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Ilustración: Caro Poe

Viviana Sampedro

Desde el taburete ubicado en la esquina, el nigeriano saluda a la pareja escondida en la escalera. Sonríe a puro diente esmaltado, tan refulgente como las baratijas doradas con las que vende fantasías. La pareja también se ríe cuando el africano los llama por su nombre, será que, desde hace tiempo, nadie les recuerda que, a pesar de emigrar de la Puna, ellos conservan su nombre.

Camila entiende que el de ella es Marina… pero él será Fender o Fendi. No entiende cómo lo llaman. Entonces ella elije llamarlo Fendi.

Setenta centímetros es el ancho del localshoestoberepaired. Setenta centímetros y una pareja metida adentro. Casi no encajan, si no fuera porque el resto del largo lo ocupa una escalera de material de once peldaños, que ubica a Marina en el octavo escalón y a Fendi en el tercero. El último peldaño constituye un ascenso hacia la nada porque esa escalera no lleva a ninguna parte y termina en una pared. O sea que se trata de un lugar que permite aprovechar al máximo el espacio volumétrico, incluyendo los tres últimos peldaños que ofician de una especie de estantería. Pero solo se puede ascender hasta el octavo. Un escalón más arriba haría que la cabeza de Marina pegara contra el techo, al pretender subir un peldaño más allá del límite asignado por ese ambiente, que los obliga a no atreverse a superar el octavo sin agachar la cabeza.

Ellos están juntos pero separados por sandalias, zapatos, un par de botas de gamuza y zapatillas Nike, Fila, Gola, Adidas… «Esas van cosidas y pegadas… Llévese las azules, mañana le entrego las blancas.»

El quiosco tiene los L&M a 88 pesos y además te vende la cantidad que quieras comprar. Camila elige un paquete de caramelos masticables, mientras se pregunta si el vendedor saldrá de allí en algún momento o si es un robot que despacha golosinas. Tal vez se trate de una gaseosa disfrazada de persona, dice en voz baja, pero por las dudas no le pregunta a su mami. Hoy le han cambiado a su madre, hoy parece otra, que se ha vuelto más mala.

El localshoestoberepaired es la subida de una cuesta, estrecha, lúgubre. Es una pareja despareja en la que ambos forman una fila de dos caras: la de ella redonda y con dientes blancos, la de él enjuta, puro pómulo y un par de mejillas carcomidas por la resignación. Es una hilera formada por apenas un par de jóvenes que ya habían envejecido al nacer.

En el localshoestoberepaired no hay cuerpos que se visualicen desde la calle, solamente dos caras y manos morenas curtidas por el trabajo. Ninguno de ellos crece en el pequeño espacio en el que 20 dedos remiendan la pobreza. 

El local es tan angosto que nadie lo mira. Camila se lo muestra a su madre mientras mastica el caramelo, pero la mamita le dice que se ha dormido parada y hasta la convence de que se trata de un sueño. «Hacedme el favor de mirar por dónde caminás. Por mirar a los costados vas a terminar cayéndote al suelo como le pasa a esta gente», dice la madrecita. Entonces la hija le hace caso porque tiene miedo de golpearse, como esos a los que ve de costado mientras sueña durmiendo parada.

«Por suerte nos escapamos del country1 justo cuando llegaba el intendente para la reunión de mucamas y jardineros a los que les pediría un voto de confianza. Lo del voto era verdad que lo quería. Ahora estarán en el salón de usos múltiples ¿Qué les dirá? ¿Que mañana las canchas de tenis podrán ser de sus hijos? ¿A quién le estará guiñando el ojo, mientras trata de vender sus fantasías? El intendente tira más humo que un paquete de L&M, vende baratijas como el nigeriano.»

Son cuatro atados de L&M, no sé hasta cuándo alcanzarán ochenta cigarrillos. El precio de fumar hasta en los sueños, hasta en el S.U.M. mientras el intendente le habla a la hilera de mucamas y jardineros que se lo tienen que fumar.

Fendi dice que las tapitas para las sandalias salen 180 pesos… ¿Es caro? Los cigarrillos salen 88. Pero él parece que no fuma. Tampoco podría tirar el humo para el lado de la calle. Si la nube plomiza trepara por los peldaños de la escalera, Marina tosería, con cada puntada que diera en el bolso que remienda.

