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Ilustración: Lizeth Proaño

Gabriela Alfred

 

Hay quienes dirán que Un soplo de vida no es precisamente el mejor libro para comenzar a leer a Clarice Lispector, pero yo empecé por ahí y creo que ningún otro escrito suyo me hubiera motivado tanto a seguir conociendo su universo literario. Un soplo de vida o Pulsaciones, que me parece un nombre más acertado, es un libro completamente introspectivo que utiliza el recurso de contraponer a un autor con su personaje para mostrarnos la bipolaridad inherente a nosotros mismos, esa guerra interna entre el ser y el querer ser, o el negar ser, o ambos. Todos, seamos o no autores, tenemos dentro nuestro, distintas facetas que nos hablan e interpelan, la mayoría de las veces simplemente las ignoramos, los artistas las externalizan “artísticamente”. En fin… hay que tener valentía, dentro de todo, para reconocerles una existencia propia.

Lispector mediante una prosa poética nos lleva a través de este no-diálogo porque a menudo transitan caminos y reflexiones distintos y opuestos entre el autor y Ángela Pralini, su protagonista, a reflexionar sobre nada más y nada menos que los misterios más grandes de la vida: el nacimiento, el ser, la cosa/el otro, Dios y la muerte, pero es en la descripción de las cosas donde, a mi parecer, pone más énfasis. Describir el objeto es una tarea que se propone Ángela como una misión elemental de la escritura y es que, finalmente es la escritura el lenguaje, la particularidad humana por excelencia, y no podemos acceder a la cosa si no es por medio del lenguaje.

Me explico mejor, lo concreto es inalcanzable para nosotros, solo podemos conocer lo abstracto, el lenguaje es un regalo con trampa, nos permite reinar sobre lo concreto pero nos impide conocerlo, para no enloquecer nos regala la abstracción, y nos permite acceder a las cosas únicamente mediante esto. Nombro la cosa, la separo de su concretitud y la apropio a través del lenguaje, ese es, ni más ni menos, el oficio del ser humano, tejedor de palabras.

Por lo tanto, Ángela da en el clavo, comienza su camino como escritora describiendo objetos, dotándolos de alma poética y así, poco a poco, a lo largo del libro, va superando a su autor. Tomando el control de las palabras, paulatinamente va quitándole a su creador el poder sobre ella y termina arrastrándolo con ella a su inevitable encuentro con un Dios en el que el autor no cree y a una muerte hecha a medida de Ángela y no de él.

Leer a Lispector, en este trabajo de filosa reflexión, nos abre a la inquietud de descubrir a nuestra Ángela interna, aún con el temor de vernos revertidos por la potencia que este alter-ego pueda tener en cada uno.

Gabriela Alfred

Gabriela Alfred

Directora de Redacción

Soy de Bolivia, nací rodeada de montañas y agua dulce. Me licencié en Filosofía y Letras por purito placer y hasta el día de hoy sigo buscando profesionalizarme en saberes inútiles. Escribo porque me hace feliz, leo porque no puedo vivir siempre en mi propia mente. Me gusta tejer, las historias ñoñas de amor, la fiesta y las conversaciones en la madrugada.

Lizeth Proaño

Lizeth Proaño

Ilustradora

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