contacto@katabasisrevista.com

Ilustrado por: Caro Poe

Carlos Espinosa Marinovich

 

 

 

Luego de otra tarde de escaramuzas y alaridos de oficina, y una caminata de media hora en un atardecer hostil, Ariana llegó a su departamento diminuto en el doceavo piso del edificio Belgrado. Aunque tenía práctica con la cerradura semi averiada de la que se había quejado un millón de veces con el casero, le tomó un minuto abrir la puerta debido a que su capacidad motora estaba mermada por el estrés.

Cuando finalmente pudo entrar y dejar sus zapatos a un lado de la puerta, como lo hacía todos los días, fue como si su estrés se quedara atrapado en ellos, dejando en su lugar únicamente la frescura y el alivio de unos pies descalzos y ligeramente malolientes, cuyas ampollas tuvieron finalmente espacio para respirar.

Le tomó unos pocos pasos en su apartamento minúsculo llegar a la hendidura que llamaba habitación, en la que quedaba poco más de un metro de espacio entre su cama y la pared, apenas suficiente para la mesita en la que colocaba su laptop y un mouse que movía incómodamente con su brazo apretujado. 

No podía evitar pensar por unos segundos cada vez que se sentaba, en la ironía de pasar diez horas frente a un computador en la oficina, tan sólo para pasar un par de horas más frente a otro en su casa, y ese pensamiento le generaba un impulso de buscar otras cosas qué hacer. 

Pero, aparte de cocinar, que, salvo cuando lo hacía para sus amigos, le generaba la misma sensación de pesadez que las tareas del trabajo pendientes para hacer en casa, no había nada qué hacer en su departamento diminuto. Todos sus amigos estaban fuera de la ciudad o del país, y las calles de su barrio eran demasiado peligrosas, y los lugares a los que ir en una tarde, demasiado costosos.

En todo caso, no era lo mismo. Evidentemente, sentarse todo el día a escribir código rodeada de mostrencos desesperados no era lo mismo que sentarse, aunque fuera en dos metros cuadrados, a escribir, o intentar escribir poesía. La poesía la había acompañado desde su adolescencia, cuando visitaba foros literarios por media hora en un café internet a la salida del colegio, antes de llegar a casa, y compartía algunos escritos interesantes que encontraba, y otros que escribía, únicamente con las más selectas de sus amigas.

Aunque esos días habían pasado, la poesía aún estaba ahí, y representaba la esperanza de salir algún día de aquella oficina tibia y maloliente donde ahora pasaba la mayor parte de sus días. Luego de haber estudiado filología y hecho incontables talleres de poesía y escritura creativa, pasó varios meses desempleada, a pesar de que, a juzgar por la respuesta de la mayoría de sus lectores, la literatura no se le daba nada mal. Así que la desesperación y el consejo de una prima suya, la nómada digital que subía todos los días a redes sociales fotos desde distintas partes del mundo, a una cuenta con una cantidad no despreciable de seguidores, la llevaron a aprender a programar.

Esa oficina maloliente fue su destino tras aprender su nuevo oficio. La paga no era tan mala. Al menos era suficiente para sostenerse en su propio departamento, por diminuto que fuera, cosa que no podían hacer la mayoría de sus contemporáneos. En cuanto al trabajo, era tedioso y largo, pero ciertamente mejor que limpiar baños en el extranjero, como hacía muchos de esos mismos contemporáneos ante la desesperanza. Al menos, eso se decía.

Aquel tedio la motivaba, cuando el cansancio y el estrés no eran avasalladores, a dedicar media hora cada noche, luego del par de horas de poesía, que muchas veces se perdían entre bloqueos mentales y distracciones generadas los algoritmos de las redes sociales de internet, a escribir y enviar hojas de vida en busca de algo, aunque fuera ligeramente mejor y, en lo posible, más relacionado con el área de estudios de su carrera, que además era su pasión: las lenguas; la literatura y, en especial, la poesía.

