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Ilustrado por: Florencia Luna

María Alejandra Luna

 

No hablo por Katabasis (pero estoy segura de que la cuestión tendría espacio en una mesa de debate y de que varies autores se han planteado estas cosas), hablo por mí cuando pregunto: ¿qué sentido tiene la mejor versión?

Escribo poemas, ¿no? Los escribo porque me gusta escribirlos. De hecho, me gusta pensar en las palabras, saborear sus sonidos, materializarlas en un mensaje a mi chat conmigo y gestar un poema desde ellas. Cuando escribo, por suerte, juzgo menos que cuando leo. El ejercicio en sí mismo me parece muy satisfactorio, muy suficiente.

El caso es que esos poemas necesitan un destino. Al menos, creo que es lo justo. Primero, los alojo en mi blog y, más tarde, cuando estoy algo desapegada (tengo mala memoria para mis propias creaciones), intento hacer una selección para construir un libro. Un libro coherente, en la medida de lo posible.

La sorpresa es que a la hora de seleccionar termino seleccionando todos, no discrimino ni excluyo ninguno. Sé que suena soberbio, pero juro que mi interés en conservarlos juntos tiene otro punto de partida. Los malos poemas o los poemas mediocres no existen como borradores para mí, yo no quiero alguna vez conseguir la mejor versión de ellos.

Los incorporo al libro, en cambio, porque son el sincero registro de que la poesía no es perfecta ni debería pretender serlo. Hay mucha poesía en la declaración de que la literatura vive, se tropieza, se raspa, llora, ríe, ama, odia, miente y, al cerrar los ojos, dice la verdad. Hay mucha poesía en un libro que permita ver esos contrastes.

Además, ¿por qué hay que esconder los versos mediocres? Hay más poesía en darles la oportunidad de conmover a alguien que en imponer a alguien con qué conmoverse. Ese verso mediocre puede tener su origen en la más cursis y amorosas circunstancias y que su técnica no sea innovadora ni excelente no anula aquello, no lo mata, no lo arruina.

Tampoco me gusta el pacto de ficción donde lo único que presento es lo que supongo que me sale bien. Cada poema bueno existe porque no me frustran los poemas malos e insisto en la escritura. Cada poema bueno existe porque hubo composiciones mediocres que nunca quise corregir, pero que me mantuvieron alerta y practicando la escritura.

La escritura, quiero agregar, es una práctica. Les bailarines, por ejemplo, filman los ensayos de sus coreografías para eventualmente corregir los errores, la coordinación, las poses, etcétera. Filman esos ensayos y los ven. Si yo no publicara mis poemas junto a los otros, los que considero mejores o de mayor calidad, no volvería a ellos, no querría verlos, elegiría la fácil opción de fingir que no existieron.

Mi postura, en conclusión, es que hay que reconciliarse con los poemas mediocres propios y de otres. Circulan muchos textos poéticos que a cualquier persona formada en la materia le sacarían una sonrisa burlona y, sin embargo, esos lugares comunes en los que caen, esos clichés y esas rimas simpáticamente obvias funcionan como espacio seguro para quienes desde afuera sienten interés por la función emotiva del lenguaje.

No quiero entrar ahora en el debate sobre la popularidad de un poema y la inversamente proporcional calidad que pueda ostentar, pero sí me interesa abogar por darle una oportunidad a una actitud más permeable y flexible. ¿Todo nos sale bien de inmediato? ¿La experiencia nos inhibe de cometer “errores”? ¿Por qué habría que ocultar lo que se aleja de lo armonioso, bello y original?

Tampoco digo que haya que basar una carrera literaria entera en la mediocridad porque eso no sería ético. Humildemente, por el contrario, propongo que dejemos ver las cicatrices, que presentemos obras más completas y honestas y que podamos compartir con escritores preocupades un registro variopinto donde en ocasiones nos relajamos e intercalamos versos feos que, aparte, resaltan la preciosa textura del resto.

Un libro -no lo sabemos, pero seguramente nos ha pasado- puede ser una invitación a probar la literatura desde el terrible rol de le autore. Entonces, se vuelve necesario que se cuelen matices para que quien lea se vea en esos espacios de duda -hay, sobre todo, duda en esa mediocridad- y reafirme su inquietud por la producción de artes.

María Alejandra Luna

María Alejandra Luna

Autora

Florencia Luna

Florencia Luna

Ilustradora

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