Ilustrado por: Sofía Olago
Majenda Aliaga
«Sus ojos se encontraron en el mismo instante, cuando Therese levantó la vista de la caja que estaba abriendo y la mujer volvió la cabeza, mirando directamente hacia Therese. Era alta y rubia, y su esbelta y grácil figura iba envuelta en un amplio abrigo de piel que mantenía abierto con una mano puesta en la cintura. Tenía los ojos grises, incoloros pero dominantes como la luz o el fuego. Atrapada por aquellos ojos, Therese no podía apartar la mirada».
Patricia Highsmith.
Sino me hubieran dicho que era el amor, yo hubiera creído que era una espada desnuda[1], fue una de las ideas que se me pasó por la cabeza ha de haber sentido Therese al conocer a Carol, que desde un extremo de la tienda le ve y ella se sabe herida; no sabe qué pasará, en realidad Carol tampoco, pero no puede(n) ni quieren evitarlo. De una u otra manera se buscan y consiguen encontrarse en un lugar muy parecido al cielo, como dice Therese: La felicidad era como una hiedra verde que se extendía por su piel, alargando delicados zarcillos, llevando flores a través de su cuerpo. Therese tuvo una visión de una flor blanca, brillando como si la contemplara en la oscuridad o a través del agua. Se preguntó por qué la gente hablaría del cielo[2].
Empecé a leer El precio de la sal, una novela de Patricia Highsmith, que se llamó así durante poco más de treinta años, hasta hace unos pocos años, cuando fue publicada bajo el nombre Carol. Y a ratos creo debería llamarse “El precio que tiene que pagar Therese por estar enamorada de Carol”, al menos hasta la mitad aproximadamente. Y no es que Carol sea un ser despiadado; en realidad es fascinante pese a ser una mujer llena de muchos conflictos y algunas indecisiones o tal vez por ello, es como si diere un paso firme para arriesgarse a por todo, pero retrocede sin dejar de lado las sutilezas más que obvias de ese amor que siente y que Therese corresponde sin tener ningún ánimo de ocultarlo. Quizá por eso Carol encandila, porque se siente como una mujer real pero segura de lo que siente en medio de un cúmulo de incertezas… olviden lo que escribí al inicio, la novela debería llamarse “Todos deberían amar a Carol” o al menos seguro yo me enamoraría de ella.
La novela está ambientada en el Nueva York de los años 50’s y el personaje principal (Carol) está en proceso de divorcio y batallando la custodia de su hija con su casi exmarido, por ello sus tribulaciones y dubitaciones al conocer a la joven vendedora (Therese) en las fiestas navideñas, estamos frente a un flechazo, o algo así, y, pese a que Therese no tenía certeza alguna de su homosexualidad, al contrario del objeto del amor, es mucho más decidida e impetuosa. Es así porque no tiene nada que perder, o tal vez porque podría perderlo todo, es decir el amor, y por ello se arriesga y se lanza sin reflexionar lo que está pasando, como sí ocurre con Carol. Cuando esta le propone hacer un viaje por varias ciudades sin tener ni siquiera mucha solvencia económica, acepta sin dudarlo. Es en el viaje que poco a poco va cediendo la inseguridad para dar paso al amor, hasta tener su Waterloo que puede tener dos lecturas, la rendición de Carol hacia el amor y a la vez la posible pérdida del mismo.
Cuando Patricia publicó la novela debió hacerlo bajo un seudónimo, Claire Morgan, debido a que le indicaron si publicaba esta novela, la catalogarían como una escritora de libros de lesbianas, los cuales no eran muy bien vistos en esa época. La historia se le ocurrió mientras ella, debido a que andaba escasa de dinero, trabajaba en unos almacenes a finales de 1948.
Una mañana, en aquel caos de ruido y compras apareció una mujer rubia con un abrigo de piel. Se acercó al mostrador de muñecas con una mirada de incertidumbre —¿debía comprar una muñeca u otra cosa?— y creo recordar que se golpeaba la mano con un par de guantes, con aire ausente. Quizá me fijé en ella porque iba sola, o porque un abrigo de visón no era algo habitual porque era rubia y parecía irradiar luz. Con el mismo aire pensativo compró una muñeca, una de las dos o tres que le enseñé y yo apunté su nombre y dirección en el impreso porque la muñeca debía entregarse en una localidad cercana.
Como de costumbre, después de trabajar me fui a mi apartamento, donde vivía sola. Aquella noche concebí una idea, una trama, una historia sobre la mujer rubia y elegante del abrigo de piel. Escribí unas ocho páginas a mano en mi cuaderno de notas de entonces. Era toda la historia de The Price of Salt (El precio de la sal), como se llamó originariamente Carol. Nutrió de mi pluma como de la nada: el principio, el núcleo y el final. Tardé dos horas, quizá menos[3].