En la mayoría de los casos, enviaba su hoja de vida sin siquiera fijarse en la oferta, priorizando la cantidad sobre la calidad de aplicaciones, para optar por cualquiera que le ofreciera una mejor paga, trabajo remoto o ambas. Pero, esta vez se tomó el tiempo de leer una oferta de trabajo que encajaba como un guante a la medida de su perfil. Buscaban a una persona con altas competencias en lectoescritura, dominio de un par de los lenguajes más comunes de programación y, en lo posible, conocimientos de literatura contemporánea. 

La paga era un poco menor a la de su trabajo actual, pero la modalidad era remota, no tendría que trabajar los sábados y, lo que era mejor, parecía un trabajo perfecto para ella. Lo parecía únicamente con base en el perfil que requerían, pues no había muchos detalles sobre las funciones del cargo, y en el sitio web de la empresa, AICore, la pestaña de “quiénes somos” estaba cundida del tipo de escritura que hacían los copywriters demasiado novatos o demasiado veteranos, hecha para hacer parecer a la empresa la cosa más innovadora y revolucionaria del mundo, pero con la suficiente ambigüedad para que no se supiera exactamente qué era lo hacían, obligando a posibles inversionistas a tener que hablar directamente con carismáticos jefes de mercadeo si querían saber más detalles.

De cualquier modo, esta vez se esforzó en escribir una hoja de vida y una carta de presentación empleando todos sus conocimientos acerca de los recursos humanos, sumados a su dominio de la escritura creativa para darles un tono corporativo, pero sutilmente emotivo e inspirador. Le tomó más tiempo de lo que le tomaría haber enviado diez hojas de vida a diez empresas en las que no estuviera demasiado interesada, pero se fue a dormir pensando que valdría la pena.

Y así fue, ese mismo sábado, al revisar su correo de spam, notó que hacía tres días le había llegado una respuesta de AIcore:

Hemos recibido tu currículo y tu carta de presentación. Vemos que tu perfil encaja perfectamente en el cargo de Desarrollador Creativo. Si continúas interesado/a en el cargo, por favor, ingrese al siguiente enlace para conocer los pasos a seguir.

El enlace condujo a Ariana a un sitio web con las instrucciones para realizar un texto:

En 500 palabras, explícanos cómo consideras que la inteligencia artificial afectará las artes, particularmente, la escritura, y qué deberían hacer los artistas para adaptarse a un futuro dominado por la IA.

La tarea era fácil para ella. Había trabajado haciendo textos universitarios por dinero varios años, sobre todo tipo de temas, y tenía una capacidad excepcional para investigar rápidamente, incluso sobre tópicos acerca de los cuáles no sabía nada, y transmitir la información de manera efectiva, con una intuición acertada acerca de lo que querían sus lectores. El único problema es que el plazo para entregar el texto era al medio día de aquel mismo sábado, y eran las diez y media de la mañana.

Tan pronto como vio el plazo, su frente empezó a calentarse, como si la desesperanza y la ira le subieran al cerebro en la sangre. La frustración de no haber visto antes el correo, que le había llegado hacía tres días, casi le hace perder el conocimiento. Pero respiró, tomó un vaso de agua fría para apaciguar las emociones y se puso a trabajar. 

Como nunca, entró en una especie de trance. Un estado de la consciencia al que sólo tenía acceso bajo alta presión, que le permitía enfocar la mente como un rayo láser, en lugar de tenerla, como acostumbraba, dispersa entre chats, muros de redes sociales y contenido en video.

Terminó el texto faltando cinco para las once y lo envió sin revisar. No tendría caso seguir insistiendo en ello.  No lo revisó porque no tenía tiempo, pero incluso después de enviarlo, tomó la decisión consciente de no revisarlo tampoco, para no estresarse innecesariamente si el texto tenía algún error. De todas maneras, ya no había vuelta atrás.

Pese a todo, la experiencia de escribir un texto que creía satisfactorio, bajo presión, le había generado choques dopaminérgicos y adrenalínicos que, tras su envío, la dejaron con una sensación placentera y una lucidez única, que le generaron la motivación para escribir poesía.

En los días posteriores, ni siquiera las calles hostiles de su barrio ni la tibieza y el olor a sudor de su oficina pudieron suprimir su inspiración, y se mantuvo en una racha productiva excepcional de casi dos poemas por noche, los cuáles, luego de algunas revisiones por parte de un par de amigos y lectores beta suyos, se dispuso a enviar a publicaciones, convocatorias y concursos.

