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Ilustración: Alejandra Villela

Fernanda Toscano

28 de Marzo de 19…

Bien sabes, hermano, que jamás he sido una persona curiosa, existen muchos aparatos de los cuales yo desconozco su uso o función. Nunca me ha sido relevante saturarme de conocimiento que considero inservible, cuando asistía a la escuela todos mis amigos se preocupaban por saber más de la cuenta. Recuerdo que un día Rodrigo trajo una enorme enciclopedia que le había regalado su papá por su cumpleaños, todos estaban fascinados y exclamaban extensos “ohhh” cada que pasaban de página. Yo siempre me conformé con conocer lo necesario: si toco el fuego, me quemo; si no me cobijo bien en invierno, me enfermo; si cruzo la calle sin mirar a los lados, lo más seguro es que muera atropellado. ¡Cuánto criticabas mi estilo de vida, hermano! ¿Recuerdas cuando la abuela te obsequió tu primer telescopio? No te despegaste de él hasta que lograste, por fin, ver una verdadera estrella. Tú siempre tenías la cabeza en las nubes, pensando en constelaciones y demás cosas espaciales. No podía ser más diferente a ti, a mí me gustaba lo seguro… lo terrenal. Mientras tú observabas con admiración cómo el hombre caminaba por la luna, yo paseaba pensativo por el jardín de la abuela.

“¡Lo logró! ¡Mira, nana, mira! ¿Acaso no es magnífico?”

Te escuché gritar mientras yo hacía mi primer —y tal vez único— gran descubrimiento, ahí, en ese maloliente jardín, florecía una pequeña rosa. Era tan diminuta y hermosa que, en mi inocencia infantil, pensaba que sería eterna. ¡Cómo lloré cuando la pobrecita se marchitó! Poco a poco se le fueron cayendo los pétalos, hasta que solo quedó un tallo vacío y triste. De esa misma manera me encuentro yo mientras te escribo, solo y en espera de que aparezca mi flor. ¡Ay, hermano, si vieras lo infeliz que soy! Hace unos días sucedió la peor de las tragedias, te preguntarás: ¿Por qué no te he llamado si ha sido tan grave? Apenas entiendo el funcionamiento del teléfono, tantos números me marean y la espera es incierta, puede que contestes rápido o quizá nunca tomes la llamada. ¡Qué horror! No, me niego a pasar por tal sufrimiento, por eso te escribo, a parte de que me gusta sentir la tinta danzando por el papel… ¿Recuerdas cuando la abuela nos enseñó a bailar? Debíamos de tener 10 años, nos llevó a un gran salón lleno de ancianos que se movían lentamente al ritmo de una animada canción. ¡Cuánto nos divertimos aquel día! Doña Cata se encargó de enseñarte a ti, recuerdo perfectamente su voz tosca diciéndote: “Un, dos, tres. Un, dos, tres. Un, dos, tres. ¡Pero no me pises, niño!“.

La abuela era una excelente bailarina, parecía una delicada gardenia cuando se movía; imparable y perfecta, así la recuerdo. Su muerte me afectó más a mí que a ti, tú ya estabas en el extranjero cuando ella dió su último suspiro. No, hermano, esto no es reclamo, ya te perdoné desde hace mucho tiempo. La casa se sentía vacía sin ustedes, la soledad terminó por enfermarme; lo único que me consolaba era aquel jardín siempre pestilente. Trabajé muy duro en él, ¿sabes? Si vieras cómo está hoy en día no lo reconocerías, donde alguna vez había flores marchitas y feas ahora brotan lo más bellos rosales. Lo hice por ella, hermano, nunca tuvo tiempo de cuidar el jardín, siempre compraba semillas y libros de jardinería que terminaban olvidados en un rincón.

La depresión me llevó a indagar por aquellos estantes, ansiaba tanto sentirla viva que planté miles de rosas. Ellas han sido mis amigas desde entonces, le devolvieron a la casa la alegría de los días buenos; gracias a ellas conocí a Jazmín, mi esposa. Sé que no te lo había mencionado antes, pero estabas tan ocupado viviendo el sueño americano que no creí que tuvieras tiempo para asistir a nuestra boda. Es una lástima, ella se veía tan hermosa al lado de las rosas que, incluso ahora, lloro al visualizar tal imagen tan etérea. Jazmín le trajo un nuevo aire a la casa, cambió todos los muebles y pintó las paredes; sin embargo, respetó el cuarto de la abuela y mi jardín, solo añadió un banco de piedra para observar los ocasos. También te hubieras enamorado de ella, era tan hermosa y siempre olía a rosas.

