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Ilustración: Caro Poe

Alejandro Zaga

Todos conocemos la Luna, ¿cierto? La hemos visto en su redondez y en su faz tímidamente mordida, a veces como una solitaria sonrisa nocturna… sencillamente inspiradora, pero estoy lejos de ser el primero en considerarla fuente de inspiración. Ya Safo recitaba por el siglo VI antes de Cristo que

De la hermosa luna los astros cerca
hacia atrás ocultan luciente el rostro
cuando aquella brilla del todo llena
sobre la tierra…[1]

Y a lo largo de la historia, desde todos los climas y en todos los idiomas, donde ha habido una persona que mire al cielo, ha brotado una chispa de misterio que permite cuestionarnos sobre su naturaleza, sobre su propósito y su perenne compañía. Un par de preguntas más que me surgieron viendo la luna esta noche son, ¿por qué se elucubra tanto sobre ella? ¿Por qué ha fascinado a la humanidad aún más que el resto de cuerpos celestes visibles y de todos los elementos que se pueden apreciar en el cielo?

La respuesta que más rápidamente llega a mí es su belleza singular, pero también las estrellas la tienen e incluso hemos dibujado constelaciones con ellas, lo cual demuestra que se han utilizado para crear; las nubes cambian de forma y las aves incluso interactúan en el cielo. El Sol, además, es más poderoso e influye con su intensidad en nuestra conducta, ¿entonces por qué pensamos tanto en la Luna?

Cabe destacar que ésta no ha cambiado y que hemos mirado Safo, ustedes y yo al mismo astro, como lo vio Miguel Hernández y Neruda, y lo llamaban Luna, al igual que Pavese, pero Goethe mond, Baudelaire lune y Wilde moon. Para todos ha significado cosas similares y se han expresado auxiliándose de ella cada uno en su lenguaje, no por nada es un lugar común en la creación literaria.

¿Por qué no, por ejemplo, el Sol? También es un astro que emite luz y es bello, tal vez solo no es suficientemente apreciable porque su luz lastima a la vista.

Galileo Galilei dibujaba en el siglo XV, gracias a su telescopio, los primeros esbozos del relieve de la luna, lo cual demuestra que también tenía interés en ella, una mente tan prodigiosa como la suya pasó noches enteras deseándola tanto que construyó un artefacto para mirarla mejor por las noches… noches… creo que encontramos la línea que nos puede llevar al desenlace…

Si bien hay ocasiones y diferentes puntos del planeta en que la luna puede verse durante el día, predominantemente mirar la luna es una actividad nocturna; esta teoría es un tanto más antropológica. Y es que desde que las actividades humanas se destinan a la supervivencia y producción, éstas actividades han aprovechado la intensa luz que emana del sol para facilitarlas, relevando la noche para el descanso. Es ahí en donde imagino a los hombres primitivos realizando sus primeras cuestiones: tras el arduo trabajo en una noche en que fue especialmente difícil conciliar el sueño, alguno de ellos miró, como otras veces, al cielo y encontró a ese círculo luminoso que le vigilaba el sueño. Así lo hicieron otros más y hubo alguno que, llegado el momento en que el lenguaje alcanzó el suficiente desarrollo, creó un verso que incluyera a la luna. Con esta secuencia de pasos que duraron generaciones enteras, al fin se consolidó el concepto de la luna como algo permanentemente ligado a la noche.

Como apoyo a esta teoría mostraré algunas características usuales atribuidas por escritores a lo largo del tiempo:

«Hoy me mira la luna

blanca y desmesurada.

Es la misma de anoche,

la misma de mañana.»[2]

«Mas la luna, con ser

de luz a nuestro simple parecer,

nos parece sonora

cuando derraman las manos ligeras

las ágiles sombras de las palmeras.»[3]

«Redonda, hinchada de frotarse contra el cielo

rasga mi piel con su delgada luz»[4]

En los fragmentos que presentamos podríamos vagamente opinar que estos poetas se han conformado con describirla con un par de adjetivos, sin embargo con una segunda revisión podemos apreciar que las palabras seleccionadas atienden perfectamente a la raíz de la palabra luna: losna, que tiene la misma raíz que lux (luz), lucere (brillar) y lumen (lumbre).

