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Ilustrado por: Maricielo

Juan Cristian López Calderón

No solemos deliberar sobre nuestra comida. Sobre todo, cuando apremia el hambre y su sabor empieza a desplegarse por el paladar. Es muy común que comamos sin preguntarnos más allá del sabor y la porción. Tal vez, si nos alientan a pensar sobre el carácter saludable del alimento, nos animemos un poco más; pero es hasta que alguien defiende posiciones políticas o ideológicas con respecto a la comida, que nos atrevemos a cuestionar con mayor profundidad lo que nos llevamos a la boca.

Justamente fue lo que me sucedió dialogando con algunos amigos veganos. Ellos tienen ideas con respecto a la comida que exigen un examen ético de nuestro consumo. En alguna charla con ellos, un recuerdo al respecto se disparó en mi memoria: siendo adolescente y recién llegado de la escuela, saqué una rebanada de jamón, la enrollé con las palmas de las manos y comencé a morderla. Yo esperaba la hora de la comida y picar cualquier botana era costumbre mientras hacía la tarea. Da la casualidad que me encontraba leyendo “Rebelión en la granja” y cuando me dispuse a morder otro pedazo del jamón, recordé cuando los animales, después de expulsar a los humanos, se dieron a la tarea de sepultar a los embutidos, incluidos los jamones, porque representaban los cuerpos profanados de sus camaradas caídos.

Si bien pensé acerca de la falta de consentimiento del cerdo con el que me alimentaba, la reflexión duró mientras yo me atragantaba impunemente con el último pedazo de su cadáver. Y cuando mis tripas empezaron a gritar obscenidades por la creciente hambre, mis reflexiones se esfumaron por completo. Pero rescato el episodio debido a que, durante la charla con mis amigos veganos, escuché sus alegatos donde defienden que los animales, desde los insectos hasta los mamíferos, tienen sueños y planes a futuro que nosotros truncamos de tajo con nuestra hambre voraz.

Porque, ¿quién le ha pedido permiso al borrego para convertirlo en barbacoa?

Suponen mis amigos, también animalistas, que no todas las personas son seres humanos. Esta declaración puede resultar extraña porque definimos con bastante obviedad que todos los seres humanos son personas. Mis amigos animalistas están de acuerdo con eso, pero, al contrario, piensan que no todas las personas son representadas por la humanidad.

Ellos cuestionan que si un animal puede sentir dolor se asemeja a un ser humano. Peter Singer, un filósofo australiano que abandera la defensa de los animales va más allá y asevera que, incluso, hay animales que se parecen a nosotros en cuestiones que nos definen como personas. Por ejemplo, hay suficiente evidencia de que los chimpancés tienen la capacidad de ser conscientes de sí mismos, como seres que perduran en el tiempo. Para Singer, esta idea es el ejemplo exacto de la noción de identidad personal que, según él, maneja John Locke en su ensayo sobre el entendimiento humano. Así que, según Singer, esto refuerza la idea de que algunos animales no solo deben considerarse como seres sintientes, sino como personas y que, como tales, no podemos simplemente someterlos como no lo haríamos con una persona humana.

Aunque fuera cierto lo que plantean desde el animalismo y hubiera animales con nuestro mismo estatus moral y con emociones como las nuestras, ¿qué pasaría si sus intereses chocan con los de los seres humanos? ¿Serían los nuestros más importantes desde un punto de vista moral? ¿Podría plantearme entonces una dieta cárnica sin pedirles permiso?

Ningún animal, aunque me entendiera, daría su visto bueno para que me lo coma. El instinto de supervivencia es prioritario. Las únicas personas a quienes podría pedirles su consentimiento serían humanas y dudo que vean con agrado mis pretensiones gastronómicas. De hecho, dentro del canibalismo no hay precisamente consentimiento mutuo cuando fríe a un semejante dentro de una olla. A menos que un garrotazo en la cabeza sea sinónimo de un contrato firmado.

Pero hubo alguien que puso a prueba estas ideas. Fue el alemán Armin Meiwes. Con una infancia y una adolescencia normales, y después de un tiempo en el ejército, Meiwes se dedicó a cuidar de su madre enferma hasta el fallecimiento de esta. Solo entonces, comenzó a contactarse por internet con otras personas en foros sobre canibalismo. Su primer acercamiento al mundo de los humanos comestibles se dio con un ingeniero que conoció en estos foros y que se prestó para ser devorado. Pero la víctima empezó a tener dudas al momento del encuentro y Meiwes canceló la acción alegando que solo si la persona que iba a ser devorada daba su consentimiento pleno, podría llevar a cabo la operación.

Después retomarían el contacto y en un nuevo encuentro ambos acordaron degustar partes del ingeniero antes que este aceptara ser asesinado, grabado y devorado por Meiwes. Una denuncia anónima alertó de la presunción del alemán sobre haber probado carne humana y permitió su captura. En sus chats encontrarían conversaciones con cientos de personas dispuestas a ser devoradas por él.

A pesar del arresto, la policía estaba confundida. Alegaban que se trataba de un asesinato convenido entre víctima y asesino. Incluso, el abogado de Meiwes lo defendió diciendo que otras cuatro personas habían acordado ser devoradas por el «caníbal de Rotemburgo», como lo llamaron los medios. Ante las evidentes dudas de los invitados durante los encuentros, Meiwes los despidió explicando que no podía alimentarse de ellos sin su consentimiento previo.

Tomando esto en cuenta, si los veganos aciertan sobre el estatus de los animales al sentir dolor y/o tener conciencia de sí, sería inmoral consumir la carne de quienes no han dado su consentimiento para ello, ¿resulta entonces más ética la postura de Meiwes al solicitar consentimiento de sus alimentos para ser devorados? ¿O es que una persona no puede decidir libremente sobre su cuerpo cuando transgrede los límites de la supervivencia?

Curiosamente, bajo la premisa del consentimiento, yo sería peor que Meiwes cuando devoro jamón que nunca concedió morir para alimentarme. Según mis amigos animalistas, humanos y cerdos seríamos semejantes. ¿No será que algunos somos más semejantes que otros?

P.D. La presente indagación solo requirió investigación documental. No hubo trabajo de campo requerido.

Cristian López

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Maricielo

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