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Foto tomada del Instagram de Lola Ancira

Eréndira Cuevas

 

 

La mayoría de nosotros, al pensar en el horror imaginamos seres sobrenaturales, posesiones y toda clase de maldiciones, dejando así de lado el horror al que nos enfrentamos todos los días, la mayor parte del tiempo sin saberlo, y que casi sin que seamos conscientes nos asecha en cada segundo. Hablamos del horror cotidiano, doméstico o, como la escritora Lola Ancira lo nombra, lo siniestro social.

Y es que, si enfrentarse a espectros con poderes sobre humanos nos parece aterrador, puede resultar mucho más escalofriante enfrentarnos a la realidad, a esas estadísticas a las que nos creemos inmunes hasta que nos toca experimentarlas en primera persona. En ese momento es cuando nos toca comprender, más allá de cualquier descripción o explicación posible, la verdadera dimensión del siniestro social. 

Es precisamente en esta dimensión en la que se inscribe la obra de Lola Ancira que con su más reciente libro, Despojos, se está consolidando como una digna representante de ese terror que usualmente nos negamos a reconocer y que, con sus cuentos, nos obliga a mirar de frente no solo para causar horror en sus lectores, sino para sensibilizarnos.

Por eso, en entrevista con Katabasis, cuestionamos a Ancira sobre la obligación de hacer denuncia social que puede, o no, tener la literatura y nos aclaró que para ella no existe tal deber, sino que se trata de una decisión personal de cada artista, de una elección. En su caso, «buscaba caracterizar a las víctimas, particularizarlas y darles un nombre y una historia, pero también a sus familias y ver qué pasa con esos familiares que están duelo, porque esas muertes y esos duelos no solo son de esas familias, nos pertenecen a todos como sociedad».

Al leer los ocho cuentos incluidos en Despojos queda más que claro el enfoque de la queretana por estos temas, de los que nos cuenta que «me ocupan muchísimo durante los últimos años, sobre todo a partir de la pandemia, que fue cuando yo trabajé el proyecto porque la violencia de género se ha recrudecido muchísimo en nuestro país. Estaba buscando la forma de hacer algo al respecto, desde lo que yo sé hacer que es la escritura».

Por eso, nos platica, que su objetivo fue que cada cuento hablara de un tipo distinto de violencia y localizarlos en diferentes partes del país porque, aunque la violencia en Ciudad de México es innegable, también es importante voltear a ver lo que pasa en otros lugares, visibilizar esas violencias que a pesar de verlas a diario en las noticias «también se trivializa un poco o se invisibiliza a las víctimas y lo que yo quería era mostrar quienes eran las víctimas y quienes eran sus familiares y cómo afecta todo esto a la sociedad en general porque se creería que no (nos afecta), pero para mí sí son grietas que están carcomiendo lo más sólido de la sociedad y que finalmente van a terminar destruyéndola».

Ancira considera que al hablar de estos temas se crea empatía en los lectores y se propicia que puedan ver más allá de los encabezados en las noticias, ver una historia más completa. «Yo creo que los puedo sensibilizar un poco y puedo generar empatía con estas cuestiones que están sucediendo, a pesar de que el lector esté alejado de esto, o que no conozca a nadie, o no tenga víctimas cercanas. Lo que buscaba era esa cuestión de humanizarnos respecto a todos estos temas terribles que aborda cada uno de los cuentos».

Al leer Despojos nos queda claro el oficio de esta escritora mexicana, su compromiso con la labor que ha emprendido, pero también que la obra de Lola Ancira ha evolucionado y logrado una madurez que resulta evidente tras 10 años del trabajo literario que inicio con Tusitala de óbitos que ella misma describe como un libro de adolescencia al que dio forma con cuentos que tenía previamente trabajados, para participar en una convocatoria para escritores de la zona Centro-Occidente de México.

Entonces, «creía que la literatura era algo muy elevado y que el lenguaje que debía usar debería ser así, algo muy serio. Leía a Borges, Cortázar, Poe, Quiroga, Meyrink… y cuando empecé a escribir quería hacer algo muy parecido porque eso me fascinaba, como me gustaba mucho Borges quise empezar a escribir como lo hacía él: con un lenguaje muy elaborado, intrincado».

A este trabajo siguió El vals de los monstruos, trabajo en el que Lola Ancira se propuso ser más autobiográfica: «siempre va a haber algo de nosotros en lo que escribimos, pero no voy a decir específicamente en qué historias ni qué sucesos, eso se lo dejó al lector que elija que es real y qué no, pero están muchas cuestiones que yo viví en la adolescencia y la infancia». Además de encontrarse con sus propias experiencias, enfrentó el reto de darle voz a niños y animales, personajes que hasta entonces no había abordado. 

Desde entonces, Lola concibe cada uno de sus libros como un proyecto donde se plantea «cuáles van a ser los retos, cuáles van a ser las historias, de qué va a tratar cada cuento. También lo hago porque yo empecé a pedir becas (Jóvenes Creadores, del FONCA; Fundación para las Letras Mexicanas), y te piden un proyecto, que presentes lo que vas a trabajar en un año de beca y que seas muy específico, por eso empecé a tener esta disciplina a la hora de trabajar mis libros».