El viernes siguiente, después del trabajo, revisó su correo electrónico y había recibido una respuesta por parte de IACore:

Nos complace informarte que has sido seleccionada para avanzar a la siguiente etapa de nuestro proceso de selección. En el siguiente enlace…

Sin terminar de leer el correo electrónico, hizo click en el enlace y fue dirigida a un calendario digital, en el que debía agendar una cita para una entrevista por video llamada. La agendó para el otro día en la mañana, que llegó como en un parpadeo. 

Despertó faltando un cuarto para las diez, y a las diez era la cita. Había puesto el despertador a las nueve, pero la alarma había sonado como un ruido lejano en un sueño medianamente lúcido del que su inconsciente se rehusó a despertar. Se cambió rápidamente, sin bañarse, pero bien peinada y con un traje formal, y tomó una taza de café. Faltando un minuto, estaba sentada frente a su laptop lista para la cita.

A las diez y cinco, no había nadie en la reunión. Tampoco a las diez y diez. A las diez y veinte, comenzó a pensar que tal vez había hecho click en un enlace equivocado y a las diez y veinticinco, entró un usuario a la reunión con el nombre de IACoreHR y un logotipo de la compañía en el lugar donde normalmente aparecería su foto con la cámara apagada. 

Se oyó una voz:

—Perdona la tardanza. Tuve que hacer unas diligencias y estoy conectado desde el carro. ¿Te molesta si te hablo sin cámara? —dijo la voz en un tono desenfadado.

—No. No me molesta —dijo Ariana desconcertada, a la expectativa de algo más serio.

—Ariana Galvis… eres la filóloga. Estás aplicando al cargo de desarrollador creativo ¿verdad? Dime por qué te interesa trabajar en ese puesto.

—Porque confío en mi habilidad para ejercer el cargo de manera efectiva, pero también empática. Tengo la experiencia necesaria en el área de programación y los conocimientos técnicos para ejecutar las funciones del cargo con excelencia, y además tengo la sensibilidad y la creatividad para ir un paso más allá y pensar por fuera de lo convencional —dijo Ariana, con una falsa confianza que resultaba convincente para quien no la conociera, pero de cuya superficialidad ella era más consciente que nadie. 

—Claro… sí. Me encanta que tengas esa pasión por tu trabajo —respondió la voz después de algunos segundos de silencio, como si hubiera tenido que rebuscar en sus recuerdos inconscientes lo que acababa de escuchar, debido a que no le había prestado atención—. ¿Y cuáles son tus expectativas salariales para el puesto?

Ariana le dio una cifra equivalente en dólares a lo que ganaba en su actual trabajo, aunque aceptaría el nuevo empleo incluso si le pagaban menos.

—¿Estás disponible para empezar este lunes? Si estás de acuerdo, te pagaremos esa cantidad—preguntó de nuevo la voz, con un tono afanoso que rebelaba que quería salir de aquella diligencia lo antes posible.

Aunque lo pensó unos segundos, Ariana concluyó que no le debía ninguna lealtad a su actual compañía. Exigían la carta de renuncia con quince días de antelación por una cuestión de profesionalismo, pero no había nada que pudieran hacer para imponer dicha exigencia, y ellos mismos no tenían la misma cortesía con sus empleados, a quienes solían echar de improvisto por caprichos de los jefes.

—Sí. Claro que sí. El lunes mismo puedo empezar.

Y así lo hizo. Aquel mismo lunes en la mañana le avisaron que los primeros días serían para adaptarse al trabajo. Tendría una reunión virtual a las diez para presentarse al equipo y otra a las once para que le explicaran las funciones de su cargo.

La primera reunión virtual transcurrió. En la subdivisión de desarrollo creativo, como lo llamaban desde la empresa, había unas quince personas divididas en tres equipos. Primero, Ariana se tuvo que presentar ante toda la subdivisión y luego conversar únicamente con su equipo, dentro del cual todos eran amables, pero ninguno tenía nada interesante que decir. Todos encajaban en el mismo perfil. Eran, o ingenieros web y programadores con algún tipo de afinidad artística, o artistas natos, como Ariana, que habían recurrido al aprendizaje de la programación para ganar un sustento.

