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Imagen proporcionada por Yliana Cohen; editada por Caro Poe

Manolo Mugica

 

Pero no siento nada,

porque lo siento todo,

y descanso en las brasas del derrumbe.

Sandro Cohen

en Los cuerpos de la Furia

Cuando recién murió Sandro dije poco en un homenaje que le organizó la uam Azcapotzalco. No se debió a ningún tipo de incapacidad para articular palabras, sino que tenía mucho ruido en la cabeza y una cosa es escribir con el corazón atribulado —que muy lo tenía— y otra bien distinta hacerlo con sordera en el cerebro. Hoy, a poco más del primer año de su fenecimiento, me animo a escribir sobre él (amigo, profesor y director de mi tesis de maestría) a manera de homenaje. Elijo el fragmento como vehículo de mi expresión, pues pese a que intenté conformar un texto «de corrido» me fue imposible. Además, considero que esta forma discursiva sirve mejor para la propuesta de mi escrito: un repaso, personalísimo, de la vida y obra de Sandro Cohen. Antes de empezar, deseo agradecer a Yliana Cohen por proporcionar la imagen que acompaña este texto; aprovecho para enviarle un fortísimo abrazo: ¡fuerza, querida Yliana!

1

Aclaración necesaria: Sandro no falleció el 5 de noviembre de 2020, como lo señalan varias notas o sitios web. El deceso de Sandro acaeció el 4 de noviembre: el 5, cuando cundió la noticia de su deceso, fue sepultado.

2

Cuando recién nos conocimos, descubrí que habíamos coincidido en algunos puntos geográficos —aunque en distintos tiempos— lo que me hizo sentir una rara proximidad: Sandro vivió en Sta. María la Ribera, en la calle de Amado Nervo, y yo cursé ahí mis tortuosos estudios de secundaria, por lo que Sta. María la Ribera es relevante en mi vida de adolescente. También vivió un tiempo en Tlatelolco,[1] lugar en el que he pasado toda mi vida. Estos hechos pueden resultar anodinos, y hasta estúpidos. Con todo, lo que sentía al reparar en ello era que de alguna forma nos estaba destinado el compartir la palabra, el intercambiar poemas, y finalmente así fue. Desconozco si lo habremos hecho lo suficiente porque me siento incompleto… pero bueno: lo poetizado ¿quién nos lo quita?

3

Los estudios de redacción que llevó a cabo Sandro a lo largo de su vida hicieron que se percatara de varias singularidades, entre ellas las que pueden usarse en los poemas. Pues bien, una de esas singularidades que llamó su atención fue la que bautizó como la paradoja parentética. Como sabemos, la información parentética es incidental (no esencial), dado que proporciona datos que al suprimirlos el sentido de la proposición no se desvirtúa: lo básico del mensaje no sufre alteraciones. Sin embargo, en el poema lírico no es extraño que la información parentética suela ser verdaderamente relevante, esencial, de tal forma que genera una paradoja respecto a su función. Por ejemplo, un uso común de información parentética se encuentra en «Danzante», poema de Sandro, en unos endecasílabos que dicen: «Vuelves al mundo un poco más hermoso / cuando, intensa, la música renace…»; al segundo verso podría omitírsele la información parentética que yace entre comas y el mensaje, la comprensión cabal de la oración, no se alteraría: «Vuelves al mundo un poco más hermoso / cuando la música renace…». Aquí el adjetivo intensa —en términos técnicos— contribuye con el metro; es necesario colocarlo en ese lugar para cumplir con la prosodia de la tradición: acentos en sexta sílaba o en cuarta y octava.[2]

Otro ejemplo de este tipo lo tomo de su poemario Corredor nocturno (1993), cuya propuesta no se ciñe al verso métrico (o verso medido) sino al versículo —sin duda, si se desea, pueden intuirse ciertos metros al interior de los versículos—, ya que busca emular al corredor y la experiencia del recorrido, de continuidad. De hecho, en los dos primeros apartados no hay puntos y aparte ni punto y seguido, ni siquiera punto y coma, todo es una serie de oraciones que se van coordinando y subordinando según se requiera. Entonces, en el pasaje cinco puede leerse: «De bajada los pies se azotan en las piedras que no recogimos, los olvidos de siempre, de todos, las vidas que tiramos en cada esquina…» y bien podemos omitir ese «de todos» sin que el versículo se desvirtúe: «De bajada los pies se azotan en las piedras que no recogimos, [se azotan] los olvidos de siempre, [se azotan] las vidas que tiramos en cada esquina…».

