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Ilustración: Arturo Cervantes

Santiago Clemente

Con la publicación de sus memorias, Woody Allen volvió a acaparar la atención de los medios pero no de la mejor forma. Ya hace dos años tuvo que posponer el estreno de su última película, rompiendo por primera vez en casi cuarenta años la costumbre de estrenar una película anual desde 1977, porque la productora Amazon dio de baja su contrato por cinco películas, por las acusaciones de su hijastra y su hijo biológico de haber abusado de ella cuando era niña. Revivido en medio de la ola del MeToo, el escándalo suscitado en 1992 y que (en ese momento) terminó con la absolución del director porque los peritos concluyeron que el relato de la hija de Mia Farrow parecía armado volvió a empañar la carrera de uno de los cineastas más prolíficos y emblemáticos de las últimas décadas, haciendo que varios actores que en algún momento trabajaron con él salieran a repudiarlo públicamente, arrepintiéndose de haberlo hecho y declarando que no volverían a hacerlo. No obstante, hay varias películas de Allen que me parecen obras maestras, con personajes entrañables, diálogos geniales, tramas bien construidas y hasta algunas ocasiones en las que se anima a experimentar con la cámara o el montaje.

¿Qué tienen las películas de Allen que han sido capaces de sobrevivir no sólo al paso del tiempo, sino también a la leyenda negra que pesa sobre su autor desde hace casi treinta años? ¿En dónde radica el encanto de esos personajes neuróticos, pesimistas sin remedio, que sin embargo viven y piensan con un extraño sentido del humor? Ciertamente, no todo lo que filmó Allen es oro, y en su filmografía de casi cincuenta películas hay no pocos bodrios, intentos fallidos y repeticiones, riesgos inevitables cuando se tiene una carrera tan prolífica y un estilo reconocible.

Si tenemos que buscar un momento donde el universo Allen cristalizó tal como lo conocemos, es sin duda Annie Hall. Co-protagonizada por su pareja de entonces, y una de sus musas emblemáticas, Diane Keaton, esta comedia romántica considerada de las mejores de la historia del cine representó la madurez de temas que Allen venía tratando en películas anteriores, todavía influenciadas por una comedia más gráfica o fácil: las relaciones de pareja, el sexo, las inquietudes intelectuales, el mundo de la clase media-alta, y elementos autobiográficos, como la evocación de su infancia, su temprano agnosticismo y su amor por el cine y la ciudad de Nueva York. Tras un sobrio drama bergmaniano, incomprendido por el público en su momento, Interiores, volvió a sus temas habituales con Manhattan, un canto de amor a su ciudad con la que cierra los setenta.

El cambio en su estilo de cine y su incursión en el drama le costaron el alejamiento del público, el cual reflejó en una de sus películas más detestadas e infravaloradas. Con Recuerdos de una estrella Allen homenajeó a Fellini y su Ocho y medio a la vez que reflejaba sus ideas sobre su relación con el público, en una película en la que el protagonista es un director que “ya no se siente gracioso”, y que ve al público como un grupo de extorsionadores que le exigen que sea alguien que no quiere ser, y al final terminan sin comprenderlo. Sin embargo, en esa década que estrena tres películas imborrables de su catálogo: La Rosa Púrpura del Cairo, Hannah y sus hermanas y Días de radio. Si La rosa… y Días… son emotivos homenajes al mundo de su infancia y particularmente a las dos momentos de entretenimiento de entonces (el cine y la radio), evocándolos en toda su densidad (como espacios, como momentos, como discursos, como creadores de realidad), Hannah y sus hermanas es otra de las cumbres de su carrera, en la que tienen lugar varios de sus mejores momentos, como una secuencia donde se muestran edificios emblemáticos de Nueva York, o cuando el personaje de Allen sale de su crisis existencial viendo una película de los hermanos Marx (de nuevo, el cine como referente que puede darle sentido al sinsentido de la vida), o cuando Barbara Hershey lee un poema que su cuñado (Michael Caine) le recomienda, de E.E. Cummings, y que se ha convertido en una de las escenas más emblemáticas del cine. Tal vez porque como en pocas ocasiones, en esta película Allen combina su característico escepticismo y angustia sobre la vida con un tono cómico, en donde el amor termina por darle sentido a la vida. Después de esta espléndida tanda, cerró la década con dos trabajos más modestos pero igualmente interesantes, Otra mujer (otro introspectivo drama bergmaniano, mucho mejor que la fallida Septiembre) y Crímenes y pecados, donde introduce por primera vez el motivo del dilema moral sobre el asesinato, que repetirá en películas posteriores con mejor o menor suerte, y que acá aparece en otra película donde combina la comedia y el drama, con dos historias paralelas que se entrecruzan al final.

