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Imagen: Deivy

Alejandro Zaga

La escritora bonaerense nacida en 1973 Mariana Enríquez ya tenía publicadas dos novelas antes de escribir su primer cuento, según cuenta en una charla virtual con motivo del Encuentro internacional de Cuentistas de la FIL de Guadalajara el año pasado, los interlocutores eran Alberto Chimal y Bernardo Esquinca. Escribir ese cuento (al parecer en el 2004) fue un punto de inflexión en su carrera, por romper con el realismo y los protagonistas masculinos con los que había trabajado y dio paso a una dedicación a la narrativa breve que ha sido ampliamente comentada en círculos de lectores. El cuento era El Aljibe, que se encuentra en su primer libro de cuentos, «Los peligros de fumar en la cama».

Enríquez publica este libro en el 2009 y con él demuestra que el terror no es un género obsoleto ni relegado únicamente a los fetichistas de él, sino abierto e invitante. A lo largo de los doce cuentos que lo componen nos sumergimos en una narrativa llana y prolija que, por estas mismas características, contrasta las impactantes imágenes que nos emite. También ese lenguaje permite que la lectura se sienta como un suave surfeo desde el principio al fin, pudiendo ser leído de un tirón en un día desocupado.

Hay, además de temas, elementos recurrentes en estos cuentos un plano de realidad espiritual (o al menos uno), la exploración y explotación de la sexualidad de algunos personajes y, aunque sólo en uno de los cuentos aborda abiertamente el fetichismo, con suficiente atención encontraremos que muchísimos de los personajes están dominados por pasiones de éste tipo.

Al ser cuentos de terror (sólo utilizo ésta clasificación para contextualizar, no porque crea que sólo deban considerárseles así) hay mucho miedo en el ambiente, pero estratégicamente Enríquez logra que no sea sólo una proyección hacia el lector, sino que los personajes también sufren de un miedo confeso, latente, que nos ayuda no sólo a identificar sino a ser guiados por los rincones de los cuentos. Esto es de resaltar porque se encarga de construir universos suficientemente pequeños para que no nos distraigamos en paisajes y sus posibilidades, sino que atendamos a los personajes, su acción y gracias a esta guía, un poco más allá, como si el mundo entero en el que se desarrolla un cuento fuera una cabaña sin luz eléctrica, pero contamos con una muy buena lámpara de petróleo para ver, una cosa a la vez, pero ésta muy nítida.

Ya antes hablaba del lenguaje utilizado como llano, pero esa no es la única característica que noto, aquí hay una que me parece más importante: a las veces se siente artificial, como si estuviera prediseñado a propósito, sin embargo, aunque el lector advierte esto, es sencillo que comprenda que esta elección de narrativa es ad hoc para la historia que se está contando. Es a través de esta arquitectura narrativa, con su selección cuidadísima de palabras específicas, como se logra la identificación con el personaje del miedo confeso al que ya hacía referencia hace un momento.

En cuentos como Rambla triste, Chicos que faltan o Ni bautizos ni cumpleaños, Mariana Enríquez no se contenta con un plano sólo de misterio y terror, sino que nos arroja a una cruenta descripción de actos humanos que producen escalofríos para continuar con esta conexión al otro horror, el paranormal. Me arriesgaré a decir que éste sentido es propio de la tradición latinoamericana (aunque no exclusivo) y que la autora lo condensa de manera acertada, malabarear con lo ficticio y lo tangible.

Un punto fortísimo que tiene en sus cuentos son los inicios: desde las primeras líneas comienza con cierta fluidez, que de pronto acelera y nos sumerge en una vorágine que confunde, como ya he mencionado, distintos planos de realidad y donde los personajes usualmente sólo conocen el propio, teniendo que afrontar de pronto y de manera improvisada algún otro.

Merece especial mención la diversidad de voces narrativas, pues cuando se trata de un narrador omnisciente éste oculta y muestra justo lo que al lector interesa para enterarse de cómo va la historia, pero sin desvelar todos los secretos (cosa que ya mencioné y que volveré a tocar más adelante, con diferentes precisiones) y cuando se trata de un narrador en primera persona adopta una personalidad distinguible una de otra, en ningún momento se puede decir que es Mariana Enríquez quien está contando la historia, aunque éstos personajes no tienen nombre.

Ahora que toco a los personajes, lo del narrador carente de nombre es un detalle agradable (¿Quién se llama a sí mismo por su nombre?) pero es sólo un síntoma de otra estrategia narrativa: los personajes están suficientemente desdibujados por llamarlos de alguna manera, para contar las historias sin obstáculos (conjugándose, claro, con lo del lenguaje llano), por estar solamente esbozados, pero no tan poco cuidados como para sonar insulsos.

Algo similar pasa con la estructura como un todo de los cuentos; al terminar cada uno he reflexionado en si algo le ha faltado, y he resuelto que técnicamente no están incompletos, sólo que la autora ha decidido extraer más información de la que usualmente retiran los escritores de cuentos. Dicho de otra manera, es como si en cada cuento construyera una torre de jenga y, después de tenerla completa, comenzara a quitar los bloques contenedores de información por aquí y por allá, de manera que el lector se siente, cuando más, angustiado y cuando menos, interpelado. Y las bóvedas que dejan los ausentes bloques de jenga constituyen las cabañas poco iluminadas que mencioné hace rato, la mayoría de éstos bloques de información son los que hablan de las consecuencias de los acontecimientos en el desarrollo, por lo que muchas veces los finales quedarán abiertos, incluso parecieran terminados abruptamente. Cada lector decidirá si esta falta de información es positiva en su lectura o negativa. Como ven, hablar de este libro de Mariana Enríquez conlleva hablar de ciertos puntos precisos que tienen una multiplicidad de connotaciones y consecuencias.

Son todos, eso sí, cuentos crudos, atascados de imágenes choqueantes y no recomendables para quien sea demasiado impresionable o quien tenga una hiperimaginación y sufra por ella cuando alguno menciona, por ejemplo, tripas o descabezados. Se nota una fuerte inclinación por mostrar a través de lo corporal, pues claro, es ahí donde las cosas suceden: piel podrida (Desentierro de la Angelita, Rambla triste), obsesión con patologías internas (Dónde estás corazón), trata de personas con fines sexuales (Chicos que faltan, Rambla triste; aquí aparecen los terrores producidos por el humano de los que hablaba), masturbación infructuosa (Los peligros de fumar en la cama, Dónde estás corazón) son algunas de las maneras en las que la autora nos eriza la piel. Es posible decir que en lo corporal está un tema recurrente si no obsesivo para la autora.

Por último, quisiera decir que todo el conjunto de características de las que he hablado, el lenguaje, los personajes, las imágenes, todo, resulta franca y directamente inspirador para quienes además del hábito de la lectura tienen la comezón de la escritura. Es un libro que puede leer quien quiera escribir, porque es una cátedra no complicadísima ni embrollosa de cómo se puede ser eficaz.

Alejandro Zaga

Alejandro Zaga

Director Jurídico

Nacido en 1995 en Distrito Federal (hoy CDMX). Estudió teatro y la licenciatura de Estudios Latinoamericanos, en la UNAM. Ambas truncas. Permanente estudiante/escrutiñador de la comedia, pues la risa es la prioridad. La ironía lo llevó a inscribirse en Derecho, también en la UNAM.

Deivy

Deivy

Ilustrador

Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.

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