Hasta aquí la información parentética funciona como usualmente lo hace. Ahora muestro los casos que le interesaban a Sandro: para él, la paradoja parentética cobra mayor relevancia cuando se utiliza como remate de un poema.[3] Propongo dos ejemplos de Línea de fuego (1989), de distintos poemas, señalo con negritas la información parentética: 1. «Nada puedo cambiar, sólo seguirte / de cerca, amarte como puedo, como / lo he tratado de hacer, con todo y todo»; 2. «¿Quién seré si no siento sus caricias / hablarme desde el fondo del silencio? / Punto cero. De nuevo nada soy / para abrazarlo todo, como un niño». En ambos casos la información parentética sí resulta esencial, ya que enfatiza y redondea el sentir de la imposibilidad, en la primera cita ese «con todo y todo» amplía el sentido de los versos hasta cambiarlo, ya que de la resignación pasa a la voluntad: pese a fracasar (dado que nada puede cambiar) continuará con su empeño (seguir de cerca, amar) con todo lo que ello implique (generalmente es sufrimiento). En la segunda cita, al hacer a un lado los primeros versos —que dejé para contextualizar— la desesperación por no poder realizar una acción (abrazarlo todo) se realza y es más sentida al valerse de la comparación: la voz lírica no es capaz de abrazarlo todo, igual a los niños cuando intentan asirse a alguien (o a algo) y su complexión les impide completar la tarea: su esfuerzo es trágico por imposible, desde el inicio. En ambos casos existe una contraposición entre todo-nada como extremos del sentir: 1. Nada puedo cambiar-con todo y todo. 2. De nuevo nada soy-para abrazarlo todo

4

Fue en las clases del Seminario de Poesía Mexicana Contemporánea, en la uam-a, en donde lo escuchamos hablar sobre «lo poetiquito», aquellos textos simples y engañosos que pueden pasar por un buen poema (básicamente el 90% de lo que se publica en redes sociales). Para probar su punto improvisó, literalmente al aire, un haikú: la demostración fue tan convincente que Sandro tomó nota de él, ya que tuvo un hallazgo: aunque lo estructuró en un minuto poseía la fuerza suficiente, o la apariencia suficiente, de un poema. A la distancia, considero que «lo poetiquito» puede guardar —en el fondo— alguna esencia poética, ser una semilla que para dar fruto debe cultivarse. Sandro tomó nota de su esbozo porque supo que en algún momento podría suceder que a su impronta le floreciera un poema, que lo poetiquito obtuviera la mayoría de edad y se convirtiera en lo poético. La observación me resulta valiosa porque señala aquello que los jóvenes poetas (y también algunos viejos) parecen haber olvidado: el añejamiento del poema, el tallereo, necesarios para evitar confundir el esbozo con el poema.

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Espero que exista algún registro (escrito, en audio o video) donde se narre el motivo por el que Sandro se dispuso a escribir su celebérrima Redacción sin dolor, ya que mi recuerdo al respecto tiene algunos huecos pero igual lo redacto aquí, con sus faltas, por si acaso no hubiera ningún otro documento que lo mencione:

