María Alejandra Luna
El último día del ya pasado año 2021 se estrenó la cuarta temporada de la serie Cobra Kai. Después de haber finalizado la tercera con la unión de los dojos en contra de John Kreese, tenemos la llegada del consabido torneo en All Valley. Y no se trata de cualquier torneo: esta edición en particular va a definir la continuidad de los tres sensei actuales, a la espera de que el antagonista deba retirarse para siempre del lugar y de la educación de les adolescentes. Pero no quiero meterme con el argumento de una producción que estoy disfrutando muchísimo por amor a las artes marciales (además, no tengo ganas de spoilear como sí hice en Twitter), sino que me gustaría saborear esa sutil invitación que nos hace como espectadores.
Anticipo en el título que voy a explorar su sentido quijotesco. Esta obra literaria (que nos traza un verosímil donde un sujeto enloquece por haber leído muchas novelas de caballería y piensa que es un caballero andante encargado de ejecutar un montón de actos heroicos para, entre otras retribuciones, ganarse el corazón de su amada) y la serie parecen sumamente ajenas y en muchos aspectos lo son. Pero no del todo. Está bien, no tenemos a un Alonso Quijano con una vida tediosa y retirada ni a un Sancho Panza o a una Dulcinea del Toboso. Sin embargo, están el mundo prolijo y tranquilo de Daniel LaRusso y el desarreglo vital de Johnny Lawrence. Se cruzan y entonces se sumergen en la fantasía. Concentrémonos mucho en la fantasía y su polisemia.
Hay un elemento anticuado (novelas de caballería, Karate-do) que parece desencajar en la propuesta inicial. Hay referencias al Karate como estrategia de marketing y porque Daniel-san está empapado de Miyagi-do como Alonso Quijano estaba empapado de Amadís de Gaula. Pero no es la época de moda ni mucho menos la cultura. Nuestros héroes, Daniel y Johnny, emprenden una hazaña loca donde suspenden su juicio cotidiano en pos de la práctica, los torneos y la resolución karateca de su rivalidad. Arrastran en ella a todos los personajes, quienes hacen un pacto de ficción y se van sumando desde diferentes roles: a veces cuestionando ese microclima con un exceso de realismo que desentona; otras, como consecuencia, alimentando esa fantasía heroica que sí tiene un villano que no va a convertirse en molino de viento porque un hechicero lo hizo.
Como contrapunto, John Kreese y Terry Silver sí pueden leerse como dos ancianos que, si bien no tuvieron un curso lineal y tranquilo de sus vidas ya que participaron de la guerra contra Vietnam y fueron sensei de Karate en el viejo Cobra Kai, se encuentran estancados tanto en el irrecuperable y no obstante nítido pasado como en los fingimientos actuales para olvidar quién se fue y llevar una existencia más falsa, pero más calma. Ese estancamiento pide aventura y, aunque queden como sociópatas por repetir errores y relacionarse con la situación actual como con el campo de batalla, el Karate y el torneo son la fantasía suficiente que devolverá libertad a sus espíritus.
La locura es permiso de vivir una historia que el sistema espera que no vivas, una historia donde el heroísmo no pasa por la defensa de la patria, una historia donde los estilos (exitoso y perdedor) de vida estadounidenses pasan a un tercer plano. La locura es vestirse de sensei, revivir una rivalidad treintañera y contagiar a todes para que haya protagonistas y villanxs, un objetivo, unos cuantos obstáculos y la oportunidad de vivir una narración distinta a la rutina que, inamovible, aguarda que la cordura derribe a más oponentes que una barrida.
María Alejandra Luna
Subdirectora General / Directora de Redes Sociales
Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.
Lizeth Proaño
Ilustradora