Ilustración: Berenice Tapia
Jennifer Puello Acendra
El olor fuerte y dulzón de la manteca negrita se inunda en el ambiente y se esparce por el cabello de mi abuela, es uniforme y le permite a su melena larga y delgada desenredarse. El recuerdo de esas escenas no solo las trae el olor o la sola frase mencionada, el solo ver la imagen de la viscosidad negra cayendo me devuelve a la infancia.
Hace poco vi el documental La manteca negrita, donde exponen su tradición, creación e importancia para la comunidad que la creó: San Basilio de Palenque.
Este pueblo es un puñado de África en medio de la Región Caribe colombiana, donde se habla una lengua criolla nacida del sincretismo de lenguas bantúes de los esclavos venidos de la tierra amada por sol y el español, lleno de hombres y mujeres que buscaron su libertad antes de que cualquier ley o gobernador se las diera, pues sabían que la tenían por derecho, es la tierra donde, está repleto de prácticas tradicionales declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco desde 2005.
Desde las entrañas de Bolívar viaja la manteca que mi abuela y miles de mujeres se esparcen en pelos que por años han catalogado como “malos” desde estándares occidentales. El viaje inicia en el campo, a la planta de corozo se le extrae su fruto, pequeños círculos negros. Los frutos son llevados al pueblo donde las mujeres lo cocinarán en grandes ollas a leña.
Todo el proceso es lento y arduo, lleva horas, incluso días. El corozo se parte para extraer su interior que debe ser cocinado para luego pilarlo; es decir, triturar en un gran recipiente cóncavo de madera parecido a un mortero llamado pilón. A continuación, el corozo triturado se lava y se pone al sol para su secado. El fruto se recoge y es quebrado, de esta forma vuelve a ser expuesto al sol y es aquí, en este punto, donde empieza a mostrar la grasa.
El proceso aún no acaba, como nos muestran en el documental La manteca negrita, doña Elia Mercado sigue narrando —o refiriendo, como diría mi abuela—, el fruto se fríe en el fuego a la leña y se revuelve constantemente. La grasa sale cada vez más, inunda la olla y su color característico reluce.
Al final, la manteca negrita es envasada en recipientes varios, todos reciclados, e inicia un viaje por la Costa hasta llegar, entre otros, a la casa blanca que se encuentra a la orilla de la carretera principal.
El olor penetrante de la manteca negrita hace salir a mi abuela que compra un frasco, a pesar de que aún tiene alguna reserva. Se asegura que venga directo de Palenque porque de allá es muy buena, sabe ella. Escucho como me dice que para mi pelo es bueno, porque está reseco y no es lacio, como el pelo bueno de otras mujeres.
Patro se está peinando ahora, veinte años después, con el aceite oscuro que cae a sus manos y esparce por su cabello, el peine pasa fácil como si la manteca fuera magia, casi ni se cae el cabello, a pesar de ser ondulado y estar enredado, cuando termina se enrolla y amarra. Solo se ve su cabello suelto en estos momentos, así que los atesoro. Me recuerda un poco al relato de la llorona: la mujer hermosa que peina su cabellera mientras miras encantado, solo que, en esta historia, la mujer termina el proceso sin aviso y no te permite morir tras ella, preso del encanto, lo que quizás es más cruel.
Patro termina, unta un poco más de manteca negrita y la guarda para la próxima ocasión. Dice que, si el olor parece muy fuerte, puedes echarle fragancias, pero ella nunca lo hizo, le gustaba así, sin nada más que el corozo metamorfoseado que ha viajado kilómetros, desde el árbol en medio del campo, hasta sus manos, pasando por todo un proceso de cambio.
A tantos años y tan lejos de casa, si bien me es difícil tener una grasa tan buena y natural, la reivindico no sólo como un producto de belleza más, sino como la muestra de resistencia de un pueblo ante los estándares que nos dejó el colonialismo. No solo es la falta de químicos o su elaboración artesanal, es el símbolo del pelo negro, tupido, alborotado y libre que combina con nuestra piel, tantas veces vista como “fea, sucia, mala”. La manteca negrita en las manos hábiles, permite hacer las trenzas que recuerdan a los caminos por los que se escapaban los negros hacia los palenques, entre ellos, San Basilio.
Recuerda el anhelo de la libertad que aún se pelea en muchos escenarios, algunos ganados, como el poder usar nuestros cabellos sueltos, sin miedo, con orgullo. Rememora el pasado y da espacio para un futuro en el que cada vez sea menos recurrente la vergüenza por cómo somos y nos vemos.
Referencias
KUCHA SUTO COLECTIVO (23 de agosto de 2019) La manteca negrita. En: https://www.youtube.com/watch?v=hj5ZQZlAIhw
Suárez Rivera, Daniela (2020) De las manos de Doña Ana Cañate, la manteca negrita, un tesoro ancestral africano en Colombia. En: https://www.buenagenteperiodico.com/ (https://n9.cl/pl8u)
Jennifer Puello Acendra
Redactora
Lic. en educación y lengua castellana de la USCO, maestrando en Lingüística de la UAQ. Ha participado en varios concursos de escritura en diversas instituciones. Amante de las mariposas, los cuervos y los gatos. Amada por las hormigas. Enemistada con los sapos.
Berenice Tapia
Ilustradora
Demasiado perezosa para pensar en algo decente. Me gusta dormir y mi sueño más grande es poder vivir de hacer monitos. Las dos cosas más importantes que me ha enseñado la vida, son:
1) Estudiar arquitectura no vuelve rica a la gente.
2) El mundo no se detiene nunca, ni aunque estés llorando hecha bolita porque borraste accidentalmente un capítulo de tu tesis.