Cuando Sandro trabajaba en el Colmex como asistente de Alberto Dallal (entiendo que tenía poco tiempo radicando en México) le comentó que deseaba hacer alguna cosa, no recuerdo con puntualidad qué —aquí es donde las lagunas mentales me vencen— pero tenía que ver con los conocimientos del idioma español; la respuesta de Dallal fue una negativa, bajo el supuesto de que no podría realizar dicha empresa (porque el español no era su lengua materna). Pues bien, como respuesta Sandro comenzó a estudiar con mayor ahínco para escribir su Redacción sin dolor, obra que se convertiría en un referente ineludible sobre redacción (tanto para académicos como para público en general). Y es que las negativas, el «no vas a poder», parecen haber sido el detonante de varias de las decisiones e iniciativas de Sandro. Es como si el menosprecio, el poner en duda sus capacidades, lo alimentaran para que alcanzara sus metas. Pero más importante aún, Sandro no tomaba estas negativas como un asunto personal, sino como una invitación a superarse, a cumplir un reto: diríase que se trata de aquella hermosa poética de callar bocas mediante los hechos.

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Tan fácil de amar (2010), ese es el título de la plaquette —editada por Parentalia— que Sandro nos obsequió a sus alumnos de Redacción sin Dolor en uno de los salones del Instituto la Realidad (allá, por Taxqueña). Era lo más nuevo de su quehacer poético. Para ese entonces ya contaba, yo, con un grueso engargolado que contenía sus poemarios anteriores, mismos que podían descargarse de su página sandrocohen.org.[4] Recuerdo que sus poemas fueron de mi agrado, pues me parecieron trasparentes y a la vez complejos; hubo pasajes de sus primeros poemarios que sinceramente me resultaron inaccesibles, lo cuál no es de extrañar: tenía 24 o 25 años y, a diferencia de varios poetas, mi camino —al carecer de mentores, a mi condición de autodidacto— ha sido lo que le sigue de lento. Sin embargo, al leer Tan fácil de amar, noté un cambio sustancial, ya que estos poemas se distanciaban de su primer poemario De noble origen desdichado (1979). Habrá que hacer un estudio puntual, pero tengo la sospecha de que con el pasar de los años la obra poética de Sandro fue tornándose más diáfana. Hay cierta lógica en esto: a mayor dominio del español mayor transparencia en sus versos. Me atrevo a decir que sus poemas se fueron despojando de dificultades para mostrarse lo más desnudos posible.

7

Entablar amistad con Sandro resultó sencillo por dos razones: la primera atañe a un rasgo de mi personalidad —quizá sea mi única virtud literaria— que emergió cuando de veras me decidí a ser poeta: jamás he endiosado a ningún escritor. Si bien la figura de Sandro, aún antes de tratarlo, me maravilló desde un inicio, por su manera de preocuparse y ocuparse del idioma español, jamás erigí un tótem de él (ni de nadie): cuando me acerco a un autor que es mayor que yo le hablo sin parsimonias ni florituras, llanamente lo tuteo, y si hay ocasión comento sus obras —para bien y para mal— con la franqueza y objetividad con la que lo haría con uno de mis amigos o alumnos, ya que aún los maestros —muy lo sabemos— pueden equivocarse y, más aún, se encuentran en constante aprendizaje (los verdaderos maestros). Así que las veces que Sandro me pedía mi opinión sobre alguno de sus poemas (ignoro si dicha actitud era común en él, si lo hacía con todos), le decía lo que notaba, con honestidad, sin pretensiones de quedar bien y sin zalamerías. Y es, precisamente, este gesto de Sandro la segunda razón por la que entablar amistad fue hípersencillo: él jamás me vio por encima del hombro. Más aún: en todo momento respetó mi trabajo poético; siempre me trató como a su igual.

Era sumamente inquieto, siempre deseaba investigar, saber más. Su naturaleza lo inclinaba a complicarse para subir la apuesta: de esta forma la recompensa sería mayor. Estimo que su naturaleza era el hambre, el apetito por conocer era la base de sus quehaceres (o así lo estimo). Como poeta no estuvo exento de correr tras el viento a sabiendas de que ni iba a alcanzarlo ni podría asirlo, porque lo que importa para el poeta es correr y registrar algunos momentos de la persecución. Creo que el inicio de A pesar del Imperio (1980) sintetiza lo que comento, además de que el poema dialoga perfectamente con el epígrafe que lo acompaña y que alude a la necesidad primaria del poeta lírico por re-explicar, por des-velar el mundo. Esta actitud suele ser el detonante del portalira, su hambre, su persecución, su latido, y a estas alturas de la historia humana, ¿por qué no?, su latencia. Cito el poema de Sandro:

De la palabra para siempre

¿Pero cómo nombrar aquella espuma?