En la siguiente hora, el líder del equipo, un hombre regordete y amable que se había presentado como Frank, diseñador gráfico y fanático de los video juegos, se quedó con Ariana para explicarle sus funciones.

—Esta semana no tendrás que hacer demasiado —dijo Frank sonriendo desde el pequeño cuadro en la pantalla de Ariana, donde se veía su rostro iluminado por su monitor en una habitación oscura—, será una semana para ir aprendiendo sobre la marcha. Pero, a grandes rasgos, sabes que la compañía se dedica a programar algoritmos de inteligencia artificial —esto no lo sabía Ariana, pero lo suponía—. En nuestra subdivisión, Desarrollo Creativo, hacemos IAs creativas, y en este momento estamos enfocados en programar una IA que pueda escribir poemas. Pero no como los que hacen otras IAs, sino poemas que parezcan hechos por verdaderos humanos con talento. De hecho, en un par de meses vamos a enviar algunos de los textos que escriba nuestra IA a un concurso de poesía escrita por IA llamado PoetrIA.

Mientras hablaba, en el rostro de Frank se dibujaba una sonrisa similar a la de un niño que habla sobre su video juego favorito. A Ariana le parecía interesante, pero por principio, no estaba a favor del arte creado por inteligencia artificial, aunque era el tipo de persona que siempre estaba dispuesta a dejarse persuadir si existían los suficientes argumentos para apoyar o dejar de apoyar algo y, de todos modos, hacía mucho tiempo había aprendido a separar sus principios personales de su trabajo.

—Eso suena muy interesante —dijo Ariana— ¿y dónde entro yo ahí?

—Tú nos vas a ayudar en muchas cosas. No vamos a necesitar que programes ni nada por el estilo. Al menos no por el momento. Necesitaremos, en principio, que nos ayudes a encontrar poesía de alta calidad para el algoritmo de machine learning. Que nos ayudes a clasificarla en distintos estilos de escritura, escuelas, épocas y ese tipo de cosas y nos ayudes verificando la calidad del producto final que genere la IA. Por tu experiencia, puede que también te pidamos ayuda con un poco de copywriting de vez en cuando.

Cuando terminó la reunión, Ariana quiso brincar de la felicidad. Parecía uno de los mejores trabajos que podría pedir, al menos mientras encontraba un camino para vivir más directamente de la poesía. 

Como le había dicho Frank, que ahora sólo le escribía mensajes de texto para pedirle una que otra tarea sin mayor importancia, la primera semana había transcurrido sin demasiadas prisas, permitiéndole a Ariana tener tiempo de sobra dentro de su casa, no sólo para escribir poesía, sino para realizar los oficios de la casa que se había acumulado durante meses de estrés y agotamiento en su anterior trabajo. Tenía tanto tiempo libre que, a veces, se cuestionaba a sí misma y le escribía a Frank para preguntarle si no había nada más en lo que pudiera ayudar, a lo que él contestaba con un amistoso “yo te aviso”.

Pero la segunda y la tercera semana, algunas de esas promesas iniciales quedaron en el olvido. No era sólo un poco de copywriting. Era prácticamente todo el contenido de redes y SEO de la subdivisión, que le fue encomendado a ella tras la salida de la empresa de un copy incompetente. Eventualmente, le mostraron algunas líneas de código de uno de los programadores de la subdivisión que acababan de salir de la empresa por recortes de costos y le preguntaron si los entendía, a lo que ella cometió el error inevitable de decir que sí. Desde ese momento le pidieron que ayudara con algunos bugs de la aplicación desde la que se accedía a la IA.

A los dos meses de trabajar en la empresa, el tiempo extra que había ganado por dejar su anterior trabajo se había evaporado, y las una o dos horas que tenía para escribir poesía desde su escritorio apeñuscado al lado de la cama ya no existían. Ahora todo su tiempo de vigilia se pasaba escribiendo copies, revisando código y hasta ayudando en una que otra pieza gráfica.

