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Foto: Alejandra Villela

René Medina

La filosofía, como el conocimiento último de todas las causas, por la sola luz de la razón; ha sido el registro de la lucha del pensamiento de la humanidad por responder la interrogante a las preguntas fundamentales de la existencia y la realidad habitada por el hombre. ¿Quién es el hombre? ¿Existe algo después de la muerte? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Por qué estamos aquí? Interrogantes que han estado presentes desde el pensamiento mágico de nuestros ancestros nómadas cazadores y recolectores. Y que ha permeado la búsqueda racional, espiritual y hasta científica del ser humano. Si bien es cierto que, en nuestra sociedad moderna, las ciencias positivas parecen ser el contrapunto de la filosofía, no podemos olvidar que la primera nace en el seno de la segunda; y aun cuando, en apariencia, han ido por caminos distintos, al final buscan alcanzar el mismo objetivo: el conocimiento cierto del mundo que nos rodea, el lugar que ocupamos en este inmenso universo, la trascendencia como individuos, pero también como especie.

Durante el discurrir filosófico de la historia de la humanidad, son distintas las aproximaciones que se han hecho a la pregunta fundamental sobre la existencia del hombre. Cada una basada desde una perspectiva particular, nacida de su tiempo, acontecimientos y medio concreto. Discurriendo desde la sublimidad del alma platónica, hasta la angustia del vacío de la existencia de Sartre. Sin embargo, la pregunta fundamental de la naturaleza, la existencia y el propósito de nuestra especie, sigue siendo tan actual como en un principio, ya que, aún con las aproximaciones que tenemos, el ser humano sigue siendo un misterio para el ser humano mismo.

A partir del siglo pasado, podemos hablar de un cambio radical en el quehacer inquisitivo del pensamiento filosófico. El discurrimiento cognitivo del filósofo cambia de enfoque. Recordemos que, el siglo pasado, la humanidad vio las dos guerras más grandes que se han conocido, involucrando al mayor número de naciones en dichos conflictos bélicos, y terminando, además, en décadas de tensión mundial, donde la guerra fría mantenía una atmosfera de temor por una posible aniquilación total que hubiese sido la consecuencia de una guerra nuclear. Es en este contexto que nace uno de los movimientos filosóficos que cambian el enfoque sobre partir de lo general a lo particular, para ir a la inversa, de lo particular a lo general.

Ahora es el hombre que se pregunta por su existencia, el centro de la misma, es el aquí y el ahora, el momento fugaz en que somos, esta breve conjugación de tiempo y espacio en que existo, lo que se convierte en el motor de mi búsqueda, el movimiento del existencialismo.

Son distintas las aproximaciones sobre esta corriente del pensamiento que se pueden realizar, ya que, la corriente como la existencia misma, no se entiende sin su sujeto. En esta ocasión, quiero presentarles a uno de sus exponentes no tan conocidos, al menos en América Latina, y esto puede desprenderse del hecho que él mismo no se consideraba existencialista, sino que se denominaba a sí mismo como un “neosocrático”

Gabriel Marcel, el parisino nacido el 7 de diciembre de 1889, huérfano de madre a partir de los 4 años, criado por su padre, un hombre culto y descreído que le proporcionó una educación cultural amplia y lejos de cualquier tipo de fe, e introducido a la misma por su tía, que se hace cargo de él después de la muerte de su madre. Estudió en la Sorbona, donde conoció el pensamiento de Schelling, inclinándose hacia el neoidealismo. Pensamiento que abandonaría después de la primera y segunda guerra Mundial.

El pensamiento de Marcel no es un sistema organizado de conceptos e ideas que lleven progresivamente al lector a través de su ideología, sino que viene más bien a ser una reflexión personal que se ve reflejada hasta en su forma de escritura, el diario, donde desarrolla su pensamiento central.