Junto a esto (y también retomando el asunto de la luna como lugar común), tenemos que usualmente los poemas en que se menciona la luna tienen una ambientación específica, al grado en que la sola palabra emite una imagen en casi cualquiera, adquiriendo una postura o una predisposición ante el texto. Arriesguémonos a intuir la causa: todos nosotros hemos pasado una noche en vela, dándonos o no cuenta de que ahí estaba la luna, tal vez oculta, tal vez en su esplendor, acompañando lo que no nos permitió el sueño aquella noche.

Entonces las personas, en el inconsciente colectivo han desarrollado una unión entre el concepto de la luna, la noche y la introspección (esta última, porque en el insomnio seguramente nos hemos dedicado a dar vueltas a aquello que lo ha provocado). Pero especialmente los poetas, cuyo oficio es el explorar el alcance del lenguaje, se han empeñado en ejemplificarnos cómo se expresa lo que los no versados en las letras no podemos. Sentimientos recurrentes como la soledad, el arrepentimiento, apocamiento o desesperanza son algunos de los más ligados con la luna, al igual que con la noche.

Claro que no puedo dejar este argumento sin pruebas, así que a continuación ejemplos de lo anterior:

En las calles de la feria

de la feria desierta

sólo la luna llena

blanquea y clarea

las noches de la feria

en la noche entreabierta.

Sólo la luna alba

blanquea y clarea

la tierra calva

de abandono y alba

alegría ajena.

Ebria blanquea

como por la arena

en las calles de feria,

de la feria desierta

en la noche ya llena

de sombra entreabierta.

La luna boquea

en las calles de feria

desierta e incierta.[5]

¡Oh tú, la hermana de la luz primera,

símbolo del amor en la tristeza!

Ciñe tu rostro encantador la bruma,

orlada de argentados resplandores;

Tu sigiloso paso de los antros

durante el día cerrados cual sepulcros,

a los tristes fantasmas despabila,

y a mí también y a las nocturnas aves.

Tu mirada domina escrutadora

y señorea el dilatado espacio.

¡Oh, elévame hasta ti, ponme a tu vera!

No niegues a mi ensueño esta ventura;

y en plácido reposo el caballero

pueda ver a hurtadillas de su amada,

las noches tras los vidrios enrejados.

Del contemplar la dicha incomparable,

de la distancia los tormentos calma,

yo tus rayos de luz concentro, ¡oh luna!,

y mi mirada aguzo, escrutadora;

poco a poco voy viendo los contornos

del bello cuerpo libre de tapujos,

y hacia él me inclino, tierno y anhelante,

cual tú hacia el de Endimión en otro tiempo.[6]

En las noches claras,

resuelvo el problema de la soledad del ser.

Invito a la luna y con mi sombra somos tres.[7]

Finalmente me gustaría invitar al lector a leer y escribir sobre la luna. A leer para poder conocer lo que tantos han tenido qué decir sobre ella, así como para identificar los lugares comunes y a escribir para lograr llevarnos a nuevas interpretaciones del astro, pues este seguirá ahí por un tiempo más.

  1. Safo — Poema «De la hermosa Luna» 
  2. STORNI, Alfonsina — Poema «Viaje» 
  3. GOROSTIZA, José — Poema «El Puerto» 
  4. RODAS, Ana María — Poema «La Luna, siempre» 
  5. PESSOA, Fernando — Poema «Pierrot borracho» 
  6. GOETHE, Johann Wolfgang von — Poema «A la luna» 
  7. FUERTES, Gloria — Poema «En las noches claras» 
Alejandro Zaga

Alejandro Zaga

Director Jurídico

Nacido en 1995 en Distrito Federal (hoy CDMX). Estudió teatro y la licenciatura de Estudios Latinoamericanos, en la UNAM. Ambas truncas. Permanente estudiante/escrutiñador de la comedia, pues la risa es la prioridad. La ironía lo llevó a inscribirse en Derecho, también en la UNAM.

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