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Ilustrado por: Lizeth Proaño

Paola Rodríguez

 

Podría dar una larga lista de fracasos en mi vida. Desde tan temprana edad, he sabido llevar con altura la palabra «fracasada». Cambié de sueños como de medias y pantalón, y no es por temas de capricho, créanme. Soy una de las personas más testarudas, duras de cabeza, que pueda haber. Si quieren verlo desde un lado más romántico, «Yo no bajo los brazos», una pelotuda básicamente.

El sueño de la escritura, sin mentir, ha estado en mi mente desde muy pequeña. Por cosas de la vida, se alejó y se fue a lo más recóndito de mi cerebro, cerró la puerta, tiró la llave y dijo «Pues aquí me quedo hasta que se te vaya lo pendeja». Se refería a los tantos sueños de adolescente que se cruzaron en mi camino, antes de darme cuenta de qué es lo que realmente me completa en la vida.

Ahí se quedó mi escritora, hasta después de muchos años de dolor en los que pasaron las pérdidas de mis padres, problemas económicos al punto de no tener para comer… a qué nivel bajé en mi vida. Pues siempre comento esta situación, que de todas es la menos desagradable. Se terminó el gas, y no teníamos para poder comprar una garrafa y conectar la cocina. Entonces, tomé un medio tanque que había en el fondo de casa, salí a buscar ramas y prendí fuego para poder hacer aquellos guisos llenos de agua, pocos fideos y carcasa, con un cuarto de morrón, cebolla y un zapallo. En esa época era un manjar, al igual que el pan duro que se tostaba para el desayuno.

En fin, mi escritora, después de cierto quiebre emocional, encontró la llave, abrió la puerta y me dijo «Aquí estoy, vamos a escribir».

Todo empezó con un poema titulado «Tararea su canción», mi mejor amiga me alentó entonces a participar en concursos literarios. Que no he de mentirles, el haber obtenido reconocimientos y menciones me infló el ego, lo suficiente como para animarme a escribir mi primer libro.

Ego que se pinchó más rápido que los globos de mi cumpleaños de quince. 

Después de investigar, y digamos que mi economía no permitía la opción de pagar a una editorial, para su publicación decidí hacerlo por Amazon. Una vez publicado, promocionado y vendido a los pocos seres humanos que me rodean, mi libro «Letras del destino», un poemario, fue un total fracaso. Literal, pocas ventas, y lo que me digo para no caer en un mar de agonía, con voces de sirenas cantando al unísono, es «Eres un hermoso fracaso Paola».

Bien, la testadura no se rinde, vamos por más. 

A escritores como William Saroyan lo rechazaron siete mil veces, Agatha Christie tuvo que esperar a ser publicada después de cuatro años, John Grisham fue rechazado por dieciséis editoriales. Entonces la vida, el universo, me dice: sigue adelante, Paola. Pobre ilusa, se ríe él fantasma de mi habitación (es decir, la realidad).

Con muchísimo, pero muchísimo esfuerzo, reuní el dinero para pagar a una editorial (cuyo nombre vamos a obviar), trabajé en tiempos de pandemia sin parar, trabajé hasta terminar en la emergencia con medicación que me suministraban vía intravenosa. Pero lo logré, reuní el dinero y contraté el servicio.

Sin embargo, llegó la publicación y me quería matar. Tenía errores gramaticales, ante lo cual la editorial se justificó diciendo que «yo di el ok» al ebook que me habían enviado, pretendiendo que pagara extra por los errores. «FRACASADA», escuchaba al fantasma de mi cuarto mientras bailaba la lambada con mi autoestima.

Ha habido escritores con faltas de ortografía, como Gabriel García Márquez, cuyo equipo de editores se encargaba de que no llegaran estas imperfecciones a la impresión del libro. Pero yo no soy García Márquez, yo soy Paolita la desconocida. Sentí mi libro, mi historia enterrada. Mi novela «Lara Glasgow, el comienzo» moría acribillada bajo la justificación de la editorial, «Nos diste el ok».

«FRACASADA», susurra mi fantasma. Bien, pensé, hasta Borges fue rechazado. No está muerto quien pelea.

Con mi pareja, reeditamos el libro y lo volvimos a subir. Pasamos días y días trabajando hasta las cuatro de la mañana (y esta era una de las razones por las que había contratado la editorial, para evitarme dormir dos horas por día porque trabajo doce horas) y lo logramos, subimos mi novela, como se lo merecía. Podía verlo en mi mente, ¡iban a leer mi libro, por fin Lara cobraba vida! 

«FRACASADA», y me he tenido que detener, mirar a mi fantasma y decirle «pues sí, soy una escritora fracasada», Lara sigue ahí en Amazon esperando a que la lean, no han habido esas mágicas ventas que, al fin y al cabo, no son lo que importa, lo que quiero es que Lara sea leída. Pues sí, soy una escritora fracasada, pero quién dice, tal vez algún día dejaré ese título que también me calza y sea como con J.K. Rowling, Stephen King, Agatha Christie, y tantos otros escritores que fueron rechazados, y en su momento unos fracasados. Nunca diré que estoy a la altura de ellos, pero tal vez sí me den la oportunidad de que mis libros sean leídos.

 

https://www.comoescribirunlibro.com/50-autores-famosos-rechazados-editoriales/

https://editorialcirculorojo.com/escritores-famosos-con-faltas-de-ortografia/#:~:text=M%C3%A1s%20conocido%20es%20el%20caso,alguna%20que%20otra%20regla%20ortogr%C3%A1fica.

 

Paola Rodríguez

Paola Rodríguez

Autora

Estudiante de psicología, 37 años de edad, resido en la ciudad de Montevideo,
autora del poemario letras del destino, y la novela Lara Glasgow el comienzo.
Empece a escribir a los diez años pequeños relatos, pero en la adolescencia descubrí a poetas como Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini e Idea Vilariño, y me enamore de la poesía, empezando mis primeros poemas a los dieciséis años.

Lizeth Proaño

Lizeth Proaño

Ilustradora

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