Ilustrado por: Caro Poe
Víctor Frías
No es sorpresa para nadie que las letras bien tratadas provocan sensaciones. Quienes leemos conocemos esa punzada de los giros inesperados, la incomodidad sofocante de los párrafos tensos, los tragos de cliffhangers que raspan la garganta. Sin embargo, en esta ocasión nos reúne una categoría especial de estímulos literarios: los creados por la química.
Cuando vi que la ciencia de la materia y sus transformaciones seguía apareciendo entre las páginas que leía, una antigua formación me hizo volver un poco en mis pasos, no al nivel de desempolvar los apuntes de la escuela, claro, pero sí de una lectura expandida. Si bien los sentidos son las ventanas por las que nos asomamos para reconocer nuestro entorno, la presencia de la química en la literatura lo es para una inmersión lectora inigualable.
Esta gama de experiencias abarca tanto, desde el dolor en las yemas de los dedos cuando un personaje los acerca a la combustión de una vela, hasta la complejidad de un callejón maloliente, con alimentos en descomposición y vapores etílicos, exhalados por un vagabundo que se ha quedado dormido. Los olores, compuestos volátiles y partículas que entran en nuestras narices y se alojan brevemente en los pulmones, son capaces de generar estados de ánimo e incluso de alterarlos.
Muestra de lo anterior yace en El perfume de Patrick Süskind en uno de los fragmentos más memorables de la obra:
Para su aparición en Grasse había utilizado solo una gota. El resto bastaría para hechizar al mundo entero. Si lo deseaba, en París podría dejarse adorar no sólo por diez mil, sino por cien mil; o pasear hasta Versalles para que el rey le besara los pies; o escribir una carta perfumada al Papa, revelándole que era el nuevo Mesías; o hacerse ungir en Notre-Dame ante reyes y emperadores como emperador supremo o incluso como Dios en la tierra… Si aún podía ungirse a alguien como Dios…
Estos efectos a los que se hace referencia se desatan en una escena extraordinaria. Grenouille el protagonista dispersa en el aire, con un pañuelo, una fragancia creada por él. Instantes después, la gente que atestigua su llegada enloquece en pasiones y comportamientos que a cualquiera darían un pudor insufrible.
La química es un motor de nuestro entendimiento del mundo material, por tanto, cuando las palabras actúan como una base sensorial, nos conectamos con las sustancias y las reacciones mencionadas en la historia, mismas que dotarán de más sentido todo lo que ocurre. De esta manera, quien escribe logra la satisfacción de «Esto, esto es lo que le quiero hacer sentir a tu mente lectora».
Es así como la química participa como un narrador subrepticio, que instala un laboratorio de momentos en nuestras cabezas. Se logra una nitidez que se agradece y nos proporciona un ambiente en el que podemos no solo navegar, sino llenarnos de detalles. Es el caso de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, uno de cuyos fragmentos iniciales dice:
El refugiado antillano Jeremiah de Saint Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro. Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campaña donde había dormido siempre, cerca de un taburete con la cubeta que había servido para vaporizar el veneno.
Y no nos olvidemos del maestro del horror cósmico, Howard Phillips Lovecraft, quien introdujo en sus siniestras atmósferas referencias a la alquimia, forma primitiva de la química que perseguía la trasmutación de metales como el plomo en oro y la síntesis de sustancias prodigiosas para beneficio de la humanidad.
La alquimia, unida a fórmulas arcaicas y lenguas de origen remoto, recibe en los relatos de H. P. Lovecraft un papel crucial: propiciar el contacto con entidades que habitan los confines del universo, mismas que proveerán de un poder inimaginable a quienes se atrevan a invocarlos. Los rituales que se describen en cada historia proponen una cercanía con nuestras anteriores visiones del mundo y con el entendimiento que hace siglos teníamos de la materia, el espacio y la existencia.
Cada quien recuerda, desde siempre, que la química es un puente que une nuestras mentes, los sentidos y los eventos de la historia. Se aferra a nuestra memoria de tal manera que tendremos dos recuerdos simultáneos de ese libro: uno hecho de letras y otro hecho de sensaciones. Así, como la lignina despierta la huella amarillenta del aire y la luz sobre el papel de un libro, la química nutre y confirma ese nivel de realidad que las palabras son capaces de lograr.
Víctor C. Frías
Autor
(@victorc.frias en Instagram)
Es un escritor mexicano de terror dedicado a explorar subgéneros como el sobrenatural, el psicológico y el horror cósmico. Cada sábado a las 14h (México) transmite en vivo a través de Instagram Live para narrar sus escritos y abrir un espacio para quienes quieran compartir lo propio en pantalla. Tiene cinco libros publicados en Amazon y relatos exclusivos a la venta en la plataforma Ko-Fi.
Caro Poe
Directora de Diseño
Diseñadora gráfica.
Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.
Que buen articulo… Me gustó.