¿Cómo decir que andaban

sedientas las palabras…?

Carlos Santibáñez

Reconozco que esto

lo hice a sabiendas,

que buscaba la muerte

en pequeño,

el hambre que se desliza

por mis dedos

inaprensible.

8

Recuerdo una tarde en el estudio que Sandro tenía en el Centro, en la calle de Regina (sería el 2011). Llegué con un tinto. Conversamos sobre poesía. En algún momento me propuso leerme unos textos suyos para que le diera mi opinión. Eran unos poemas narrativos, si no mal recuerdo, cuya base estructural tenía su origen en la Antología de Spoon River:[5] es decir, el poemario se estructuraba a partir de diversas voces líricas. Uno de los poemas, rememoro, estaba escrito en voz del infrarrealista José Alfredo Zendejas Pineda (más conocido como Mario Santiago Papasquiaro). Con motivo de dicho poema, me contó que Papasquiaro solía molestar a sus hijas con frases soeces que pretendían poner en duda su orientación sexual (la de Sandro), serán Yliana y Leonora quienes puedan hablar con mayor puntualidad sobre esto. Le pregunté porqué no le rompió no sólo la progenitora, sino todo el árbol genealógico;[6] ni siquiera por lo que le dijera a sus niñas, sino por el acto mismo de estarlas hostigando. Sandro me respondió con una carcajada y luego lanzó alguna sentencia cuya idea era que no podía lastimar a alguien que se encontraba desvalido y actuaba de esa forma porque tenía dolor; en resumen: no iba a infringirle daño a un herido. En ese momento no estuve de acuerdo con él: hoy sé que tenía razón. La botella y la tarde terminaron. Sandro me obsequió varios libros y regresé a casa.

9

La última vez que desayuné con Sandro (12 de agosto de 2020) fue en Los Girasoles, en la Plaza Tolsá (a un costado del Munal). Llegó en su bicicleta, como era su costumbre. Desayunamos en la terraza. Sacó su iPad y me mostró un soneto heterodoxo (o “transgresor”, como a veces los llamaba)[7] en el que había estado trabajando la noche anterior, según sus propias palabras. Le dio lectura y acto seguido me preguntó qué opinaba sobre él; hicimos una sesión de taller como de 30 o 40 minutos, estimo, y ya luego nos alimentamos. Como lo digo en la «Adenda» que agregué a mi trabajo recepcional de maestría, ignoro cuál fue la versión final del soneto, no tanto de su contenido sino de la disposición que Sandro dio a los versos, ya que deseaba poner en práctica la tesis de mi trabajo: el camuflaje como figura retórica; es decir, Sandro deseaba destantear al lector ocultando los dos cuartetos y los dos tercetos (lo morfosoneto); de hecho, barajamos varias posibilidades. En fin, el asunto es que en mi relectura de Línea de fuego, en el primer apartado: «El fuego desde el fondo», encontré un poema que me remitió de inmediato al soneto que leímos y tallereamos aquella mañana de agosto. El poema es el siguiente:

Despedida

La noche viene a separar el día
de lo que no le pertenece.
Y el día, desde lejos, le agradece
su luz que sin tinieblas
no tendría sentido ni calor,
el ritmo, blanco y negro;
el silencio y el son,
la forma desde el aire que es la forma
abierta para el verbo y el trabajo,
la palabra primera,
las bodas del amor y del mañana.