El tren se aleja del andén cargado de pasajeros, oscureciendo aún más la tarde de lluvia; el ruido de la locomotora se disimula al avanzar entre las vías.

Madre – ¡Camila! Dejate de masticar así ese caramelo, ¿no ves que es cachi2? Parecés un nigeriano.

Camila – ¿Qué es un nigeriano?

Madre – Un negro, como el que está en la esquina. ¿Qué aprendés en esa escuela?

Setenta centímetros de ancho apenas permiten mirar la vereda de frente. ¿Cómo se darán cuenta de su pérdida de visión lateral en caso de padecer glaucoma? Por ahí se lo dice el oftalmólogo, si un día a Fendi le salta una chispa de la piedra que usa, sin lentes ni protección, para afilar los clavos. 

El nigeriano se ubica en el extremo oeste del taburete, para que Fendi pueda verlo de frente en cuanto pueda levantar la vista. Sabe que, si se corre apenas un metro, el zapatero no logrará visualizarlo, ya que solo alcanzará a ver las baldosas de la vereda, si dejaran de pasar los transeúntes.

Al menos aquí no cabe el intendente, porque solo el primer escalón está desocupado y oficia de mostrador, para los clientes que se paran en la vereda. «Además solo somos dos oscuros extranjeros que no votamos y hasta hay quienes dicen que no tenemos cuerpo y que nuestras figuras se pierden en el fondo de estas paredes, manchadas por el moho.»

Marina le pone oído a lo que él dice, porque casi permanecen callados mientras trabajan. Además, en el localshoestoberepaired no se puede conversar debido al ruido del tren y porque a Fendi le cuesta darse vuelta para mirar hacia el octavo escalón.

¿El vendedor atrapado en su quiosco o el quiosco atrapado en un vendedor? Ahora está poniendo los L&M en la bolsita de nylon, mientras Fendi clava el taco de las sandalias plateadas, las que alguien deslizará por la alfombra de la sala de algún crucero, al que Fendi no subirá ni tampoco Marina, que se entretiene arreglando el bolso, desde el octavo escalón.

El nigeriano cuenta que vino hasta acá en un barco cargado de gente y ¡mirá, ahora, esta solo con su taburete, que brilla como oro, y el otro compatriota grandote que brilla más que él!

Camila desde el asiento trasero del auto escucha a su mom, que le reprocha la nota de Mrs. Dinner, que la cita a la escuela ¡debido a su falta de atención durante la English Class! Pero otra vez se distrae con el sonido del train mientras cruzan la barrera y lo ve venir, como acaba de ver la boca de Marina, apoyada sobre el bolso que cose, cortando el hilo con sus dientes blancos, como luego imagina al jardinero cortando la red de tenis con dedos que parecen garras, hasta que por el agujero asoma, entusiasmada, la cara del intendente, como oye gritar a su mamushca6 que le dice. «¡Camila en que pensás! ¿Vos siempre estás en la luna? Parecés idiota. ¿Para qué te pago una escuela bilingüe, si vivís en babia3

Pero no, ella vive del otro lado de la vía, donde nunca vio un local de 70 centímetros, con una escalera de zapatos desparramados, entre dos rostros que trabajan a cuatro manos, quemadas por el pegamento, el calor del fuego y las gruesas agujas que lastiman los dedos; ni un quiosco del que no se puede entrar ni salir; ni la gente, borroneada por el humo de una locomotora, que hiere los oídos más que el timbre del recreo de su escuela. 

Cruzar la barrera resulta más peligroso que quedar atrapado en alguno de sus lados. Si dejara de sonar la campanilla, el tren podría llevarse puesto a uno de los vehículos que intenta pasar de sur a norte, «por eso nunca conviene quedarse en el medio. Ahora no lo entendés, pero vas a ver que de grande lo vas a entender y te vas a acordar de mí», dice la mamá y le advierte a su hija acerca de los peligros que entrañan los términos medios. 

