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Foto: Alejandra Villela

Mario Pantoja

En cierta ocasión, un melómano estaba sentado en el bar donde se disponía a escuchar jazz y beber una cerveza. El vino tinto le apetecía más con tango o en su casa escuchando Chopin. Los músicos entraron al escenario: el bajista empezó a afinar su instrumento; el trompetista limpiaba su boquilla y soplaba en ella; el baterista jugaba con sus baquetas: iniciaba el conteo del compás para luego interrumpirlo con una carcajada, un estornudo o un chiflido; el guitarrista se conectaba y desconectaba a su amplificador. Al fin, después de casi veinte minutos salió el vocalista. Se acercó al micrófono y agradeció sus aplausos. El concierto había terminado. Molesto, el espectador salió gritando por la pérdida de tiempo del que fue objeto. Llegó a su casa. Se sirvió tequila, escuchó a José Alfredo Jiménez y recordó cada nota del concierto de improvisación que acababa de presenciar. Confundido se embriagó hasta terminar la botella de tequila. Al día siguiente, la sed que tenía era insoportable, pero no era sed de agua, era sed de conocimiento, conocer por qué un supuesto concierto lo había alterado de esa forma. Sacó una cerveza del refrigerador y se juró no volver a asistir a eventos de experimentación artística, lo suyo, lo que amaba era lo clásico, lo ya conocido, aunque a veces sintiera cierta monotonía.

El arte es algo. Sí, un algo. Una cosa difícil de definir. Es cierto, hay muchas definiciones del arte. Hay muchos críticos que han dicho sus características. Muchos artistas han hablado de su proceso creativo y por qué lo hacen. Existen cánones creados para poder delimitar un arte, de otro, la época, el estilo, la corriente, la historia, los artistas han dicho dónde empieza y dónde termina lo que ellos crean, lo que ellos critican, lo que ellos sienten. No tengo duda que habrá, en este momento, lectores que repasen toda la historia del arte, otros lo que a ellos les gusta, otros más no tendrán idea de lo que estoy hablando y se preguntarán si yo lo sé, si tengo una mínima idea de lo que escribo, si no estoy dejando que las palabras fluyan a través de mis dedos y las teclas de la computadora. Así como no tengo dudas de los cuestionamientos de mis lectores, tengo muchas dudas sobre el arte, sobre la vida, ¿acaso voy a empezar a filosofar? No, la filosofía es una ciencia que desconozco por completo. No podría empezar a citar filósofos y corrientes para poder sustentar lo que estoy diciendo. Solo estoy improvisando.

Improviso mis pensamientos, mis ideas acerca del arte, de la música, de la poesía. Dejo a un lado las otras artes, es suficiente que mi mente se desviva y ahogue en la comprensión de estas dos. A veces, termino confundido y con una resaca que me hace escuchar más música, leer más poesía y a veces escribir ¿poesía?, ¿ensayos?, ¿relatos? ¿Por qué no mejor escribo música, una sonata para piano, una gran ópera, opus poética que lleva en su armonía la música de la vida, la tragedia, la comedia? La respuesta es simple: para escribir música se necesita saber composición. ¿Y para escribir literatura no?

Do mayor cuatro cuartos andante prosa libre. El hombre necesita ordenarse. Comprender el todo por partes. Analizar, diseccionar y observar. Entender el funcionamiento de lo pequeño, lo específico, para compararlo con lo grande, lo general. Las artes son divididas por sonidos, colores, formas. La música es sonido, la poesía también: ritmo y armonía; sonatas y sonetos, en compas rítmicos y métrica silábica. Cuando estuve estudiando griego y latín en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM noté las formas auditivas de los distintos acentos en griego: agudo, grave y circunflejo. Otra forma: sube medio tono, baja medio tono, baja y sube medio tono en la misma vocal. Para mí, estudiante frustrado de la música, más que signos gramaticales son claros signos musicales, nos hablan de la tonalidad de cada palabra de la intención que se le pone al significado la semántica con el sonido. En el español no sucede de esa manera: los acentos siempre marcan un énfasis agudo en las palabras. Se mantienen en el tono y suben (aunque en estas palabras: «su-ben», en realidad están «ba-jan-do») medio tono. Nuestra tilde, nuestro acento prosódico, nos dice que tenemos que subir, no bajar. No tenemos ningún signo gramatical que nos diga que debemos bajar el tono, menos que debamos subir y bajar en la misma sílaba.