La presentó a Harper & Bros, la editorial que le había publicado su primer libro, pero le rechazaron; por lo que tuvo que publicarla en Bantam Books, bajo el seudónimo de Claire Morgan. Fue considerada como una novelita pulp, esas novelas impresas en papel de bajo costo y poco apreciadas a nivel literario; tuvo muy poca acogida el primer año, en el segundo arrasó y el público gay le escribía muchas cartas agradeciendo, el haber hecho una novela en la que los personajes no tenían un final trágico y en el que las protagonistas se planteaban la posibilidad de construir un futuro juntas. Es más, algunos decían era la primera novela sobre homosexuales en la que no terminaban en un psiquiátrico, suicidándose o arrepentidos de haber caído en ese tipo de relaciones. Y es que casi todas las historias sobre relaciones homosexuales se escribían dejando la sensación de querer aleccionar de lo dañinas que podían ser y las terribles consecuencias que traerían atreverse a iniciar una.
Y el manejo de Patricia de la trama es más que tiernamente impecable, lo cual es muy peculiar porque no volvió a publicar una obra con estas características. Justo le comentaba a un amigo donde leímos este libro, que la novela atrapa y, como mencionaba mi amiga Jess, al final puede resultar y funciona como una novela sobre una historia de amor. Y es que llegado a un punto dejamos de pensar en si es una historia de lesbianas, y nos estamos, que lo es, ante una historia de amor, en la que anhelamos que sea posible ser salvado y que se atrevan a robarse un pedacito del cielo, porque, como dice una canción, los amores cobardes no llegan a amores.
Si se preguntan el porqué del título, todo indica que tiene que ver con el precio; qué precio serías capaz de pagar por ser feliz, así fueran apenas instantes…
Por cierto, y esto ya en referencia a la magnífica puesta en escena de la versión fílmica hecha por Todd Haynes, que ya había trabajado el tema de los romances posibles pese a todo en su historia del amor interracial en los 50’s con “Cerca del cielo”, la música que acompaña así como la escenografía la película es perfecta, igual que la paleta de colores y ya no hablemos de Cate y Rooney; ambas tienen mucha complicidad, se dicen mucho en las miradas, tan cargadas de intensidad que no son necesarias las palabras. Esto llega a uno de sus puntos más álgidos en el final, donde el lenguaje visual que ambas manejan en esa escena lo dice todo; la media sonrisa de Carol y la tímida de Therese dialogan y nosotros bien sabemos lo que se dicen. Está preciosa escena me remitió a otra—, si no han visto “Retrato de una mujer en llamas” mejor dejen de leer que viene un alto spoiler—, decía que me remitió a la escena final en la historia de otra pareja que no tiene permitido enamorarse. En toda la película la mirada también es la protagonista, porque las historias, las historias románticas de los gays suelen basarse en eso, como todos los romances prohibidos, en la mirada, que nos lleva de una u otra manera al descubrimiento no sólo del otro y lo que puede sentir, sino —y he ahí el miedo, —a lo que uno puedo estar sintiendo y esto sea revelado. Decía que en dicha película siento hay un sutil juego de miradas a la distancia entre las protagonistas, pero miradas al fin, y, aunque no se dicen nada bien, sabemos que, por el cuadro que puede verse en la escena anterior también allí hay amor. Quizá por la época, está ubicada en el siglo XVIII y, aunque había muchas restricciones a los gays en la América de los cincuenta, eran mucho menos que los que padecieron los que amaban de manera “diferente”, que aunque había amor, este se queda en el recuerdo de lo que pudo haber sido.
Majenda Aliaga
Redactora
He publicado poemas en plaquetas en Lima, Perú. Trabajé en librerías limeñas y actualmente escribo en la revista Katabasis y en mi página de Facebook: Lecciones de vértigo. Estoy preparando un libro de cuentos que espero publicar y una novela.
Sofía Olago
Ilustradora
Mi nombre es Diana Sofía Olago Vera, para abreviar prefiero ser llamada Sofía Olago. Tengo 19 años y nací en Lebrija, un pequeño municipio del autoproclamado país del Sagrado Corazón de Jesús: Colombia. Sin embargo, desde pequeña he vivido dentro del área metropolitana de Bucaramanga, capital del departamento de las hormigas culonas.
Soy una aficionada del diseño que nutre su estilo y conocimientos a base de tutoriales y cacharrear softwares de edición. Actualmente, soy estudiante de Comunicación Organizacional, carrera que me dio la mano para mejorar mi autoconfianza y mis habilidades comunicativas.