Toda esta primera parte del poemario está dedicada al padre. Más allá del hecho ineludible de lo que el poema dice, de la relación entre la noche y el día, no sé si haya cierto simbolismo entre las diferencias del padre y el hijo (por todo el contexto de ese apartado estimo que sí). Fuera de esto, la imagen que alude a «las bodas» me resultó peculiar, ya que la estimo poco recurrente en la lírica mexicana contemporánea por su trasfondo religioso:[8] las bodas son —supuestamente— más que una simple unión, ya que aluden a la unión espiritual (sea que esto se cumpla en la realidad o no). Por ejemplo, Javier Sicilia tiene en su poemario Vigilias un poema titulado «Las bodas místicas», lo que va acorde con el tipo de poemas de este autor; si bien Sandro tiene muchísimo de religiosidad no declarada en sus poemas (para nadie es secreto que practicaba el judaísmo de forma personal), esta imagen se me hizo extraña, tanto como los versos con los que remata aquel soneto de agosto de 2020 y que reproduzco a continuación:

          Pero olvidar no podré cuando digo:

          Gracias por las mañanas, nuestras bodas

          de café, bicicleta e infinito.

No se me malinterprete: la extrañeza no indica 1. Que la imagen sea mala y 2. Que me sea ajena: es extraña en cuanto a la poética de Sandro, no en sí misma. Será preciso rastrear si en alguna otra parte de su obra poética aparece esta imagen. Por lo pronto, me pregunto si el soneto que he mencionado no es una reescritura del poema «Despedida» que aquí cito. Una reescritura inconsciente, claro, o quizá una nueva versión muy consciente, ya que en ambos poemas se agradecen los hechos en sí, pese al desastre (físico o mental). Ambos son poemas de cierto sentido ético, ya que giran en torno a la gratitud per se y por sobretodo.

10

En el fragmento anterior mencioné el libro Línea de fuego y es, precisamente, este poemario el último que Sandro me firmó, está fechado el 28 de enero de 2019. Encontré esta obra en una venta de libros que hubo en Bellas Artes… El día que le pedí a Sandro que me lo dedicara estábamos desayunando en una fondita (¿o chilaquilería?) que está —o estaba— cerca de la uam Azcapotzalco, sobre Av. San Pablo Xalpa. Aquella mañana Sandro me habló sobre un tipo de poema que había inventado hace años, y resultó que eran los de Línea de fuego. En honor a la verdad, no sé hasta qué punto estamos frente a una invención, ya que se trata de poemas de 15 endecasílabos, generalmente de verso blanco, dispuestos en tres quintetos. A nivel de estructura no es novedoso pero tiene su peculiaridad —por infrecuente— tanto el quinteto como el número total de versos. Sin embargo, el poemario en su conjunto sí posee una estructura notable, su construcción nada tuvo de azarosa.

En la contraportada de este poemario, hecha por Elsa Cross, se lee: «Los poemas pasan como los días, y el séptimo —todo el libro gira alrededor del número siete— nos devuelve al origen: cesa toda actividad, se rompe la disciplina habitual y se renueva nuestra alianza con el Creador». Algo de cierto hay en dicha aseveración, ya que el siete es una constante pero más aún lo son los números nones: Línea de fuego está compuesto por siete apartados; cada uno de ellos tiene nueve poemas que se organizan de la siguiente manera: van del i al vi, luego viene un «Recibimiento», después un poema número vii para finalizar con una «Despedida». Estos son los títulos de cada uno de los poemas en sus respectivos apartados; es decir, este orden se repite seis veces, ya que el apartado vii se altera con ligereza, pues al inicio se le agrega un poema titulado «Sabático: Más allá de los árboles que apenas se mueven» y ya después principia el orden antes mencionado.