El trabajo arduo detrás de cada uno de sus libros es notable en Tristes sombras, que tiene por escenario la cárcel de Lecumberri y el manicomio de La Castañeda, donde su principal reto fue trabajar con la ficción histórica.  

Desafío que se logra llevando al lector por recorrido a través de la historia de ambos inmuebles cotada desde la voz de sus habitantes: «lo que yo quería describir es cómo algo tan majestuoso y suntuoso como estos palacios afrancesados de Porfirio Díaz se van haciendo cada vez más feos, el inicio de estos edificios, la construcción y cómo se planteaba, cuál era el objetivo planeado para ellos y como todo fue cayendo a menos. Yo creo que se van transformado ambos, tanto los edificios como los seres humanos que los habitan.

Hay un término que es el de psico geografía, que tiene que ver con cómo los edificios, o el entorno, actúan en nosotros psicológicamente, como nos afecta en ciertos aspectos vivir en lugares específicos. Eso también lo quería narrar porque el encierro configura nuestra mente de una forma muy distinta». 

Lo que quería narrar era como vivían estas personas, tanto en el manicomio como en la prisión, y cómo también entre ellos creaban redes porque eso es muy humano, por más encerrados que estemos siempre vamos a buscar el vínculo, la conversación, el tacto con el otro. ¿Qué pasa con estas personas que por ser un peligro para la sociedad o por ser una amenaza terminan en estos sitios, donde quizá ni siquiera deberían estar? Quería hablar de todas las injusticias en torno al sistema psiquiátrico y al sistema penitenciario».

En cada uno de los cuentos que Ancira creó, aparecen personajes que siguen al lector en su recorrido por la evolución de estos recintos, y es que su propósito «era vincular los cuentos a través de los personajes, porque otra cuestión es que La Castañeda estaba supeditada también a la prisión, entonces de la prisión enviaban a personas que terminaban en La Castañeda y era generalmente a los “locos criminales” que era el término con el que etiquetaban a personas que habían cometido crímenes pero que no estaban sanas mentalmente» y eventualmente terminarían conviviendo con personas que personas que no tenían un diagnóstico correcto e incluso con los habitantes de la zona de Mixcoac que tenían libre acceso a La Castañeda. «Quería tomar al lector de la mano y llevarlo a estos espacios, que conociera a sus habitantes», por eso cada relato está basado en historias reales que Lola ficcionalizó.

Cada uno de sus cuentos, nos planta ante una realidad desoladora que, sin duda, supera cualquier obra de ficción que se pueda crear, es ahí donde radica lo siniestro, en el quiebre de esa burbuja invisible que cada uno de nosotros construimos a nuestro alrededor y nos hace sentirnos invulnerables a la violencia que hemos decidido mirar de lejos. 

Cuando pensamos en el horror doméstico o lo siniestro social, a muchos de nosotros, los primeros nombres que nos viene a la mente son de escritoras, pero, ¿acaso es porque darle vida a estos temas se nos da mejor a las mujeres?

«Creo que nosotras tenemos mucha más sensibilidad para tratar ciertos temas, sobre todo los que tienen que ver con las mujeres porque nos conocemos, porque conocemos otras mujeres. Entonces hay descripciones o situaciones que los hombres tratan de manera muy burda o muy alejada de lo que realmente es y nosotras que las conocemos de primera mano las podemos describir desde la propia experiencia. Sí siento que hay una aproximación muy distinta en cuanto al género, no quiero decir que todos los autores hombres no la tengan o que todos los hombres escriban igual, pero sí es distinto hablar de las experiencias femeninas cuando eres mujer».

Yo creo que nosotras retratamos desde otra perspectiva porque estamos muy en contacto con ellas y los hombres en general lo hacen desde otro punto de vista, aunque no quiero generalizar, hay escritores que también retratan estos temas con muchísima sensibilidad».

No hay duda de que, como ya nos enseñó Amparo Dávila, lo ominoso puede estar oculto incluso en un plato de comida, por eso resulta tan relevante leer a escritoras como Lola Ancira, que nos acercan de manera cruda, pero al mismo tiempo sensible, a esos horrores que sabemos tan latentes y por eso suplicamos no conocerlos fuera de los noticiarios o de las páginas de un libro. 

RECOMENDACIONES DE LOLA ANCIRA

Hiram Rubalcaba

Luis Jorge Boone

Magdalena López

Ana Saavedra

Alicia Mares

«Yo les recomendaría, más que acercarse a las mesas de novedades de las librerías, que se acerquen a las editoriales independientes porque hay muchas mujeres que están publicando en estos sellos independientes que nos están abriendo los espacios y que no tiene el alcance de editoriales grandes».

Eréndira Cuevas

Eréndira Cuevas

Directora de Investigación Cultural

Originaria de la tierra madre del caos y la inseguridad, mejor conocida como Ciudad de México. Cursó la carrera de Comunicación y Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón, de la UNAM. Es periodista por vocación, y también por necedad, y está convencida de que el arte es una herramienta poderosa contra muchos de los males del hombre.

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