Camila piensa en los dichos de su madre superiora, que todo lo sabe sobre la vida y la muerte. Hasta la gente que muere arrollada cuando se estanca ¿en la vía o en la vida? No entiendo bien qué dice, ponéle vía. Si elijo que diga vía. Por eso lo más conveniente resulta permanecer en el norte, pese al intendente que parlotea en el S.U.M., pese a las mucamas, pese a los jardineros que destruyen el entramado de la red de la cancha, hasta permitir que por el agujero asome la cara de aquél que, como en la tele, pierde su cuerpo, desparramando su figura poco antes de cruzar el límite.

Tal vez el intendente avance más allá de los 11 metros con 88 centímetros de su mitad de la cancha. Tal vez recaude esos votos y «su mujer se vaya otra vez más de viaje en crucero, con unas sandalias plateadas, como las que arregla el bolita4 del tercer escalón», le dice la madre a Camila cuando están llegando al country. 

Por suerte, Camila de una buena vez ha cerrado los ojos y quizás sueñe, o, por ahí esté despierta, pero al fin ha dejado de preguntar.

Otra vez el ruido de una locomotora avanza hacia la nena, cuando del Sugus5 solo le queda el sabor en su boca y no hay más miedos, porque no hay más barreras por cruzar ya que el guardia, o la guardia, que es algo así como la sumatoria de un número indefinido de ojos que controlan, ha dejado pasar al auto de my mother y ellas ya se encuentran seguras, dentro de los límites de su lugar, en el norte.

En el country, los pájaros han logrado acallar el sonido del tren. Tampoco el humo contamina el verde del paisaje ni ensucia la vestimenta de sus vecinos. Entonces desde el asiento trasero, Camila le pregunta a su mom si continúa dormida o es verdad que el intendente está posando para una foto junto a un jardinero fiel. Pero mamina no se inmuta ante la pregunta. Ahora es ella la que se ha quedado dormida y entre sueños balbucea algo así como:  

«No me detuve a ver las fantasías que vende un nigeriano, ni tampoco me interesa mirar el humo que tira la arrogancia, escondida detrás del engreído intendente… De cualquier manera, todo quedará registrado de este lado de la barrera, como en el tizne que trae el humo de esa locomotora del sur y que, a veces, empaña la lente de las cámaras que monitorean nuestro norte.»

Dormida mamina vuelve a hacerse buena como siempre, bueno, como casi siempre.

Pero ahora la mamacita se acaba de despertar y ha salido a buscar algo afuera. Entonces parece que ella sube a su auto, pone primera y cruza la barrera.

– Sí. Fue una hora después de que llegaran. Ahí el vehículo volvió a salir.

–Sí, era ella.

–No, era el auto de ella, pero la que manejaba era Camila… No… Bueno, no se sabe.

– ¡Lo que se sabe es que de acá no tenía por qué salir! No eran horas de arrancar para el sur.

–Yo siempre dije que era una loca. Era una mujer medio rara.
– ¿Quién la manda a abandonar el norte?

–¡Vamos, revisen las cámaras!
Pero solo alcanzan a ver que a las 18:28 horas, el auto, con vidrios polarizados tomaba la ruta con rumbo sur.

Después solo se supo que el tren de las 18:48 horas venía con una falla en los frenos y que embistió al coche mientras cruzaba la vía. Pero en el norte dicen que habrá que ver si realmente ocurrió así o si los dichos no son más que otra de las fantasías que intenta vender el nigeriano.


NOTAS

1 country: barrio cerrado, con vigilancia perimetral.

2 cachi: vulgar.

3 vivir en babia: estar distraído.

4 bolita: peyorativo, por nacido en Bolivia.

5 Sugus: marca de caramelos masticables de fruta.

6 mamushca: muñeca de madera, de origen ruso.

Viviana Sampedro

Viviana Sampedro

Autora

Integrante de taller literario de Del Viso y de Autores Locales de Pilar, Buenos Aires.

–2019 “Bishenda” y “El instante”, Antología Letras Rabiosas, Ediciones El Bodegón

–2020, “Luz y Siembra”, Antología Entredichos, Editorial Dunken, CABA.

–2020, Crónicas ycuentos, Periódico “El Apogeo”, Pilar.

–2020, Cuentos y Poesías en Plataforma “ELEDunken”; Antología, Autores Locales, Del Viso, Ediciones El Bodegón

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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