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Ilustración: Deivy

Paulina de la Vega

Vivimos en una bella, vibrante, limpia y próspera ciudad… Que es una simulación. Óscar siempre me lo advirtió; todos pensaban que era un desequilibrado, pero yo sí le creía… Hasta que el año pasado desapareció. No encontré ni un rastro que me llevara a él.

Hace un mes recibí en mi celular un mensaje encriptado. Los símbolos me eran familiares: Óscar y yo los habíamos desarrollado como juego durante nuestra infancia para que nadie descubriera las trampas que hacíamos en los exámenes, pero había olvidado su significado después de tanto tiempo.

Intenté rastrear el origen, mas no existía ningún registro con ese número telefónico. Me dediqué jornadas completas a descifrar el texto y la semana pasada por fin lo conseguí: «son las lentillas», acompañado de unas coordenadas.

Había usado lentillas desde que tengo memoria, es el primer procedimiento que te hacen en toda tu vida. El récord familiar lo posee mi hermano: se las colocaron a las tres horas de haber nacido.

Fui a las coordenadas. Era un hotel abandonado con muros de hormigón desnudo, sin terminar, que estaba cerca de donde vivía Óscar. No había nada más.

Hace dos días ocurrió lo peor: Óscar apareció muerto, sin ojos, en una ciudad vecina. Las autoridades dijeron que se había quitado la vida por un trastorno psiquiátrico, pero no era cierto.

Esa noche no pude dormir, la imagen de Óscar taladraba mi cerebro. Recordé que la clave eran las lentillas. Me senté frente al espejo y me dediqué por horas a observar la capa negra cristalina que cubría por completo mis globos oculares.

Al amanecer, decidí quitármelas. Tomé el analgésico más fuerte y metí a mi boca una bufanda gruesa para morderla. Conseguí arrancarme la lentilla derecha e inmediatamente después me desmayé por el dolor.

Cuando desperté, todo era diferente. Creí que me había vuelto loca al ver imágenes que iban, venían y se superponían, pero no. Con mi ojo izquierdo veía la habitación como siempre; mas con el derecho todo era miseria, basura y suciedad que abarrotaban las paredes.

Corrí hacia la calle. Era negra, no identificaba ni un tono blanco en medio de la inmundicia. El aire pesaba, era posible reconocer las partículas de polución suspendidas en él. Conocí el óxido, las ratas y las cucarachas. Los autos eran chatarra abandonada. Vi a gente que no sabía que existía acostada en las banquetas, rodeada de desechos. Al mirarme se rieron con lástima, ninguno usaba las lentillas.

Caminé por la banqueta, sentía que alguien me seguía; intercambiaba los ojos para ver ambos entornos, pero todo parecía normal. Fue irónico mirar con la lentilla izquierda el pulcro avance del camión y descubrir con mi ojo derecho la fumarada contaminante en la realidad. La mierda de un mundo aparecía en el otro. Es lo último que recuerdo en la simulación.

Amanecí en el hotel abandonado. Los muros que alguna vez lucieron una fina capa de concreto, ahora solo son escombros derrumbándose. Estoy segura de que mi familia ya sabe sobre mi desaparición.

Me acompaña un grupo de infelices que, como Óscar y como yo, decidieron buscar la realidad. Hay hackers, militares, médicos, científicos y hasta filósofos… Ahora entiendo, Óscar no me buscó por casualidad, necesitaban una ingeniera en telecomunicaciones para comenzar la rebelión.

Paulina de la Vega

Paulina de la Vega

Autora

Licenciada en Ciencias de la Comunicación con especialidad en Guion Cinematográfico por el Centro de Capacitación Cinematográfica.

Deivy

Deivy

Ilustrador

Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.

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