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Ilustración Alejandra Villela

Gabriel Lara

Curiosas figuras generan al danzar aquellas almas flotantes en el vacío del no existir, iluminan la oscuridad con sus estelas por donde van y sus centros más helados que todo glaciar, pureza sin consciencia, no hay allí nada más. Son eternidad, son todo y nada, mientras están allí, sin vivir y sin morir. Juegan en dimensiones desconocidas por los que existen, son opuestas a ellos y, aun así, nuestro nacimiento es su muerte.

La esfera imperfecta, la más bella, empieza a llenarse de luz, su centro se expande y consume las llamas heladas, se vuelve densa y deja de flotar, empieza a caer mientras le abandona la eternidad.

El vacío empieza a llenarse de sensaciones, de frio, de miedo y soledad, se llena por constelaciones brillantes a la distancia material, por formas extravagantes, espirales magnificas que desde su centro emanan colores que completan su extensión sobre la noche infinita. Surgen rocas gigantes, esferas multicolor, opacas o brillantes, solas en el vacío o acompañadas por rocas pequeñas girando a su alrededor. Surge por fin, un cuerpo distinto, una esfera celeste partida por tapices verdes o amarillos, cubierta, además, por un amorfo manto blanco y una compañera celeste brillando para él. Pasa junto a la roca gris, desciende y atraviesa el manto, pierde su brillo, pierde su forma y todo desaparece.

Silencio; tiene frio, tiene miedo, todo está oscuro, se sabe atrapada, ahora puede sentir; tristeza y desesperación la llenan y empieza a llorar.

– ¡Está vivo, es un niño! – le dice un doctor a una madre en un hospital.

Gabriel Lara

Gabriel Lara

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