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Ilustrado por: Deivy

María Alejandra Luna

 

Por temporadas, me obsesiono con temas, libros o artistas y la gente me termina asociando, incluso después de que se me haya pasado la fiebre, con aquellas experiencias culturales que pregoné tanto en redes sociales como en conversaciones casuales.

Gracias a ello, un chico que vive en México me escribió para contarme que la familia de José Sbarra había montado su propia editorial para republicar la obra de él. En su mensaje, por un lado, asumía mi conocimiento de la noticia y por el otro, me avisaba.

Supongo que se sorprendió de que no lo estuviera gritando en stories.

Busqué, entonces, en Instagram: @sbarra.ediciones1 y encontré la grata confirmación del dato que me habían pasado. Además, en la descripción ya se alojaba un enlace de compra.

¿Cuáles fueron los primeros lanzamientos2? Aleana y Obsesión de vivir. El primero no lo había leído, pero el segundo…

Humildemente, creo que toda persona que produzca arte debería leer Obsesión de vivir. Mi testimonio no significa nada, pero la lectura de esos poemas sensibles, crudos, atípicos y nocturnos realmente traza una frontera dentro de une misme.

Sí, son nocturnos como la luna, los sueños, las pesadillas, los monstruos y la soledad.

¿Por qué humildemente creo que toda persona que produzca arte debería leer Obsesión de vivir? No me gusta hablar de razones, siento que esa palabra contiene algo de frialdad ajena e impersonal y que cabe más en un texto que alquile el disfraz de objetividad. Así que prefiero enumerar y comentar las cicatrices que logró aquella obra.

Quiero mencionar algunas palabras que persiguen mi biografía. Ellas son: monstruo, deformidad, soledad, muerte, desencajar, ajenidad, extranjera, exiliada y farsa.

Es probable que muchas personas lean esto y se identifiquen, se vean reflejades y no les guste porque hay tabúes enormes contra pensar en la finitud de la vida.

Yo, en cambio, digo: ¿qué es más vital que pensar en la muerte? Poder pensar en la muerte es signo inconfundible de vida. No de querer vivir, está bien, pero el libro que les recomiendo en el fondo sostiene la vela del final para declarar que solo cuando se apague no habrá ninguna respuesta o las habrá todas. La duda mantiene en vilo y en vela.

«Creímos que habíamos nacido, pero no, todavía no nacimos. Esta es otra etapa de la gestación y este mundo no es más que otro vientre previo a la Luz. No puede ser que esta sea la vida: hubo un error, un cambio de títulos, interpretaron mal el calendario y esta no es la vida». La primera cicatriz es el nacimiento, ¿no? Nos deja un ombligo, es decir, un agujero, es decir, una herida que sanó a mitad de la existencia.

La pregunta filosófica sobre haber nacido o estar viviendo un simulacro que se pinchará para dar paso a la verdad es una defensa contra la noción de soledad. «Sí, es eso, hubo un error. ¡Uf! ¡Qué alivio! Creímos que nadie nos amaba pero lo que sucede es que todavía no hemos nacido». ¿Qué nos podría hacer dudar de la vida o, en realidad, de querer seguir viviendo? El látigo inexorable del desamor.

El desamor no es sinónimo de que te hayan roto el corazón. El desamor habita toda instancia en la que te hayan hecho sentir que no encajabas, que sobrabas y que tu humanidad era percibida como monstruosa. El desamor es un rechazo y hay gente que elige una forma que va a mantenerla al margen en pos de la autenticidad o de su derecho a no estar de acuerdo con los implícitos mandatos sociales.

Esa forma es deforme, valgan la aliteración y la redundancia semántica. La deformidad, con malas intenciones, se halla en el mismo campo de sentido que la cicatriz. Las cicatrices cambian la forma de la cara, de la piel, del pecho abierto que no se quiere volver a cerrar. Las deformidades se comportan de igual manera, lacerando mucho más que el cuerpo. Una respuesta común ante la cicatriz o la deformidad es cerrar los ojos, o sea, acudir a la ceguera, a la oscuridad, a la noche.

La noche, no obstante, muestra más de lo que esconde. Negarle la mirada a una deformidad ajena es huirle a la deformidad propia y la noche devuelve con justicia ese derecho a ser mirade con una imagen gigante de lo que se esconde al rayo del sol, de lo que procura invisibilizarse entre responsabilidades y apuros. El día es bastante más corto que la noche, especialmente delante de los ojos abstractos que nos persiguen.

«Y eso es lo más trágico, ninguna pena es mortal, ninguna agonía es definitivamente la última. Siempre hay un descanso, el día, en el que caben todas las formas del engaño. La noche es un espejo de nitidez despiadada. Un espejo que nos enfrenta con lo que postergamos, con aquello que quisimos y no tuvimos el coraje de lograrlo. En nuestra noche no alcanza el mejor baúl de disfraces, somos lo que somos y eso es lo que espanta. La noche es el espejo de los deformes».

Ese poema invierte los roles de las horas. Las horas nocturnas están llenas de esfuerzos y trabajo contra la pena solitaria que desde su megáfono solicita atención. Las horas diurnas son el descanso.

Me gusta que el libro se tome la licencia de plantear un verosímil donde no funcione todo realmente al revés, sino que los significados se muestren en contra de lo establecido, de lo lógico, de lo esperable.

Lo esperable es encajar y llevar una vida más o menos acorde a la tradición que se repite una y otra vez. La cuestión es que no todes quieren vivir una rutina tan estricta e iterativa. El sistema no contempla las excepciones y para contemplar las excepciones existe la poesía. Nadie merece sentirse exiliade por cansarse de una imagen de la vida que es aburrida o que no coincide con sus ganas de vivir. La poesía disuelve el exilio, el sentimiento de exilio, porque permite hacerlo verbo y destrazar la frontera que nos separan de les que creímos que eran otres y al final eran idénticamente exiliades o extranjeres.

«Pese a su amor y a su fe en Dios, el religioso encuentra su terrible noche oscura. ¿Cómo será entonces la negrura de la noche de los incrédulos?». La obra nombra mucho a Dios. Tanto para cuestionarlo como para enojarse, lo nombra y lo hace un punto de partida, ya sea uno para rechazar o uno para regresar. Le artiste, en los poemas, tiene aspecto de ateo y ese ateísmo tiene su génesis en la desilusión.

La noche de los incrédulos es la noche de les poetas, de les que hacen poesía y desafían la exclusividad creadora de Dios. Si no hay fe, hay versos. La terrible noche oscura quizá sea la separación de Dios y el origen de ese primer verso que empuja los otros a borbotones. ¿Qué versos podrían gestarse, si no preexistiera la obsesión de vivir, de estirar la respuesta lo máximo posible y de averiguar cómo se vive entre paréntesis? De ese primer verso no hay vuelta atrás. Obsesión de vivir o muerte, poesía o muerte, obsesión de vivir o Dios.

 

 

Enlaces sbarrianos:

1) Cuenta de Instagram de Sbarra Ediciones: https://www.instagram.com/sbarra.ediciones/

2) Formulario de compra: https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSdeGtY9wGMTsCj7sVqxHEDS6NeBgCR_v3haOs7WXRRS9hr_NA/viewform?pli=1

María Alejandra Luna

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