Al margen de los escándalos de su vida personal, en los noventa Allen estrenó películas un poco más coloridas, y varias de las mejores de su carrera, como Misterioso asesinato en Manhattan (homenaje a Hitchcock, y con el regreso de Diane Keaton después de catorce años), Poderosa Afrodita y el musical Todos dicen te quiero, filmada en varias ciudades de Europa. Al mismo tiempo, también estrenó dos de sus películas más amargas: Maridos y mujeres, donde vuelve a indagar en las relaciones de pareja con cierta cuota de cinismo y un estilo «documental», sin editar los movimientos de la cámara; y Desmontando a Harry, una comedia ácida en donde el protagonista es un escritor de éxito que en sus libros ventila las intimidades, secretos y sus propias opiniones sobre amigos y familiares, haciendo que todos a su alrededor lo detesten. Un homenaje de su universidad le da una excusa para repasar su vida y sus relaciones con sus ex parejas, su hijo y su hermana.

Después de casi treinta años de mantener una carrera sólida aunque con altibajos, los dosmiles fueron tal vez el período más deslucido de Allen, que tras volver a una comedia más clásica y gráfica con Ladrones de medio pelo y La maldición del escorpión de Jade, intentó volver a temas ya vistos aunque sin el mismo éxito. De esta época destacan sin embargo La mirada de los otros (en donde vuelve a satirizar su relación con la crítica y el público de su país e incluso se permite reirse de la crítica europea), Match Point (oscuro drama en el que retoma el dilema moral de cometer un crimen, protagonizada por Scarlett Johanson) y Que la cosa funcione (con Larry David, y que rescata un guión escrito en los setenta, donde vuelve a una comedia más clásica).

Finalmente, Allen recuperó algo del nivel en la década pasada, con una de sus películas más aclamadas, Medianoche en París, optimista comedia romántica en la que, además de homenajear a los autores de la Generación Perdida, trata la obsesión por el pasado y la nostalgia por épocas que no se vivieron. A ésta le siguieron dramas de mujeres como Blue Jasmine y Wonder Wheel, protagonizadas por Cate Blanchett y Kate Winslet respectivamente, en las que muestra a mujeres de mediana edad enfrentándose a sus sueños frustrados. La última película estrenada, Un día lluvioso en Nueva York, es otra comedia protagonizada por jóvenes, en este caso dos universitarios de visita en su ciudad natal, que se desencuentran y tienen experiencias diferentes bajo una lluvia torrencial y que los hace replantear su relación.

¿Qué tan políticamente incorrecto es seguir viendo las películas de Allen en los tiempos que corren? ¿Es posible verlas dejando de lado, si no las acusaciones de abuso, el hecho irrefutable de haberse casado con una de las hijas de su ex mujer? Cierto, nunca convivieron, y según la misma Son Yi declaró, nunca vio a Allen como a un padre (su padre adoptivo es André Previn, ex pareja de Farrow), no obstante, no deja de ser una cuestión que incomoda a muchos. Pero polémicas aparte, es evidente que Woody Allen tiene no pocas películas encantadoras, que tocan temas universales. Y sí, puede que se repita, que su personaje puede ser irritante, que sus referencias constantes a pintores, músicos, escritores y otros cineastas sean cansinas, incluso puede que no cause gracia. Pero cada tanto, en algún diálogo, una línea, una escena, en un personaje, vuelve a mostrar que todavía le queda algo para decir, y con eso llega a justificar la cita anual con su última película. Ojalá que sus memorias no sean lo último que sabremos de él.

Autor

Santiago Clemente

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Ilustrador

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

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Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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