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Ilustración: Caro Poe

María Alejandra Luna

Cuando llegan a cierta edad, muchas personas se sienten orilladas a hacer el gran anuncio: decir en voz alta y ante todos los seres queridos cuál será el compromiso a largo a plazo que iniciarán pronto. Es decir, la carrera que elegirán. Es una decisión que, vayamos a exponerla o no, tenemos que tomar siendo muy jóvenes. A veces, el factor de la dependencia económica provoca justamente que haya adultes exigiendo que tal selección se haga pública y sea aprobable, aceptable, incluso prestigiosa o que, al menos, esa carrera parezca una carrera profesional, tenga nombre de carrera profesional.

Aunque algunas profesiones ya no detenten prestigio o grandiosos beneficios económicos, siguen sonando bien. Lo sea o no, desde afuera no tiene tanto aspecto de locura dedicarse a la docencia, por ejemplo, o a la medicina. Educación y Salud son ámbitos renombrados, en el fondo casi todes saben por qué ocupan roles cotidianos y, especialmente, por qué son importantes en el sistema, en la sociedad. A pesar de que se hagan recortes financieros y de que haya personajes convenientemente anárquiques al respecto, en el ideario popular trabajar en una escuela o en un hospital representa un servicio.

En cambio… ¿Qué pasa con el arte? Entre une sujete que dice que quiere ser artista y su interlocutore se interpone una variopinta serie de prejuicios: que nadie come del arte, que nadie vive del arte, que el arte no sirve para nada, que el arte no es productivo y un colorido etcétera. No voy a mencionar al consabido villano de las desgracias occidentales, pero está claro que contribuye en esas percepciones que tenemos sobre la literatura, la pintura, la escultura, la música, la danza, la actuación. Y además por momentos abusa de ellas para alcanzar sofisticación y ostentar clase: estantes llenos de libros, cuadros carísimos, discos en formatos discontinuados y costosos son sinónimo de estatus.

No obstante, que tu hije quiera ser cantante o bailarine no reviste el mismo prestigio ni suscita las mismas inversiones o los mismos aplausos. Sin ánimos de generalizar, hay un caso en Argentina que describe muy bien tal situación: Ricardo Fort. Hijo de un magnate, hijo de un legado empresarial importante, su sueño era cantar y ser famoso, pero su padre desaprobaba fuertemente ese deseo y sus hermanos también. Preferían que mantuviera un perfil bajo, casi anónimo, y que trabajara en la fábrica familiar.

Es una locura, ¿no? Seguramente ese padre y esos hermanos escuchaban música y colgaban obras en sus paredes para decorar las habitaciones y su estilo de vida. ¿Qué pasa con el arte? ¿Por qué, por un lado, está bien visto cuando sus autores fallecieron o cuando ya está hecho, emitido al mundo y, por el otro, genera controversia si incipientes artistas quieren dedicarse a seguir nutriendo las colecciones de cada rama artística? ¿Por qué las artes pretéritas y consagradas tienen una función muy evidente y hasta habilitan la detestable pedantería de quienes han tenido acceso a ellas, pero las artes vivas y emergentes parecen un estorbo para que les jóvenes consigan trabajos de verdad?

De hecho, prácticamente contradice al concepto de trabajo. «Hay algo que en diversos ámbitos del arte se repite, pero en algunos se acentúa afectando terriblemente a las personas que eligen formarse y dedicarle sus vidas a eso que aman. Y empecemos por ahí: porque ames algo no significa que no te demande tiempo, esfuerzo, sacrificio, sudor y lágrimas. Lxs trabajadores del arte son trabajadores. Una y otra vez me encuentro con historias –cuando no son personales- de personas cuyo trabajo es ninguneado, pisoteado, o en las que directamente se asume que el “trabajo” del otro no es algo por lo que corresponda pagar» (@femigangsta, 2021).

No es una novedad. Muchas biografías cuentan que poetas y pintores no tuvieron la repercusión ni el sostén necesarios, que murieron en la pobreza y el silencio y que fueron la muerte y el tiempo quienes les dieron el impulso hacia la posteridad. Pero… ¿No es esto injusto? Nos encontramos en esta etapa de la historia donde somos plenamente conscientes de la historicidad. ¿Por qué las dinámicas no cambian? Y no me refiero específicamente a la institución de la familia, que es el último eslabón de la cadena de responsabilidades. Me refiero a todos los agentes que provocan que, cuando une chique declara con vehemencia y creatividad «Familia, quiero ser artista», la respuesta de su receptore sea incómoda.

Incómoda, en el mejor de los casos. A veces es peor y combina con la respuesta de una mayoría. «Lo que estoy queriendo decir es que no existe nada más debilitante, no existe escenario más apocalíptico y demoledor, que aquel en el que la propia comunidad discute, relativiza y ve las actividades culturales y el arte como algo prescindible y secundario» (@femigangsta, 2021).

Esas dinámicas polvorientas son constantemente combatidas por las propuestas en redes sociales, por el gran abrazo de las juventudes a una generación de artistas no comerciales, por las trabajosas y permanentes iniciativas de quienes producen arte para aliviar el pasaje de su público implícito a través de este plano de la realidad… ¿Es suficiente? Yo creo que no porque todavía se considera inviable vivir prácticamente del arte (salvo que «la pegues» y a veces ni siquiera así), a pesar de que necesitemos del arte para hacer algo mucho mejor que simplemente sobrevivir. ¿Ustedes qué opinan? ¿Son o serían artistas? ¿Qué reacción y respuesta darían a alguien que les confiesa que quiere serlo?

«Si bien no tuve la fuerza moral para responder a esta persona y a tantas otras, sí considero que es importante defender la cultura y lo vital de seguir produciendo y protegiendo el consumo del arte. En la forma que sea. Son espacios de crítica, de construcción, es lo que hace a la historia de los pueblos y lo que de forma más significativa moldea y atraviesa a las personas. La no cultura es la muerte, básicamente. Suena dramático y la charla excede a un story. No quería dejar de expresar mi opinión» (@femigangsta, 2021).

María Alejandra Luna

María Alejandra Luna

Subdirectora General / Directora de Redes Sociales

Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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