La lengua griega era muy rica por estos signos gramaticales, era muy musical, era muy poética en sí misma. ¿La lengua española? Por lo menos la lengua española carece de este tipo de signos que jueguen con la tonalidad de las palabras. Qué gran descubrimiento tuve mientras realizaba el estudio de la lengua griega. Desafortunadamente el destino me llevó a otros caminos y no pude terminar aquella licenciatura en letras clásicas. Aun así, con lo poco estudiado mi mente cayó en algunas lagunas de confusión. ¿La métrica y la rítmica en la poesía griega tenían similitudes con la métrica y la rítmica musical? Al parecer sí. Solo al parecer porque los estudios musicales de la antigua Grecia son escasos y cuando realicé la indagación de fuentes tuve que desistir de aquél hermoso tema. Había pocas fuentes en español, casi nada en inglés y medianamente en alemán. Además, estaban en bibliotecas fuera de México. El acceso a la música griega se alejaba con sus más de dos mil años de distancia.

La poesía épica cantada por Homero es tan grande que ha llegado a nosotros a pesar de los años. El tiempo no es tan bondadoso. Ha llegado a nosotros mutilada, no solo por las traducciones a las lenguas modernas sino porque no tenemos la música con la que era cantada. No sabemos nada de los sonidos con los que se debía entonar, la velocidad, los silencios, la armonía. Se concibió como canto, música. La poesía, la letra, los versos que nos cuentan las historias de Aquiles o de Eneas carecen de la música que los armonizaba. Conservamos las letras, y esas letras son tan sublimes que no nos importa que lleguen mutiladas. Su sonido en las lenguas modernas, en el español, aún conserva el ritmo con el que fueron creadas. Y así son objeto de estudio su ritmo y su métrica. Estos dos conceptos que luego pueden pensarse tan distantes entre la música y la poesía en realidad conservan una gran cercanía.

Mi menor tres octavos allegro prosa libre sin verso medido. Quienes escriben en verso medido en esta época están fuera de contexto. El verso medido es un estilo que ha quedado en el pasado. Lo de ahora es el verso libre. Yo solo escribo en verso libre porque el verso medido es obsoleto. Qué tipo de verso medido, pues ese, el que se mide. Cómo que cuál, pues el que está medido. Que cuáles versos medidos conozco, para que quieres saber eso, yo no lo sé, no tiene sentido que aprenda algo que ya no se usa. Lo que importa es expresar el sentimiento humano, lo que importa es que… ¿la forma? Pues puedo hacer versos libres de la forma que quieras, hasta te puedo hacer versos en formas de figuritas. ¿Caligramas, qué es eso? ¿Pero que no me estás escuchando? Eso no existe, es obsoleto. Pues mis temas son cosas novedosas. El amor no correspondido, la pérdida del amor verdadero… No, no son temas ya tratados, bueno, tal vez pero yo les doy un toque personal. Entonces el «poeta moderno» se pregunta cosas y cuestiona a los que lo cuestionaron. Estudia métrica, refina sus metáforas, y en un tallereo le pregunta a su tallerista después de haber escuchado unos magníficos versos bien medidos de sus compañeros ¿Entonces no importa lo que digan los versos? ¿Con el solo hecho de estar medidos ya son poesía? ¿Aunque no tengan coherencia y usen palabras rimbombantes que ni el autor conoce ya están haciendo poesía? El tallerista puede tomar varias opciones: una es que se vaya a embriagar más de lo que posiblemente ya esté y se pregunte para qué hace su taller. Sabe muy bien que la poesía no se enseña, se nace con ese don. Pero la opción que tomará el tallerista será la de insultar al novel poeta y le dirá que no tiene derecho a cuestionar de tal forma al arte, a la poesía. Si no la entiende no es problema del tallerista, sino del que intenta escribir.