Mientras se acercaba la fecha del concurso de poesía en el que participaría la empresa, la presión sobre Ariana se hacía mayor. Un día, durante una reunión de la subdivisión en la presencia del CEO empresa, un norteamericano que hablaba español perfecto, Frank dio algunos prompts para generar poemas con la IA para que los leyeran los altos ejecutivos de la empresa. Entre chanzas, le preguntó a Ariana, a quien se refirió como “la experta” qué tal le parecían, y ella dijo con ingenua pero valiente sinceridad que le parecían pésimos. No había sido un chiste, pero desató las risas de los miembros de la subdivisión. En ese momento, el CEO, acabando abruptamente con el ambiente jovial de la reunión, ordenó con una furia mal disimulada:

—Entonces vamos a duplicar los esfuerzos para mejorarla.

La poesía de autores medianamente célebres con los que Ariana solía alimentar al hambriento algoritmo de machine learning dejó de ser suficiente. Le ordenaron que buscara a los mejores autores contemporáneos; a los poetas emergentes; a los nuevos talentos. Trató de todo. Estaba al tanto de todos los ganadores de concursos de poesía internacionales y nacionales, sobre los que buscaba en internet durante su casi nulo tiempo libre para tomar lo mejor de la obra de cada uno de los ganadores. Incluso tiró a las mandíbulas del machine learning uno que otro poema propio, y de algunos de sus amigos que consideraba excepcional, sin su conocimiento ni consentimiento, como un pequeño chiste secreto y para sí misma. 

Después, no volvieron a haber reuniones de la subdivisión en las que se mostrara directamente el producto poético de la IA. En lugar de ello, cuando había que rendir cuentas al CEO, se hacía desde lo puramente técnico, en cuanto al progreso del programa y el algoritmo. No obstante, un buen día, por una curiosidad mórbida, Ariana decidió generar algunos poemas con la IA a partir de prompts que se le había ocurrido como ideas para sus propios poemas y el resultado la dejó a ella misma estupefacta. Los poemas hablaban de situaciones cotidianas con una sensibilidad infantil, pero con la madurez de un poeta veterano y curtido y un lenguaje sencillo, adornado sutilmente por la cantidad apenas necesaria de vocabulario más complejo para darle una cualidad intelectual y seductora.

Durante el frenesí de trabajo excesivo, que le había quitado de nuevo el tiempo para hacer los oficios de la casa, y más aún el poco tiempo que tenía para escribir poesía, casi se había olvidado del dichoso concurso de poesía en el que participaría la IA de la empresa, del que nadie había vuelto a hablar. Pero, con la aleatoriedad de un sueño, durante una de las reuniones semanales, en la que estaban presentes el CEO y algunos de los altos funcionarios de AICore, Frank agregó dentro del reportaje de los logros de la subdivisión un:

—Por último, estoy feliz de anunciarles que acabamos de recibir los resultados del concurso PoetrIA. ¡Tuvimos el primer lugar!

Los coequiperos de Ariana gritaron y aplaudieron ante la noticia, y el CEO les dedicó una breve felicitación. Un par de semanas después, Frank fue ascendido, y la empresa contrató de manera externa un nuevo líder para el equipo del que hacía parte Ariana, mucho más rígido y menos simpático.

Junto con la noticia del ascenso de Frank, el CEO anunció en una de las reuniones que los recientes logros del equipo le habían permitido a la empresa crecer lo suficiente para ser enlistada en la bolsa de valores pública. A Ariana, Frank le ofreció personalmente un incremento salarial modesto, y le hizo saber que él la había recomendado más que nadie para que la ascendieran al cargo de líder del equipo, pero los higher-ups insistieron en que la necesitaban en el cargo que ocupaba actualmente.

Carlos Espinosa Marinovich

Carlos Espinosa Marinovich

Autor

Politólogo de la Universidad de los Andes de Colombia que, tras una ardua búsqueda existencial, encontró su destino creativo y vocacional en la escritura. Actualmente trabaja como escritor freelance y dedica su tiempo libre a la escritura creativa.

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

Total Page Visits: 22 - Today Page Visits: 7
Share This