta cuatro actos. Los tres primeros están protagonizados por seres humanos. Seis de ellos son las mentes y la fuerza de trabajo detrás de la fabricación de robots. La restante protagonista es una mujer que propone una tensión en esa ecuación tan magistral: está bien, los robots son mano de obra baratísima, cada empresa quiere comprar uno dado que a largo plazo le rinde más, pero qué sucede con los derechos de los susodichos si no son una creación inferior e indigna.

«ELENA: Hermanos míos, no he venido aquí como hija de mi padre. He venido en nombre de la Liga de la Humanidad. Hermanos, la Liga de la Humanidad tiene ya más de doscientos mil miembros. Doscientas mil personas están a vuestro lado y os ofrecen su ayuda». Ese parlamento es ampliado un poco más adelante y plantea el nudo de la obra: «Su verdadero fin… es proteger a los robots… y… y garantizar que se les dé un buen trato». El objetivo de Elena es, entonces, proteger a los robots de los maltratos de sus autores. ¿En qué consiste ese maltrato? En la explotación que como obreros sufren y que aparentemente no comprenden porque han sido programados para trabajar mucho. Encima no son obreros asalariados, la idea de ahorro implica en configurarlos para que no tengan necesidades que los lleven a exigir un sueldo.

La cuestión es que los dueños de estos robots se consideran así, dueños. Los crearon con tales particularidades y no quieren que nadie irrumpa en ese consenso perfecto. Por eso no dimensionan con franqueza y realismo detalles que exceden a sus planes. «HELMAN: Nada en particular. De vez en cuando parecen estar fuera de sí. Algo semejante a la epilepsia, sabe. Le llamamos el calambre del robot. De pronto se les cae de las manos todo lo que tienen en ellas, se ponen rígidos, les rechinan los dientes… y hay que llevarlos a la trituradora. Evidentemente es alguna avería en el mecanismo». ¿Y se puede ajustar? ¿Es una avería o es un signo de rebelión? ¿Son capaces de rebelarse los robots?

La rebelión es una actitud muy humana. ¿O no lo es? La rebelión consciente, planificada, sí. No obstante, los robots fueron fabricados a imagen y semejanza. Se les dieron cuerpos más resistentes, casi inmortales, con la intención de que tuviera sentido que reemplazaran a les trabajadores comunes y corrientes que, pese a su ineficiencia, tenían el tupé de cobrar. ¿De qué porción humana proviene la rebelión? ¿Del alma? ¿Se aloja en el alma el impulso de rebelarse? ¿Qué es el alma? Fácilmente los personajes mencionan ese elemento como miembro distintivo de las personas, pero… ¿Es completamente imposible crear un alma para los robots? Si fuera posible, ¿qué acaecería?

En el texto teatral, basta con hacer una ínfima modificación en un grupo de robots nuevxs para que ellxs noten la explotación que padecen por la cruel relación de dependencia que mantienen involuntariamente con sus patrones humanos y quieran liberarse declarando una guerra entre las dos especies. Tal vez no buscan la extinción de la humanidad, pero luchan con ventaja anatómica. Sus cuerpos están preparados para no enfermar y superar la esperanza de vida que ostentaban las personas de aquellos tiempos. Esa modificación frustra los planes de Harry Domin, uno de los protagonistas, que quiere revertir la universalidad de sus creaciones y, en cambio, elaborar partidas nacionales que eventualmente, como cuenta la historia de sus semejantes, se enfrentarán en batallas.

Transcurre lo peor: formar un ejército que pelee contra la rebelión exige una receta que estaba almacenada en uno de los objetos más frágiles vistos en la tierra, es decir, un papel; ese papel es quemado por Elena, quien piensa que está haciendo un favor desde su ideario de solidaridad hacia lxs hermanxs autómatas; lxs rebeldes sitian la fábrica, les impiden huir en el barco y les matan, solo sobrevive Alquist, uno de los ingenieros, ya que a lxs robots les parece útil. El final es agridulce: no hay seres humanos. En Robots Universales Rossum el lenguaje o el sistema de signos lingüísticos y no lingüísticos no es exclusivo de lxs hombres. Por eso Alquist detecta que, entre lxs robots, existe el amor. Hay un Adán mecánico, hay una Eva mecánica y entre ellxs existe el amor. ¿Son humanos? ¿Son una nueva especie humana, un eslabón más en una evolución que no es biológica ni natural, sino que ha sido forzada por la tecnología?

El agridulce epílogo me emociona muchísimo. No te sumerge en la desesperación. Por supuesto levanta una crítica a la soberbia humana, a la burguesía, al capitalismo y a todos los -ismos o -fobias que profundizan las fronteras físico-políticas. 1920 es el segundo año de la primera posguerra mundial y te afirmaría que la obra un poco anticipa el clima de la Segunda Guerra Mundial: lxs robots son similares a la bomba atómica, hay un antes y un después de esos hechos en la ficción y en la realidad respectivamente. Sin embargo, ese último acto también arroja esperanza para el después: sí, el quiebre ocurre, pero deja como saldo una renovada versión de la humanidad que ahora recuerda un antecedente horripilante y, en caso de desearlo, puede hacer mejor las cosas. Por eso te recomiendo la lectura de Robots Universales Rossum y te pido que me cuentes si la conocías, si te parece entretenida y si encontrás otros debates dignos de mención.

María Alejandra Luna

María Alejandra Luna

Subdirectora General / Directora de Redes Sociales

Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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