¿Quién tendrá razón? ¿El poeta novel que escribe sin saber de formas, sin respetar la tradición, sin siquiera conocerla porque simplemente no lee poesía o el poeta consumado tallerista que sabe de ciertos estilos clásicos como el romance, el soneto y las décimas; que siente una tristeza porque la poesía nadie la entiende, ni él mismo y por eso todos se creen poetas en algún momento de sus vidas?

Separar, organizar el caos sublime del arte. El hombre necesita separar, pero muchas veces los elementos quedan tan distantes unos de otros que no se distingue ninguna relación. La separación fue tan exitosa que para los nuevos intérpretes no hay ningún vínculo entre artes tan distintas, entre los distintos estilos del mismo arte. No hay relación entre los versos medidos y el verso libre. Solo el nombre, se llaman igual, son versos. ¿Qué es un verso? Bueno, depende del poeta y de la época. Aunque hay otra relación para el poeta más avezado, la poesía de cualquier estilo debe tener ritmo, debe tener musicalidad… ¿pero cómo? No, no música, sino musicalidad, debe ser agradable al oído cuando se lee en voz alta. La poesía se debe leer en voz alta, así se distinguen el ritmo y la musicalidad. Sin necesidad de música la poesía ha quedado marcada por ese otro arte.

Sol mayor seis dieciseisavos prosa escénica presto. Goliardo (hombre de 20 años). Sentado en la mesa del fondo de una taberna del siglo XIII con una guitarra eléctrica. Vestido con pantalón negro de cuero, camisa blanca y sombrero cordobés. En la mesa un libreta, un micrófono una botella de whisky: —Para ser un poeta, músico y bohemio es necesario entrar en el cliché de alcohólico, mujeriego, vividor y soñador. Dicen que la culpa la tenemos los goliardos, como si antes los músicos no supieran de las bondades de los extremos, de la bebida excitante, del canto glorioso a la vida, al amor. Eso no es lo único que dicen, también somos unos buenos para nada que solo pierden el tiempo y se van a los brazos de la dama conquistada con unos arpegios, unos solos de guitarra, unos gritos del canto al placer. Muchos jóvenes quieren ser músicos por estos beneficios. Otros solo quieren ser poetas sin saber nada de música. Así nunca van a poder llevar a la cama a ninguna mujer. A ellas les gusta la cadencia de las palabras. No nada más a ellas. Acá, entre nos, a unos hombres también. Claro que no soy gay, pero sé apreciar la belleza humana sin importar el género. Pero no me quieran desviar de mi tema. Les decía que para que los poetas puedan llegar al alma de las personas necesitan saber de música. Si no, nunca lo conseguirán. Es más: un día verán cómo un artista, más músico que poeta, llega a tener un gran premio de literatura. La lírica no es algo estático en una hoja de papel, es algo vivo que debe saber el camino correcto al corazón humano. Ese camino es por vibraciones, por ondas auditivas; si no saben el camino, son estáticas y sin sentido, ni la mejor métrica del mundo les podrá ayudar. Deben saber el punto exacto para que el canto humano quede grabado en el alma.

Clío (mujer que aparenta 17 años, sin edad, es inmortal). En un teatro griego, sale del escenario después de haber hecho su presentación correspondiente. Vestida de exploradora. Con una regla en la mano derecha, y una libreta en la izquierda. —Estoy fastidiada, harta de los humanos. Además de que tengo que registrar su violencia, su falta de juicio, sus inestabilidades emocionales, debo aguantarme cómo distorsionan a la música. Por qué no entienden los mortales que la música no es de ellos. La música es de los dioses. Antes los poetas, los creadores, los artistas, sabían que era nuestro el canto y nos invocaban para que ellos sirvieran como nuestro instrumento, ahora no. Nadie nos recuerda, no cantamos con los humanos, tienen su propia música. Cuando los crearon les dieron la lengua y eso les debía bastar, pero no. Se robaron el fuego del conocimiento y eso los cegó. Antes tenían la luz que necesitaban, pero su codicia hizo que perdieran el juicio y la vista. Ahora quedan confundidos, lampareados sin saber qué hacer con el arte. Pero sobre todo, no entienden. No quieren aceptar que la música no les pertenece. Lo peor de todo es que quieren separar la letra de la música, no entienden que es algo inherente al arte musical, inherente a su vida para que puedan subsistir y tener una vida corta, bien aprovechada.

