contacto@katabasisrevista.com

Ilustración: Caro Poe

Ale Montero

Recuerdo haber caminado por una arboleda. Accidentalmente pateé un objeto blando y viscoso: un cerebro. Brinqué del susto. Empecé a sentir una gran ansiedad por todo mi cuerpo, así que regresé a casa.

Volví al bosque. Seguía ahí la viscosa masa de tejido rosáceo. La tierra estaba ligeramente manchada de sangre que despedía el encéfalo, especialmente a través de sus cisuras. Me puse unos guantes, lo tomé y regresé a casa. Al llegar lo coloqué sobre una mesa. Lo llevé a un lavabo para desinfectarlo. Posteriormente lo puse con cuidado dentro de un gran recipiente lleno de agua. Debido al cansancio decidí seguir con mi investigación al día siguiente.

Cuando regresé me encontré con algo insólito: en el recipiente había un cerebro de mayor tamaño. Además, tenía una médula espinal que parecía raíz y aparentaba haberse conectado con el recipiente. Mi interés por estudiar el cerebro se incrementó pese a lo peligroso que fuera. Coloqué el recipiente en el cual estaba el cerebro dentro de un envase más grande y transparente que tenía unos orificios anchos. Hice una incisión circular en el primer recipiente. Después metí una pinza para extraer un pedazo de masa encefálica. La puse bajo el microscopio. Las neuronas eran de gran tamaño y se reproducían rápidamente; sus dendritas eran cinco veces más grandes que las humanas y las sinapsis se producían a una gran velocidad. Según mis cálculos, en una hora las aproximadamente cien neuronas alcanzarían los 100,000 millones de un cerebro humano promedio.

Utilicé una máquina con largos brazos para extraer el cerebro y realizar una tomografía. Al obtener las imágenes descubrí que aparentaba normalidad. Por su tamaño parecía ser de elefante o de ballena; no obstante, anteriormente tenía el tamaño de un cerebro humano masculino. Parecía haber gran actividad neuronal en el lóbulo frontal, y también en el cuerpo calloso, por lo tanto, mayor comunicación entre hemisferios. Con la misma máquina volví a colocar cuidadosamente al cerebro dentro de los recipientes y concluí mi investigación de ese día.

Cuando volví encontré un cerebro impresionante. La médula espinal ya no era una sino varias emergiendo de la parte baja del órgano. Por si fuera poco, dichos cordones de tejido nervioso se habían conectado con algunas computadoras, a las cuales se les encendía y apagaba la pantalla frenéticamente. Me convencí de que necesitaba pedir ayudaba. Al parecer el cerebro comprendió mi intención, entonces ocurrió algo por lo cual hasta el día de hoy siento que me falta el aire al recordarlo, circunstancia por la que actualmente sigo teniendo horripilantes pesadillas. El cerebro se elevó usando sus médulas espinales y dio un salto impresionante para alcanzarme. Con velocidad impactante metió las médulas espinales por mis orejas; sentí cómo recorrieron mis oídos y tocaron mi cerebro. Cuando el órgano mutante se conectó conmigo se me reveló una información que podría cambiar el rumbo de la humanidad. En mi mente observé paisajes nunca vistos por ojos humanos, ingrávidos, con plataformas flotantes, organismos parecidos a elefantes con infinidad de trompas, leones sin piernas que flotaban, caballos sin ojos ni cola que se elevaban como plumas por las tierras flotantes y montañas repletas de árboles que se elevaban cerca de nubes de un color nada semejante a lo visto en la Tierra. Además, descubrí la causa del nacimiento y muerte, el origen del universo, el objetivo de vivir y la existencia de infinidad de dimensiones. Después de forcejear varios minutos, logré arrancar de mis oídos al misterioso órgano y corrí lejos de mi casa.

Ya casi llegaba a la ciudad. Sentí un ligero dolor de cabeza. Alguien me habló, sin embargo, a mi alrededor no había nadie.

—No reveles la información.

—¿Quién eres? —pregunté en voz alta.

—Esa información es confidencial. Ningún ser de este planeta debe saberla —decía una voz susurrando.

—¿Qué eres? ¿De dónde eres? ¿Dónde estás? ¿Por qué suenas dentro de mi cabeza? —pregunté volteando hacia los lados frenéticamente tomándome la cabeza con las manos.

—Evita comunicar lo que experimentaste. Sé todo sobre ti.

—¿Cómo?

—Yo te revelé todo lo que sé, pero tú me revelaste todo lo que alguna vez experimentaste —decía la entidad—. Regresa a casa. Estarás bien.

Nunca debí haberle hecho caso a la misteriosa entidad. Desperté en una dimensión incomprensible para mí, de colores inimaginables, seres increíbles y leyes contrarias a la lógica de nuestro universo. Vivo en una extraña habitación blanquecina, iluminada por una refulgente luz. Me alimentan a través de mi piel con una rara energía proveniente de una poderosa estrella que orbita. Para ellos soy un objeto más: soy una batería.

Ale Montero

Ale Montero

Autora

Acapulco, México. 1995.

Lic. en Psicología y psicoterapeuta. Escribe narrativa y poesía. Publicó el poemario La locura del poeta. Ha publicado cuentos y poemas en la revista La testadura, revista Zompantle, revista Almicidio, revista Tabaquería, revista Elipsis, Iguales revista y en Cuadernos de taller, medio de difusión del taller literario Desierto, mar y letras. Colabora en el proyecto literario El ocaso de las letras.

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

Total Page Visits: 1236 - Today Page Visits: 1
Share This