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Ilustrado por: Arturo Cervantes

Max Jecklin

Bang bang club…

Fue uno de esos días en que la Muerte andaba de ociosa. Ya para ese momento había liquidado los fallecimientos de la jornada: muertes naturales, accidentales, trágicas, violentas, horrendas, hermosas, terribles, suicidios, y pare usted de contar.

Decidió entonces, para también matar el tiempo, dedicarse a ver las más terribles tragedias humanas. Giró el globo terráqueo en su escritorio hasta que su huesuda falange lo detuvo en un punto de África. Pensó: ¡Ah, África! ¡Qué buen lugar para mirar tragedias!

Estuvo un rato entretenida observando ese continente, cuando de pronto, algo allá abajo en la Tierra llamó su atención. Al principio se veía infinitamente pequeño, pero al observar más de cerca pudo ver que se trataba de un niño que moría de hambre. 

La Parca se detuvo a pensar por un momento y llegó a la conclusión que aquella era una manera espantosa de fallecer; consideró incluso que “morir de hambre” debía ya eliminarse de su catálogo de defunciones. 

Sin embargo no pudo evitarlo, por su morbosa mente pasó le necesidad indispensable de ver en primera fila aquel espectáculo y decidió entonces descender a la Tierra transformada en buitre. 

De una nube de polvo que levantó el viento surgió la negra ave y de inmediato comenzó una danza macabra alrededor del pequeño. Se le acercó, aspiró su aroma, se le hizo agua el pico. Supo que pronto, muy pronto, hundiría su guadaña en aquel pedazo de insignificancia.

Por último, siempre insatisfecha, La Muerte decidió ver lo que el niño había vivido. Quería sentir en toda su dimensión las horribles experiencias por las que aquel ser humano había pasado.

Entró en la mente del chiquillo y vio horribles escenas, sangrientas matanzas, su familia asesinada con crueldad, sintió su miedo y desolación; todas esas experiencias estaban apretujadas con tanta saña en la cabeza de aquel pequeño que lo transformaban en un ser mitológico, en un solitario portador de las más sórdidas abominaciones humanas.

Con la escasa fuerza que le quedaba, el niño volteó a ver al visitante, y a pesar de su sufrimiento alcanzó a pensar que su muerte no sería del todo en vano: su cuerpo al menos alimentaría al buitre. Eso le habían enseñado en su tribu, había que devolver a la naturaleza lo que le pertenecía para recibir sus bendiciones.

La Muerte quedó atónita. Jamás se esperó semejante acto de bondad, nunca le pasó por el cráneo que, muriendo de esa forma tan perversa, el niño aún fuera capaz de tanta generosidad.

Sin poder evitarlo, la Parca comenzó a percibir una extraña emoción que nunca había sentido. Una tristeza infinita como su propia existencia se abrió paso a través de su huesuda silueta y le provocó dolor por primera vez.

Entonces dejó de ser buitre y se transformó en la madre del pequeño.  

Lo llamó por su nombre.

Le susurró una antigua canción de cuna. 

Lo acurrucó entre sus brazos hasta el final.

Y esta fue la única noche en toda su eternidad, en que La Muerte descansó en paz.

Maximilian Jecklin

Maximilian Jecklin

Autor

Nacido en Caracas el 1 de noviembre de 1967.Gran aficionado a la música clásica, rock progresivo y a cualquier música extraña que se encuentre en el camino. Ávido lector de novelas, especialmente el género histórico. Solo a partir de la obligada pausa pandémica comenzó la inquietud de escribir. Radicado desde el 2011 y hasta la fecha en la ciudad de Querétaro México.

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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