Ahora bien, lo notable no yace en organizar los textos bajo esta forma, sino en la clara distinción entre las formas que se proponen en los poemas: aquellos que llevan por título un número (49 en total, siete del i, siete del ii, siete del iii, etc.) son los que están conformados por tres quintetos endecasílabos. Los poemas que llevan por título «Recibimiento» y «Despedida» (en total 14, siete de uno y siete de otro) no se ciñen a una forma simétrica (isométrica en términos de preceptiva) sino a una asimétrica, o semilibre:[9] la mayoría oscila entre los veintitantos versos; el que menos tiene lo conforman ocho y al que más 62. Pero son semilibres porque están facturados a partir de versos cuyo metro es non: en general heptasílabo, eneasílabo y endecasílabo, aunque es posible encontrarse algún pentasílabo o trisílabo. Esta forma de construir poemas es típica de Rubén Bonifaz Nuño, maestro de Sandro y quien aparece en la dedicatoria. Por último, el poema «Sabático…» está dispuesto en prosa, aunque por los cortes a final de la hoja —no está justificado el texto— y por reiterar y dejar en un sólo renglón la oración «Quemazón de fronteras», un franco heptasílabo, estimo que el poema podría componerse por versos de ritmo yámbico (como los de «Recibimiento» y «Despedida») pero que fueron dispuestos en prosa. Este es, para mí, de los mejores poemarios de Sandro.

Más aún, los títulos de cada apartado también suelen estar conformados por versos de metros nones —heptasílabos y endecasílabos—, el último («Cuando el sol se esconde») podría pasar por hexasílabo para algunos, pero ante la evidencia de la estructura lo obvio es que en las últimas dos palabras no hay sinalefa —se aplica una dialefa—, probablemente bajo el argumento de que la palabra que termina en vocal y la que inicia en vocal lo hacen con la misma letra, la «e», por lo que deben pronunciarse en emisiones distintas «se \ es-con-de». Y yéndome un tantito más lejos, muy rizando el rizo (lo que Sandro no recomendaba hacer) con algo de voluntad (o de puntuación) es posible encontrar un poema conformado por los títulos de cada apartado, los primeros tres serían una estrofa y del cuatro al siete otra:

          El fuego desde el fondo

          Y su pie de preguntas incendiada

          Las sombras que se mueven

          Es un mar de su misma luz tranquila

          Desde las altas cúpulas del frío

          Principio de principios

          Cuando el sol se esconde

11

Esto apenas y alcanza a ser una nota. Ni siquiera sé porqué lo redacto, mas me resulta relevante de alguna forma: la última vez que vi a Sandro fue en setiembre de 2020, poco antes de que se enfermara de covid-19; fui a su casa. Estuvimos platicando en su estudio alrededor de una hora, hora y media. En algún momento se levantó de su escritorio y se dirigió al librero: no recuerdo qué obra buscaba, pero sí cuál casi se le cae; al evitar el accidente miró la portada, hizo su típica expresión de asombro (alzaba las cejas y echaba la cabeza para atrás) y dijo «Qué buen libro», y lo puso en su lugar. Aquel libro era Herida sombra, antología de los poemas amorosos de Jorge Valdés Díaz-Vélez, poeta al que Sandro y yo apreciamos.[10] Es probable que esto no signifique nada, pero tras la muerte de Sandro dicho recuerdo se me volvió recurrente y vital.

12

Para finalizar con esta docena de recuerdos y comentarios, cederé la palabra a Sandro Cohen en su faceta de crítico. Primero con un brevísimo correo que me envió a finales de octubre de 2018, recién iniciada la maestría en Literatura Mexicana Contemporánea; en su respuesta evade muy bien el «reclamo» que le hice por haberme llamado conservador cuando planteé mi propuesta de tesis. Dudo que tuviera fresco el acontecimiento, ya que habían pasado tres o cuatro meses del hecho, pero me tendió la cortesía (ejercicio común entre poetas) y esbozó lo que —considero— fue su poética: hay que conocer el rumbo —hacia atrás y hacia adelante— para colaborar de veras, de fondo, con la poesía (y con todo, en general). A continuación reproduzco su correo:

Si te dije conservador, era un cumplido. Hoy en día, todo el mundo quiere ser revolucionario, pero ni sabe contra qué se rebela. Tu tesis les ayudará a comprender todo aquello, y tal vez después verán que en lugar de solo rebelarse, podrían colaborar en la evolución de mayor fondo.

