Ilustrado por: Deivy
Martha de Jesús González Solís
Marcuso llevaba vario tiempo en paz y tranquilidad. Después de la partida de Sárquero hacia el mundo que no conocía, todo parecía estar como él siempre había soñado. Llevaba días con una paz en su interior que lo hacía soñar con cosas hermosas cada noche.
En una de sus visiones nocturnas, pudo volver a verse como el gorrión que había sido antes de su forma de hombre. Pequeño, sencillo y guiado por sus instintos. A pesar de que por fin había cumplido su sueño de convertirse en un humano, en ocasiones, lo albergaba la nostalgia de no haber sido un ave por más tiempo.
Por las tardes, cuando el sol estaba a punto de meterse por el horizonte, Marcuso se retiraba a recostarse sobre la azotea. Sí, los colores de la alborada eran hermosos. Sin embargo, la combinación de la calidez y la frialdad de los colores del crepúsculo emanaban un encanto bendito. Esto, aunado a la infinidad de las estrellas que comenzaban a asomarse en la oscuridad del cielo nocturno, dejaban hipnotizado al joven.
Marcuso tenía hospedados a tres de sus amigos más queridos en su torreón. Gules, Stelion y Lance, sobrevivientes de la recién terminada guerra, se disponían a pasar una pequeña temporada con el joven. «Esta es la mejor época del año para el pueblo. ¡Tenemos que celebrar!» le decía constantemente Gules a Marcuso. Y en efecto, la época del Festival de la Noche era un evento en el que no cabía ni un ápice de tristeza.
Lámparas, disfraces, bailes y banquetes nocturnos eran dedicados a celebrar el término de la peste en el pueblo. Ya llevaba 67 años celebrándose religiosamente. Sin embargo, el festival se había visto pausado cinco años debido a la recién terminada guerra. Este era el primer año de festejo después del caos.
Una noche antes del baile en la gran plaza central, los amigos se encontraban comiendo el queso que Marcuso había preparado. La atmósfera previa al evento era suave y armoniosa.
Los disfraces estaban preparados. Gules sería un sultán, como los de medio oriente. Lance iría con su atavío de trovador, que tanto llamaba la atención de tan hermoso que era. Stelion anhelaba imitar un cielo estrellado, así que había bordado astros con hilos plateados a unas ropas azules que él mismo tiñó.
Marcuso se percató de su falta de disfraz. Simplemente, no había pensado en ello y tampoco tenía una idea de lo que quería lucir. «Piensa en algo que te guste mucho, algo fantástico que quieras ser» le recomendó Lance. Marcuso se quedó pensativo unos momentos. Había recordado con tanta nostalgia su corta vida como ave, que solo cabía esa idea dentro de su mente. «Quisiera… quisiera volver a tener alas».
Los tres amigos del joven se quedaron en silencio por unos instantes, sin atinar a decir algo. «Sabes… creo que serías un excelente ángel» se aventuró a exclamar Stelion. Y con esta consigna dicha, los tres amigos de Marcuso se dispusieron a diseñarle unas alas y traje dorado con la tela de unas cortinas que ya no se usaban.
Fue un baile como ninguno. Después del horrendo caos dejado por la guerra, los sentimientos de vacío y tristeza por fin estaban disipándose. Marcuso y sus amigos lucían tan increíbles como se pudiera esperar y acaparaban miradas de todos lados. Sin embargo, Marcuso se encontraba más feliz por el hecho de lucir esas hermosas alas doradas en su espalda, como en sus días de ave.
«Si no fuera porque ayer te hicimos el traje, ¡diría que de verdad estoy viendo un ángel!» le comentó Gules. No se le había visto más sonriente y animado al joven que cuando portó ese traje de ángel, luciendo sus cabellos rubios y transmitiendo un brillo de felicidad en sus ojos verdes.
Ya entrada la madrugada y dejando la hermosa plaza decorada con candelabros de papel y estrellas, los jóvenes se dirigieron a descansar al torreón de Marcuso. Había llegado la hora de dormir.
Gules, Stelion y Lance habían dejado unas hamacas colgadas de la parte inferior del balcón. No corrían peligro, ya que Marcuso había juntado una gran cantidad de hojarasca y esta misma podría amortiguar alguna caída.
«Hubiera sido un pecado no dormir a la luz de la luna llena» se repetían los amigos.
Con un montón de dificultades para no caerse en el intento, por fin pudieron acomodarse en las hamacas. Marcuso se acostó inmediatamente, rendido por el furor del festejo, aún con su disfraz puesto. Cerró rápidamente los ojos y se acurrucó. Realmente parecía una visión celestial con sus alas doradas.
La redonda e inmensa forma de la luna llena cubría todo el firmamento. Las estrellas hacían una armonía discreta alrededor de ella. La noche era un cuento mágico. Y como traídos por una orden, cientos de cocuyos comenzaron a salir, flotando en el aire.
«Vamos a dar una vuelta al cielo, para ver lo que es eterno…» resonaba en la mente de Marcuso. Estos versos eran parte de una canción que había escuchado en el baile y que se le habían impregnado en la memoria, ahora entre sueños.
«¡Marcuso, abre los ojos, ya! Esto era una sorpresa para ti» gritó Stelion. Marcuso abrió los ojos inmediatamente y notó que ya no estaba en la hamaca. Estaba volando. La luna llena detrás de él, los cocuyos en el ambiente y el rocío de la madrugada hicieron que la escena fuera mágica.
El joven bajó y le extendió la mano a Stelion con una sonrisa radiante en el rostro. Marcuso aún poseía una fuerza mayor a la de los humanos y cargó sin problema a su amigo. «¡Ah, no, a mí no me dejan fuera!» gritó Gules y de un brincó se sujetó con fuerza del pie de Stelion. «¡Yo tampoco quiero quedarme abajo!» agregó Lance y se agarró fuertemente del cuerpo de Gules. La escena era tan mágica como graciosa. La risa de los jóvenes era incontrolable.
En un movimiento brusco, Stelión se soltó de las manos de Marcuso. Los tres amigos cayeron de súbito desde lo alto a la montaña de hojarasca que los aguardaba en el césped. Uno a uno, se desplomaron, sin dejar de reírse. Marcuso cayó de manera suave y lenta en la tierra, sin hacerse ningún daño y sin poder explicarse aún lo que había sucedido.
«Bueno, como no dejabas de mencionar tu vida como ave, te conseguimos un poco de polvo de hadas. No preguntes cómo ni quién nos lo dio. También tenemos nuestros medios» le dijo Stelion con un guiño al joven. «Gracias, en verdad» le respondió Marcuso y abrazó a sus amigos con una gran sonrisa en los labios.
Las alas doradas de Marcuso estaban intactas, a pesar de todo.
La madrugada estaba a punto de terminar. No así, los sueños de los jóvenes.
«Vamos a dar una vuelta al cielo, para ver lo que es eterno… ¡y luego, vienes a buscarme!» resonaba en los sueños de Marcuso y nunca dejaría de sonar en su cabeza cada que quería volver a recordar el día que volvió a volar con las alas que sus amigos le habían dado bajo la luz de la luna.
Martha de Jesús González Solís
Autora
Orgullosa regia, es egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Dedicada a la docencia de lenguas en niveles medio, medio superior y superior, sus pasatiempos se enfocan en la creación (textos, ilustraciones, cómic y música).
Deivy
Ilustrador
Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.