Ilustrado por: Maricielo
Malena Cid
La elefanta
Vagabundeo por la casa solitaria, sin saber la razón de esta compulsión de recorrer el eco de tus pasos, y así voy de la habitación a la cocina, de la sala a la terraza, de adentro, de afuera, de arriba, de abajo.
Mi andar se ha vuelto pesado, no tanto como el tuyo al final, aunque ahora mismo no estoy segura de nada, si es real o lo imagino, no sé si soy tu sombra o mi propia presencia, tu ausencia o mi fantasma.
Sólo sé que hasta ayer estabas aquí, que te sentía viviendo más allá de tu cuerpo viejo y cansado, como si las paredes, las puertas, las ventanas, el piso y aun el techo respiraran al compás de tus pulmones, te sentía en los corredores de pisos rojos, esos que te costaba recorrer, en las veredas bordeadas del verde que amabas, donde esas las plantas, hijas impostadas a las que dedicaste tantas horas y tanto amor, se esforzaban por regalarte aroma y color.
Doy la vuelta a la esquina y me asombra encontrar tu silla vacía aún colocada en ese rincón en el que dejabas pasar las horas contemplando el cielo, el suelo o quizás tu propia mortalidad.
A ciencia cierta no me hago a la idea de que todo aquello siga en pie. es más, creo que, si el día de tu muerte los muros se hubieran derrumbado sobre tu cama, no me habría parecido extraño, quizás, lo habría tomado como algo lógico, una suerte de descomposición acelerada de un cadáver que, al faltarle tu espíritu, se deshiciera.
Tal vez así esté ocurriendo, quizás la llave que gotea en la cocina, el boiler que de pronto y sin advertencia, falló, las tejas que han caído y tantas otras pequeñas cosas que se acumulan, sean los indicios de la desintegración que tarde o temprano terminará por llevarse todo lo que alguna vez fue tuyo.
Te conozco y sé que dirías que ando melancólica, que pierdo mi tiempo en elucubraciones inútiles, tu no eras la casa y que nada de lo que aún está ahí te representa o tiene parte de tu esencia, que solo son una serie de objetos que se acumularon, uno tras otro, a lo largo de tu vida sin más importancia que la que tiene una hoja que se desprende de un árbol para caer a sus raíces.
Sin embargo, la intuición me dice que no estoy tan equivocada, que en cierto modo tú eras la ropa que usaste, los zapatos que calzaste, el abanico en tu bolsa de los domingos y hasta el billete de 20 pesos que quedó en tu, negra y gastada, carterita de broche, esa que alguna vez ocultó un pozo sin fondo de promesas para tus nietos.
Y tú fuiste todo, eso y más: una ristra de reproches, lágrimas de soledad, la risa de bromas tontas, la enciclopedia de guisos antiguos y viejas memorias, los recuerdos de mi propia abuela y tías ya desaparecidas, las risas de mis hermanas y al final de tu vida, hasta sus reclamos. También eres las lágrimas de mis ojos, el dolor en mi pecho, la conciencia de que cada vida humana tiene un principio y un final por mucho que nos tratemos de olvidarlo.
Y yo…
Yo soy la sombra que se creyó persona, la hija que te amó, pero peleó cada día contigo, la mujer que te dio a sus hijos para que los amaras como propios.
La elefanta que no sabe si recuerda donde quedaba el manantial y que ahora acaricia tus huesos con la trompa mientras recorre estás habitaciones vacías de ti.
Malena Cid
Autora
Egresada de la Rolando Calles, ingeniera por equivocación, escritora por vocación, godínez por necesidad, participante habitual en concursos, tertulias y trifulcas literarias, ávida y autodidacta aprendiz de editora y emprendedora de dudoso éxito.