Con este mismo tenor es que puede leerse su maravilloso texto de «El verso no tiene la culpa», del que compartiré algunos extractos. Pese a que Sandro da en el clavo con sus observaciones y su diagnóstico (la mayoría de los malestares en el mundito de la poesía en México se deben a la dicotomía que señala), la ridícula disputa entre el versolibrismo y lo que aquí Sandro llama «formalismo» (el verso métrico) continúa, desafortunadamente. Señoras y señores, con ustedes Sandro Cohen:

En México se ha librado una batalla estética en torno a la poesía que algunos han reducido a una supuesta pugna entre el formalismo y el versolibrismo. Si permitimos que la problemática se plantee de esta manera, lo más seguro será que nada saquemos en claro, y si algunos críticos lo han planteado así, se debe a su ignorancia de la evolución de la literatura.

El «verso libre» […] puede resultar tan o más ampulosamente retórico que cualquier soneto renacentistas. El que no puede ver más allá de la forma –verla por lo que es– resulta ser un ciego literario.

El poeta que no tiene oficio es un dilletante, y tener oficio implica versatilidad, un amplio manejo de recursos artísticos y la dedicación que conlleva un gran respeto por los maestros que entraña –a su vez– la obligación de asimilar sus lecciones; si no, estaremos condenados al descubrimiento del eterno hilo negro.

…el hecho de elegir una forma x para escribir poesía no debe coartar de ninguna manera al escritor; esto no incide en el plan ideológico, sino que ofrece un medio que funciona expresivamente.

Dirigimos nuestras miradas piadosas hacia nuevos dioses de la vanguardia que, en su búsqueda de libertad, habían rechazado los viejos cánones. Desgraciadamente, muchos de los nuevos dioses resultaron falsos: sus caminos no llevaban a ninguna parte más allá de la ruptura. Por lo menos ellos –los surrealistas, simbolistas e imaginistas– se rebelaron con un claro conocimiento de causa: dominaban a la perfección el oficio antes de lanzarse a la aventura. Nosotros, en cambio, no lo aprendimos como una cuestión natural. Nos enseñaron que había que ser «libres» y que fuéramos indulgentes con nuestro «yo». Que nos expresáramos espontáneamente. Los burros cuando dan de patadas también se expresan de esta manera, pero la riqueza de esa expresión, para mí, queda en tela de juicio.

Estamos tan obsesionados con la idea de la novedad que nos hemos cegado a valores artísticos más discretos y, al mismo tiempo, sustanciosos.

El crítico que califique a un verso u otro de «sobado» peca de ingenuidad (a estas alturas, no hay verso que sea virgen ni remotamente sin mancha). Si un verso o una forma más elaborada persiste, será porque aún funciona.

Si la forma sofoca al poema, no es problema de la forma sino del poeta.

Gracias por todo, querido Sandro. Vaya un fortísimo y fraternal abrazo hasta la eternidad, allá donde te encuentras. ¡Totalidad!


  1. Sandro menciona en su obra poética tanto Sta. María —la calle Amado Nervo— como Tlatelolco —lugar en el que vivió la separación de su primera esposa, Claudia Acevedo—. Lo hace en sus poemarios Línea de fuego (apartado vii) y Autobiografía del infiel (apartado vii; hubo una edición en 1982 y posteriormente se agregó a Los cuerpos de la furia [1983]). Las citas son las siguientes:En Línea de fuego:

    Ayer, por Amado Nervo, donde el muro pintado y la secundaria, volvió de repente la madera de entonces, quemada con las hojas de este otoño reticente y mexicano…

    En Autobiografía del infiel (aquí el yo lírico se pregunta a sí mismo):

    ¿No es demasiado que a las diez cuarenta

    te quedes viendo a medias el semblante

    por la ventana, reflejado encima

    de todo Tlatelolco, como espectro

    en vilo que pregunta por su suerte? 