El punto de partida del estudio de ser humano para Marcel es la constatación del carácter primordial e inexcusable de su corporalidad: “yo soy mi cuerpo”. El hombre es un ser encarnado, un ser corporal e inserto en el mundo. Un ser que guarda una relación especial con su cuerpo y con el mundo. Sin embargo, la afirmación “yo soy mi cuerpo” no es una profesión de materialismo, sino un rechazo de la identificación cartesiana del cuerpo como una mera extensión. Si yo soy mi cuerpo, soy un ser sintiente; el cuerpo es un mediador entre el yo y las cosas, no de tipo instrumental, sino en tanto propio, es decir inmediato. [1]

La existencia, como la libertad, no puede ser expresada por abstracción ni por medio de un concepto, pues todo concepto delimita, parcializa, define un aspecto de la realidad: pero la existencia no es un absurdo, es el yo encarnado en un cuerpo y manifiesto al mundo. Existo, quiere decir que tengo que hacerme conocer o reconocer, sea por otro, sea por mí mismo.

En este punto, Marcel se opone a la jerarquía de la sociedad moderna del tener y del ser. Según la metafísica del tener, se vale por aquello que se tiene, y no por lo que se es, y el mundo y los demás son exclusivamente objetos de una posesión más basta. Aquel que posee intenta por todos los medios mantener, conservar y aumentar la cosa poseída. Así pues, el hombre actual se identifica con lo que tiene; para Marcel, el ser es intrínsecamente primero al tener. La libertad del hombre frente al tener radica principalmente en no identificarse con el objeto, así como no objetivar al otro.

Marcel se enfoca también en la temporalidad del hombre. Pero no como una reducción al devenir de acontecimientos de los cuales el hombre es testigo, sino, por el contrario, al verdadero tiempo. El tiempo humano es la presencia vivida de la conexión del pasado, presente y futuro en una actualidad. El hombre es un viajero, un ser itinerante. El tiempo consiste en ir alcanzando una plenitud de la cual ya se participa. La existencia es un caminar, un hacerse libremente. Pero un hacer trascendente, que dota de estabilidad esta existencia humana. La existencia humana no es la nada, es más bien una participación en el ser o una “existencia ontológica”. “La libertad interviene justamente en la articulación del ser y de la existencia”[2]

Gabriel nos habla también a cerca del amor. El amor es para él, un conocimiento real o del ser, y por ello, es el conocimiento que favorece la creación de la individualidad. La del ser amado y la del ser que ama, ya que impide la dispersión de la personalidad y fomenta las potencialidades del ser amado. El amor se dirige al infinito, a lo que en cada ser hay de infinito. Es una llamada de un yo a otro yo, es un acceso al ser y a la eternidad o lo que de eterno tienen los seres.

La relación amorosa no es una acción de un sujeto sobre otro —lo que nos haría caer en la objetivación—, sino un acto común de dos sujetos, que se encuentran y permanecen mutuamente como sujetos en una atmosfera de intimidad. Esta experiencia viene dada del encuentro. El encuentro es algo que envuelve al ser humano que comprende su propio ser porque actúa como un principio interno y no como una causa exterior. Encontrar a alguien es “estar ahí” al mismo tiempo que él. Es compartir la existencia, trascendiendo desde la intersubjetividad de los individuos; “ser con” es el acto libre que nos hace presentes al otro, es una co-presencia. Así, para Marcel, la persona amada no puede morir, ya que, el amor vence a la muerte porque la niega, afirmando la trascendencia del ser amado respecto a la muerte. La muerte de alguien es un hecho biológico solo para aquel que no lo ama, pero, para el que lo ama, la muerte significa una prueba, una forma de seguir siendo fiel a esa persona, sin convertirla en un objeto. La afirmación de la inmortalidad es en este sentido la afirmación de que el hombre es ser y, como tal, el ser no puede desaparecer para convertirse en nada.[3]

Así pues, el neosocratismo de Marcel es una respuesta frente al vacío de la existencia, un intento de entender su propio ser aquí y ahora, y que va más allá de este espacio-tiempo, que nos participa de una existencia ontológica trascendente. El hombre no es un ser para la muerte, es un ser itinerante, una caminante de la existencia.


  1. Cfr. URABAYEN PÉRE JULIA “Gabriel Marcel; una imagen digna del hombre” en “propuestas antropológicas del siglo XX” Ed. EUNZA, España, 2004, p. 333 
  2. MARCEL GABRIEL, “El misterio del ser” Asociacion presense de Gabriel Marcel. Francia, 1997, p.31 
  3. Cfr. VRENAUX ROGER “Historia de la filosofía contemporánea” Ed. Herder. España 1997, p.194. 
René Medina

René Medina

Redactor

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