¡Ay, hermano, no sé si pueda seguir! En verdad soy muy desdichado, pero temo que si no escribo todo lo que he vivido en estos días, nadie sea capaz de ver a través de mi locura. Todo comenzó hace unos días, los helados vientos del invierno por fin comenzaban a tomar otro rumbo para dar paso a la primavera, a Jazmín le gustaba recibirla con una pequeña fiesta de té en el jardín. Amaba tanto verla tan feliz que era incapaz de desobedecerla, era la dueña de mi alegría, si algo le desagradaba yo rápidamente lo reemplazaba. Ese trágico día, el peor de mi vida, las lluvias se adelantaron, comenzaron a caer enormes y gruesas gotas. La fiesta se había cancelado y ella se encontraba tan triste, no podía verla así de llorosa y melancólica; que salí al jardín y, con todo el dolor de mi corazón, corté un puñado de las rosas más bellas, las puse en el jarrón de porcelana de la abuela, sentía una terrible presión en el pecho, había traicionado a mis mejores amigas. ¿Quién iba a imaginar lo que habría de suceder después?

Yo estaba ciego y enamorado, me dispuse a prepararle la más exquisita infusión a mi amada, no noté cuando las rosas cambiaron de humor. ¡Si tan solo pudiera regresar en el tiempo no dudaría en tirar aquellas flores malignas! Mi Jazmín, mi querida esposa, pagó por mis pecados. Interrumpió su tristeza para celebrar solo conmigo su fiesta soñada dentro de casa, me encontraba arreglando los últimos detalles cuando, sin percatarme, una de las rosas voló hasta el tierno regazo de mi amada. ¡Qué tonto soy, hermano, por mi culpa ella está danzando con la abuela!

Si hubiera sido más curioso como tú, sabría que las rosas son vengativas y sus espinas sirven como armas mortales, si ellas lo desean pueden ser letales. ¡Esos malignos seres me arrebataron a mi Jazmín! Ella era tan inocente, jamás imaginó que su vida peligraba si tocaba aquella rosa; delicadamente la tomó entre sus manos y la acercó a su rostro para deleitarse con su perfume. Te describiré la escena lo mejor que pueda, pero el dolor que siento en el corazón es tan inmenso que tengo miedo de no poder acabar esta carta. Yo estaba sirviendo las últimas gotas de la bebida cuando escuché el grito más desgarrador, su eco aún me sigue atormentando por las noches, instintivamente lo dejé todo para ir a buscarla. No la encontré, en la mesa solo se hallaban los bocadillos y el resto de las flores; el terror se apoderó de mi cuerpo y comencé a gritar su nombre.

Nada.

Un ensordecedor trueno fue mi única respuesta. Lloré como un niño perdido hasta que se escuchó otro bramido más fuerte que el anterior, me apresuré a dar con el lugar de donde provenía aquel sonido. Lo que descubrí fue una obra del mismísimo diablo, estoy más que seguro de eso, Jazmín se encontraba en nuestra cama nupcial completamente desangrada. El cuerpo, que alguna vez fue tan jovial y alegre, yacía tieso y pálido en esa habitación, la cual olía a una asquerosa mezcla de sangre y rosas. ¿Recuerdas la recámara de la abuela con sus paredes y muebles perfectamente blancos? Imagínalos teñidos por completo de rojo carmín, no podía aguantar tal abominable escena, tuve que correr al baño a vomitar y llorar.

¡Perdóname, Jazmín, te defraudé!

No pude salvarla de un destino tan cruel, yo, que quería mimarla eternamente, fui el causante de tan trágica muerte. ¿Por qué creo eso? ¡Porque yo sembré esas malditas flores! Ellas mataron a mi esposa, se aprovecharon de su inocencia y mi torpeza, lo único que yo quería era hacerla feliz por siempre; pero lo que logré obtener fue el cadáver de mi amada repleto de filosas espinas de rosa. Así se encontraba el amor de mi vida, tendida en la cama con cientos de esas diminutas armas insertadas por todo su cuerpo, de esas pequeñas heridas salían extensos hilos de sangre que bañaban por completo la habitación; pero lo más pertubador es que en su pecho se encontraba una de las rosas que anteriormente había cortado con su tallo perfectamente desnudo.

Hermano, no he tenido el valor suficiente para recoger su cadáver, ella sigue ahí con la rosa clavada aún en su pecho; yo ya no puedo aguantar más este tormento. Temo que estas serán mis últimas palabras, prefiero acabar yo mismo con mi vida antes de que ellas lo hagan.

Prométeme, hermano, que regresarás a quemar esta casa maldita, quema también nuestros cuerpos con ella; pero, sobretodo, no te olvides de reducir el jardín a cenizas. Prométemelo, mi querido hermano, sino mi alma vagará en esta casa por la eternidad. Rescata las fotografías de la abuela, recuerda por siempre nuestras caras. 

Te ama, por siempre, tu hermano. 

Pd: tal vez, algún día, nos encontremos en las estrellas.

Autora

Fernanda Toscano

Fernanda Toscano

Mi nombre es Fernanda Toscano Nuño, tengo 19 años. Nací en México, mis padres y abuelos me inculcaron el amor por los libros. Desde pequeña sentí curiosidad por el bellísimo mundo literario, más que un pasatiempo es una pasión y un estilo de vida. Comencé a incursionarme en el mundo de la escritura al comenzar mis estudios en el bachillerato. Actualmente estoy estudiando la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara.

Ilustradora

Alejandra Villela

Alejandra Villela

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