  2. Hay una salvedad. Pese a que el asunto a tratar en este fragmento no es la métrica, vale la pena mencionar que el endecasílabo que cito es harto maleable. Si bien al alterarlo como propuse: “cuando la música intensa renace” la prosodia deja de ser la tradicional, ya que los acentos recaen en la cuarta y séptima sílaba, es posible alterar el verso y respetar la prosodia clásica del endecasílabo. Para esto debe distanciarse el adjetivo del sustantivo y colocarse seguido del verbo (para adjetivarlo): “cuando la música renace intensa”, con lo que se consigue un sáfico (acentos en cuarta y octava sílabas), lo que mantiene la fidelidad a la tradición, aunque se altera ligeramente la imagen del poeta. Ojo, de ninguna manera digo que deba omitirse palabra alguna, pues eso alteraría la propuesta métrica del poema entero; tampoco quiero —con esto— que las malas conciencias interpreten que enmiendo el verso de Sandro, si acaso señalo su maleabilidad. 
  3. Aunque también aparece en su obra como motivo lírico en algunos títulos, tales como “Morir, a veces” o “Esto, en esencia, se acabó”. 
  4. La página estuvo fuera de servicio un tiempo, mas parece que la han reactivado. Proporciono el enlace para quien guste revisarla: http://www.sandrocohen.org/index.html 
  5. El 27 de setiembre de 2021, primer cumpleaños de Sandro fuera del plano terrenal, informaron sobre la publicación de Panteón México (en El Errante Editor), poemario del que hablo en este fragmento. Parece que sólo publicaron una parte de este proyecto poético inconcluso, quizá el proyecto poético de Sandro: el tiempo lo dirá. 
  6. Es sabido que Sandro gustaba del ejercicio: al principio salía a correr (por propuesta de Vicente Quirarte) y ya luego pasó al ciclismo. Sin embargo, lo que quizá pocos saben es que en su juventud practicó lucha grecorromana. Recomiendo el epílogo que escribió en Desde el principio y que se titula “Reflexión para comprenderme a mí mismo”, en donde Sandro brinda un repaso de su vida. Puede consultarse aquí:http://sandrocohen.blogspot.com/2007/12/reflexin-para-comprenderme-m-mismo.html 
  7. El soneto puede consultar en la página 320 de mi tesis de maestría, aquí disponible. 
  8. Hablo sobradamente desde la intuición. El dato debe corroborarse: a nadie extrañaría la imagen de “las bodas” en López Velarde o Pellicer, quizá en Manuel Acuña o Alfredo R. Placencia (estos dos últimos nombres los lanzo con cierta reserva), más dudo que sea imagen recurrente de nuestra lírica en el último medio siglo, por lo que —de ser verdad lo que digo— los poetas más jóvenes tendríamos un campo metafórico e imaginativo que explorar. 
  9. nota. Existen dos salvedades: el poema “Despedida” del apartado ii y el de “Recibimiento” del apartado vi; están construidos íntegramente por endecasílabos. El primero es un bloque tipográfico (no hay corte estrófico) de 16 versos, lo que lo hace enteramente isométrico; el segundo —pese a estar compuesto por 27 endecasílabos— no guarda simetría estrófica: los versos se agrupan en cuatro estrofas: 4-4-10-9. 
  10. Entiendo que a Sandro y Díaz-Vélez los unía la amistad, o esa impresión me quedó, ya que en la entrevista para ingresar a la maestría tanto Sandro como el dr. Gabriel Ramos (quienes me entrevistaron) consideraron que mi proyecto de tesis era conservador, pues solamente proponía estudiar a cinco sonetistas mexicanos, cada uno como representante de una década (de 1910 a 1950): Ramón Martínez Ocaranza, Enrique González Rojo Arthur, Juan Bautista Villaseca, Roberto López Moreno y Jorge Valdés Díaz-Vélez. En esa ocasión ambos me incitaron a ampliar mi panorama —lo que muy les agradezco— al soneto en México. En algún punto mencioné que no comprendía porqué era tan poco conocida la obra de Jorge Valdés Díaz-Vélez siendo que tiene muy buena hechura poética, a lo que Sandro comentó que quizá se debía a que pasaba poco tiempo en el país debido a su cargo público (es diplomático). 
Manolo Mugica

Manolo Mugica

Autor

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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