La mayor dos medios adagio variaciones sobre un tema ya plagiado. La enseñanza musical está dividida en varias partes. Hay una iniciación musical, donde el oído del estudiante empieza a sentir las distintas armonías, los modos, los ritmos. Sigue una preparación teórica. El aprendizaje de un nuevo lenguaje escrito entra a la escena. El solfeo, la lectura del pentagrama, el análisis previo de la partitura requiere conocer la clave, el modo, el tono y el compás. Ya que se tiene un conocimiento básico del solfeo se puede iniciar la práctica instrumental. Cada instrumento tiene su complejidad, cuidado del cuerpo si es canto, cuidado de las manos para cuerdas y piano, cuidado de pulmones para alientos. Cada instrumento tiene varias técnicas. Se inicia el estudio del instrumento con la práctica de ejercicios de calentamiento y obras ya creadas. No se ha dejado de lado el solfeo, luego se pasa a la armonía y el instrumentista ni si quiera piensa en ser compositor, o si lo piensa sabe que debe dominar el solfeo, la armonía, un instrumento de viento, uno de cuerdas, uno de percusiones, y el piano. Si quiere ser compositor debe conocer cada uno de estos instrumentos y adentrarse a profundidad en el conocimiento del lenguaje escrito de la música. Tanto el que quiere ser compositor como el instrumentista inicia ejecutando las obras ya hechas, las imita, las practica hasta que domina la técnica. Esto lleva mucho tiempo. Las escuelas de música aceptan a sus estudiantes desde los siete y ocho años, cuando tienen quince años ya son muy viejos para esta profesión.

¿En la escritura se podría hacer algo similar? Primero enseñar a leer bien, dominar el estudio y el análisis de la literatura y de cualquier tipo de texto. Después practicar, hacer imitatio, iniciar el estudio de un instrumento, una técnica, la novela, la poesía o el cuento. Luego seguir con más análisis literario. Aprender a leer la poesía, conocer el romance, el soneto, los himnos, etc. Todo esto se supone lo hace la educación básica, pero no se logra el dominio como en la música. Ahora bien, la música no está incluida en la educación básica. ¿Si se incorporara le pasaría lo mismo que le sucede a la literatura, a la poesía?

Como estudiante de Creación Literaria en muchas ocasiones me siento como el espectador de la música experimental. Con esa sensación de no saber qué sentir. Como si el fuego robado a los dioses no me permitiera ver con claridad, como si estuviera cegado. La práctica es esencial para poder dominar una técnica, literaria, musical, pictográfica, artística. Pero no hay que dejar de lado la parte teórica, el dominio de lo aburrido, de lo pesado, porque sin esas partes el artista no puede conocer su arte por completo.

Si la humanidad necesita ordenar y separar las cosas también necesita del todo, de la unión, interdisciplinariedad de las artes. Si la música es de las musas y la lengua de la humanidad; si los dioses crearon al hombre o el hombre creó a los dioses, el todo, el conjunto es lo que se debe comprender. Hay que aprovechar el estudio específico para luego componer el todo en una mejor abstracción para el alma humana.

Mario Pantoja

Mario Pantoja

Director General

Nació en la Ciudad de México cuando se llamaba Distrito Federal. Estudió en la licenciatura de Creación Literaria en la UACM, lugar en el que se preguntó sobre la utilidad de las revistas literarias después de haber cursado la materia de Producción de Revistas Literarias. Hasta ahora no ha encontrado la respuesta, pero descubrió la mejor sensación del mundo al hacer una.
También escribe, se le da más la poesía y el ensayo literario. Cree en la posibilidad de retomar los estudios musicales en algún momento y lo más importante: es el Director General de Katabasis.

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